Querido don Giussani: si me permito llamarle «querido» es porque, aunque nunca nos hemos encontrado, usted me es realmente cercano y con el paso del tiempo se ha convertido para mí en un compañero y amigo. Desde hace años leo sus escritos y la revista Litterae Communionis. A menudo hubiera querido escribirle, pero siempre me he echado atrás... ¿por negligencia? Quizá, pero también porque frente a la vida eclesial se puede vivir una cierta desorientación sin darse cuenta, aunque con el presentimiento constante de que se debería vivir a otro nivel y responder a ciertos momentos de gracia que se acallan con cien argumentos.
Soy pároco de Graz, en Stíria, donde me encuentro desde hace más de veinte años; soy de origen italiano y, concretamente, siciliano. Lo que he podido conocer de su movimiento me ha parecido y me parece absolutamente necesario para la Iglesia en Austria, donde el nihilismo laicista y el liberalismo hacen de todo para provincializar a la Iglesia disponiéndola contra Roma, empujando al pueblo de los bautizados a una aventura de ruptura con la tradición cristiana mediante la adoración del propio yo como autónomo. La repercusión sobre la vida eclesial es desastrosa, porque un cierto pastoralismo con parámetros seculares olvida sistemáticamente el acontecimiento “Cristo” como generador de la realidad eclesial para la salud del mundo. Los contenidos de la fe prácticamente se silencian, la moral católica se vacía y la presencia cultural de la fe se margina y se reduce a mera fachada. “Está porque actúa”... ¡y actúa donde hay una compañía en movimiento con “Él” vivo 'en medio ! Lo que he podido intuir de su movimiento tiene para mí una coherencia que libera y por este motivo siento un fuerte deseo de conocer esa “vida”. ¿Qué hacer? Estoy decidido a ofrecer un pequeño apartamento en la casa parroquial. Estoy dispuesto a contactar con algún grupo cercano... Hace poco que he cumplido cincuenta años y siento en mí el deseo de utilizar lo mejor posible los años que me quedan para un servicio de verdad y de libertad en Cristo, y para la Iglesia. Me despido fraternalmente y le doy gracias de corazón por todo lo que a través de usted se me ha donado.
Padre Angelo, Graz
Queridos amigos, la tarde del jueves 28 de Septiembre el Cardenal Arzobispo de Milán ha tenido un encuentro con nuestro grupo de Fraternidad de sacerdotes, Studium Christi. Él mismo había pedido vemos a todos, cuando tres de nosotros -una tarde de Marzo- fuimos al Obispado a contarle el experiencia que habíamos comenzado, experiencia que, por la naturaleza del sacerdocio, no podía dejar excluido al Obispo. El Cardenal ha participado en nuestra reunión semanal, meditando con nosotros sobre la Introducción al libro de don Giussani El tiempo y el templo y escuchando con atención las reflexiones que ella nos ha sugerido. Al terminar ha dicho: «Agradezco al Señor que haya dado a monseñor Giussani el don de expresar continuamente el núcleo del cristianismo. Cada vez que hablas, vuelves siempre a este núcleo que es la Encarnación, y lo propone de mil formas distintas. Éste es un don extraordinario, que está un poco en la línea de cuanto he intentado expresar en mi última carta pastoral Recomencemos desde Dios, la invitación a las cosas esenciales. Creo que esto es un gran don para la Iglesia y para cada uno de nosotros: por tanto, estoy agradecido» Después de esto, el Cardenal Martini se ha dirigido a todos nosotros para expresar la paternidad que vive en la relación con cada uno y de todo el grupo de Fraternidad de sacerdotes. Se ha remitido al Padre viñador (cfr. Jn 15, 1- 8), al cual desea asemejarse en el cuidado de la Vid y los sarmientos, en podar donde sea necesario y en esperar los frutos. « Espero de vosotros que crezcáis en la fe, esperanza y caridad, es decir, en santidad; que profundicéis en la identificación con Cristo Sacerdote, en beneficio del clero y de toda la Iglesia ambrosiana. Cuento con vosotros para estos frutos», concluyó. El arzobispo aceptó de buen grado quedarse a cenar con nosotros, y nos ha sorprendido su cordialidad y simpatía durante la cena. Se interesó mucho por nuestros amigos misioneros; habló de su trabajo pastoral, del camino vocacional con el «Gruppo Samuele», de sus viajes y de la importancia del Ecumenismo para el mundo. Finalmente ha querido saber algo más de nuestro grupo de Fraternidad. Le hemos dicho que nos ha movido el deseo de vivir el sacerdocio según el acento y la experiencia de fe que se aprende en el movimiento de Comunión y Liberación, hasta seguir, en la medida en que el estado sacerdotal lo permite, la regla de vida de los Memores Domini, y a reconocer entre nosotros una unidad tal que en nuestra amistad se pueda vislumbrar una analogía con la «casa». El nombre que nos hemos dado, Studium Christi, quiere expresar, en la concreción de la vida concebida así, la petición de la presencia de Cristo. Nosotros, por nuestra parte, hemos reiterado al Cardenal Martini la gratitud por la caridad que nos ha mostrado siempre, la mayor que se pueda con nadie: dejar vivir una experiencia como el movimiento; el asombro por la manera en que él se apasiona por esa gran esperanza para el mundo y auténtica revolución cultural que es el Ecumenismo; el respeto y la devoción que todos debemos tener al sucesor de los apóstoles, a aquél en quien habita la presencia de Cristo para la Iglesia de Milán. Al final surgió espontáneamente pedirle que volviera. Acontecimientos como este ejemplo de paternidad son una experiencia consoladora de Gracia y un confortador sostén en el camino de la vida de la fe para todo el movimiento: por esta razón queríamos haceros partícipes.
Los sacerdotes de la Fraternidad del Studium Christi
Queridísimo don Luigi: te damos gracias de corazón por el amor a nuestra vida y a nuestro destino, con esa gratitud que tú has puesto dentro de nosotros cuando hemos encontrado el movimiento y que vibra de nuevo en la unidad de los que te rodean, embellecida por la mirada tierna con la que nos has abrazado y que comprende toda nuestra historia. Nuestra unión sacramental y nuestro ser exige volver a donar todo lo que ya se nos ha dado: ¡deseamos usar nuestra vida para Cristo en el movimiento! Por eso no queremos perder tiempo y hemos decidido, como signo de nuestra gratitud, renunciar al viaje de novios, ofreciendo al movimiento la suma que habríamos gastado (en particular llevamos en el corazón a nuestros amigos de Paraguay). No se trata, sin embargo, de una renuncia sobre nuestra vida, sino de la afirmación plena de aquello en lo que consiste. Si, por una parte, este gesto quiere ser, ciertamente, un signo para nosotros (ya que un día no tendremos recuerdos bonitos o un álbum de fotos para ojear con gozo, sino la memoria de aquello para lo cual hemos decidido vivir), por otra parte, este signo se cumplirá, por así decirlo, encamándose en una compañía que nos guiará y a la que siempre pedimos y de la que siempre solicitaremos ayuda. La certeza de esta “Presencia amiga’’ en cada instante de nuestra vida y en el mundo es lo que nos mueve a dar, sin esperar, todo lo que somos y tenemos (es decir, recibido) para que sea defendida y sostenida. Estamos alegres porque sabemos que estaremos siempre acompañados por hombres más grandes que nosotros y que nos llevarán con ellos: queremos que para todos sea posible encontrar esta unidad distinta... Te pedimos por esto que aceptes nuestro regalo, porque el único viaje que deseamos realizar y vivir hasta el fondo es nuestra vocación, sólo así seremos felices, solamente así nuestra felicidad será santa. Con toda la comunión que Cristo hace posible y con la leticia que de ella brota...
Roberto y Elisabetta
Querido monseñor Giussani: Soy una chica de treinta años, casada, y tengo un hijo de trece. Encontré el movimiento hace ya casi trece años. Mi marido, con algunas dificultades, me ha seguido, pero ahora él está casi más contento que yo. Hasta hace poco tiempo éramos una familia tranquila (que incluso teníamos abierto el corazón a pequeñas experiencias de acogida), pero un día, después de una intervención quirúrgica, los médicos me pidieron que me sometiera a un test para comprobar la posible presencia de anticuerpos del SIDA. Después de pocos días, la cruda realidad: soy seropositiva. Rápidamente mi pensamiento empezó a recordar dónde podría haber contraído el virus, y así pensé en mi marido que, en los años previos a nuestro encuentro, había tenido una pequeña experiencia de toxicodependencia. En aquellos años nadie conocía la presencia del virus y nosotros no podíamos ni pensar en haberlo contraído después de tantos años. De repente el mundo se me venía encima, mi primer pensamiento fue sobre la muerte, no solo la física, sino sobre todo la del alma: mi marido y yo teníamos muchos proyectos juntos. Sin embargo es en esta desesperación donde Cristo ha aparecido. Ha aparecido a través del rostro de mis amigos más queridos que me han sostenido con su fe. Un día en el hospital, un día en el que yo estaba muy triste, uno de ellos me dijo: “Tiziana, reza porque la compañía más grande es la de Cristo". Mi suerte ha sido haber encontrado a personas que me han dado la esperanza, la verdadera: incluso si uno camina hacia el encuentro con la muerte, la vida no acaba ahí. Escribo esta carta como agradecimiento a todos mis amigos, a usted, don Giussani, que ha fundado esta gran compañía y para todas las personas que tienen alguna enfermedad, no importa cuál, para que a través de esta carta puedan intentar ver la esperanza.
Tiziana
Querido don Giussani: En mi primera reunión con el movimiento estuve muy avergonzada puesto que las únicas personas que conocía eran Alessandra y Daniele. Me di cuenta de que quienes estaban allí tenían una manera de mirar distinta, algo les hacía felices. Sentí en aquel momento el deseo de tener la misma mirada de aquellas personas, puesto que era algo que me habría hecho feliz, feliz como ellas. Con el paso del tiempo he comprendido el verdadero sentido de la vida, que es Cristo. Antes pensaba que la vida era solo fiesta y jolgorio, pero hoy comprendo cuánto he perdido pensando así. Ahora he entendido qué quiere decir ser libre; ser libre y reconocer que nosotros no somos dueños de nosotros mismos, que somos guiados por uno, es decir, que Dios nos guía hacia nuestro destino. Con la pérdida de mi amigo Alex he experimentado una gran debilidad. He aprendido otra lección: ser hombres está lleno de límites. Hoy, siete meses después de su muerte, sé que mi amigo Alex ha encontrado la felicidad plena, puesto que él aquí era ya feliz, pero su deseo más grande era esta felicidad plena. Para que esto sucediese él debía morir. Tengo dieciséis años y desde hace tres frecuento el movimiento. Estoy embarazada de seis meses, hecho que al principio me ha confundido un poco. Pero ahora comprendo que me ha sido dado por Dios y me hace muy feliz. Espero transmitir toda la experiencia que estoy viviendo a mi hijo. Una experiencia que, como dice Semea, no puede pararse aquí. Y quien se va, se pierde. Aunque muriese, esto no tendrá fin.
Tathiane
Cuando estaba en el cuarto curso de la facultad de Medicina, en la universidad de San Martín de Porres, me enviaron a proseguir los estudios al hospital «Dos de Mayo»,: considerado el más exigente y al mismo tiempo al que más acuden las personas que viven y trabajan en las zonas más pobres y peligrosas de la ciudad. El hospital está rodeado de tugurios y a él acuden bandas de ladrones. Llegué allí llena de emoción, porque era la primera vez que estudiaba en un hospital, pero según avanzaba hacia la puerta, me sentía bloqueada por un temor profundo, que me hacía decir: «Señor, haz que te ame a través de lo que me pones delante de los ojos». ¡Qué cercano sentía el testimonio de Gloria en Kampala! Cuando entré me di cuenta de lo que la vida era realmente: tensión.
Silvia
Publicamos una carta enviada por una joven esposa a las amigas de su grupo de Fraternidad. Su marido murió en Septiembre.
"'Queridas todas, me es imposible ir. Ludovico se ha quedado inmóvil y ya no consigue caminar; además han decidido darle la quimioterapia en dosis altas y él está muy decaído. Intento hacerle compañía todo lo que puedo. Ante todo, quiero disculparme con todas aquellas (Antonella, Lia, Silvia y otros que en este momento no recuerdo) que me han buscado y no he sido capaz de llamar. La tarde es así de breve, ni siquiera he podido charlar con mi madre. También quiero agradeceros a todas vuestra fisicidad y tangibilidad que a veces, cuando la gracia de Dios lo permite, es efectiva y real y otras, es dejada en la memoria. Ahora esta memoria se está convirtiendo en conciencia. Vosotras sois para mí el signo del bien. Todo esto es un bien; es un bien incluso si Ludovico nos deja pronto, porque, como dice Marco, Cristo es el jefe del mundo, es Él quien manda. Hace tiempo estaba en una profunda crisis porque no conseguía sentirme útil: Ludovico me trataba mal, nada iba bien y yo me preguntaba para qué servía mi fatiga, todo mí afán..., parecía que Ludovico no se diese cuenta de que le quiero. Después, al entender que era la morfina y no Ludovico el que se expresaba, he percibido su vocación en este via Crucis. Yo no soy más que el instrumento del amor de Cristo. Concebirse como instrumento te hace gratuita. No más recriminaciones, no más deseo de ganancia o de provecho. Estoy sólo aquí junto a él y le hago compañía. Lo acompaño para que encuentre a Cristo, su bien. Le acompaño en la conversión del corazón y en el encuentro definitivo con Cristo, cuando Dios lo quiera. Por la tarde, cuando he vuelto a casa con la conciencia de mi vocación, he recordado que Anna me escribió una carta dos días antes, que todavía no había leído. Las cosas que me decía eran justamente aquellas que el Espíritu Santo me había hecho intuir y ésto me ha serenado todavía más; porque significa que la conciencia de mi vocación no es abandonada a mi capacidad de memoria sino al estar dentro de la compañía del Movimiento, que para mí es nuestro pequeño grupo de Fraternidad y que, por tanto, sois vosotras una por una, con nombre y apellidos. Quisiera abrazaros una a una; de todas formas, no tengáis escrúpulos ni en llamarme por teléfono ni en venir a ver a Ludovico, porque realmente lo necesitamos. Recordadnos en vuestras oraciones.
Carmen
Hace menos de siete meses yo era poco más que un pobre desvalido que se dejaba llevar por el modo en que el mundo de hoy, desgraciadamente, nos enseña a vivir. Sordo a las invitaciones de mis dos hermanos mayores a participar en la Escuela de comunidad -es más, yo no era en absoluto simpatizante de CL (ciellino para mí -ex- militante de grupos de izquierda- correspondía casi, casi a un insulto)-, me arrastraba cansadamente, sin darme cuenta entonces, en el trabajo, en los hobbies, en las relaciones con la gente. No podía ni sospechar lo que dentro de poco sucedería.
El Lunes de Pascua fui al campo con los jóvenes trabajadores ya que, lo admito, no tenía nada mejor que hacer. Y además, aquel mundo que mis hermanos habían elegido me llenaba de curiosidad. A pesar de no ser aparentemente nada excepcional, aquel primer encuentro me impactó de manera especial, tanto que aún hoy no sabría explicarme el porqué. Poco a poco me fui acercando al grupo, al principio esporádicamente, y de modo más frecuente después. Ahora, tras las vacaciones de verano en La Thuile, haría falta un cataclismo para hacerme faltar a la Escuela de comunidad. Todo esto está sucediendo como una riada. He empezado a devorar los libros de don Giussani; ir a trabajar se ha convertido en un placer y pronto comenzaré a ir a la caritativa. Es bonito vivir así, sentirse como un niño que se deja llevar por sus padres a lo largo del camino de la vida, esa vida que para mí empieza ahora a los 24 años.
Enrico
Aunque ya hubiese pasado cuatro años en la universidad, aunque hubiera advertido la presencia de aquel grupo compacto ante el aula San Giovanni, aunque había sido invitada muchas veces a la Escuela de comunidad y a distintas salidas, durante cuatro largos años continué diciendo no. Seguía diciendo que no porque tenía la percepción (sugerida, quizá, por la presencia de mi hermano, un desafío visible cotidianamente) de que lo que se me estaba proponiendo iba más allá de la simple camaradería, lo que se me estaba proponiendo no me permitiría más aletargarme en mi vida tranquila, lo que se me estaba proponiendo podría suponer un cambio tan radical que era más cómodo olvidarse del tema y no pensar en ello. Además, hace exactamente un año, al principio de repetir curso, la confrontación con aquella plenitud se me volvió a proponer en los rostros de Francesca y Lara. No sé cómo, pero con mi “sí” todo se ha revestido de una sencillez y una belleza que “desarman”. He comenzado a sentirme amada como nunca me había sucedido, amada de forma íntegra, por mi Destino. Tanto es así que, cosa para mí inconcebible hasta hace algún tiempo, he empezado a despertarme pronto contenta de ir a la Cattolica para poder estar con aquellas caras, para aprender también yo a amarlas por su Destino mirándolas. Un año: la Escuela de Comunidad, los libros de don Giussani, los ejercicios, las vacaciones, el Meeting, y en todo esto el descubrimiento conmovido de un Tú que me hace. Está porque actúa. También repitiendo curso.
Sabrina
Tengo veintiocho años, hace poco que estoy casada y ahora estamos esperando nuestro primer hijo. Es un período muy especial de mi vida, en el cual el desafío de la Iglesia y, por tanto, del movimiento, se está convirtiendo cada vez más en algo totalizante. Cuando hace cinco meses descubrí que iba a ser madre, mí vida cambió de repente: mi patrono ha considerado que era mejor “que me retirara" del trabajo; la relación con mi marido no es más «mía», mi cuerpo, mis energías, no eran más las mías sino que estaban en las manos de un “pequeño ser” de veinte centímetros. Y entonces la impotencia total, la pérdida del “huertecito” que con fatiga me había labrado, me han hecho pensar en cuando, entre nosotros, nos decimos que «somos de Otro». A través del don que el Señor ha querido damos de esta nueva criatura suya es como si viese -ahora más concretamente que nunca- que mi vida es modelada por Otro, de una manera y en un tiempo que no son en absoluto míos. Por último, la espera temblorosa de estos meses está sostenida por la compañía tierna y conmovedora de mi marido y por los instrumentos que el movimiento nos está proponiendo, especialmente la Escuela de Comunidad, vivida ahora más que nunca como desafío. Sólo así -lo estoy aprendiendo- nos hacemos santos, es decir, realizamos integralmente nuestra personalidad, también haciendo la compra en el mercado o manteniendo limpia la casa.
Raffaella
Este verano cuatro familias de Trento y de Bolzano hemos decidido hacer juntos las vacaciones en el mar. Nuestra meta: la isla de Cefalonia, en Grecia. Entre una playa y otra y el Angelus nos planteamos el problema de la misa dominical. Con dificultades, debidas al idioma, nos informaron de la existencia de una iglesia católica en Argostoli, en la otra parte de la isla, pero nadie sabía decimos con precisión si se celebraba la Eucaristía ni cuándo. De este modo nos encontramos en la iglesia de San Nicolás donde la misa se celebraba al mismo tiempo en tres idiomas: griego, inglés e italiano. Según entrábamos -éramos veinte, y de los veinte diez eran niños-, la cara del padre Dyonisios, párroco de los 200 católicos presentes en una isla de 150.000 habitantes, se llenaba de alegría y estupor. Acabada la celebración quiso conocernos personalmente. Ordenado en Palermo, párroco durante siete años en Atenas, después enviado a Cefalonia, pidió, durante la celebración, una ayuda para su pobre parroquia, que, dada la exigüidad del número de católicos, tiene graves problemas financieros. Pensamos ayudarle no sólo materialmente, sino hacerle compañía a través de la suscripción a Litterae Communionis y a 30 Días, cosa que agradeció especialmente.
Así en estas vacaciones se ha dilatado el reconocimiento de la pertenencia a la misma experiencia.
Daniela, Maurizio, Carla, Luigi; Elisa, Carlo, Marta, Luca, Paolo
En los últimos meses algunos encuentros imprevistos han impresionado mi mirada y la de otros amigos. Lucillo, 77 años, tras toda una vida como periodista, acude a la Escuela de Comunidad y es una pregunta continua, una vivacidad sorprendente, un milagro de curiosidad y deseo: «Yo permanezco con vosotros porque este don Giussani dice cosas que explican la vida». Giovanna, 20 años que ha pertenecido a Gs, llega desde Calabria en busca de trabajo y nos dice: «Quiero continuar aquí lo que he intuido que es importante para mi vida, a pesar de todas las dificultades que he pasado». Paloma,«27 años, de Madrid, en Italia durante dos meses para perfeccionar el idioma, se muestra como un huésped “provocativo”: su fidelidad cotidiana a las Laudes y a la Misa, su adhesión a los instrumentos que el movimiento sugiere, su mirada viva y tensa a encontrar realmente a cada uno, son un reclamo continuo al seguimiento. Y, por último, el testimonio de Romana, que ha regresado de Novosibirsk por un breve periodo de tiempo, y que, contándonos su experiencia, nos asegura: «Vuestra misión aquí no es diferente de la nuestra, es necesaria la sencillez de reconocer su Presencia». Nos vienen a la mente las palabras del manifiesto en el que aparecía Marcelino: «En toda compañía vocacional siempre hay personas, o momentos de personas, a los que mirar. En la compañía! lo más importante es mirar a las personas».
Paolo
Hemos trabajado durante todo el mes de agosto en un restaurante de Cerdeña. La fatiga física pronto se hizo sentir junto con el fastidio inicial de trabajar con personas ajenas a la experiencia cristiana. Todo parecía absurdo, nos sentíamos como peces fuera del agua y nos preguntábamos el porqué de lo que se nos había pedido hacer. Habíamos intentado establecer una regla por el miedo a vivir en el olvido: Laudes por la mañana y Completas por la noche... aunque muchas veces nos quedábamos dormidas antes. Sin embargo todo se hizo inesperadamente más fácil. En seguida nos dimos cuenta de que todos los gestos que hacíamos, incluso el más banal como fregar un suelo, era objeto de atención por parte de los que trabajaban con nosotras. Todos estaban sorprendidos, y a veces escandalizados, por el hecho de que hiciéramos trabajos que no nos tocaban, o por nuestra disponibilidad para ayudar trabajando en horas no previstas o de descanso. Se hacía cada vez más evidente que nuestra presencia suscitaba una curiosidad y una pregunta: en Mario que, entre blasfemia y blasfemia, nos repetía que nunca había conocido personas como nosotras; en Paolino, que preguntaba el significado de cada frase escrita en las camisetas coleccionadas en los diferentes Happening y vacaciones del CLU; en Salvatore, a quien le parecía imposible que pudiéramos estar contentas sin ir a la discoteca; en Luisa, que nos daba las gracias con una sonrisa cada vez que le llevábamos un café o un helado inesperado. «Todo por la gloria de Cristo». Ésto se ha mostrado tan verdadero que en todo lo que hacíamos -desde servir a un cliente hasta lavar los baños- el deseo era justamente que todo fuese para su Gloria. Antes de irnos le regalamos a Salvatore Si può vivere cosí?. Algunos días después nos llamó por teléfono diciendo que le costaba entender muchas cosas, pero que había intuido algo: «Por las pocas páginas que he leído he entendido de dónde viene la serenidad y la paz que se ve en vuestras caras. Echo de menos vuestras caras». «La gente no parte de los discursos sino que es impactada por una Presencia». Este mes no ha sido un paréntesis, un momento separado del resto, porque el fin en todas las acciones y en todas las circunstancias es el mismo: testimoniar a Cristo siempre y en todas partes.
Cristina y Daniela
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón