La homilía de S.E. el cardenal Camillo Ruini durante la Santa Misa que clausuró el segundo día del Congreso
La tarde del 28 de mayo, dedicada al trabajo por grupos de la misma lengua sobre los temas del congreso, se concluyó con una celebración eucarística presidida por S.E. el cardenal Camillo Ruini, presidente de la CEI. El purpurado ha dedicado la homilía al tema de la unidad y la comunión en la Iglesia, a raíz de la misión que ésta ha sido llamada a desempeñar en el mundo.
«Dice el Señor Jesús: “Para que todos sean uno en mí, como Tú, Padre, estás en mí y yo estoy en ti, para que todos permanezcan en mí”; esto remite a la permanencia de todos los creyentes en la comunión, en la unidad del Padre y del Hijo y, por lo tanto, en la unidad recíproca. Jesús añade: “Para que seamos perfectos en la unidad”, la unidad que se realiza entre nosotros y manifiesta de este modo la unión misteriosa y decisiva del Padre y del Hijo en el vínculo del Espíritu Santo. Jesús continúa: “Para que el mundo crea, para que sepa que tu me has enviado...”. Así se establece un nexo íntimo entre la comunión y la misión. Y Jesús prosigue: “... y los has amado como me has amado a mí”. Este es el núcleo de todo el evangelio de Cristo, de su misión en cuanto revelación de Dios Padre, de la actitud del Padre hacia nosotros, del amor del Padre. Y nosotros sabemos bien que este amor con el que el Padre ha amado al Hijo es el Espíritu Santo.
A continuación, el cardenal se ha detenido en el congreso de los movimientos, signo de comunión y unidad: “Que estén conmigo -pide Jesús al Padre- donde yo estoy, y que contemplen mi gloria”. Es lo que nosotros imploramos suplicantes hoy, al tiempo que nos alegramos por este gran signo de comunión, por este gran signo de unidad concreta en la Iglesia que es este congreso de los movimientos eclesiales. Y además de un signo de comunión, es un signo de misión, que abraza a toda la Iglesia y en particular a los laicos de la Iglesia. Todos juntos participan de la única misión que Dios Padre ha confiado a Cristo y que a través de Cristo mueve a la Iglesia entera y le proporciona así el sentido de su existencia. Por tanto, están presentes aquí las dimensiones plenas de la comunión y de su fuerza misionera. Por consiguiente, tenemos también el imperativo de vivir la comunión no sólo como don de Dios, sino como tarea que nos ha sido confiada, bajo la gracia del Espíritu Santo, tarea que debemos cumplir día a día con generosidad y paciencia, sin ceder al desaliento. Y, aún más, la llamada a concretar la comunión, porque el amor de Dios se manifiesta en lo concreto de la vida.
Después, el presidente de la CEI ha aclarado que la invitación a la unidad y a la comunión se dirige a cada persona, movimiento, realidad y diócesis dentro de la única Iglesia:
“Sabemos muy bien, por la experiencia de nuestros límites y pecados, que la voluntad de Dios es la plena comunión en la unidad. Esta debe ser la orientación radical de nuestra vida, orientados a esta unidad, orientados a ella como personas, como movimientos eclesiales, como todas las realidades que viven en la iglesia. Y aquí tenemos también un criterio esencial de discernimiento de los carismas y de los espíritus: todos los carismas y espíritus, si son verdaderamente espíritus de Cristo, carismas que vienen del Padre a través del don del Espíritu, tienden a esta unidad, por la cual y en virtud de la cual no nos quedamos en nosotros mismos.
Ninguno de nosotros, ninguna persona, ningún grupo, ninguna realidad eclesial, ninguna diócesis, tiene su centro en sí misma, sino que todos tenemos nuestro centro en Dios y en Jesucristo y, por tanto, en la única Iglesia de Cristo. Y, a su vez, esta única Iglesia de Cristo no tiene su centro en sí misma, sino en Dios y en la humanidad. Es Iglesia sacramento, por su propia naturaleza, por su esencia misionera, dirigida a Dios y a la humanidad. En concreto, Iglesia que tiene su centro en Dios en cuanto que Dios en Cristo es la única salvación de todo el género humano y también del mundo, del universo en el que el género humano habita».
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