Dos estudiantes de Medicina en Calcuta. Un mes con Madre Teresa y sus hermanas, el milagro más bello y conmovedor de la Iglesia. Para colaborar en la construcción del gran templo de Dios. Pensando en el destino del otro.
Treinta y uno de Julio, salida hacia la India. Destino: Calcuta, unas vacaciones insólitas. Sí, precisamente a Calcuta para trabajar como voluntarias de Madre Teresa. Hemos partido un poco asustadas, pero llenas de entusiasmo. La decisión ha surgido en nosotras, porque durante el año hemos sido provocadas a la misión, es decir, a aprender una mirada más abierta sobre el mundo.
El primer impacto con Calcuta ha sido bastante violento: muchísima pobreza, gente que «vive» en las aceras, un calor asfixiante mezclado con ese olor penetrante e insólito, típico de la India, que no te abandona nunca.
Nada más llegar al convento de las Hermanas Misioneras de la Caridad, nos han impresionado la paz y la alegría que transparentaban sus rostros. Las hermanas y la misma Madre Teresa viven la pobreza porque «la pobreza -dice la Madre Teresa- es alegría y libertad para nosotras. La pobreza es un ofrecimiento que hacemos a Dios» dice Madre Teresa. En los días transcurridos en Calcuta hemos experimentado qué significa realmente servicio y caridad. Es Cristo quien trabaja a través del hombre, instrumento real de servicio, y no importa cuánto hagas, sino cuánto amor pones en las acciones que realizas. Frente al sufrimiento de los enfermos, de los niños abandonados y de los moribundos, o se cae en un voluntarismo desesperado o se vive con la conciencia de que «nuestra misión es llevar a Dios al mundo, no un Dios muerto, sino un Dios vivo».
Impresionadas por lo concreto de la obra de la Madre Teresa, aunque sea siempre una gota en el mar de la necesidad, le hemos preguntado, durante una conversación privada, si no se sentía impotente frente a tantísima miseria. Nos ha respondido que su finalidad no es resolver los problemas de todos, sino encontrar y ayudar a cada uno para testimoniar a Cristo. Y mirándonos intensamente ha añadido: «Mientras te estoy ayudando, cuentas tú: uno por uno, en el instante».
De este modo, hemos empezado a trabajar con una mayor conciencia.
La jornada comenzaba con la Misa, después íbamos a Shishu Bhauan, el orfanato de niños abandonados y enfermos: jugábamos con ellos, les lavábamos, les atendíamos y les dábamos de comer. Tanto en el orfanato como en la leprosería, en la casa para los moribundos como en la destinada a los enfermos mentales, aquello que cuenta no es la eficiencia, sino testimoniar la posibilidad de una salvación que vuelva a dar esperanza y dignidad. Madre Teresa cuenta siempre la historia de un hombre, recogido de la calle, medio comido por los gusanos, que, antes de morir, le dio las gracias diciéndole: «He pasado toda mi vida como un animal por las calles y ahora voy a morir como un ángel, amado y cuidado».
Hacia las seis y media de la tarde nos volvíamos a ver todos en la capilla para la adoración, y a la salida Madre Teresa nos reclamaba siempre a la oración diaria, porque «Dios, a través de la adoración, tocará nuestros corazones y los hará más puros y más dispuestos a decir sí a Jesús». Mirando a la Madre Teresa hemos entendido qué es la santidad: tener la mirada vuelta hacia el Destino y vivir la propia vocación como don de uno mismo y servicio al mundo y a Cristo.
Todos nosotros somos llamados a esto: a la santidad. «Be holy, be holy!» (Sed santos ndr): éstas eran sus palabras. Madre Teresa, a tantos muchachos venidos a propósito para saludarla, después de bendecirles, les repite insistentemente que vuelvan en misión a sus propias casas, a sus propias familias, a sus propios pueblos, porque cada uno tiene «su propia Calcuta», es decir, su cruz.
Ahora, aquí en Milán, en los umbrales del quinto curso de Medicina, estamos preparadas para nuestra Calcuta.
(Traducido por Manoli Aguado)
Reverenda Madre,
también ustedes eran una pequeña semilla escondida, ahora son el milagro más bello y conmovedor de la Iglesia. Esperemos que la pequeña semilla que les mandamos, arrancada de nuestra tierra, colabore como piedra regenerada por nosotros en la construcción del gran templo de Dios.
Don Luigi Giussani
Milán, 18 de julio 1995
Querido monseñor Luigi,
gracias por haber compartido con su ofrecimiento nuestras obras de amor entre los más pobres de los pobres. Dios ama al mundo hasta el punto de mandarnos... de enviarnos como don a vosotros y a mí para ser Su amor en el mundo de hoy.
El amor de Dios y nuestro amor no es otra cosa que una continua donación, hasta dejarnos heridos. Mi gratitud y mi oración para Usted.
Dios le bendiga
Madre Teresa
Calcula, 9 de agosto 1995
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