Entre los múltiples problemas de nuestro país, el futuro de la escuela y de la educación de los jóvenes no parece ganarse un puesto en los medios de comunicación.
En cuanto dimensión permanente de cada relación humana seria, el problema educativo no atañe sólo a los jóvenes, sino también a los adultos. No hay sujeto adulto que, si toma en serio la propia vida, no reconozca que una educación constante es la mayor riqueza.
Desde el incio del año escolar, con ocasión de la difusión del panfleto Educación: introducción a la totalidad de lo real, hemos querido suscitar un debate en nuestros ambientes, que se ha convertido en un trabajo concreto entre alumnos, padres y profesores.
Una sociedad -y, por tanto, un sistema educativo- que se preocupe por el crecimiento de un sujeto capaz de afrontar la realidad, no puede no apostar por la libertad de educación. Para ello el Estado debe asumir la responsabilidad de permitir a cada realidad social, no sólo de palabra, sino de hecho, llevar a cabo obras educativas de acuerdo con la propia identidad.
Para los cristianos el compromiso consiste no tanto en preservar espacios particulares como en defender la posibilidad para todos de educar, y en encontrar personas tan amantes de la libertad que se opongan a toda clase de discriminación en esta delicada tarea.
«Dejadnos pobres, desnudos, pero no nos quitéis la libertad de educación», decíamos hace cuarenta años y repetimos hoy.
Esta es la reponsabilidad que compartimos con todos aquellos que siguen perteneciendo a una experiencia humana -y, por tanto, cultural- concreta a pesar del nihilismo generalizado de la sociedad actual.
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