El ejemplo de Cesena. Donde crece la escuela libre. La implicación de los padres, en la Fundación Sacro Cuore
Existe una tierra en Italia entre las montañas y el mar donde crece la mejor fruta.
También dicen algunos que entre Cesena y Forlí se encuentran las mujeres más bellas de toda Italia, tal vez sea el aire, o el agua... lo cierto es que en Cesena crece una escuela libre. En un momento marcado por descenso de natalidad y la crisis económica, ésta es una auténtica noticia. Entre los grandes barracones de los productores de fruta, en una pequeña ciudad por cuyas callejuelas se disfruta paseando de noche entre risas y profundos silencios, tienen lugar las clases de la escuela que dirige la Fundación Sacro Cuore. Este año empieza una nueva clase de primero de enseñanza básica. Los “sembradores y recolectores” de esta cosecha han sido un grupo de padres que, unidos por la historia de Comunión y Liberación, han tomado en serio el problema de la educación de sus hijos.
Levantar una escuela es, sin duda, una actividad que no está de moda: el estado no ayuda; es más, las familias que quieren dar a sus hijos una educación menos insípida de lo habitual deben hacer frente a muchos gastos.
Sin embargo, hay una gran demanda de proyectos educativos menos estériles y burocráticos que los dictaminados por la escuela pública. Pensad que algunos padres, para contribuir al desarrollo de la escuela de Cesena, han aportado la cantidad correspondiente a cinco años anticipándola ya en el primer curso. Esta es una inversión importante. Y no son pocos los que sacan a sus hijos fuera de los efectos del “módulo” en los primeros cursos, dirigiéndoles hacia clases más humanas, sin módulos ni esquemas impuestos del exterior.
La escuela dirigida en Cesena por la Fundación Sacro Cuore tiene sus orígenes en la iniciativa de un grupo de padres, que acogieron una solicitud de las Hermanas de la Sagrada Familia. La orden, al quererse dedicar más directamente a las obras de caridad, pidió al entonces obispo monseñor Amaducci que les indicara a quién debían dirigirse para continuar con su obra educativa y el obispo, conocido por su apasionado celo pastoral, así lo hizo. De este modo nació la escuela, siendo al principio un apéndice de la Fundación Sacro Cuore, que ya actuaba en Milán, y convirtiéndose después en un ente moral de valor nacional con carácter autónomo. Hoy cuenta con cerca de doscientos cincuenta alumnos, distribuidos en dos ciclos de enseñanza primaria y uno de enseñanza media.
Una escuela, por su naturaleza, no debería consistir sólo en un edificio, las aulas y los funcionarios (bedeles y profesores). Cuando se reduce a eso, la escuela se convierte en un lugar al que tan sólo se acude para habituarse a una vida hecha después de rutina, de lugares comunes y de obligaciones sin vida. Pero, ¿cuantas son las escuelas que no se reducen realmente a ser meros “edificios de muchachos”?
En la mayoría de los casos, las escuelas libres defienden el no ser únicamente “edificio escolar” como uno de sus puntos fuertes: la implicación de los padres se considera importante, no sólo con el fin de obtener fondos para las iniciativas que se quieran realizar, sino sobre todo por el valor educativo que expresa la no división entre el ámbito familiar y el escolar.
Cuando al final del curso padres, hijos y profesores se reúnen para preparar los ensayos y los discursos que —con gran éxito— se recitarán en el teatro municipal, sucede un pequeño milagro en el triste panorama de la escuela italiana. Son ocasiones para encontrarse y colaborar con otras realidades escolares de la ciudad.
Los padres, que han estado recortando, cosiendo y coloreando los vestidos para la velada dedicada al circo, han mostrado a sus hijos algo más que una “bonita generosidad”: les han mostrado que les importa su escuela y su educación en sentido completo. De esta manera se sienten hijos menos abandonados.
Naturalmente, no basta con ser una escuela libre (y heroica) para dar fruto. Lo más importante es la hipótesis educativa que está en la base de la acción. Si fracasa esta hipótesis, o si se confunde o se deja de verificar, es peor que si se derrumban los muros de la escuela o se hunde el balance. La fuerza de la escuela de Cesena reside precisamente ahí, y ello se puede apreciar recorriendo lo que en términos burocráticos se denomina “Programación educativa y didáctica”. En el primer punto del programa encontramos afirmaciones que harían ponerse hecho una auténtica furia al famoso profesor de El club de los poetas muertos, película que encandiló a gran número de estudiantes y que provocó una complacencia menos ingenua en muchos docentes. El célebre profesor estaba empeñado en una patética batalla consistente en enseñar a sus alumnos a “pensar sólo con su cabeza” ignorando maestros e indicaciones. Casi nadie se dio cuenta de que el “malo” de la película, el viejo presidente, parecía tener el mismo objetivo: convertir a los muchachos en seres autónomos e independientes. El enfrentamiento era sólo formal: cuestión de gusto y de simpatía (hoy lo llamarían “aggiornamento”), nada más. En Cesena, sin embargo, tienen como objetivo primordial el “fundar aquel sentido de dependencia sin el cual la realidad se manipula y se vacía por la presunción o se altera por la fantasía. Esto ayudará al alumno a elecciones cada vez más personales, es decir conscientes del punto de partida...” Esta sí que es libertad de educación, es decir, semilla de “revolución”. Y buena semilla, a juzgar por los frutos.
(Traducido por Ma José Conty)
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