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Huellas N.06, Junio 1998

DOCUMENTOS

Dos discursos de Juan Pablo II a Comunión y Liberación

Id por todo el mundo
En el treinta aniversario del nacimiento de Comunión y Liberación
Roma, 29 de septiembre de 1984

Queridísimos hermanos y amigos:

1. Expreso mi intensa alegría por este encuentro con vosotros, que habéis venido a Roma para festejar los 30 años de vida de vuestro Movimiento y para reflexionar junto con el Papa sobre vuestra historia de personas que viven en la Iglesia y están llamadas a colaborar, en intensa comunión, para llevarla al hombre. para dilatarla por el mundo.
Al mirar vuestros ojos, tan abiertos, tan felices por esta fiesta, experimento un sentimiento íntimo de alegría y el deseo de manifestaros mi afecto por vuestra dedicación de fe y el de ayudaros a ser cada vez más adultos en Cristo, compartiendo su amor redentor al hombre.
La exposición fotográfica, que he tenido oportunidad de admirar al entrar en este aula, las palabras (testimonios, relatos, cantos) que he escuchado hace un momento, me han permitido volver a recorrer, como desde dentro, este período de vuestra vida, que es parte de la vida de la Iglesia italiana -y ahora ya no sólo italiana- de nuestro tiempo. Me han dado la posibilidad de ver con claridad los criterios educativos propios de vuestro modo de vivir en la Iglesia, que implican un vivaz e intenso trabajo en los más diversos contextos sociales.
Por todo esto quedo agradecido al Señor, que una vez más me ha hecho admirar su misterio en vosotros, que lo lleváis y debéis llevarlo siempre con la humilde conciencia de ser dúctil arcilla en sus manos creadoras.
Proseguid con empeño por este camino, a fin de que, a través de vosotros, la Iglesia sea cada vez más el ambiente de la existencia redimida del hombre (cfr. Homilía en Lugano, 12 de junio de 1984; L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 17 de junio de 1984, pág. 2), ambiente fascinador, donde cada hombre encuentra la respuesta al interrogante del significado de su vida: Cristo, centro del cosmos y de la historia.
2. Jesús, el Cristo, Aquel en quien todo fue hecho y todo subsiste, es, pues, el principio interpretativo del hombre y de su historia. Afirmar humildemente, pero con igual tenacidad, a Cristo principio y motivo inspirador del vivir y del actuar, de la conciencia y de la acción, significa adherirse a El, para hacer presente adecuadamente su victoria sobre el mundo.
Actuar a fin de que el contenido de la fe se convierta en inteligencia y pedagogía de la vida es la tarea cotidiana del creyente, que se realiza en cada situación y ambiente donde está llamado a vivir. Y en esto está la riqueza de vuestra participación en la vida eclesial: un método de educación en la fe para que incida en la vida del hombre y de la historia; en los sacramentos para que produzcan un encuentro con el Señor, y en Él, con los hermanos; en la oración, para que sea invocación y alabanza a Dios; en la autoridad, para que sea custodio y garante de la autenticidad del camino eclesial.
La experiencia cristiana, comprendida y vivida así, engendra una presencia que pone en cada una de las circunstancias humanas a la Iglesia como lugar donde el acontecimiento de Cristo «escándalo para los judíos... necedad para los paganos» (ICor 1, 23- 24) vive como horizonte pleno de verdad para el hombre.
3. Nosotros creemos en Cristo, muerto y resucitado, en Cristo presente aquí y ahora, el único que puede cambiar y de hecho cambia, transfigurándolos, al hombre y al mundo.
Vuestra presencia, cada vez más consistente y significativa en la vida de la Iglesia en Italia y en las diversas naciones donde vuestra experiencia comienza a difundirse, se debe a esta certeza, que debéis profundizar y comunicar, porque ella es la que causa impacto en el hombre. Es significativo en este sentido, y es preciso destacarlo, cómo el Espíritu Santo, para continuar con el hombre de hoy el diálogo comenzado por Dios en Cristo y proseguido a lo largo de toda la historia cristiana, ha suscitado en la Iglesia contemporánea múltiples movimientos eclesiales. Son un signo de la libertad de formas en que se realiza la única Iglesia y representan una novedad segura, que todavía ha de ser comprendida adecuadamente en toda su positiva eficacia para el Reino de Dios en orden a su actuación en el hoy de la historia.
Ya mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, dirigiéndose a los miembros de la comunidad florentina de Comunión y Liberación, el 28 de diciembre de 1977, afirmaba: «Os damos las gracias también por los testimonios valientes, fieles, firmes que habéis dado en este período un poco turbado por ciertas incomprensiones de las que os habéis visto rodeados. Estad contentos, sed fieles, sed fuertes y estad alegres y llevad con vosotros el testimonio de que la vida cristiana es hermosa, es fuerte, es serena, es capaz realmente de transformar la sociedad en la que se inserta.»
4. Cristo es la presencia de Dios para el hombre, Cristo es la misericordia de Dios hacia los pecadores. La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y nuevo Pueblo de Dios, lleva al mundo esta tierna benevolencia del Señor, encontrando y sosteniendo al hombre en toda situación, en todo ambiente, en toda circunstancia.
Al hacerlo así, la Iglesia contribuye a engendrar esa cultura de la verdad y del amor, que es capaz de reconciliar a la persona consigo misma y con el propio destino. De este modo la Iglesia se convierte en signo de salvación para el hombre, acogiendo y valorando todo su anhelo de libertad. La experiencia de esta misericordia nos hace capaces de aceptar al que es diferente de nosotros, de crear nuevas relaciones, de vivir la Iglesia en toda la riqueza y profundidad de su misterio como ilimitada pasión de diálogo con el hombre, en cualquier parte que se encuentre.
«Id por todo el mundo» (Mr 29, 19) es lo que Cristo dijo a sus discípulos. Y yo os repito: «Id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz,
que se encuentran en Cristo Redentor». Esta invitación que Cristo hizo a todos los suyos y que Pedro tiene el deber de renovar sin tregua, ha entretejido ya vuestra historia. Durante estos 30 años os habéis abierto a las situaciones más variadas, sembrando las semillas de una presencia de vuestro movimiento. Sé que habéis echado raíces ya en 18 naciones del mundo: en Europa. África, América, y sé también la insistencia con que en otros países solicitan vuestra presencia. Haceos cargo de esta necesidad eclesial: ésta es la consigna que os dejo hoy.

5. Sé que comprendéis bien la imprescindible importancia de una verdadera y plena comunión entre los distintos sectores de la comunidad eclesial. Por tanto, estoy seguro de que no dejaréis de esforzaros, con renovado ardor, en la búsqueda de modos más aptos para desarrollar vuestra actividad en sintonía y colaboración con los obispos, con los párrocos y con todos los demás movimientos eclesiales. Llevad a todo el mundo el signo sencillo y transparente del acontecimiento de la Iglesia. La auténtica evangelización comprende y responde a las necesidades del hombre concreto, porque hace que se encuentre a Cristo en la comunidad cristiana. El hombre de hoy tiene una necesidad particular de tener ante sí, con claridad y evidencia a Cristo, como signo profundo de su nacer, vivir y morir, de su sufrimiento y de su alegría.
Que la Virgen, Madre de Dios y de la Iglesia, os guíe constantemente en el camino de la vida. Conociendo vuestra devoción a la Virgen, deseo que Ella sea para todos vosotros la «Estrella de la mañana», que ilumine y corrobore vuestro generoso compromiso de testimonio cristiano en el mundo contemporáneo.


Renovad el descubrimiento del carisma
Alocución a los participantes en los ejercicios espirituales de los sacerdotes de Comunión y Liberación.
Castelgandolfo, 12 de septiembre de 1985

Queridísimos hermanos en el bautismo y en el sacerdocio:

1. Estoy muy contento de encontrarme con vosotros al final de esta vuestra cita anual de oración y meditación, los ejercicios espirituales, que reúnen, desde hace ya tiempo, a los sacerdotes ligados a la experiencia de Comunión y Liberación, o cercanos a ella.
Muchas veces, sobre todo durante mis viajes por Italia y por los distintos países del mundo, he tenido ocasión de reconocer la grande y prometedora floración de los movimientos eclesiales, y los he señalado como un motivo de esperanza para toda la Iglesia y para los hombres.
Efectivamente, la Iglesia, nacida de la Pasión y Resurrección de Cristo y de la efusión del Espíritu, difundida por todo el mundo y en todos los tiempos sobre el fundamento de los Apóstoles y de sus sucesores, ha sido enriquecida durante los siglos por la gracia de dones siempre nuevos. Estos, en todas las épocas, le han permitido estar presente de forma nueva y adecuada a la sed de verdad, de belleza y de justicia que Cristo iba suscitando en el corazón de los hombres y de los cuales El mismo es la única respuesta satisfactoria y completa.
¡Cuánta necesidad tiene la Iglesia de renovarse continuamente, de reformarse, de volver a descubrir de manera cada vez más auténtica la inagotable fecundidad del propio Principio!
Muchas veces han sido los mismos Papas y obispos los portadores de esta energía carismática de reforma, otras veces el Espíritu ha querido que fuesen los sacerdotes o los laicos los iniciadores y fundadores de una obra de resurgimiento eclesial, que a través de nuevas comunidades, institutos, asociaciones, movimientos, ha permitido vivir la pertenencia a la única Iglesia y el servicio al único Señor.

2. En los movimientos eclesiales, juntamente con los laicos, participan en general también sacerdotes que, en comunión de obediencia con las Iglesias particulares, aportan a la vida de las comunidades el don de su ministerio, sobre todo mediante la celebración de los sacramentos y el ofrecimiento de un consejo maduro. Por esto, quiero dirigirme ahora a vosotros, sacerdotes, para ayudaros a comprender y vivir mejor vuestra pertenencia eclesial en el contexto de la adhesión al movimiento de
Comunión y Liberación. Lo que he destacado antes en relación con la vida de la Iglesia es verdad también para cada uno de los fieles, y en particular para cada uno de los sacerdotes. La formación del cuerpo eclesial como Institución, su fuerza persuasiva y su energía agregadora, tienen su raíz en el dinamismo de la gracia sacramental. Pero encuentra su forma expresiva, su modalidad operativa, su concreta incidencia histórica por medio de los diversos carismas que caracterizan un temperamento y una historia personal.
De la misma manera que la gracia objetiva del encuentro con Cristo ha llegado a nosotros por medio de encuentros con personas específicas cuyo rostro, palabras o circunstancias recordamos con gratitud, así Cristo se comunica con los hombres mediante la realidad de nuestro sacerdocio, asumiendo todos los aspectos de nuestra personalidad y sensibilidad.
De este modo, todo sacerdote, viviendo con plenitud la gracia del sacramento, se hace capaz de dar un rostro a su pueblo, y de ser así «el modelo de su rebaño» (IPe 5, 3).

3. Cuando un movimiento es reconocido por la Iglesia, se convierte en un instrumento privilegiado para una personal y siempre nueva adhesión al misterio de Cristo.
No permitáis jamás que en vuestra participación se albergue la carcoma de la costumbre, de la «rutina», de la vejez. Renovad continuamente el descubrimiento
del carisma que os ha fascinado y él os llevará más poderosamente a haceros servidores de esa única potestad que es Cristo Señor.
Muchas veces en sus documentos el Concilio Vaticano II, de cuya clausura celebraremos dentro de poco, con un Sínodo extraordinario, el vigésimo aniversario, ha estimulado las agrupaciones sacerdotales como camino donde se incrementa el inagotable rostro personal de la obra apostólica del sacerdote:
«También han de estimarse grandemente y ser diligentemente promovidas aquellas asociaciones que, con estatutos reconocidos por la autoridad eclesiástica competente, fomentan la santidad de los sacerdotes en el ejercicio del ministerio por medio de una adecuada ordenación de la vida, convenientemente aprobada, y por la ayuda fraternal, y de este modo intentan prestar un servicio a todo el orden de los presbíteros» (Presbyterorum ordinis, 8, cf. también Código de Derecho Canónico, 298).
Los carismas del Espíritu siempre crean afinidades, destinadas a dar a cada uno apoyo para su tarea objetiva en la Iglesia. Es ley universal la creación de esta comunión. Vivirla es un aspecto de la obediencia al gran misterio del Espíritu.
Por esto, un auténtico movimiento es como un alma vivificante dentro de la Institución. No es una estructura alternativa a la misma. En cambio, es fuente de una presencia que continuamente regenera su autenticidad existencial e histórica.
Por lo mismo, el sacerdote debe encontrar en un movimiento la luz y el calor que le haga capaz de ser fiel a su obispo, que le disponga a cumplir generosamente los deberes que señala la Institución y que le dé sensibilidad hacia la disciplina eclesiástica, de manera que sea más fecunda la vibración de su fe y la satisfacción de su fidelidad.

4. Al finalizar este encuentro no puedo menos que invitaros a ser dispensadores de los dones con los que os ha enriquecido el carácter sacerdotal.
Sed ante todo los hombres del perdón y de la comunión, donados al mundo por el corazón abierto de Cristo, y operantes mediante los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia.
No ahorréis esfuerzos en esta tarea y, más aún, haced de la celebración sacramental una escuela para vuestra vida, conscientes de cuáles son las necesidades más graves del hombre de cada época. En la oración personal y común llevad a la presencia de Dios las súplicas y necesidades de quienes os han sido confiados y pedid la asistencia del Señor sobre la vida de vuestro movimiento.
Sed maestros de la cultura cristiana, de esa concepción nueva de la existencia que Cristo ha traído al mundo y apoyad los esfuerzos de vuestros hermanos, a fin de que esta cultura se manifieste en formas cada vez más incisivas de responsabilidad civil y social.
Participad con entrega en esa tarea de superación de la ruptura entre Evangelio y cultura, a la cual he invitado a toda la Iglesia en Italia en el reciente discurso pronunciado durante el Congreso eclesial de Loreto. Sentid toda la grandeza y la urgencia de una nueva evangelización de vuestro país. Sed los primeros testigos de ese ímpetu misionero que he dado como consigna a vuestro movimiento.
Que os sostenga la energía de Cristo Señor que «murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos» (2Cor 5,15).
Que os acopañe la protección de María Santísima: confiadle vuestros propósitos y vuestras esperanzas.
Con estos deseos os imparto a vosotros y a aquellos a quienes se dirige vuestra actividad pastoral mi bendición. ?

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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