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Huellas N.06, Junio 1998

CONGRESO MUNDIAL DE LOS MOVIMIENTOS

Mensaje final del Congreso Mundial de los movimientos eclesiales

Roma, 27-29 de mayo de 1998

1. ¿Qué han representado estos días para nosotros? ¿Qué paso han supuesto para nuestras comunidades?Sobre todo el asombro por el cambio de tantos hombres y mujeres cuya vida tiene una conciencia, una libertad y una capacidad de actuar que antes no podían ni imaginar. Somos, por tanto, más conscientes de lo que significa “movimiento”: el dinamismo propio de la vida del cristiano en su seguimiento a Jesús y en su relación con la realidad.
Hemos vivido una comunión verdadera, consciente de nuestras diferencias, pero, sobre todo, del gran horizonte misionero que se abre ante nosotros. Signo de esto ha sido para nosotros la presencia del cardenal Ratzinger y de otros obispos. Motivo de especial esperanza ha sido también la presencia fraternal de los delegados de otras confesiones cristianas.

2. Pero, sobre todo, miramos estos tres días que hemos pasado juntos a la luz del encuentro que tendrá lugar en la plaza de San Pedro.
Así como este Congreso se ha desarrollado en el año de preparación para el Gran Jubileo dedicado de forma especial al Espíritu Santo, el encuentro de mañana tendrá lugar en la vigilia de la fiesta de Pentecostés.
El Espíritu Santo, don del hijo de Dios hecho hombre, enviado por el Padre en su nombre (Jn 14,26) representa el don definitivo que Jesús hace de sí a los hombres de todos los tiempos y de todas las latitudes. El es el fundamento de la Iglesia en su realidad sacramental, objetiva, y, al mismo tiempo, suscita en los hombres que le acogen la recepción de ese don.
Como hemos recordado más de una vez durante estos días, el principio petrino y el principio mariano se reclaman el uno al otro y nos permiten vivir la experiencia de la Iglesia como acontecimiento que nos supera y nos precede, y, al mismo tiempo, como hecho que sale a nuestro encuentro, proponiéndose a nuestra libertad y poniéndola en movimiento.

3. El Papa nos ha convocado no sólo al encuentro en la plaza de San Pedro sino también a estos días de trabajo común. Este no es el primer encuentro entre los Movimientos; le han precedido otros congresos y además hemos tenido oportunidad de conocernos, de rezar, de cantar y de vivir juntos en las Jornadas Mundiales de la Juventud y en muchas otras ocasiones en nuestras diócesis. Pero esta convocatoria especial, en el vigésimo año del pontificado de Juan Pablo II, es un signo de la especial vinculación de su persona, sobre todo de su pasión misionera, y la realidad de nuestras personas y comunidades. Por esto nace un agradecimiento especial de los diferentes Movimientos al Santo Padre. Él ha animado y sostenido a cada uno, ha querido encontrarse con ellos y conocerlos de cerca y nunca les ha faltado su palabra y su bendición. Mirándole a él todos nosotros hemos aprendido, en estos veinte años, lo que es la pasión por la gloria de Cristo y por los hombres con los que vivimos. En él se ha manifestado y se manifiesta de manera especial la síntesis entre la tarea institucional y la expresión carismática, lo que nos ha permitido entender mejor nuestra vocación.

4. Precisamente en su Magisterio de estos años encontramos la líneas fundamentales de una síntesis de lo que hemos escuchado durante estos días. En el mensaje autógrafo con el que el Papa ha querido dirigirse a nosotros al principio de nuestro trabajo, él mismo ha retomado dos expresiones empleadas en textos anteriores que pueden constituir el prisma con el que mirar lo que nos hemos dicho y lo que hemos escuchado. Estas expresiones llegan a nosotros hoy, después de estos días, con una profundidad nueva, revelando su profética riqueza. Recordémoslas juntos. «La Iglesia, en cierto sentido, es ella misma movimiento», es la primera de estas expresiones. La segunda es «el carácter coesencial de la dimensión institucional y la dimensión carismàtica de la Iglesia». Reflexionando sobre lo que hemos escuchado, entendemos mejor que nuestro rostro está definido, es más, que tiene su origen, en una sola palabra, en una sola realidad, en la misión de Jesús, misionero del Padre entre los hombres. «Como el Padre me ha enviado, así os envió yo» (Jn 20,21). ¿No es ésta la fascinación que la persona de Jesús presente ha suscitado en los fundadores de nuestras comunidades y a su vez la fascinación que estos fundadores han suscitado en nosotros? La palabra “misión” no significa para nosotros un deber que hay que cumplir, ni algo que hay que organizar; la misión es, sobre todo, la experiencia de Cristo presente aquí y ahora, que nos alcanza a nosotros a través de hombres a los que su Espíritu ha escogido haciendo su vida significativa y fascinante, reflejo de esa fascinación inagotable que la persona de Cristo suscita en el hombre que le reconoce y le acoge.

5. Nosotros entendemos el presente y la historia pasada a la luz de la misión de la Iglesia.
Comprendemos que la Palabra, el Sacramento y el carácter Apostólico se han hecho persuasivos para nosotros a través de dones carismáticos que han renovado la vida de muchas Iglesias locales y de la Iglesia universal de acuerdo con la acertada expresión que hemos escuchado: «Han hecho acontecimiento la presencia de Cristo» en la comunión vivida.
No existe, por tanto, en la Iglesia ninguna dialéctica entre la dimensión objetiva y subjetiva, sino una relación orgánica, una unidad plural que constituye el rostro de la Iglesia en la historia.
El acontecimiento de Cristo se propone a nuestra libertad como un acontecimiento en nuestra vida presente: «La amistad que Él generado en torno a sí se ha propagado físicamente a través del tiempo y del espacio llegando hasta nosotros». Ésta es la tradición de la Iglesia (traditio), un río de vida en la historia del mundo que nos ha alcanzado para alcanzar a otros hombres a través de nosotros.

6. En el espíritu del nuevo Pentecostés que nos ha sido dado en este tiempo, percibimos con más intensidad la unidad que nace entre los discípulos al ser un solo corazón y una sola alma. Esta concordia es la fuerza de los movimientos que el Espíritu llama a ser testigos en un mundo dividido y marcado por la violencia.

7. Cada uno de nosotros, aún en la diversidad de nuestros carismas y por tanto en la variedad de sus expresiones,
percibe una responsabilidad total que impide que nuestra existencia se encierre en una tarea sectorial. Vemos como una prioridad la responsabilidad de la educación, es decir, la cercanía a los demás hombres para que dentro de su existencia y teniendo en cuenta sus exigencias más profundas, sean introducidos en el encuentro con la realidad y con su Significado y lo puedan experimentar en sus responsabilidades cotidianas. Aquí esta también el origen de una educación en el trabajo como el primer lugar donde se expresa el hombre, su responsabilidad hacia los hermanos y su participación en la obra del Creador.

8. Nuestra vida se ha abierto hasta el confín del mundo. «Porque nos apremia el amor de Cristo al pensar que uno murió por todos... para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Cor 5,14-15).
Nuestra vida está definida por la primera Bienaventuranza: «Dichosos los pobres» (Mí 5,3), dichosos los que no oponen resistencia a la obra de Dios en su vida. «Dichosos los que trabajan por la paz y los que aman la justicia», la verdadera, la que nace de la caridad. El Espíritu de caridad nos empuja y abre nuestro corazón a todos los hombres y a recorrer juntos el camino hacia la verdad y la unidad, para que el Evangelio del Resucitado sea anunciado y testimoniado con fuerza en el nuevo milenio.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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