Lo importante hoy es no quedarse atrás con los exámenes, ir siempre a por la nota máxima. Pero, ¿qué es lo que nos puede apasionar por la vida y la universidad? Algunos estudiantes nos cuentan lo que pasa en sus universidades
«No, así no vamos bien. Basta», Davide cierra el libro con un golpe seco. «¿Qué haces? ¿Qué pasa?», le pregunta su compañero de estudio. «Que paso del examen. No puedo prepararlo así. No disfruto. Nos han puesto un calendario de exámenes exagerado». Su amigo le mira estupefacto. «Podemos hacerlo. Uno menos y al siguiente. Venga, estamos en segundo de Matemáticas, el camino es largo...». «Tú puedes hacer lo que quieras». Cuando vuelven a verse, Davide le pregunta: «¿Qué tal ha ido?». «Aprobado, por los pelos». «¿Estás contento? ¿Qué te ha quedado de lo que has estudiado?», el otro calla. Pero unos días más tarde le busca. «Voy a volver a hacer el examen, quiero entenderlo mejor. Cuando estudio contigo y con tus amigos, veo cómo os alegráis cuando lográis comprender un paso, una fórmula. Como tú dices, disfrutáis. Siempre estáis buscando algo». Esa alegría es algo que Davide lleva consigo, viviendo. «Se debe a la experiencia de plenitud que vivo con mis amigos del CLU (la experiencia de CL en la universidad) de Bolonia». Y es algo que le sorprende. «Hasta mis padres, cuando vuelvo a casa a pasar el fin de semana, se dan cuenta. Antes intentaba “explicarles" qué es CL, luego una noche llevé a cenar a un amigo. Y pudieron ver. Me dijeron que era una experiencia “conveniente"».
Este es el primer tramo de un viaje por el mundo universitario, una compañía de amigos apasionados por la vida. Lo más hermoso -para quien escribe- ha sido ver esta vida en acto. Porque no la analizan, te la muestran. Y te la cuentan con lo que les pasa a diario.
Empezando por el estudio. Hoy las universidades italianas siguen el modelo anglosajón: lo importante es no quedarse atrás con los exámenes, ir siempre a por la nota máxima. La competitividad suele ser lo que define la relación entre los alumnos. Por tanto, se estudia mucho. ¿Pero eso basta para vivir y ser felices?
Para Stefano, en tercero de Ingeniería energética en la Universidad Bovisa de Milán, es un momento complicado. Algunos exámenes no hay quien los apruebe. Habla con unos amigos que le pasan un texto que les mandó una profesora. «No estudio por mi futuro, porque lo que me interesa es el ahora, no estudio para pasar los exámenes porque algunos no me gustan, estudio porque quiero comprender algo más de mí misma». Es un cambio de perspectiva. «Esta compañía hace que me apasione tanto mi vida que la fatiga no puede conmigo, vuelvo a empezar una y otra vez», dice en la Escuela de comunidad (la reunión semanal de CL sobre el Curso básico de cristianismo, de Luigi Giussani, ndr.).
En la Universidad Católica de Milán, cada año los jóvenes del movimiento organizan grupos de estudio durante las matriculaciones de primero. No es simplemente una especie de tutela para suplir una carencia eventual en la universidad. «Estaba en primero y mientras muchos de mis compañeros de curso estaban con “ansiedad" por el examen de Historia de la Literatura, yo, gracias a estos amigos mayores, pude descubrir todo un mundo para disfrutar, para profundizar en la asignatura. Seguía estando el miedo, pero también esa pasión que me han transmitido», cuenta Andrea. Es una experiencia inolvidable, hasta el punto de que muchos llegan a convertirse también en “maestros".
Pero hay momentos en que los amigos parecen no bastar. Al menos esa es la impresión que tiene Luca, en su último curso de Arquitectura en Milán. Después de un periodo de estudio, le da por pensar: «Siempre estamos aquí, en la misma aula, las caras de siempre». En el pasillo se encuentra con un compañero de clase muy preocupado por los exámenes que no consigue aprobar. «Lo siento», le dice Luca, «A mí me ha ido bien esta tanda de exámenes». El otro responde: «No lo dudo, tú estudias con los de la CUSL (Cooperativa Universitaria Studio e Lavoro, gestionada por los estudiantes, ndr.)». Los de la CUSL son sus amigos. «Por sus palabras, me di cuenta de que yo estudiaba “bien" precisamente por esos amigos. Pero no habría dado tanto peso a aquella frase si no fuera porque en los encuentros con Carrón estoy aprendiendo una mirada nueva hacia la realidad. Porque él mira mi experiencia como lo más valioso». Esos “encuentros" de los que habla Luca son diálogos que Carrón tiene con algunos responsables del CLU que los demás universitarios pueden seguir por videoconferencia. Es un trabajo intenso, donde no hay sitio para razonamientos abstractos, lo que importa es la vida. Es una paternidad en acto, que se refleja en todo. Un punto de referencia. De hecho, sale a menudo en sus relatos. Es como un piloto que se enciende y que les ayuda a comprender lo que están viviendo. Hay un hombre, un amigo que te acompaña más que tus propios compañeros. Poco a poco se entenderá cada vez mejor.
Esta pasión, este modo de ser aflora inesperadamente en las circunstancias más cotidianas. Clase de Historia del Arte en la Católica. El profesor pregunta quién se ofrece para recoger dinero para la excursión que se está organizando con todos los de
primero. Giacomo levanta la mano. Por la tarde recibe este mensaje: «¿Eres de CL?». «Sí». «¿Podemos vernos?». Un poco extrañado, Giacomo acepta y unas horas más tarde se encuentran en el bar. El chico le dice: «Cuando has levantado la mano me he dado cuenta de que eras de CL». El primer pensamiento de Giacomo fue: «¡Qué raro! Hubo otros dos que levantaron la mano. y yo soy lo que soy». El otro insistió: «Mi madre, que es del movimiento, tiene la misma iniciativa que tú; además, el entusiasmo con que levantaste la mano me hizo pensar que eras de CL». En estos cuatro años de universidad, a Giacomo le sigue acompañando la pregunta: ¿pero qué vio en mí este chico?
«Soy un chaval como los demás, pero vivir esta experiencia de fe me permite descubrir quién soy y disfrutar de todo. En cada detalle me va la vida. Se me hace cada vez más claro viendo a Carrón, cómo vive él, cómo consigue darse cuenta de lo que sucede. Aquí descubro el origen de lo que vivo, que en la vida hay Otro que actúa. En todo». El piloto ahora es un faro.
El todo incluye también la representación estudiantil en los consejos de la facultad y de la universidad. Lo que significa dar tiempo y energías a organismos a veces pesados por la burocracia, donde no siempre es fácil ofrecer una contribución constructiva.
Guglielmo, al que todos llaman Willi, estudia tercero de Filosofía en la Universidad Estatal de Milán. En su primera reunión del Consejo de administración del ateneo se choca con lo que gobierna el mundo, el poder, y piensa: «Nadie se escapa a la tentación del poder, yo tampoco. ¿Cómo puedo querer gratuitamente a la gente aquí, en este ámbito?». Pasan dos años de discusiones, reuniones, diálogos con los profesores y estudiantes de otras listas. «Podía estar allí siendo totalmente yo mismo porque tenía un lugar, la comunidad, donde mi humanidad es continuamente despertada. Y luego está la relación con Carrón, en él percibo un amor, una atención a la realidad, que me hace cada vez más familiar el Misterio de Dios. Ya nada te es ajeno, se despiertan una energía y una creatividad antes inimaginables». Esto vale para estudiar el examen de Historia contemporánea o para fotografiar los baños rotos de la universidad. «Porque si este lugar puede ser más bonito y mis amigos pueden estar mejor, la vida de todos ganará». Una vez el rector le dijo medio en broma: «Usted de mayor debería ser mediador». «No es una cuestión de “mediación", es que no puedo evitar sentir curiosidad por el otro, buscar el dato positivo que cada uno puede tener».
La representación, el estudio, las mesas para los de primero, las relaciones con los profesores, las horas del día nunca son suficientes. Giacomo, estudiante de Ingeniería energética en la Bovisa de Milán, tiene la sensación de que no le cuadran las cuentas con tantas tareas. Solo siente un gran peso. Otros amigos advierten también ese mismo malestar. Una noche quedan para cenar y charlar con un amigo mayor que les dice: «Sois afortunados, es decir, estáis llamados a decidir si lo importante es una organización eficaz, por la que sois capaces de encajarlo todo, o si hay algo distinto en la base de todo lo que hacéis». Vuelven a respirar. «Me corrigió la mirada. Al diablo con la organización. Hay que vivir. Carrón tiene razón».
Es un modo de vivir, de afrontar cada aspecto de la realidad, lo que atrae y suscita curiosidad, hasta el punto de querer descubrir qué se esconde detrás. Lo cual se explicita en una pregunta: «¿Por qué sois así?».
Todos los días, en la facultad de Física de Milán, Filippo ve a ese grupo de chicos que «hacen tantas cosas». Cuando Matteo le invitó a las vacaciones de estudio, aceptó por pura curiosidad. Le impactó su modo de estar juntos, de compartir el estudio, pero algo no le cuadraba. El último día intervino en la asamblea: «Han sido unos días inesperados. Habéis dicho cosas muy bonitas que comparto. Sin embargo, yo no siento la necesidad de dar la responsabilidad de todo esto a Dios». «¿Pero te parece una experiencia única?». «Sí». «¿Tú por qué crees que somos así?». «Hay algo que compartís». «La aventura es precisamente comprender eso». Es la aventura de la amistad de Cristo.
«Tres días de estudio, lo mejor de mi vida»
Una sonrisa sincera y tranquilizadora.
Ojos llenos de afecto y gracia. Una energía desproporcionada, casi una locura. Esto fue lo que vi al entrar por primera vez en el campus de Design de la Politécnica de Milán y que desde el principio me atrajo como nunca antes. Eran los rostros de Margherita y José, dos jóvenes del CLU que atendían a los que vienen de fuera a estudiar y acuden a la Ringhiera (literalmente, el patio, ndt.), una cooperativa que gestiona alojamientos en pisos para universitarios.
El motivo por el que me encontraba en la universidad de la Bovisa en julio era el de buscar un alojamiento para los años de la carrera. De lo que es la Ringhiera solo había recibido una pequeña mención de una chica que conocí por casualidad en una fiesta. Me había contado algo de la cooperativa pero nada del movimiento.
Por eso, movida por la curiosidad y el desánimo porque me habían tratado muy mal los propietarios de varios apartamentos de Milán, decidí ir a ver a aquellos dos jóvenes.
Me bastó conversar con ellos 30 minutos, saber cómo vivían en los apartamentos pero sobre todo en la universidad, para convencerme de que la propuesta que describían también podía tener que ver conmigo. Me sentí abrazada, hasta entonces nunca me había sentido tan querida por dos extraños. Pero eso fue solo el principio de mi encuentro con el movimiento, pues gracias a Margherita y José tuve noticias de los Pretest, es decir, tres jornadas organizadas por la asociación Lista Aperta para ayudar a los alumnos de nuevo ingreso a prepararse para las pruebas de acceso a la facultad. De hecho, aunque ya estaba buscando alojamiento aún no estaba muy convencida de qué iba a estudiar porque aún no había pasado los test.
Mi deseo de entrar en la Politécnica de Milán aumentó a raíz de aquel encuentro, por lo que decidí prepararme bien para aprobar. Por eso, los Pretest fueron para mí un pequeño rayo de sol en medio de mis afanes. Estaba dispuesta a todo con tal de vivir esos días de estudio con los chicos de Lista Aperta.
Y así fue. A pesar de que se habían acabado las plazas disponibles para las tres jornadas de los Pretest, la mañana del primer día agarré la mochila, los libros y un tren que me llevó hasta allí.
Nada más llegar al campus, sin tener ni idea de cómo iban a ser esas jornadas, otro rostro me volvió a sorprender. Fue una sonrisa de ternura y un “¡claro, quédate a estudiar con nosotros!" que me hizo entender que algo debían tener en común los chicos de la Ringhiera y los de la universidad. Tenían algo especial.
Aquellos tres días de estudio fueron lo mejor de mi vida. Porque estaba viviendo algo que era para mí, y era evidente que dentro de los pequeños gestos de aquellos jóvenes se guardaba algo a lo que no lograba poner nombre. Aquella compañía me fascinaba por la alegría y seriedad con que se tomaban la vida y me atraían sus ganas de crecer juntos. Volví a casa, después de hacer el test, con el corazón esponjado y muchas ganas de vivir. Me sentía tan plena que estaría feliz aunque no hubiera aprobado el test.
Cuando volví a encontrarme con aquellos jóvenes de la universidad el primer día, estaba tan feliz como impactada porque, después de varias conversaciones y mi primera Escuela de comunidad, tomé conciencia de algo grande: lo que vivía dentro de aquella compañía era Cristo. ¡Él era quien los movía de aquella manera! Fue precisamente gracias a ellos como entendí que podía llamar a Dios autor de mi vida y de la de todos aquellos rostros que tanto me atraían. Deseo y sencillez han sido para mí los ingredientes que me han permitido reconocer y seguir una diferencia visible para todos y que aún sigo hoy para vivir mis jornadas con el asombro del primer día. Confianza y amor son el motor que me hace avanzar cada día al lado de esta compañía, en un largo camino preparado por Otro que, gracias al movimiento, llego a llamar Cristo.
Alessia, Bérgamo
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