El cardenal Ratzinger recibe en Pamplona el doctorado honoris causa. Una reflexión sobre el valor de la libertad y la autoridad en la búsqueda de la verdad. La biografía de esta célebre figura de nuestro tiempo publicada por Ediciones Encuentro
Joseph Ratzinger. Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha realizado una visita a Pamplona, del 30 de enero al 2 de febrero. La Facultad de Teología de la Universidad de Navarra le había concedido el grado de doctor honoris causa por «su ejecutoria en el desempeño de la grave responsabilidad al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desde 1982; el impacto de sus intervenciones doctrinales en una época tan problemática como la de este final del segundo milenio», como señaló Pedro Rodríguez, Decano de la Facultad, en su laudatio del doctorando. Una vez investido como doctor, le tocaba al cardenal Ratzinger dirigir unas palabras al auditorio compuesto por más de 2.000 personas presentes en el Aula Magna y que le seguían a través de un circuito cerrado de televisión. Como era lógico, sus palabras versaron sobre la tarea de la Teología científica. Pero con un obligado matiz, dado el segundo oficio del prelado bávaro, su condición de Prefecto del ex Santo Oficio; «¿No se excluirán, quizás, ciencia y autoridad externa?». Libertad científica y autoridad, pues. Lo cierto es que no es fácil encontrar un tema más actual y urgente, en el contexto de la labor científica en la modernidad y posmodernidad. «¿Podría acaso la ciencia -dijo el cardenal - reconocer otra autoridad que no fuese la de sus propios conocimientos, es decir, la de sus argumentaciones? ¿No es contradictorio en sí mismo un Magistero que quiera imponer límites en materia científica al pensamiento?». La discusión teológica actual depende del tipo de respuesta que se dé a estos interrogantes.
Una decisión para la existencia
¿Hay algo de específico, de único en la teología cristiana? «Si la Teología quiere ser algo distinto de la ciencia de la religión, algo distinto del simple tratar las cuestiones irresueltas sobre lo que nos trasciende y a la vez nos constituye - responde Ratzinger -, entonces ha de basarse únicamente en el hecho de que surge de una respuesta que nosotros no hemos inventado». Y continúa: «Lo peculiar de la Teología es ocuparse de algo que nosotros no nos hemos imaginado y que puede ser fundamento de nuestra vida precisamente porque nos precede y nos sostiene, es decir, porque es más grande que nuestro propio pensamiento». Acepto un presupuesto previamente dado para encontrar, desde él y en él, el acceso a la vida verdadera, a la verdadera comprensión de mí mismo. La Teología presupone, por su propia naturaleza, una auctoritas. La autoridad no es, pues, un límite, a la creatividad del pensamiento humano, sino la misma condición de posibilidad de alcanzar la verdad. Pero hace falta una decisión previa a todo trabajo científico, el deseo de «la vida verdadera». O sea que, anterior a la misma reflexión científica, hay un espacio para una decisión existencial de búsqueda de la verdad, que forma parte indispensable del método científico.
Buscar la verdad
El segundo tema de la disertación de Ratzinger apuntó a un problema que durante muchos años ha bloqueado el avance de la exégesis crítica de la Palabra de Dios. «La Escritura -continúa Ratzinger- es portadora del pensamiento de Dios. Esto hace que se convierta en "autoridad". Pero viene mediada por una historia humana, una comunidad histórica que llamamos "Pueblo de Dios", precisamente porque ha sido reunida por la irrupción de la Palabra divina. Pues, si la Biblia como libro no fuera unívoca en sí misma, no podría constituir por sí sola - únicamente como libro - el presupuesto que se nos ha dado y que nos ha de guiar. Quedaríamos de nuevo abandonados a nosotros mismos». Si Dios interviene en la historia del hombre para lograr su cumplimiento, su felicidad, y queda encerrado en un texto -la Biblia-, que además es susceptible de varias interpretaciones, entonces «permaneceríamos solos con nuestro pensamiento, que se encontraría desamparado». Sin embargo, «la Escritura, la Palabra que se nos ha dado como presupuesto, no está aislada, ni es simplemente un libro. Su sujeto humano, el Pueblo de Dios, está vivo y se mantiene a través de los tiempos. Es misión del Magisterio no oponerse al pensamiento, sino dar voz a la autoridad de la Respuesta que se nos ha dado, y así crear espacio para la Verdad misma que viene a nosotros». El cardenal Ratzinger convirtió sus palabras de agradecimiento por el grado honorífico en una pedagógica lección sobre la función esencial de la libertad y la de la autoridad en la búsqueda de la verdad. Se exigen recíprocamente, en función de la vida de cada hombre y de todo hombre, de la comunidad humana. Concluyó el cardenal: «El Magisterio debe ser un servicio humilde para que siempre sea posible la Teología verdadera, y así se puedan oír las respuestas sin las cuales no podemos vivir rectamente».
Biografía
La vida de la Iglesia siempre ha sido rica en personas cuyo amor por Cristo definía la totalidad de su existencia. Es también el caso del cardenal Joseph Ratzinger, protagonista de excepción del fin del milenio, quien pone de manifiesto en esta autobiografía, plena de sentido del humor, inteligencia y pasión, que toda su vida ha estado y está marcada por el lema que escogió para su escudo episcopal: Cooperatores veritatis. Como no podía ser de otro modo, al hilo de su historia personal, el autor repasa los grandes problemas de la Iglesia en este siglo, dando una visión plena lucidez e inteligencia.
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