Testimonios desde Novosibirsk donde en torno a la Escuela de Comunidad crece una compañía cristiana. Josif, Anna y la conciencia del Destino. «Y le miraban hablar»
Escuela de Comunidad
Comencé a hacer Escuela de Comunidad hace dos años y puedo decir que, de forma intuitiva, he comprendido la importancia de ese momento, pero lo que es la Escuela de Comunidad, su sentido, es algo de lo que me he dado cuenta más tarde, concretamente este año. En efecto, sobre todo este año, se ha convertido para mí en un trabajo, porque me he dado cuenta de que la Escuela de Comunidad no es simplemente un “bonito” encuentro con los amigos en el que se lee el texto de don Giussani El sentido religioso, sino que es lo que me ayuda en la vida, lo que me ayuda a caminar, a seguir adelante por el camino que me conduce hacia el Misterio, sin el cual no puedo vivir; me hace tomar conciencia de que, de alguna manera, aquello que hago debe servir para la gloria de Cristo. Y esto es verdadero para mí, es algo muy concreto, que reclama a un trabajo cotidiano, exige la comparación de aquello que leo, de lo que aprendo, con cada momento de mi vida, para que Cristo y el camino hacia él no resulten abstractos.
Josif, Novosibirsk
El camino más sencillo
Seguramente hay otros caminos, otras vías distintas, pero para mí éste ha sido el camino más sencillo. Me basta mirar el rostro de mis amigos para poder “ver que ellos ven” a Jesucristo. Uno se puede dar cuenta de esto en cosas muy simples. Por ejemplo en las últimas vacaciones era necesario preparar la comida por turnos; trabajábamos con Ubaldo, un sacerdote que vive con nosotros en Novosibirsk —el jefe de cocina—, y con otros amigos: bastaba mirar cómo trabajaba él y seguirlo. Así ha sido también para algunos amigos que por primera vez venían con nosotros de vacaciones. Había además una chica japonesa, ¿qué podía hacer? No entendía nada, la acabábamos de invitar, pero incluso ella tenía esta mirada. Y a mí me bastaba mirar cómo ella miraba.
Anna, Novosibirsk
Cuando le pregunté a Anna: «¿Qué es lo más importante que ves en nuestra compañía de Novosibirsk?» ella me respondió: «Y le miraban hablar», una frase que había leído muchas veces junto a sus amigas y que le había impresionado particularmente: «Y le miraban hablar». La misma Anna, al final de las vacaciones, me dijo: «Mirando los rostros de mis amigos “veo que ellos ven” a Jesús». En la sencillez, quizá incluso en la ingenuidad de esta frase, hay 2000 años de cristianismo.
Ver a Cristo significa ver este rostro, el rostro de los amigos, ver en ellos el rostro de la gran Presencia que ha cambiado la historia viniendo al encuentro del hombre. A muchos jóvenes los hemos encontrado en la Universidad donde enseñamos —junto a algunos amigos de los Memores Domini— cultura italiana o materias relacionadas con la filosofía. En estos dos años, tanto en el servicio a la parroquia como en la enseñanza, la experiencia fundamental ha sido la de que vuelve a suceder una unidad.
Unidad ante todo de mi persona, de la que solo no sería capaz, y después la unidad que se dilata en torno a nosotros a través de encuentros. Como le ha sucedido a Sascia que en el trabajo tiene el Manifiesto sobre la mesa. Un día me dijo: «Es realmente cierto que la única cosa útil que cuenta es mirar». Éste es el criterio. Mirar obliga, me obliga a mí cada día a comenzar de nuevo no de aquello que pienso sino de aquel encuentro. En otra ocasión Sascia me dijo: «Sabes, he puesto uno junto al otro en mi habitación el Manifiesto de este año y el del año pasado. De este modo he entendido qué quiere decir mirar. Pedro parece decir a Jesús: “Yo no puedo hacer otra cosa”. Por eso tengo en el trabajo esta imagen del Manifiesto y busco mirarla una y otra vez. De este modo he aprendido a pedir tener la misma mirada de Pedro».
Hace poco tiempo, con Sascia, Josif y algunos otros amigos hemos ido a un lago para hacer una excursión con una barca a pedales; mientras regresábamos Sascia me dijo: «Nuestra compañía, la comunidad cristiana, es verdaderamente como estar sobre una barca porque lo importante es el fin: alcanzar la orilla».
Para continuar la comparación: en nuestra compañía hay quien está con las velas, quien está al timón, quien marca el ritmo, pero lo que domina es la finalidad.
El destino es una presencia que está frente a mí y me guía, porque la relación que yo tengo con el destino es una compañía. Lo que me guía hacia el destino se hace explícito, es decir visible, incontrolable, se hace aquella relación que me constituye y que de otra forma se me haría infinitamente más cansado ver. Hace poco tiempo una chica me dijo: «¿Pero por qué yo tengo este miedo a afirmar lo que es razonable para mí?». Le respondí: «¿Recuerdas cuando leímos en El sentido religioso aquello sobre la experiencia del riesgo? El problema es que a menudo confundes el corazón con el sentimiento y de este modo te quedas pegada a tus sentimientos, pierdes la evidencia de la relación original, no la pides». Después de las vacaciones me dijo: «He entendido dónde está la diferencia entre estar de acuerdo y aquello que me corresponde. El estar de acuerdo me deja fuera mi yo —yo no tengo que ver—, sin embargo la correspondencia con el corazón me obliga, me empuja al ejercicio, al ejercicio de mi persona».
(Traducido por Nacho Carbajosa)
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