Juan Pablo II, los jóvenes y el florecimiento de los movimientos eclesiales.
Una mirada prospectiva al tercer milenio a la luz del magisterio del Papa. Un testimonio del Secretario del Consejo Pontificio para los Laicos
El pontificado de este Papa llega a su vigésimo año. Es uno de los más largos del siglo. Un pontificado caracterizado por un magisterio extraordinariamente rico y por eventos que han desconcertado al mundo y que han visto a Juan Pablo II como protagonista indiscutido. Durante todos estos años no ha dejado de asombrarnos con iniciativas valientes, que respondían de forma sorprendente a los desafíos de nuestra época. Y su persona no ha dejado de ser punto de referencia no sólo para la Iglesia -lo que sería totalmente normal-, sino para la humanidad entera.
Mirando los veinte años de este pontificado, que la Providencia divina ha querido colocar a caballo entre dos milenios de la era cristiana, se advierten algunas tendencias que -en cierto sentido- hacen presente ya el tercer milenio en la vida de la Iglesia de hoy. Quisiera detenerme en dos de ellas porque constituyen, al mismo tiempo, importantes prioridades de este pontificado: los movimientos eclesiales y las Jornadas Mundiales de la Juventud. Dos realidades donde -en mi opinión- se manifiesta de modo especial el rostro de la Iglesia del tercer milenio.
En el florecimiento de los movimientos eclesiales después del Concilio Vaticano II, el Papa ha reconocido en seguida un don del Espíritu Santo para la Iglesia del final del segundo milenio y un signo de esperanza para toda la humanidad. Por ello, desde el comienzo de su pontificado, sigue los movimientos eclesiales con una particular solicitud pastoral.
¿Qué son los movimientos en la enseñanza de Juan Pablo II? Son una de las expresiones de la dimensión carismática de la Iglesia. El Papa subraya que la dimensión institucional y la dimensión carismática no están reñidas entre ellas, sino que son «coesenciales a la constitución divina de la Iglesia» (cf. Discurso, 12 de septiembre de 1985). Los movimientos constituyen parte integrante de la vida y la misión eclesial, que es la de hacer presente constantemente en el mundo el misterio de Cristo y su obra salvadora.
Juan Pablo II, desde el inicio de su pontificado, ha conseguido establecer una relación muy estrecha con los jóvenes: «¡Vosotros sois la esperanza de la Iglesia! ¡Vosotros sois mi esperanza!» (Discurso, 22 de octubre de 1978). Estas palabras, pronunciadas algunos días después de su elección, no eran retórica vacía, sino un preciso programa pastoral que el Papa lleva adelante desde hace ya veinte años.
Este Papa tiene un particular carisma para estar y dialogar con los jóvenes. Los jóvenes son la alegría de su vida: les comprende, es extremadamente sensible a sus problemas. Estar con los jóvenes regenera sus p fuerzas, ¡incluso ahora que ha cumplido 78 años! Para ellos es un maestro, un padre y un amigo. Un «amigo exigente», como se autodefinió en una ocasión. Ante los jóvenes, Juan Pablo II se presenta siempre como testigo de Cristo, desvelándoles la profundidad del misterio del hombre que encuentra su plena solución únicamente en Jesucristo muerto y resucitado para salvación nuestra. Se presenta como Pastor de la Iglesia.
Las Jornadas Mundiales de la Juventud, instituidas en la Iglesia en 1985, son una de las grandes iniciativas proféticas de Juan Pablo II.
A lo largo de todos estos años, las Jornadas Mundiales de la Juventud se han convertido en un instrumento potente de evangelización del mundo de los jóvenes.
Los movimientos eclesiales y las Jornadas Mundiales de la Juventud son, por tanto, dos grandes eventos proféticos, que nos hacen gustar de forma anticipada el rostro de la Iglesia del tercer milenio. Una Iglesia llena de esperanza. Porque, como nos asegura Juan Pablo II, «al acercarnos al tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra el comienzo» (Redemptoris missio, 86).
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