Una provocación lanzada en la primera clase. Y esos chavales que aceptan el reto... Giuseppe Fidelibus, profesor de Filosofía en la universidad de Chieti, cuenta junto con sus alumnos la aventura de la universidad
«Dime Pepe, ¿cómo estás?». Al otro lado de la línea, la respuesta es casi un grito: «¡Cerca de la perfección!». Giuseppe Fidelibus, profesor de Filosofía teórica en la Universidad Gabriele D'Annunzio de Chieti, parece vivir siempre a caballo de una hipérbole. No tiene el aspecto típico de un hombre de pensamiento. Su estilo es más bien esa llaneza que aprendió de niño en Carpineto Sinello, un pueblecito en las colinas de los Abruzos donde nació hace 63 años. Por los pasillos universitarios no pasa desapercibido y, con los años, se ha convertido en una presencia familiar, perfectamente reconocible.
Nos encontramos con él en Milán, donde había quedado con algunos antiguos alumnos con la excusa de visitar una exposición interesante. Paseando por las habitaciones del Palacio Real con rostro curioso, mientras escucha cómo Monica, a la que conoció en la universidad y que actualmente es anestesista en el Hospital San Rafael, le explica las obras de Emilio Vedova. También le acompaña Stefano, al que conoció en clase de Filosofía y que hoy estudia un máster en la Universidad Estatal de Milán.
Fidelibus recuerda su primera clase del curso de Instituciones filosóficas. Era el año 2007. «Antes de despedirme de los chicos les lancé una provocación: el reto de este trabajo será comparar lo que dicen los autores con vuestra experiencia como hombres». Al terminar la clase, un grupo de alumnos le paró pidiéndole que fueran juntos a tomar un café. En medio del barullo del bar, cuando estaba todavía en la caja, el profesor oyó a una de ellos, Valentina, que le preguntaba: «Si el conocimiento es un desafío que presupone sacrificio y “conocer" significa encontrar algo que toque la propia experiencia, al margen de su estatus de profesor, ¿tiene usted alguna percepción de “poseer" algo que haya marcado su experiencia?». Fidelibus abrió bien los ojos. Luego, tras un largo diálogo, respondió: «Lo iremos descubriendo juntos, según vayáis comprobando la verdad de lo que leemos y estudiamos». Al final del curso llega una nueva provocación: «Vuestra comprobación de lo que habéis aprendido en este curso tendrá lugar también después del examen. Será entonces cuando empiece la parte práctica de este trabajo, cuando no os veáis presionados por la nota». Pasaron los exámenes y un día el profesor oye que alguien llama a la puerta de su despacho. Abre y se encuentra con diez alumnos del curso. Pensó: «Habrá algún problema burocrático». Y ellos: «Usted dijo que lo bueno venía después del examen. Nos ha desafiado y ahora nos toca a nosotros. No nos lo queremos perder y usted tiene que ayudarnos. Queremos preguntarle dónde ha aprendido todo lo que nos ha dicho y cómo ha llegado a hacerlo suyo».
«Les propuse vernos todas las semanas para leer juntos El sentido religioso de don Giussani». Además, periódicamente, el profesor les invita a tres días de convivencia, donde alternan la lectura de algunos capítulos con asambleas, intercaladas con momentos de estudio y reflexión personal. Con casi todos nació una gran amistad que, entre otras cosas, ha dado lugar a la exposición sobre el fotógrafo ítalo americano Tony Vaccaro en el pasado Meeting de Rímini.
Con Stefano, en cambio, el encuentro es más reciente. «En 2018 llegué a su curso bastante desconsolado por la experiencia que había tenido hasta ese momento», cuenta el joven. «Nadie parecía querer tomar en serio las preguntas que me habían llevado a matricularme en Filosofía. Pero su manera de dar clase me llamó la atención enseguida. Mostraba interés por lo que los alumnos preguntábamos». Ya al acabar la segunda clase, Stefano se acercó a Fidelibus y le confesó su frustración respecto a la universidad. El profesor le respondió: «Sigue haciéndote esas preguntas. No te preocupes, no estás solo». Así que, cuando Fidelibus le invitó a un seminario sobre Filosofía de la Economía, cinco días en el monasterio de San Vincenzo al Volturno bajo el lema “Trabajo del pensamiento y vida económica en el movimiento monástico medieval", Stefano aceptó de buen grado. La iniciativa fue promovida por una difusión informativa y una secretaría organizativa gestionada por Carmela, representante de la lista estudiantil Terza (la de “izquierdas"). A San Vincenzo fueron nueve estudiantes. Ninguno de ellos se conocía. Fueron días de clases, debates y estudio. Contaron también con el testimonio de los monjes y momentos de convivencia para conocerse mejor. El impacto fue muy fuerte para Stefano. Lo define como «un puñetazo en la cara». Nunca se había imaginado que se pudiera estudiar y dis¬cutir con tanta libertad, tocando puntos que sentía tan profundamente anclados en su vida. De nuevo, el inicio de una amistad fuera de las aulas de clase.
En aquel seminario estaba también Giuliana. Se había apuntado al curso de Fidelibus, pero no iba mucho porque el horario le coincidía con otro compromiso. Pero un día fue, aunque llegó tarde. El profesor paró la clase y le dijo: «Buenos días, ¿cómo te llamas?». Giuliana: «Quería saber quién era yo y qué estaba buscando. Fue un recibimiento que en tres años de universidad no había tenido nunca».
Desiré, en cambio, conoció a Fidelibus en un curso de Filosofía de las relaciones humanas. El programa establecía la lectura de tres textos: La humanidad perdida de Alain Finkielkraut, Mundo y persona de Romano Guardini, y Educar es un riesgo de Luigi Giussani. Este último la conquistó. «Modificó la perspectiva de mi vida. Todo el sentido de mi estudio en la universidad cambió. La perspectiva de ser “introducida en la realidad total" empezó a entusiasmarme». Pero lo que hizo saltar algo dentro de sí, más que el contenido filosófico, fue lo que empezó a ver en aquel profesor. «Un día entró en clase con una expresión abatida, nada habitual en él. Le pregunté qué le había pasado y dijo que estaba impactado por la noticia del atentado del día anterior en Alemania. Nos pidió guardar un minuto de silencio en memoria de las víctimas. Entonces comprendí que delante de mí no solo estaba el profesor con el que tenía que aprobar el examen. Tenía enfrente a un hombre. Con sus preocupaciones y sus tristezas. Con su humanidad. De ahí en adelante, fue distinto».
Resumiendo, esa manera de enseñar y de estar con ellos que todos los alumnos desean, aun sin saberlo. Una persona en camino, no un dispensador automático de verdades, o de dudas. Como explica Lelio, otro de sus alumnos. «Nos muestra cómo aprende junto a nosotros a la vez que nos enseña». Con él, continúa Lelio, aprobar el examen final no significa cortar la relación con los alumnos, sino mantenerla para seguir con el trabajo que ha comenzado en clase. ¿Cómo? Organizando seminarios, asistiendo a congresos, escribiendo artículos. Pero también quedando a comer, tomando un café o visitando exposiciones de arte por toda Italia. «Es un compañero de mi recorrido como estudiante».
¿Pero cómo lo hace? Fidelibus confiesa: «Cada vez que entro en el aula, trato de recordar el estado de ánimo con que don Giussani subió, por primera vez, los escalones del Berchet. Ardo en deseos de que quien tenga delante conozca lo que me ha pasado al encontrarme con Cristo». Al leerlo, esto también puede parecer una hipérbole. Pero cuando lo oyes en vivo, no te cabe duda de que no es así
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