Los suspensos, las preguntas sobre política y las de sus compañeros de curso, la carta a su profesora. La entrada en una universidad argentina y la sorpresa de conocerse más a sí misma
Pilar ha acabado su primer curso de Economía en la Universidad de Buenos Aires, en una sede separada, en Ingeniero Maschwitz, a 45 kilómetros de la ciudad, donde vive con sus padres. Ahora, después de las vacaciones (la pausa estival en Argentina es entre enero y febrero), se ha trasladado para empezar el segundo curso en la capital, adonde se ha ido a vivir sola. Pero el cambio no la asusta porque, dice, «el año pasado fue toda una promesa», y lo dice con seguridad, después de haber vivido lejos de sus amigos más queridos y de la vida de la comunidad universitaria de Buenos Aires.
Pilar Giles entró en la facultad el primer día preguntándose cómo hacer para no perder, con la distancia, esa amistad que le estaba cambiando la vida. «¿Cómo continuaba ahora?». Se hallaba en un ambiente politizado, más aún en año electoral, pero desde el punto de vista académico nada competitivo. La idea generalizada consiste en aprobar los exámenes y graduarse, sin demasiada presión por las notas. Lo que lleva a vivir la universidad en solitario. «En cierto sentido, cada uno es libre de vivirla como quiera». Ella empieza sola y echa de menos participar cada semana en la Escuela de comunidad, en la caritativa, en lo que sucede entre sus amigos que estudian juntos en Buenos Aires. Un día iba en el autobús hacia la ciudad para acudir a la misa del Jueves Santo, pero cambió el horario durante el trayecto y no pudo llegar a tiempo. Se echó a llorar. «Era un dolor. No entendía por qué tenía que ser así...». Luego se puso a leer el evangelio, el lavatorio de pies, y allí estaba Jesús, delante de Simón Pedro y de su resistencia («Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»), diciéndole: «Tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Entonces se reabre la partida.
Empieza a estar más presente en la universidad, con sus compañeros de curso, y a notar esas preguntas que muchas veces le acaban haciendo: «¿pero tú por qué estás contenta?», «¿por qué te gusta tanto estudiar?», «¿por qué no te cansas?»... Sus «porqués» la sorprenden. «Puedo decir que la fe ha empezado a salvarme en la universidad así, con esta sorpresa que percibía cada vez. Sorpresa porque el otro estaba ahí para mí, para hacerme consciente de quién soy, del encuentro que ha alcanzado mi vida. En cuanto me daba cuenta de esto, dejaba de sentirme sola. Si algo es verdadero, lo puedo vivir en cualquier parte». Todo empezaba a hablarle y ella comenzó a tomar afecto a todo. Incluso el profesor que afirma en clase que nuestra existencia, «fruto del azar», es una pérdida de tiempo le mantiene despierto el corazón. «Me hacía estar atenta a mi experiencia. ¿Para mí es así? ¿Nada tiene sentido? ¿No tengo valor? ¿Quién soy yo?».
Al principio medía la vida y se identificaba con lo que lograba hacer o no. Pero luego, el examen de Análisis Matemático, que la tenía bloqueada, le hizo darse cuenta de cómo trabajaba la profesora de esa asignatura. «La manera que tenía de enseñar y acompañarnos a los alumnos me remitía siempre a un “más allá", no se quedaba en nuestra nota». Aprobó el examen a la tercera, pero antes incluso de saber si había aprobado le entregó a la profesora una carta de agradecimiento. «Le dije que se veía que su objetivo no eran nuestras notas y que, al trabajar así, para mí se había convertido en otro signo de que no estoy sola. Me respondió conmovida porque eso es lo que ella desea: que podamos saber quiénes somos, que no nos limitemos a ser una nota. Para mí, esta es la cuestión decisiva: conocerme me da una libertad nueva en todas las cosas». Le impactó una conversación con un compañero de curso que no lograba entender por qué ella era tan feliz sin tener novio ni preocuparse por encontrarlo. «Estaba impresionado por mi manera de concebir las relaciones, no como algo que buscar y tener sino descubrir en la realidad algo que está pensado para mí. Y me conmovía que él viera algo que yo no estaba “haciendo". De hecho, no sabía responder a sus preguntas, solo me venía a la mente el movimiento, porque me educa a fiarme de la realidad, a vivir la vida como respuesta a una llamada. Darme cuenta de la gracia que he recibido rompe mi medida, incluso sentada en una biblioteca una tarde de estudio».
En clase, en plena campaña electoral para las presidenciales, un profesor empezó a hablar de política. «Es mejor ahorrarse el voto, porque nadie puede salvarnos de la situación en que estamos». «Me provocó mucho: ¿por qué voto?, ¿a quién voto?, ¿y si gana el candidato que no quiero? Una pregunta tras otra, me preguntaba si yo espero que un político responda al deseo de justicia que yo tengo. ¿Quién me responde?... De nuevo volvía a aflorar la conciencia de mí misma». En un momento dado, llegó Melina a la facultad. Ella también había conocido CL en Buenos Aires y cuando Pilar le propuso hacer juntas la Escuela de comunidad le respondió: «Vale, si esto me permite “estar"’ con nuestros amigos de lejos». Para ambas fue así, cuenta Pilar. «Aceptar los kilómetros que nos separaban, vivir allí donde estábamos, decidir hacer el camino de la Escuela de comunidad, que nos ayuda a no perder de vista lo que sucede delante de nuestros ojos: ese ha sido el “sí" que nos ha hecho ser una sola cosa con nuestros amigos, que respondían a su vida allí donde estaban».
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