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Huellas N.06, Junio 1998

CONGRESO MUNDIAL DE LOS MOVIMIENTOS

Coesenciales, porque la Iglesia misma es un movimiento

Juan Pablo II

El mensaje autógrafo de Juan Pablo II a los participantes en el Congreso Mundial de los movimientos eclesiales

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo:

1. «En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor» (1 Ts1, 2-3). Estas palabras del apóstol Pablo resuenan con grata alegría en mi corazón mientras, en espera de encontrarme con vosotros en el Vaticano, os envío a todos un caluroso saludo y os aseguro mi cercanía espiritual.
Pienso con afecto en el presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, el cardenal James Francis Stafford, y en el secretario, monseñor Stanislaw Rylko y sus colaboradores en el Dicasterio. Extiendo mi saludo a los responsables y delegados de los múltiples movimientos, a los Pastores que les acompañan y a los ilustres ponentes.
En el curso de los trabajos del congreso mundial, abordaréis el tema: «Los movimientos eclesiales: comunión y misión en el umbral del tercer milenio». Quiero dar las gracias al Pontificio Consejo para los Laicos, que ha asumido la tarea de promocionar y organizar este importante simposio, así como a los movimientos, que han respondido con total disponibilidad a la invitación que les hice hace dos años en la Vigilia de Pentecostés. En aquella ocasión expresé mi deseo de que en el camino hacia el Gran Jubileo del 2000, durante el año dedicado al Espíritu Santo, ofrecieran un «testimonio común», y «en comunión con los Pastores y en unión con las iniciativas diocesanas, [llevaran] al corazón de la Iglesia su riqueza espiritual, educativa y misionera, como preciosa experiencia y propuesta de vida cristiana» (Homilía de la Vigilia de Pentecostés, n 7, en: L’Osservatore Romano, 27-28 de Mayo de 1996, p. 7).
Deseo de corazón que vuestro congreso y el encuentro del 30 de mayo de 1998 en la Plaza de San Pedro pongan de manifiesto la fecunda vitalidad de los movimientos en el Pueblo de Dios, que se prepara para franquear el umbral del tercer milenio de la era cristiana.

2. Pienso en estos momentos en los congresos internacionales organizados en Roma en 1981, en Rocca di Papa en 1987 y en Bratislava en 1991, que siempre
he seguido con atención, acompañándolos con la oración y mi constante apoyo. Ya desde el inicio de mi Pontificado he atribuido especial importancia al camino de los movimientos eclesiales, y he tenido la oportunidad de apreciar los frutos de su difusión y creciente presencia en el curso de las visitas pastorales a las parroquias, así como en mis viajes apostólicos. He constatado con satisfacción la disponibilidad para poner sus energías al servicio de la Sede de Pedro y de las Iglesias locales. Me he referido a ellos como una novedad que todavía espera ser comprendida y valorada adecuadamente. Reconozco hoy, y me alegro por ello, una autoconciencia más madura. Los movimientos representan uno de los frutos más significativos de aquella primavera de la Iglesia ya anunciada por el Concilio Vaticano II, pero tristemente obstaculizada por el acelerado proceso de secularización. Su presencia es alentadora porque muestra que esta primavera avanza, manifestando la frescura de la experiencia cristiana fundada en el encuentro personal con Cristo. Aun en la diversidad de las formas, los movimientos se caracterizan por la conciencia común de la «novedad» que la gracia bautismal trae a la vida, por la singular tensión en profundizar el misterio de la comunión con Cristo y con los hermanos, por la firme fidelidad al patrimonio de la fe transmitido por el flujo vivo de la Tradición. Esto da origen a un renovado impulso misionero, que nos lleva a salir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestra época en sus situaciones concretas, y a dirigir una mirada cargada de amor sobre la dignidad, las necesidades y el destino de cada uno.
Son estas las razones del «testimonio común» que, gracias al servicio del Pontificio Consejo para los Laicos, y con espíritu de amistad, de diálogo y colaboración con todos los movimientos, se concreta ahora en este congreso mundial y, sobre todo, dentro de unos días, en el esperado «encuentro» en la Plaza de San Pedro. Un «testimonio común» que, por otra parte, ya se ha puesto de manifiesto en la laboriosa fase preparatoria de estos dos eventos.
La significativa presencia entre vosotros de Superiores y representantes de otros dicasterios de la Curia Romana, de obispos que proceden de distintos continentes y países, de delegados de la Unión Internacional de Superiores y de Superioras Generales, de invitados de varias instituciones y asociaciones, indica que toda la Iglesia está implicada en esta iniciativa, confirmando que la dimensión comunional es esencial en la vida de los movimientos. También está presente la dimensión ecuménica, tangible en la participación de delegados fraternos de otras Iglesias y comuniones cristianas, a los que dirijo un particular saludo.

3. El objetivo de este congreso mundial es, por un lado, profundizar en la naturaleza teológica y en la tarea misionera de los movimientos y, por otro, favorecer la mutua edificación mediante el intercambio de testimonios y experiencias. Vuestro programa, por tanto, toca los aspectos cruciales de la vida de los movimientos suscitados por el Espíritu de Cristo para un nuevo impulso apostólico del cuerpo eclesial por entero. Al comienzo de los trabajos, deseo proponeros algunas reflexiones que ciertamente tendremos la oportunidad de subrayar más adelante en el curso de la celebración en la Plaza de San Pedro, el próximo 30 de mayo.
Vosotros representáis a más de 50 movimientos y nuevas formas de vida comunitaria, que expresan una multiforme variedad de carismas, métodos educativos, modalidades y fines apostólicos. Una multiplicidad vivida en la unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, en obediencia a Cristo y a los Pastores de la Iglesia. Vuestra existencia misma es un himno a la unidad en la pluriformidad querida por el Espíritu y da testimonio de ella. En efecto, en el misterio de comunión del Cuerpo de Cristo, la unidad no es nunca una homogeneidad plana, negación de la diversidad, al igual que la pluriformidad nunca debe llegar a ser particularismo o dispersión. He aquí el porqué cada una de vuestras realidades merece ser valorada por la peculiar contribución que aporta a la vida de la Iglesia.

4. ¿Qué se entiende hoy por «movimiento»? El término se utiliza a menudo para referirse a realidades distintas, incluso en su configuración canónica. Es cierto que si, por un lado, no puede agotar ni definir la riqueza de las formas suscitadas por la creatividad vivificante del Espíritu de Cristo, sin embargo, indica una concreta realidad eclesial en la que participan en su mayoría laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que funda su propio método pedagógico en un carisma preciso donado a la persona del fundador en circunstancias y modos o maneras determinados.
La originalidad propia del carisma que da vida a un movimiento no pretende, ni lo podría, añadir nada a la riqueza del depositum fidei, custodiado por la Iglesia con apasionada fidelidad. Sin embargo, constituye una valiosa ayuda, un reclamo fascinante y convincente para vivir en plenitud, con inteligencia y creatividad, la experiencia cristiana. En esto reside el fundamento para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos y necesidades de los tiempos y de las circunstancias históricas siempre distintas.
En este sentido, los carismas reconocidos por la Iglesia representan vías para profundizar en el conocimiento de Cristo y para entregarse con mayor generosidad a El, enraizándose al mismo tiempo cada vez más en la comunión con todo el pueblo cristiano. Por tanto, ellos merecen atención por parte de cada miembro de la comunidad eclesial, empezando por los Pastores, a los que está confiado el cuidado de las Iglesias particulares en comunión con el Vicario de Cristo. Los movimientos pueden ofrecer una valiosa contribución al dinamismo vital de la única Iglesia, fundada en Pedro, en las distintas situaciones locales, de manera particular en aquellas regiones donde la implantatio Ecclesiae está todavía en los comienzos o sufre no pocas dificultades.

5. En varias ocasiones he tenido la oportunidad de subrayar cómo en la Iglesia no existe contraste o contraposición entre la “dimensión institucional” y la “dimensión carismàtica”, de la que los movimientos son una expresión significativa. Ambas son “coesenciales” a la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque cooperan juntas para hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo. Juntas, además, tienden a renovar, conforme a sus propias modalidades, la autoconciencia de la Iglesia, que puede llamarse ella misma, en un determinado sentido, «movimiento», en cuanto acontecimiento en el tiempo y el espacio de la misión del Hijo por obra del Padre en la potencia del Espíritu Santo.
Estoy convencido de que estas consideraciones encontrarán una adecuada profundización en el curso de los trabajos del congreso, que acompaño con la oración, para que de ellos broten frutos abundantes en beneficio de la Iglesia y de toda la humanidad.
Con estos deseos, y en espera de encontrarme con vosotros en la Plaza de San Pedro la Vigilia de Pentecostés, os imparto de corazón una especial Bendición Apostólica a vosotros y a los que representáis.

Desde el Vaticano, 27 de mayo de 1998

Juan Pablo II

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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