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Huellas N.07, Julio/Agosto 1998

HISTORIA DE LA IGLESIA

Una vocación profética

Tomás Malagón

Del presente al pasado
Guillermo Rovirosa fue un testigo de la fecundidad de la fe en la España de los primeros años de la dictadura. Su presencia decisiva en la Hermandad Obrera de Acción Católica ayudó a la formación de una conciencia cristiana adulta en el mundo del trabajo.

Nació en Villanueva i Geltrú en 1897 en una familia de religiosidad tradicional. A los 18 años había perdido la fe vivida en su casa paterna. Estudió en Madrid y en Barcelona la carrera de ingeniero industrial y ejerció su profesión en París, tan pronto como terminó sus estudios. Fue allí donde el Señor salió a su encuentro, cuando ya él había llegado a la conclusión de que sólo en la ciencia podía hallarse la verdad que el hombre puede comprender, y con el entusiasmo propio de su apasionado temperamento, se dedicaba a zaherir todo espíritu religioso con los medios que tenía a su alcance y, por supuesto, con la burla y el sarcasmo. Dios irrumpió por la única puerta que había mantenido abierta: su amor a la verdad. Y se sirvió de unas palabras del entonces arzobispo de París, Cardenal Verdier. Unas palabras dirigidas a un auditorio piadoso y oídas por pura casualidad por Rovirosa, al asomarse a una iglesia de París, un día, a fines de 1922, empujado por la curiosidad de ver la facha del Cardenal. Las palabras fueron éstas: «Todo cristiano debe ser un especialista en Cristo. El mejor cristiano es el que mejor sabe y mejor pone en práctica los ejemplos y la doctrina de Jesús».

El cambio
Inmediatamente, en el corazón de Rovirosa surgió la pregunta: “Yo, ¿qué sé de Jesús?” “¿Por qué ataco lo que no conozco?”. Avergonzado de sí mismo, empezó a leer cuanto pudo y a meditar acerca de Jesús. Y a medida que leía y meditaba, Jesús iba ganando su corazón. Así pasaron varios años hasta el decisivo 1933. Aquel año pasó tres meses en el monasterio de El Escorial, en compañía del Padre Fariña, religioso agustino, a quien había conocido en la capital francesa. Con su valiosa ayuda se disiparon sus últimas dudas y dificultades hasta que, al fin, en la Navidad de 1933, Rovirosa hizo lo que él llamaba “su segunda Primera Comunión”, la que para él tendría en lo sucesivo el significado pleno de su comunión con la Iglesia, que no pudo tener su infantil Primera Comunión.
La conversión supuso el cambio radical de su vida, ratificado en aquel pacto con Dios que un día hicieron él y su esposa después de comulgar. Ellos, que no tenían hijos, se comprometían a dedicar al trabajo apostólico todo su tiempo, su profesión y su vida matrimonial; y a Dios le pedían que dispusiera las cosas de modo que ellos cubrieran sus necesidades viviendo pobremente. Y Dios se cuidó de ellos. Los dos años y medio que transcurrieron hasta que estalló la guerra civil fueron de gozo y de euforia incontenibles por la fe reencontrada. Se sentía lleno de deseos de comunicar a los demás lo que había recibido tan gratuitamente. Él, que había sido siempre un misántropo, se sentía ahora lleno de amor a los demás, disponible para lo que Dios quisiera.

Trabajo y guerra civil
Comenzó a trabajar en la sucursal madrileña de la empresa “Rifá Anglada”, que se dedicaba a las instalaciones de refrigeración, instalándose definitivamente en Madrid, en una casa de las afueras. Al mismo tiempo, sintiendo ya la preocupación por el mundo del trabajo, se matriculó en un curso del Instituto Social Obrero, organizado por D. Angel Herrera Oria, el que después fue cardenal de la Iglesia y entonces director del periódico El Debate.
En estas circunstancias le sorprendió la guerra civil en julio de 1936. Hubo de trasladar los muebles de su casa, zona batida por la artillería, hasta los sótanos de su empresa, en la calle de Eduardo Dato y después en la de Bárbara de Braganza. Hacemos constar estos detalles porque primero en uno y luego en otro lugar fue donde Rovirosa instaló un centro de culto clandestino en el Madrid republicano de la guerra, donde todos los días se celebraba la Eucaristía y desde donde se repartían miles de comuniones por toda la urbe. Además, fue en el segundo de estos dos lugares donde se realizó lo que nuestro hombre llamaba «su segunda conversión», su descubrimiento y definitiva valoración del apostolado obrero, al que se dedicaría hasta el fin de su vida. En los sótanos de aquella casa se hallaba la biblioteca jesuítica de la institución “Fomento Social”. Allí fue a parar Rovirosa, y ésta fue la circunstancia que le permitió montar su pensamiento social con perfecto conocimiento de los temas de que se trataba.
Mientras tanto, en el plano profesional, al ser socializada su empresa, Rovirosa había sido elegido por unanimidad presidente del Comité Obrero de la misma, cargo que desempeñó hasta el fin de la guerra y que demuestra el afecto de que gozaba por parte de todo el personal subalterno, que sabía, sin embargo, que era un ferviente católico.

Una cuota generosa
Terminada la guerra, la sucursal madrileña de “Rifá Anglada” tuvo que cerrar y Rovirosa quedó en paro. A mediados de septiembre de aquel año, Rovirosa fue detenido y encarcelado, bajo la acusación de haber sido durante la guerra Presidente del Comité de la Empresa en que había trabajado, y por tanto sospechoso de falta de adhesión al nuevo Régimen. Pasó sin salir de la prisión los dos primeros meses. El resto del tiempo salía durante el día para trabajar en la empresa, volviendo de noche para dormir en la cárcel. Así permaneció hasta septiembre de 1940. En total fue un año de prisión.
A fines de 1940 Rovirosa se hizo socio de la Acción Católica, y ocurrió que al preguntarle qué cuota mensual pagaría, él que acababa de salir de la cárcel y se encontraba escaso de dinero, contestó con cierta vergüenza, que sólo podía pagar cinco pesetas. ¡Un duro en 1940!
Al poco tiempo, unos señores le buscaron para que formase parte del Consejo Diocesano de Madrid. Aquella cuota había significado para ellos, que no le conocían, una prueba de su entusiasmo y de su categoría, incluso social, para ser miembro del Consejo. ¡Resultaba que en todo Madrid él era uno de los pocos que pagaban tan generosa cuota!
En aquellos años, hasta 1946, Rovirosa fue transformando la vocalía social diocesana de los hombres de AC de Madrid en un auténtica obra social, vislumbrando llevar a cabo lo que había sido su sueño inicial tras su conversión: devolver a Cristo a los pobres, al mundo obrero.

Vallecas
Empezó a trabajar en este sentido con Rafael Gallegos, José Ripoll, Antonio Torres... Después conoció al Padre Luis Madina, asuncionista, fundador de la “Ciudad de los muchachos”, quien enseñando a hablar con Dios a un grupo de obreros de su parroquia de Vallecas dio origen a las Reuniones Eucarísticas de la HOAC. En esta tarea con las familias recién llegadas de Extremadura y Andalucía, muchas de las cuales vivían con gran pobreza, le ayudó Rovirosa.
En el mes de mayo de 1946, el Episcopado español acordó la fundación de la HOAC, como movimiento especializado para los obreros adultos, dentro de la Acción Católica. El Presidente de la HOAC, Santiago Corral, propuso a Rovirosa hacerse cargo de ese movimiento. Rovirosa se dio cuenta, al momento, de que Dios había aceptado el compromiso de su conversión de dedicarse por entero al apostolado en el mundo del trabajo y de vivir como un obrero pobre en lo sucesivo. Aceptó con gozo y se marchó a Montserrat, para dedicar unos días a la oración y a presentar a la Virgen Moreneta su acción de gracias a Dios por haberle aceptado y llamado a la soñada tarea apostólica entre los obreros. En el monasterio de Montserrat encontraría siempre, en lo sucesivo, una auténtica “casa”, hogar, lugar de oración y ayuda económica.

Subsidiariedad
Rovirosa no fue un sociólogo ni un político, menos aún un teórico. Fue un testigo de la fe, una fe que se mostraba incidente en la realidad como juicio y en el seguimiento que suscitaba en tantas personas que le conocieron.
Defendía siempre la necesidad de la propiedad privada de los bienes de producción como garantía de la libertad del individuo y de la familia frente al Estado y demás fuerzas sociales. Pero atacaba, al mismo tiempo, con toda la fuerza dialéctica de que era capaz, al capitalismo. Sobre todo, porque éste priva de esa misma propiedad, que dice defender, a la mayor parte de los miembros de la sociedad. Más aún, destruye la propiedad misma, que en su verdadero sentido es poder de disposición y uso. Pero era también enemigo de toda forma de socialismo que llevase consigo atribuir al Estado en exclusiva la gestión y el control de la vida económica. Ello genera una nueva clase de “capitalismo de posición” o constituida por una casta de funcionarios y políticos con privilegios análogos a los que disfrutan los grandes poseedores de bienes de producción de los países occidentales. Un Estado dueño de todo, no controlado plena y decisivamente por la sociedad, es siempre, sólo por eso, un mal grave, y además tiene el peligro de imponer a la población dependencias partidistas e ideológicas opresivas. Su ideal era un tipo de sociedad en que los miembros
de la empresa que trabajan en ella fuesen solidariamente sus dueños. Por eso favoreció tanto el cooperativismo y alentó las iniciativas dentro de la HOAC dirigidas a la creación de sociedades anónimas laborales, la Fraternidad Obrera Cristiana,...

La prueba final
Pobreza, humildad y sacrificio, las tres «virtudes síntesis» de que tanto hablaba marcaron su vida y de modo especial sus años finales que le llevaron involuntariamente a la renuncia a “su” obra por amor a la Iglesia, por la obra de Cristo, que fue siempre la que quiso realizar.
No había requerido ninguna clase de título oficial para su trabajo en la HOAC, ni pidió a la jerarquía seguridad ni garantía alguna. Cuando en mayo de 1957 las insidias y calumnias vertidas sistemáticamente contra Rovirosa llegaron a engañar al entonces cardenal arzobispo de Toledo y éste decidió retirarlo oficialmente de la HOAC, estuvieron una tarde entera buscando en los archivos de la Dirección de Acción Católica, a fin de anularlo, el documento con el nombramiento oficial de Rovirosa como miembro del Consejo Nacional de Hombres o como promotor o vocal de la Comisión Nacional de la HOAC. Naturalmente, no pudo ser hallado. No existía. Rovirosa nunca se quejó de la situación a la que se veía abocado. Pasó el resto de su vida, hasta 1964, en que murió, alternando sus estancias en el Monasterio de Montserrat y Madrid, en su casa a la que denominaba la “Ermita de san Dimas”, «el primer santo cristiano» al que tanta devoción tenía, cultivando la oración, el contacto con sus amigos y publicando obras. Murió el 28 de Febrero.
(Versión resumidade Juan Orellana)

La HOAC
Nació y se desarrolló como un movimiento de profundidad religiosa impresionante, que chocaba con la religiosidad abstracta, ingenua, pietista y moralista existente en general. Nacía de una visión cristiana de la realidad concreta obrera y de los problemas relacionados con el trabajo. Ello se plasmaba en todo: en sus reuniones, sus canciones, sus publicaciones, sus planes de formación de militantes, sus Semanas Nacionales, etc. La HOAC fue siempre genuinamente obrera y creó un modo nuevo de presencia de la Iglesia en el mundo del trabajo, pues no era una organización benéfica o asistencial, ni un sindicato clandestino, ni un partido político, ni una catequesis para adoctrinar obreros. Fue una formidable escuela de formación teórica y práctica de militantes cristianos mediante el desarrollo de una conciencia adulta, crítica y profundamente cristiana. Pretendió siempre incentivar la presencia activa de los seglares, en este caso obreros, en la Iglesia. Al tiempo, eran conscientes de que debían conservar su propia voz y fomentar la corresponsabilidad de los seglares dentro de la Iglesia. El anuncio del evangelio generaba en los militantes obreros un profundo sentido de responsabilidad social y política, de modo que nunca la HOAC se sintió el sujeto o protagonista de las acciones; esto correspondía a la persona singular. Su papel y su eficacia estuvieron en hacer surgir una conciencia cristiana y plantear la necesidad de que ésta fuera eficaz.
Rovirosa fue el artífice de esta gran obra: organizó las Semanas de la HOAC; sacó a la calle el semanario obrero !Tú¡, que tantos problemas le trajo en relación con los organismos oficiales de prensa de la dictadura (y que fue definitivamente prohibido en 1952 por no someterse a la censura estatal); lanzó el Boletín de la HOAC y publicó numerosos escritos a lo largo de cuyas páginas Rovirosa fue desarrollando toda una espiritualidad seglar, quizás el trabajo más serio realizado en España en este sentido antes del concilio Vaticano II; desarrolló el Plan Cíclico para la formación de la conciencia cristiana de los miembros de la HOAC con el famoso método ver-juzgar-actuar; ... Entre las actividades de la HOAC se encontraban los cursillos para obreros que nacieron para llenar una necesidad pastoral. Rovirosa soñaba con una Iglesia de “convertidos”, de cristianos adultos con conciencia de lo que son y de por qué lo son, capaces de realizar su compromiso bautismal. La realización de este ideal, tratándose de obreros, requería que la HOAC les facilitase el estudio y la reflexión personal. Así nacieron los cursillos, verdaderas escuelas de cristianismo, a los que Rovirosa consagró todo su «entusiasmo» (según el significado literal de la palabra que tanto repetía) y su profunda preparación intelectual y humana, viajando incesantemente por toda España para llevarlos a cabo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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