Proponemos nuestros apuntes tomados de la parte central de la intervención del Rector de la Universidad Pontificia Lateranense, monseñor Angelo Scola, sobre «La realidad de los movimientos en la Iglesia universal y en la Iglesia local»
El hecho cristiano
En términos sencillos y objetivos: ¿qué es el hecho cristiano? Para delimitarlo en su integridad sería necesario examinar al menos los primeros pasos de la comunidad cristiana tal y como han sido canónicamente atestiguados por la Sagrada Escritura. Para este momento puede ser suficiente afirmar que se entiende por hecho cristiano el evento de Jesucristo muerto y resucitado, es decir, del Hijo encamado del Padre el cual, por obra del Espíritu, se hace presente en la Iglesia y a través de la Iglesia, en el hoy de la historia, comunicándose, de modo gratuito y sorprendente, a hombres concretos, con su imprevisible libertad y con su inevitable pertenencia a pueblos, culturas y tradiciones. (...)
«La Iglesia misma es un movimiento»
¿Qué quiso decir Juan Pablo II celebrando el 27 de septiembre de 1981 la Santa Misa para los participantes del primer Congreso de los Movimientos -visiblemente marcado todavía por el grave atentado que había sufrido- cuando afirmó: «La Iglesia misma es un movimiento»? (...) ¿De dónde le viene a la palabra “movimiento” su importancia dentro de la Iglesia? ¿Es la mera transcripción de un fenómeno sociológico o tiene además un derecho propio de ciudadanía?
Juan Pablo II, en el discurso antes citado, sugiere fundar la categoría de movimiento en la de misión: «la Iglesia misma es un movimiento y, sobre todo, es un misterio, el misterio del eterno amor del Padre, de Su corazón paterno, del cual comienzan la misión del Hijo y la misión del Esíritu Santo. La Iglesia, nacida de esta misión, se halla in statu missionis, ella misma es un movimiento y penetra en los corazones y en las conciencias».
La traditio eclesial: el evento encuentra la libertad
Ahora es necesario profundizar teológicamente en la afirmación de que la Iglesia es un movimiento. Para realizarlo volvamos a nuestro punto de partida, es decir, al hecho cristiano. Hemos visto que el hecho cristiano consiste en la Iglesia como evento de Jesucristo que se propone a la libertad de los hombres en el hoy de la historia. Este dinamismo profundamente unitario -evento, libertad, historia- que identifica simultáneamente el origen de la comunidad en torno a Jesús y su permanecer en el tiempo, contiene todos los factores constitutivos de la naturaleza de la Iglesia. Para describir este dinamismo unitario la Iglesia siempre ha hablado de traditio (tradición). Inmediatamente hay que afirmar con claridad que la traditio es un «lugar de práctica y de experiencia» (Blondel).
Para entender qué es la traditio en su núcleo constitutivo, consideremos nuestro encuentro de hoy. Este gesto es posible por el hecho de que, sin solución de continuidad, la amistad que Jesús ha generado en torno a sí se ha propagado, físicamente, en el tiempo y en el espacio hasta alcanzarnos a nosotros. Hombres de razas y pueblos diversos, de diferentes civilizaciones y culturas, en distintas épocas, de un modo ininterrumpido desde hace dos mil años, se adhieren al evento por gracia y lo vuelven a proponer. Con este dato elemental, que no tiene parangón en toda la historia de la humanidad, se apoya el concepto católico de traditio.
Esta es la objeción de la Ilustración, que siempre acaba volviendo, incluso entre cristianos, y que pretende reducir el peso de la tradición como experiencia: ¿puede, razonablemente, proponerse un hombre de hace dos mil años como presente hoy? El genio del catolicismo responde a esta objeción con el gran evento del Jueves Santo. El Jueves Santo Jesús, mediante la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, “anticipa” el ofrecimiento de sí mismo (pasión, muerte y resurrección) a la libertad de todo hombre de todo tiempo. Si nuestra libertad no se somete a los sacramentos y a la lógica implicada en ellos, resulta imposible reconocer la contemporaneidad del evento de Jesucristo en el hoy de cada hombre de la historia. Es imposible captar el concepto católico de traditio, al que. pertenece intrínsecamente la categoría de evento, es decir, de un hecho que sucede en el presente como memoria sacramental de un hecho que sucedió en el pasado.
¿Qué fisonomía tiene el encuentro entre este evento y la libertad humana, que nos llega asegurado por la traditio?
Esta fisonomía se puede rastrear en el conjunto de los escritos neotestamentarios. En ellos se nos propone un evento que pone en movimiento la libertad de las personas. Se intuye este dinamismo inconfundible, en cierto sentido, desde las primeras páginas de los evangelios sinópticos («los pastores se decían unos a otros: “vayamos, pues, a Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado”. Y fueron a toda prisa». [Lc 2, 15-16] o en los encuentros tan admirablemente descritos por el evangelio de Juan [Jn 3, Iss; 7ss; 8, 1-11].
Pero esta fisonomía se desvela completamente cuando la libertad de aquellos que le habían seguido dejándolo todo es sometida a la prueba suprema. Es emblemático el desconcierto de aquellos dos que volvían por la tarde a Emaús. Les parecía que todo se había acabado, que una aventura preciosa había terminado en fracaso. (...) Se produjo un hecho absolutamente inesperado: la resurrección. (...) En la fracción del pan lo reconocen y, gracias a este reconocimiento, inmediatamente son impulsados a anunciarlo: («Cuando se sentó a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron»), «Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén» [Lc 24, 30-33].
La fisonomía del encuentro entre evento y libertad, que nos asegura la tradición, se capta, en cierto modo, en este ponerse en movimiento tanto de las mujeres como de los apóstoles inmediatamente después de las apariciones del Resucitado. (...) Llegados a este punto necesitamos hacer dos precisiones importantes. En primer lugar, es necesario poner de relieve que este ponerse en movimiento se fundamenta en un dato incontrovertible: Aquel que se aparece resucitado es el crucificado. «Mirad mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo!» [Le 24, 39]. Por el don del Espíritu este hecho -y esta es la segunda nota- genera una experiencia consciente de una extraordinaria unidad entre los suyos. (...)
Es necesario añadir alguna palabra más sobre la libertad que el evento reclama en la traditio. Al afrontar teológicamente la dinámica de la traditio, no es frecuente ver respetado el peso esencial de la libertad. Por el contrario, nos ha recordado el cardenal Ratzinger: «No se puede uno meter en el bolsillo la revelación, como se puede hacer con un libro. Esta es una realidad viviente, que exige la acogida (libertad) de un hombre vivo como lugar de su presencia».
Por una parte, la libertad, en cuanto que es finita y creatural, debe encontrar un punto objetivo como garantía para aventurarse en la propuesta de la traditio. Se podría identificar esto, en última instancia, con la estructura sacramental-jerárquica que mantiene la indefectibilidad de la Iglesia.
Por otra parte, la fuerza de la traditio (con todos sus elementos: sacramento, palabra, autoridad), resultaría ineficaz si la libertad no se dejase poner en movimiento. Por eso el Espíritu del Resucitado no cesa de mover en términos personales y mediante concretos tipos de afinidad comunitarios, la libertad de algunos para que se abandonen creativa y persuasivamente a esta estructura sacramental de la Iglesia (carismas).
Una última nota. El método de la traditio, por consiguiente, es el testimonio. En la traditio el evento se comunica de testigo a testigo. Resulta impresionante ver cómo san Pablo usa los mismos verbos (paradidomai- trasmitir y paralambano-recibir) para hablar tanto de la institución de la Eucaristía [1 Cor 11,23] como para anunciar la Resurrección de Cristo como contenido esencial de la predicación [cfr. 1 Cor 15], «Aquello que a mi vez he recibido os trasmito»: ¡esto es la traditio!
De las consideraciones que acabamos de desarrollar debería emerger, aunque ciertamente como un bosquejo totalmente provisional y necesitado de ulteriores profundizaciones, el contenido teológico de la afirmación de que la Iglesia es un movimiento. (...)
Iglesia universal/iglesia local y carismas/movimientos
Si miramos a la Iglesia como movimiento, la relación Iglesia universal-iglesia particular recibe nueva luz.
En la dinámica de la traditio se comunica (esto es. se trasmite) la Iglesia a sí misma con todos sus factores constitutivos.(...) Por una parte, es preciso reconocer una anterioridad a la dimensión universal de la Iglesia, dado que ella es coesencial a la naturaleza del evento de Cristo y a la lógica sacramental que Jesús inaugura. El testigo, como nos atestiguan la Sagrada Escritura y la historia de la Iglesia, es enviado a proponer la Iglesia de Cristo como tal.
Por otra parte, ¿cómo podría ser encontrable esta única y global Iglesia de Cristo, formada por hombres históricamente situados, si no fuera introduciendo sus raíces en ámbitos concretos de la existencia humana, la cual está hecha del entrecruzarse cotidiano de afectos y de trabajo? (...) La única y entera Iglesia de Cristo se hace particular. Me parece que este es el modo adecuado de identificar, en términos no formalistas, la Iglesia particular tal y como es propuesta en la Lumen Gentium. (...)
De este modo, la Iglesia universal y la Iglesia particular se encuadran dentro del dinamismo de la auto-realización de la Iglesia mediante la traditio. (...) La Iglesia universal y la Iglesia particular dejan de ser meros recipientes en los que se debe reintroducir la experiencia del cristiano, de las parroquias, de los grupos, de las asociaciones, de los movimientos, etc, para recuperar toda su fuerza teológica y antropológica. (...) Dando por sentadas las dos afirmaciones anteriores, no veo motivos para buscar una colocación ni en la Iglesia local ni menos en la Iglesia universal para esas realidades carismáticas que son los movimientos. Estos se refieren, a la vez y de un modo inmediato, a la Iglesia como tal tanto en su dimensión universal como particular. (...)
¿Dónde podemos situar, teológicamente, los carismas y los movimientos? (...) El hecho cristiano, como hemos visto, encuentra la libertad del hombre en su variopinta diversidad de historias, de temperamentos y sensibilidades diferentes, interpelándola a tomar una decisión. En esta decisión, la libertad no queda abandonada a sí misma. De hecho, el Espíritu sostiene el camino de los hombres que se adhieren a Jesucristo a través de los así llamados “carismas”, los cuales mediante su persuasividad, facilitan la libertad, la adhesión al contenido de la traditio que es el acontecimiento mismo de Cristo.
Esta ayuda particular que el Espíritu ofrece a la libertad mediante los carismas, nos permite comprender el motivo por el cual, en la vida de la Iglesia, la dimensión carismática es coesencial a la dimensión institucional: ambas no pueden concebirse dialécticamente, sino sólo dentro de una unidad orgánica. (Por esta razón se ha podido afirmar que «la fuerza de Cristo presente en el mundo dentro de la Iglesia alcanza a la persona a través de un carisma, un don particular -Gracia- con el cual el Espíritu reviste la energía expresiva, operativa, incidente de un temperamento, de una persona, de una historia. ¿De qué serviría todo lo que es la Iglesia como realidad estable, institucional, si no te alcanzase con una energía luminosa, conmovedora e incidente sobre tu vida y sobre la vida de los demás?» (L. Giussani, La idea de movimiento).
Hasta el final de los tiempos
La Iglesia como movimiento asegura el ofrecimiento permanente del acontecimiento de Cristo a la libertad del hombre de hoy. La traditio es la experiencia objetiva de la presencia permanente de Jesús con nosotros hasta el final de los tiempos. Si se quita a la traditio la fuerza del acontecimiento ésta ya no interpelará a la libertad, se limitará únicamente a proponer tradiciones “mecánicas” incapaces de convencer a nadie y, en el mejor de los casos, perseguirá una eficacia de tipo empresarial como camino de una ilusoria modernización. Por el contrario, si en la traditio la libertad pasa por encima del acontecimiento sin obedecerlo (sacramento-autoridad) entonces se pierde por los senderos violentos y ficticios de la utopía. (...)
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