Querido Julián, hace dos años y medio la vida de mi marido, Giorgio, y la mía cambiaron radicalmente, con motivo de la enfermedad que le ha tocado. Él que ha gastado su vida cuidando a otros, también en distintos países del mundo, ahora depende totalmente de los cuidados de quien lo asiste. En estos años, he reconocido paulatinamente casi una nueva vocación, no solo por la experiencia de la prueba, sino sobre todo gracias a los dones que no nos niega, en primer lugar, una renovada unidad entre nosotros, un amor con el tiempo cada vez más verdadero, como purificado de todo lo que la fragilidad humana siempre conlleva.
Pero cada paso que Dios nos permite dar debemos continuamente volver a pedirlo. De hecho, en este último período pasé por una crisis de soledad muy dura para mí. No me faltan amigos cercanos, pero era como si no me bastaran y sentía más fuerte que nunca la necesidad de una compañía que continuamente me indicara la meta. Estando desconsolada, una mañana encontré en mi libro de oraciones esta breve jaculatoria: «Jesús, por tu divina soledad, enséñame a vivir solo contigo». Me volvió a la cabeza lo que me decía el padre Tiboni: «Cuando Jesús está conmigo, no me falta nada». He mantenido en el corazón esta oración y se me ha hecho patente que solo la compañía de Cristo puede colmar la vida. Lo entendí porque, tras haberlo pedido y haber recibido el don de sentir que Cristo está presente y es la verdadera respuesta a mi soledad, cambió mi mirada hacia la compañía. Todas esas incrustaciones que estropean las relaciones, las pretensiones y los prejuicios, el reproche y las desilusiones, se han venido abajo. Empecé a mirarlos con ojos nuevos: todos, tal como son, pueden reflejar el rostro de Cristo que me acompaña, porque Dios nos ha juntado a lo largo de la historia de nuestra vida para caminar hacia él, y el deseo de su corazón es el mismo que tengo yo. Todas las semanas vamos a visitar a nuestros amigos Enrico y Giovanna. Todas las veces es como estar delante del Misterio que hace posible vivir una vida plena en cualquier circunstancia. A menudo me conmueve el gesto de ternura de Giorgio cuando acaricia las manos de su amigo, y sus miradas recíprocas tan cargadas de afecto. Giorgio, cuya enfermedad lo ha despojado de casi todo, sabe reconocer la plenitud de vida que nos muestra Enrico. Creo que el paso de autoconciencia del que nos hablas es este: la certeza de que Cristo es nuestra esperanza y la hipótesis siempre positiva sobre nuestra vida, que solo un corazón sencillo y una mirada pura pueden reconocer y experimentar.
Pupa, Varese (Italia)
La noche entre el 19 y el 20 de enero nos dejó inesperadamente un queridísimo amigo, el padre Georgi Orekhanov, sacerdote ortodoxo. Respondiendo a un correo de una amiga italiana, su mujer nos dijo: «Transmitidle un poco de la alegría pascual que estamos experimentando». A las dos semanas de la muerte del padre Georgi, podemos decir que realmente lo sentimos más amigo y cercano que nunca.
Y queremos contar algo de lo que hemos vivido en estos días. La impronta que el padre Georgi ha dejado en la vida de muchos fue evidente en la iglesia «llena como en la Pascua» para su funeral. Pero lo realmente increíble fue el aire de resurrección que se respiraba en primer lugar en la mirada de Lena, su mujer. En medio de las lágrimas, su mirada era serena, llena de certeza y de alegría. Una de nosotros comentó: «Jesús le dijo a aquella viuda: “No llores". Ahora, delante de nosotros, hay una viuda que nos dice a todos: no lloréis». Su mirada nos arrastró a todos. Y en esa mirada nos hemos encontrado todos unidos, incluso con gente que nunca habíamos visto antes. Su hija mayor le dijo a su madre: «Los que han estado más cerca de nosotros con alegría han sido los monjes ortodoxos de Optina Pustin' y los Memores Domini». Nada más distinto unos de otros. Sin embargo, deteniéndose un momento, resulta muy claro lo que nos une. El amor a ese Destino, Jesucristo, que el padre Georgi nos ha dado a conocer y que él ha alcanzado antes que nosotros, para atraernos hacia Él. En estos años hemos descubierto qué es la unidad también gracias a la relación con él que, en un momento dado, por la amistad profunda que había nacido con algunas personas del movimiento, empezó a sentir dolor por la herida que la división entre las iglesias cristianas procura al cuerpo de Cristo. Durante una cena, le oímos decir por primera vez esta frase: «Mi mayor sueño es que un día nuestros hijos bajen a la plaza y digan: basta, ya no podemos más con esta división, queremos volver a la unidad». Entonces entendimos que el afecto entre nosotros había crecido de tal manera que en él brotaba el dolor por esta herida. Era el fruto de un camino de amistad que cada uno había vivido en la pertenencia a su propia tradición. Con él entendimos mejor que la unidad no consiste en eliminar las diferencias, sino en abrazarlas tendiendo juntos a la verdad. El padre Georgi amaba repetir una frase del padre Sergio: «No somos nosotros los que creamos la unidad, es la unidad la que nos genera a nosotros». Lo hemos comprobado en estos días, con su familia, sus colegas y también en la comunidad donde a veces prevalecen nuestras medidas y pretensiones. Frente a la muerte de un padre nos hemos encontrado todos unidos. Con don Giussani, nos sale decir: «Reconocemos que todo es gracia, incluso la muerte. Te pido, Señor, ven a mí, porque tu gracia vale más que la vida». Realmente nos gustaría vivir siempre así.
Tiziana y Caterina, Moscú (Rusia)
Del mes de septiembre hasta enero estuve de Erasmus en Lovaina, Bélgica. Durante las vacaciones navideñas regresé a casa para recargar las pilas antes de los exámenes. En esos días, hablando con un sacerdote, amigo mío, le expresé mi perplejidad acerca de mi vuelta a Bélgica porque allí me esperaba un período en el que me quedaría en casa estudiando en la más completa soledad. Él me retó a buscar la compañía de Cristo. Al momento, le di las gracias por sus palabras pero no le tomé muy en serio, porque para mí la fuente principal de compañía son los amigos. Nada más llegar a Bélgica, retomé mis estudios, pero por la tarde, al escuchar las campanas, me decidir a ir a misa. Empecé a hacerlo a diario, acudiendo a la parroquia del padre Sean. Al salir de misa, a veces dábamos juntos un paseo o tomábamos algo en un bar. Un día celebró la misa otro sacerdote, quien recordó en la homilía que el punto focal de la eucaristía no es la relación con uno u otro cura, sino con Jesús. Al decir esto, me ayudó a centrarme en el origen de la misa y de la fe. Ciertamente el Señor se hace presente mediante rostros y personas, pero él es el centro de todo. Este tiempo de soledad me ha permitido entender este aspecto fundamental al que me remitía mi amigo sacerdote. Una vez acabada mi estancia Erasmus, brainstorming sobre esos meses. De vuelta a Bolonia no puedo negar la hermosa diferencia que existe entre la vida del CLU y los meses en Bélgica, sin embargo, no puedo negar que he visto a Cristo obrar constantemente, aunque de modo distinto a como estoy acostumbrado, pero la raíz es la misma. «Miembros distintos de un mismo cuerpo».
Tommaso, Ímola (Italia)
Todo empezó un lunes en la sala de espera del pediatra de mis hijos. Tomé acaso una de las revistas que se suelen poner en la mesilla para quien quiera leerlas: era Huellas. Me puse a hojear las páginas y a leer algún título. Había un artículo de Julián Carrón. Tengo que decir que no sabía mucho de CL, y de Carrón nada. El artículo me gusta aunque no lo entiendo todo, se citan autores de los que no sé nada. El domingo, después de misa, me doy cuenta de que en la iglesia hay una mesa de libros donde venden la revista Huellas; compro el número que había empezado a leer. Lo leo con calma, sin dejar de leer ningún artículo; vuelvo a leer algunos. Subrayo algunas frases que me llaman la atención: «¿Por qué no utilizas la duda para ver cómo te responde la realidad? Si tienes preguntas o dudas, fíjate en la realidad y comprueba si tus dudas encuentran respuesta». ¿Es posible que sea tan simple? ¿Basta con prestar atención para encontrar respuestas? ¿Pero prestar atención a qué? Al cabo de unos meses, leo en el folleto de la parroquia que el miércoles siguiente hay Escuela de comunidad con Carrón... Ese «prestar atención a la realidad» me ronda en la cabeza. Soy curiosa, decido participar. Llego antes, va llegando la gente, a algunos los reconozco: padres que llevan a sus hijos al mismo colegio que los míos, vecinos del barrio. Muchísimos chavales. El encuentro empieza con unos cantos, luego Carrón introduce el tema del encuentro y empiezan las intervenciones. No entiendo todo lo que se dice. Al mes siguiente decido volver, esta vez con una pareja de amigos que me pregunta si quiero ir con ellos. Así, me siento acompañada. Desde entonces, solo me he perdido un miércoles. Todavía no comprendo muchas cosas, leer el texto me resulta difícil, pero siempre que lo releo después de los encuentros me doy cuenta de que entiendo mejor a la luz de los testimonios y de las palabras de Carrón. Algo resuena en mí, me hace estar atenta a la realidad y me empuja a seguir.
Pamela, Milán
Nuestra hija Sara murió el pasado mes de julio a los 18 años de edad tras seis meses de hospitalización y toda su vida luchando contra una enfermedad genética. Era una persona con las mismas inquietudes y deseos que cualquier chica de su edad pero marcada por las limitaciones y dolor físico de su enfermedad que le ocasionaba una profunda tristeza pero que a su vez no mermaba un ápice su afecto hacia los demás. Paradójicamente esas limitaciones eran la catapulta para un deseo mayor de creatividad en distintos ámbitos de su vida y sobre todo en sus estudios de diseño gráfico. Fiel y leal a sus amigos, capaz de reconocer lo verdadero, valiente de corazón pero herida por su enfermedad, no siendo capaz de soportar el peso diario de los cuidados que conllevaba. Pero para poder entender lo sucedido tenemos que retroceder al año pasado, momento en el que la enfermedad comenzaba a complicarse de forma rápida y progresiva. Durante ese periodo tuvo tres infecciones respiratorias, con sus consecuentes tratamientos intravenosos de tres semanas cada uno, que los recibía en casa para evitar su hospitalización. Su enfermedad se agravaba, acelerada por la desnutrición implícita de la enfermedad y, estando sumida en una depresión, no cumplía con los tratamientos, tiraba los medicamentos a la basura o los escondía en los bolsillos. Cuando visitábamos semanalmente a los médicos, parecía que no reconocía lo que le estaba sucediendo, pese al evidente deterioro de su salud. Enseguida nos percatamos de que el problema de Sara no era simplemente el hecho de no aceptar y afrontar la enfermedad sino la falta de una mirada de ternura sobre sí misma. Llegó un momento en el que estábamos exhaustos, intentando hacer todo lo posible para que se cuidara y cumpliera los tratamientos, desesperados e impotentes frente a su pasividad, lo que originaba permanentes discusiones agotadoras. Tras confrontarlo con amigos y con los médicos, decidimos dar el duro paso de dejar que ella decidiera, que tomara el total protagonismo de su vida, con todas las consecuencias, a sabiendas de que probablemente iba a acelerar su proceso degenerativo a nivel respiratorio. Fue difícil aceptar ese paso, pero era lo más educativo, lo más verdadero, ya que no podíamos pasar por encima de su libertad. Como consecuencia de ello, en enero de 2019 fue hospitalizada en un estado de franco deterioro, tras empeorar rápidamente. Durante esta hospitalización persistía en la misma actitud: no cumplía las pautas médicas, no quería que nadie supiese que estaba hospitalizada ni deseaba que el grupo de universitarios del CLU, con los que comenzaba una amistad, la fueran a visitar. De forma misteriosa mejoró discretamente y fue dada de alta en el mes de febrero. Creo que Dios le dio un respiro de diez días, antes de volver a recaer, porque durante el tiempo que mejoró pudo asistir con mucha alegría a los Ejercicios Espirituales de los universitarios de CL en Madrid acompañando a sus amigos y, cómo no, con una incontable cantidad de medicación. Este viaje fue decisivo para su vida, el punto de inflexión, encontró una mirada que la amaba tal y como era, se encontró con Cristo y comenzó a aprender a mirarse con ternura. Comenzó todo un cambio “imposible". A su regreso, de nuevo empeoró y tuvo que ingresar en el hospital. El deterioro físico era evidente, con treinta kilos de peso, pero esta vez fue diferente porque constatamos un cambio de actitud paulatino: quería que sus amigos fueran a verla, prestaba una atención y preocupación inusitada hacia ellos. Esas visitas eran vitales para ella, casi tanto como la medicación que recibía: no le importaba hablar sobre su enfermedad, tomarse fotos con ellos aunque tuviera una máscara de oxígeno. Claro ejemplo fue la misteriosa, especial y excepcional amistad entre Sara y otra amiga que allí conoció. Una chica de un corazón, una sencillez y una búsqueda increíble, una amistad única que a Sara le cambiaba la mirada. Ante la dureza de las circunstancias, Sara tuvo que “sacar de la mochila" todo lo que había visto y oído en su vida (en casa, en la escuela de bachilleres, en la relación con nuestros amigos) y valorar si era lo más humano y verdadero. Precisó hacer suyo lo único que tenía para poder vivir aquella dura realidad, hasta el punto de manifestar claramente su experiencia con Cristo en aquella preciosa amistad que era un regalo. Un día le pregunté: «¿Valdría la pena todo esto por que tu amiga se encontrara con Cristo?». Y me contestó sin titubear un “Sí" rotundo. Cuando llegó el momento de su muerte, me di cuenta de que siempre me había imaginado ese momento de forma terrible, pero no fue así. Había una gran tristeza, sin duda, pero lo que predominaba era el agradecimiento. Sin duda Dios tuvo misericordia con nosotros, porque todo aquello era humanamente imposible. La oración de tanta y tanta gente nos ha sostenido todos estos años, los seis últimos meses de hospitalización, los momentos finales, el velatorio y el entierro. Muchas veces entra en mis pensamientos cómo creo que deberían haber sido las cosas, mis esquemas. Es como si el diablo quisiera entrar a destruir los hechos. Y tengo que volver a hacer memoria de todo lo acontecido... ¡imposible! Si Sara estuviera un minuto más con nosotros, yo no podría añadir nada más verdadero a lo que sucedió, a su vida. Vimos su vida cumplida.
Vicente, Tenerife
Seguir lo que sucede «Podemos esperar su venida pero sin amar verdaderamente el modo con el que Él decide venir cada vez». Con esta frase de Giussani en la memoria he ido a Venezuela, porque dos años antes me había encontrado con estos amigos con los que he estado haciendo un camino epistolar porque no los conocía, pero las circunstancias han hecho posible que yo vaya a su encuentro, precisamente a verificar esta frase. ¡Cuántas veces nos sucede que para hablar de la gestión de las cosas que nos toca hacer dejamos la fe al otro lado de la puerta! Qué conciencia tienen ellos de la verdadera necesidad, qué corrección tan fraterna verlos jugarse la vida entre ellos hasta el extremo último de su necesidad más última. Todo, todo, todo lo ponen en juego entre ellos. Todo. Toda su necesidad. Y entonces caí en la cuenta de que una asamblea así no es fruto de una capacidad, de un esfuerzo o de unas normas. Es fruto de la gracia que ha alcanzado a estos amigos, de la necesidad que tienen, de cómo siguen el carisma y de no dar por descontado nada de lo que sucede. La consecuencia de vivir así es que no he visto en estos amigos a ninguna víctima. Para ellos el punto de partida no es una queja, sino la propia realidad convertida en aliada. Me ha impresionado cómo se la juegan, reclamándose a poner delante todas las necesidades, a no establecer una norma fija. Por ejemplo en el reparto de la bolsa solidaria, que no es que hagan una bolsa solidaria para los demás -que también- sino que todos la reciben, en la forma de ayudarse para conseguir las medicinas, en el dinero, en la conciencia de la Fraternidad como el lugar que lo sostiene todo. ¿Quién tiene el arrojo de preguntar a sus amigos, alguno de los cuales ha pasado hambre o ha perdido nueve kilos en el último año, si se están acostumbrando a la bolsa solidaria? ¿Quién hace caritativa como el lugar para conocer más al Señor cuando no tiene ni para él? ¿Quién mantiene la fidelidad al fondo común en esa circunstancia? ¿Quién te hace un reclamo absoluto a cuidar a la persona o a no repetir esquemas? ¿Quién huye del asistencialismo porque -dicen- caeríamos en el mismo método que el gobierno, aunque la motivación sea distinta? ¿Quién pone en juego su tiempo y su ingenio para emprender o favorecer la generación de un sujeto protagonista del trabajo? Y yo me doy cuenta de que solo uno que se ha dejado tocar por el Misterio en todo su yo puede vivir así. No queda otra. Viven así, tocados por el Misterio. Por eso viven como viven allí donde viven. Nos conviene mirar a Venezuela porque el Misterio está haciendo obras grandes con estos amigos nuestros.
Lolo, Osuna (Sevilla)
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