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Huellas N.05, Mayo 1995

VIDA DE LA IGLESIA

Hombres, con pasión

Renato Farina

La Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlo Borromeo cumple diez años. La memoria de Cristo y su eficacia benévola hacia el hombre. Desde Argentina hasta Novosibirsk

Una fraternidad de curas, ¿puede ser una fraternidad de hombres? ¿Puede ser algo que no sea una manera pía de ayudarse en un “oficio" difícil y escabroso, sino el método para crecer en humanidad? En Fano, en el seminario diocesano, al caer del otoño, hemos participado en un encuentro de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlo Borromeo. Allí estaban reunidos, en tomo a don Massimo Camisasca, fundador de dicha fraternidad, los curas de las casas que viven fuera de Italia. Son ya muchas, y en todos los continentes. En Europa: Italia, Francia, Alemania, Irlanda, España. En Siberia, que es Asia. En Africa: Uganda y Kenia. En las Américas. Estados Unidos y Canadá en la del Norte; Chile, Paraguay y Argentina en el cono Sur. En total son diecinueve, además de la Casa Madre y la Casa de Formación.
Hace justo diez años el cardenal vicario de Roma, Ugo Poletti, incardinaba en su diócesis a un grupito de sacerdotes que habían obedecido a su vocación sacerdotal siguiendo el carisma de Comunión y Liberación. Era el 14 de septiembre de 1985, y Poletti acogió su asociación sacerdotal. En el 89 la acogida de la Iglesia se manifestó en la forma plena de reconocimiento a través del “decreto de erección”. La Fraternidad encontraba su lugar canónico entre las “Sociedades de vida apostólica”. El documento oficial sanciona la especificidad de estos sacerdotes “de San Carlo”: «difusión misionera de la Iglesia y en particular del movimiento de Comunión y Liberación». Pero volvamos a Fano y entenderemos de inmediato.
En torno a una concurrida mesa de amigos hay la extraña tensión propia de los momentos más grandes, en los que se hace evidente que hay un Misterio que da forma, profundidad y dirección al estar juntos. ¿Es mucho decir? ¡No! Está hablando Fee (Alfredo Fecondo). Fee cuenta de Novosibirsk que es uno de los lugares extremos del planeta: hielo o fango, tanto fuera como dentro de las personas; un Far West del que la única historia que llega es la de los campos de concentración y las deportaciones de pueblos: hay núcleos de alemanes, polacos, tártaros y , por supuesto, rusos. Fee, tras haber recibido la ordenación de diácono el 15 de octubre del año pasado, fue destinado allí. (Mientras leéis Fee ya es cura: ha sido ordenado el 16 de septiembre pasado por el cardenal Ruini en San Juan de Letrán, la catedral del Papa). ¿Novosibirsk? Comunión y Liberación tiene por aquella parte su avanzadilla misionera, que empezamos a conocer. De la Fraternidad Sacerdotal está ya don Paolo Pezzi, cuyas cartas ya hemos publicado en Tracce.
Y está Fee. Fee explica que ha pasado un año de cocinero, en el sentido de pelar patatas, encender el hornillo, dar sabor a la menestra. Fee cuenta su llegada a Moscú y la acogida de Jean Francoise. Partida en el vuelo hacia Novosibirsk. Llegada a las 5 de la mañana. «Un frío de perros». Encuentra a los chavales siberianos tal cual él estaba antes de que le ocurriese el encuentro decisivo; sí, aquel encuentro en la Universidad Católica de Milán, con las clases de don Giussani, y el renovarse de todo esto con don Camisasca en Roma, en la casa de formación de la Fraternidad. ¡Y otra vez en Novosibirsk! «Vuelve a acontecer el encuentro con Cristo, presente en medio de nosotros, curas y no curas, grupo adulto o estudiantes». Fee anuncia que ha escrito una frase en su cuaderno: «he descubierto que lo que es absolutamente inútil, como yo, se convierte en absolutamente indispensable». Esto es el milagro. ¡Ah!, pero esta Fraternidad Sacerdotal no es un ente que viene en ayuda de la misión de CL. Aquí se trata sencillamente de la experiencia de CL. El ser curas, el pertenecer a esta comunidad concreta constituida canónicamente, es la forma a través de la cual el carisma hace crecer en humanidad. Don Massimo Camisasca comenta: «en esta frase de Fee está la idea de casa, de fraternidad, de movimiento. Cada uno de nosotros por sí solo es nada. Se hace potente cuando acepta el puesto que Dios le ha señalado. Se llama vocación». Tras esto don Massimo anuncia que dos entre ellos estudiarán el ruso, y que esos tales aún no lo saben: la misión llama.
Los curas africanos y los americanos cuentan. Por una parte la tremenda realidad del SIDA y la experiencia de una nueva humanidad que brota del movimiento y es capaz incluso de cambiar la desesperación en amor; por otra, la opulencia de la comunidad católica americana que se siente satisfecha de sus múltiples actividades, pero dejando tranquilamente después a sus fieles prisioneros, sea del mito democrático según el cual bastan buenas leyes sociales para ser felices, sea del mito republicano que confía al dinero la solución de todos los males.
Pero he aquí que la presencia de un par de curas extraños, que son hombres verdaderos, se convierte en el inicio de una vida del otro mundo en Fall River, en Michigan. Golpea el orden de esta pacífica amistad. Circula entre ellos la página donde está transcrita la homilía de don Giussani pronunciada durante la misa del 19 de Marzo, con la que ha concluido la Asamblea General de la Fraternidad.
Menciona cuatro puntos.
1. «A nosotros se nos ha revelado el Misterio que hace todas las cosas. Dios, el Misterio de Dios, se ha implicado en la vida cotidiana del hombre».
2. «Es en un lugar, en un tiempo, en un encuentro preciso, donde se da la gran noticia...».
3. «Es siguiendo ese encuentro, ese temperamento, como cada uno de nosotros se hace cada vez más consciente y lleno de afecto hacia la memoria de Cristo. Todo esto asume tal eficacia benévola hacia el hombre que jamás se hubiese podido imaginar... La nueva moralidad... se llama obediencia. Es en la obediencia donde, lanzado a la aventura de proyectarme a mí mismo a través de la acción, sin embargo te afirmo a Ti, porque esto es el amor».
4. «La virginidad como virtud de todo el pueblo nuevo, como virtud suprema de la obediencia, constituye para el mundo el primer milagro, ante el cual nadie puede eximirse de pensar -aunque sea negando o blasfemando- en el Misterio de Dios que se ha hecho hombre, Cristo».

Impacta esto: que a los sacerdotes no se les digan palabras distintas de las que se nos confían a nosotros, laicos. No es que ser cura no sea nada, al contrario. Está el bautizado, y no hay un camino para los curas y otra para el que se casa: el método es el mismo, que es la Escuela de Comunidad, el movimiento. Camisasca insiste: «Estamos totalmente deseosos de pertenecer al movimiento, queremos dejarnos educar por el carisma respondiendo a las necesidades misioneras del movimiento y mostrando con nuestra existencia que el carisma lleva a la madurez las vocaciones al ministerio ordenado». En el fondo todo está contenido en la dedicatoria firmada por “don Giussani” que figura como lema en las estampas de la Fraternidad de San Cario Borromeo : «...una pasión por la gloria de Cristo y la vida como testimonio de tal pasión...».

(Traducido por José Clavería)


Testimonio y misión
De la homilía del cardenal Camillo Ruini, Vicario de Su Santidad para la diócesis de Roma, con ocasión de las ordenaciones presbiterales del 16 de septiembre de 1995
En la liturgia de esta tarde, el misterio que se cumple es una de las maravillas de la infinita misericordia de Dios, esa misericordia que atrae hacia sí a nosotros pecadores, que nos reconcilia con Él, que va todavía más allá: nos hace instrumentos de su misma misericordia. De hecho, estos ocho jóvenes que reciben esta tarde el presbiterado, y el joven que recibe el diaconado, están llamados a convertirse en instrumentos de la misericordia de Dios.
(...) Esta experiencia de la conversión en el encuentro con Cristo, de la relación personal y comunitaria con Él, es la experiencia de la que provienen estos ocho diáconos que se aprestan a recibir el presbiterado y de la que proviene también este joven que va a recibir el diaconado. En concreto es la experiencia madurada, como nos decía monseñor Camisasca, en el seno del movimiento de Comunión y Liberación, una experiencia que se hace amistad recíproca, pero sobre todo amistad con el Señor Jesús.
(...) A través de la ordenación sacerdotal vosotros, queridísimos amigos, sois enviados por la fuerza de vuestro encuentro con Cristo, por la fuerza del don del Espíritu Santo que esta tarde recibís según la modalidad de vuestra fraternidad apostólica, sois enviados para ir no sólo por Italia, sino por Europa y por el mundo entero, ir en el nombre de Cristo, pero siempre yendo juntos para que continúe el encuentro con Cristo en los hermanos, del cual ha nacido vuestra vocación. (...) Quisiera terminar volviendo a lo que he señalado al principio: al gran tema de la alegría. La alegría por el sacerdocio, que es alegría de aquellos que son ordenados, de sus familias, de su gran familia que es la Fraternidad de Comunión y Liberación, y de aquella más específica familia que es la Fraternidad Sacerdotal de los misioneros de San Cario Borromeo. Y alegría también de la iglesia de Roma, de la Iglesia que está en el mundo entero y de las iglesias hermanas que recibirán a estos jóvenes, para que, en ellas, ejerciten el ministerio en el nombre del Señor Jesús.
(...) Quiero manifestar mi agradecimiento al movimiento de Comunión y Liberación, que también en el dar vida estos frutos de la gracia que son las vocaciones sacerdotales, testimonia su vitalidad y su fecundidad cristiana. Este agradecimiento también quiere ser para todos nosotros un compromiso a caminar juntos en el camino que nos indica el Señor Jesús, más bien en el camino que el Señor Jesús ha recorrido primero y que hoy quiere recorrer junto con nosotros.


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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