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Huellas N.03, Marzo 2020

RUTAS

Factor X

Paola Ronconi

Solidarietà Intrapresa, una “casa”para personas con discapacidad y enfermedades mentales que conviven con otras realidades en un «pedazo de paraíso»...


Rita quiere desayunar doce biscotti, pero todas las santas mañanas se enfada porque asegura que le dan catorce. Spada quiere ser el jefe ya desde las ocho de la mañana y hay que ponerse a raya inmediatamente si no quieres que estalle el fin del mundo. Rocca empieza la jornada gritando. Cianci, no hay manera de que salga de la cama. Francesco no se lavaría nunca los dientes, y ahora necesita una dentadura nueva. Mejor que no sea removible, para que no acabe como la de Paolo: en el váter el primer día.
La jornada empieza en casa Benini con belleza y alegría. Davide, el pater familias, prepara el desayuno para todos. Todos quiere decir su mujer, sus cuatro hijos, los tres empleados y los 23 que viven con él. Enfermos psíquicos y con discapacidad.

La historia de Davide Benini comienza cuando, en la Navidad de su primer curso de enseñanza superior, no quería oír hablar de volver a clase, su ansia de autonomía le llevó a ponerse a trabajar. Empezó como aprendiz de tornero. Al conocer la experiencia del movimiento, la pregunta que más le interpelaba era qué tenían que ver esas ocho horas que pasaba en la fábrica con la propuesta cristiana, «porque el trabajo satisfacía mi necesidad de autonomía, pero esperaba al viernes a las 18h para empezar a vivir».
El tiempo pasa y su espíritu emprendedor fue abriéndose paso. A los 23 años abre una heladería, pero a los seis meses le esperaba una prueba durísima: se llama artritis reumatoide, dolores muy fuertes en las articulaciones, daños en los cartílagos y un cierto grado de invalidez. Tuvo que cerrar la heladería y pasó dos meses y medio en el hospital.
La recuperación fue complicada pero, en 1987, unos amigos de Forlí le propusieron poner en marcha una cooperativa para personas con discapacidad, y en un encuentro en el Meeting de Rímini de aquel año le presentaron a Lorenzo Crosta, que gestionaba en Varese una cooperativa social que buscaba trabajo a personas con discapacidad. Davide aceptó la invitación y fue a pasar dos semanas con Crosta. «El impacto fue traumático. Me recibieron con treinta discapacitados en la mesa. Para dormir, me pusieron en una habitación con tres camas, yo en la del medio. Uno rechinaba los dientes, otro se mordía la lengua. Por la mañana, todos estaban alrededor de mi cama esperando que yo abriese los ojos. No estaba hecho para vivir así... Pero, hablando con Crosta, me contó que él vivía una “experiencia de estupor" todas las mañanas. Y que eso le permitía tratar a esos chavales (de los que muchos tampoco eran tan jóvenes) con una libertad que solo es posible con los propios hijos».
Estando con él aquellos días, Benini comprendió que ese estupor nacía de un “factor X", algo que había debajo, en lo escondido. Algo que estaba antes que aquellos “chavales" y que le permitía “estar bien" con ellos, quitándole a sus límites evidentes la última palabra sobre sus vidas.
«Volví a casa con una certeza: yo necesitaba oír que mi condición de salud no se iba a apoderar de mí, que todavía podía ser yo mismo y realizarme. Se me hizo evidente la percepción de que ese Factor X era una Presencia buena, Cristo, que me había salido al encuentro con los rasgos de Crosta». Cuando arrancó la cooperativa de Forlí, Benini añadió un elemento sustancial: el trabajo, como había aprendido en Varese. «Si tomas un objeto, lo descompones y me das una parte para trabajar, eso se convierte en “mi" trabajo. Y todos pueden echar una mano, incluso los que tienen pocas capacidades. Si para nosotros los “capaces" ya es así, para los discapacitados lo es aún más, porque da una percepción de la utilidad que uno tiene, aunque simplemente haya colocado un marco». El nombre Solidarietà Intrapresa ya lo dice todo. Arranca así un itinerario “socio-ocupacional rehabilitador", en un almacén con tres discapacitados, que en la región de Emilia Romagna se convertirá en modelo a seguir.

«Empezamos con algún trabajillo para terceros», explica. «Pequeños encargos: del sector mecánico a la plancha industrial, de piezas de tractores a sorpresas para los huevos de Pascua.
Aceptábamos al vuelo todo lo que nos ofrecían porque estábamos aprendiendo que dentro de cualquier pliegue de la realidad estaba Él». Cuando Benini y los suyos recibieron un pedido de Aprilia, alguien tenía que apretar los tornillos del silenciador en los ciclomotores Piaggio. «Durante años, Fabio, cada vez que veía pasar una moto gritaba: “¡Eso lo he hecho yo!". Da risa, pero entiendes perfectamente cómo el trabajo puede hablar de ti». A medida que se incorporan amigos que deciden trabajar con Benini, la cooperativa se va estructurando. Cuando en 2008 entran en contacto con un responsable de Rintal, una de las mayores empresas de escaleras interiores, «se nos abrió un mundo», cuenta Fabrizio Amaducci, actual responsable de producción. «En poco tiempo abandonamos las actividades para terceros y en 2010 nació una empresa que va bastante bien en el mercado, D’Opera, que fabrica escaleras en serie y a medida, y que actualmente es el tercer productor del sur de Europa, con 12.000 escaleras al año». En el almacén de Forlí hoy ves a cuarenta personas trabajando: Simone ensamblando los tornillos a las barras, Pietro lijando un cilindro que luego formará parte de una barandilla, Michele colocando piezas metálicas en una caja. Unos te miran de reojo, otros te reciben con una gran sonrisa. También hay otros cinco empleados pero apenas se distingue entre sanos y enfermos, porque aquí todos trabajan, cada uno según sus capacidades y límites.

En 1994 tuvo lugar el gran cambio. Entonces, algunos discapacitados empezaron a tener el problema del “después de la familia" (ahora se llama “después de nosotros"). Cuando la familia no es capaz de afrontar la fatiga que supone vivir con una persona con discapacidad, cuando los padres se hacen mayores o mueren, ¿quién se ocupa de ellos? «Intentamos hacer una casa de acogida. Daniela, una amiga, nos ofreció su disponibilidad para vivir con cinco de ellos. Cada día hay empleados que la ayudan por turnos, pero su persona se convierte en la familia de estos “chavales"», cuenta Davide.
Con el tiempo, la cooperativa fue creciendo, cada vez había más personas que necesitaban una residencia. Davide vio en la recién nacida Novella de Lorenzo Crosta (una casa que acoge a discapacitados físicos y mentales en Varese, donde él mismo vive con su familia) una hipótesis para él y para la que con el tiempo se convirtió en su esposa. En una vieja masía que le ofreció un amigo sacerdote en Castiglione di Ravenna hicieron una reforma a base de préstamos y por fin en 1996 el sueño se hizo realidad. «La verdad es que el crecimiento de la cooperativa y de la empresa había hecho que la convivencia directa con los discapacitados pasara a un segundo plano. Yo necesitaba el contacto diario con ellos para comprobar que estábamos respondiendo a la realidad y que no seguíamos un proyecto que nos hubiéramos inventado nosotros». Pero «que quede bien claro que no hacía todo esto porque me gustara estar con ellos. Sencillamente ellos eran ese pedazo de realidad que el Padre eterno me daba para conocerle».
Arbustos de romero y olivos, una gran casa colonial dividida en varios edificios, grandes ventanales que daban a una pradera enorme, todo perfectamente cuidado. Así es el complejo del Sacro Cuore, que de ser una masía abandonada ha pasado a albergar cinco centros residenciales de socio-rehabilitación, o -mejor dicho- “casas", para un total de ochenta residentes. Para los que pueden volver a dormir a casa está el Santa Catalina, un centro diurno para personas con discapacidad grave, que no pueden trabajar. Cada casa tiene un amplio salón para comer, hacer actividades motoras y de rehabilitación, ver películas, en definitiva, para vivir juntos. Y para rezar. En un rincón de la casa donde vive Davide hay una hornacina con las reliquias de los esposos Martin, los padres de santa Teresita del Niño Jesús, y también las de Rolando Rivi. «Al principio queríamos hacerles una capilla especial. Luego preferimos tenerlos con nosotros en cada momento de la jornada».

Entre todas las realidades que conviven en este pedazo de paraíso en la frontera entre Rávena, Cesenay Forlí, también están los “Amigos de Gigi", que se dedican a los menores. Dos casas que albergan a 24 jóvenes en total, repartidos por edades. La historia de cada uno de los que están aquí siempre tiene rasgos dramáticos. Casi todos llegan derivados de los servicios sociales, procedentes de familias que, por muchos motivos, no pueden o no logran hacerse cargo de ellos.
Los “Amigos de Gigi", como servicio para menores con dificultades, nacieron en San Mauro Pascoli. «El modo en que Davide, Fabrizio y sus colaboradores están con las personas con discapacidad siempre ha sido una ayuda para nosotros», explica Valerio Tomaselli, uno de los fúndadores. «Desde los aspectos más operativos, como limpiar la casa, organizar los turnos de los educadores, qué hacer con cada niño, confrontándonos con ellos siempre llegamos a lo esencial, a por qué hacemos este trabajo». Desde septiembre, las dos casas de acogida se han trasladado a Castiglione. Tal vez la mudanza ya estaba en el aire en junio de 2017 cuando, al terminar un taller con los niños sobre los mosaicos de Gaudí, los “Amigos de Gigi” organizaron una estancia de cuatro días en Barcelona. «Pensamos en invitar también a Davide y los de su casa. Aquella breve convivencia con los nuestros podía resultar muy fecunda», recuerda Valerio. Y así fue. «Trasladar las casas a Castiglione significa estar aún más en contacto con Benini y los suyos, aprender una manera de estar con los chicos, juzgar sus dramas y crecer aquí dentro, ellos y nosotros los adultos. Para los más pequeños tienes que hacer de madre. Para los mayores, tu presencia sirve para indicar un sentido y sostenerlos en fatigas demasiado grandes para su edad».

«Mateo, 12 años, estuvo tres meses en Psiquiatría», cuenta Diego Celli, otro de los responsables. «Verle atado a la cama... es algo que no puedes clasificar entre las experiencias que ya tienes en la cabeza. Te preguntas por qué tiene que sufrir tanto. Esta mañana le llevaba de vuelta a casa y, mientras íbamos en coche, lo miraba todo como si fuera la primera vez: el bar enfrente de la escuela, el propio coche, la pradera de nuestra casa... Entonces me dije que de vez en cuando hace falta un bofetón así para “ver" de verdad. Nosotros no les quitamos las heridas que llevan dentro, pero podemos hacerles ver que existe un bien, y la belleza nos ayuda en este sentido».
Que no resuelven sus problemas lo demostró recientemente Sergio. «Estuvo con nosotros desde que era muy pequeño. A los 18 años se fue. Unos días después le pillaron con un vehículo robado. A Ornar le encontramos un trabajo y nunca volvió a aparecer. ¿Todo lo que hemos hecho no ha servido para nada? No lo creo. Siempre habrá un punto en su memoria en el que han sido queridos», dice Valerio.
En la gran pradera de Castiglione hay momentos de la jornada en que los “residentes" se reúnen para pasar tiempo juntos, cada uno está con el otro como puede. Pero esa diversidad es una riqueza, un lugar que acoge, exactamente igual que una familia, y como en una familia todos celebran tanto el matrimonio de un empleado como la confirmación de un hijo o de un amigo. Por eso «harían falta, y el espacio lo permitiría, más familias que vivieran aquí, aunque no se ocuparan de los discapacitados ni de los menores», admite Benini. «Sería buena su mera presencia. Esperemos que los esposos Martin nos ayuden».


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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