La última jornada del Congreso de los movimientos, marcada por una serie de testimonios de todo el mundo. Éstos documentan una humanidad alcanzada y cambiada por el encuentro con Cristo, un signo que todo el mundo puede ver
Miradas atentas, rostros que más de una vez han evidenciado una sincera conmoción, aplausos espontáneos y llenos de agradecimiento, y en todos el asombro por el milagro del cambio de una vida tocada por el don del Espíritu Santo: éste es el escenario que abrió la jornada de clausura del congreso el viernes 29 de mayo.
Durante toda la mañana asistimos a una sucesión de testimonios de todos los continentes, expresados en diferentes lenguas: del italiano al inglés, del francés al portugués.
Un silencio conmovido acogió y acompañó el testimonio de don Oreste Benzi, de la comunidad Juan XXIII. «No es posible estar de pie si uno no se arrodilla», nos ha recordado con una sencillez aplastante. De hecho sólo una relación profunda con Cristo puede alimentar y sostener una auténtica vida cristiana como la de don Oreste y la de sus amigos que dan su vida acogiendo a hombres y mujeres devastados por el azote de la droga, marcados indeleblemente por un handicap físico o psíquico, empobrecidos por la soledad o heridos en su dignidad por la esclavitud y la prostitución.
Habla con voz tranquila, sin énfasis: la verdad de los hechos hace que no sea necesario. Todos nos quedamos impresionados por la obra extraordinaria e imprevisible de Otro que ha puesto su morada en la carne humilde y acogedora de este hombre y aquellos que, fascinados por él, comparten su aventura cotidiana.
Difícilmente podremos olvidar al joven ateo y drogadicto que encuentra el rostro de Cristo y con él, el inicio de una esperanza verdadera, las prostitutas que empiezan a rezar y a creer en la posibilidad de una vida más humana, la mujer que, al quedar viuda, se entrega totalmente a la obra de don Oreste convirtiéndose en madre de un grupo de muchachos que nunca han tenido madre. Dios todavía tiene necesidad de los hombres y no faltan hombres que corren el riesgo razonable de adherirse a su “descabellada” petición.
Desde las colinas riminesas hasta la llanura de Kampala.
Rose nos cuenta su vida: la educación recibida en su familia, el encuentro con la realidad de Comunión y Liberación, la decisión de hacerse enfermera sacudida por los horrores de la guerra en la que se pisotea y se ignora la dignidad del hombre como hijo de Dios.
Rose no oculta las dificultades que atravesó al principio: convivir con la sangre y con la devastación de la carne ha supuesto una conquista cotidiana y ha sido posible gracias al sí a Cristo renovado continuamente. Finalmente, el trabajo: con los desheredados, los abandonados, los enfermos de SIDA, los presos. Un “Meeting Point” (punto de encuentro, ndt) porque la salvación del hombre se da sólo en un encuentro humano verdadero.
Conservamos en nuestra memoria al hombre abandonado en la calle, encogido y maloliente, cubierto de moscas y evitado por todo el mundo por miedo.
Ahora este hombre, sobre el que Rose se inclinó, está curado y trabaja con ella: devuelto a la vida y por tanto a la fecundidad de una obra.
Desde el hielo siberiano el rostro claro y sereno de Oxana nos da testimonio de la novedad que ha encontrado en las aulas de la universidad de Novosibirsk: un rostro humano diferente y por fin reconocido en toda su dramática y exigente belleza.
Oxana no olvida en su relató un hecho absolutamente significativo: en la comunidad de Comunión y Liberación de Novosibirsk viven algunos amigos ortodoxos que han encontrado la razón adecuada y fascinante para recuperar y amar con inteligencia y agradecimiento toda la riqueza de su propia tradición gracias al encuentro que han tenido con la comunidad de CL. Un ejemplo de lo que es el ecumenismo: no una defensa estéril de la propia parcela, sino la capacidad real de valorar cualquier fragmento de verdad y de belleza presente en toda experiencia vivida sinceramente.
Desde Siberia a Estados Unidos: la experiencia del movimiento “World Wide Marriage Encounter” que permite a muchas parejas vivir con alegría y conscientemente el carácter sacramental de su relación en una sociedad tan difícil y exigente como la norteamericana.
Algunos amigos del “Catholic Charismatic Renewal” han dado testimonio de la novedad acaecida en su vida, hombres que habían perdido la memoria de la educación cristiana recibida. El encuentro con el movimiento les ha regenerado y restituido completamente a una vida llena de gusto y despierta en su misión cotidiana.
Conmovedor por su claridad, el testimonio de una amiga de la “Comunidad de san Egidio” que acompañó hasta la muerte a una chica enferma de SIDA acogiendo a su hijo recién nacido que ahora está bien: hechos en los que la caridad de Cristo es capaz de vencer cualquier dureza de corazón con la grandeza de su presencia.
Desde Australia hasta América del sur y hasta las islas Filipinas, los numerosos testimonios nos han confirmado la certeza de que Cristo está presente mediante la actuación incesante de su Espíritu, gracias al cual, el movimiento por excelencia que es la Iglesia se propone continuamente en la historia de los hombres.
Por eso fue fácil para algunos amigos que habían intervenido en la última sesión del Congreso, afirmar de nuevo la naturaleza de la Iglesia como acontecimiento y por tanto el carácter inexorable de su tarea que es la misión, el testimonio en medio del mundo, el anuncio de la singular e irreductible novedad del Evangelio a todos los hombres, hasta los confines de la tierra.
Está claro el significado último de los testimonios que hemos escuchado: sólo en el trabajo para la misión de la Iglesia entera, y de cada uno de los cristianos, puede renovarse continuamente la propia autoconciencia de Cuerpo de Cristo, que vive de la unidad que proviene de lo Alto y que, por tanto, se manifiesta en una variedad inagotable y sorprendente para el propio bien y para el de todos los hombres.
Verdaderamente la misión de la Iglesia no es otra cosa que la epifanía de su identidad.
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