Con ocasión del “mes misionero extraordinario” convocado por el Papa, tres testimonios desde Brasil, Suiza y Holanda. Ya sea en el ambiente de trabajo o en la parroquia, el anuncio cristiano acontece simplemente viviendo
Río de Janeiro. «Quería esa misma libertad»
¿Qué es la libertad? Bonita pregunta, a los 15 años. Todavía más si has crecido en una familia protestante, de tradición evangélica, cuando las normas morales empiezan a resultarte un corsé estrecho, y esa pregunta te martillea la cabeza. Raquel Gongalves hoy tiene 30 años y vive en Río de Janeiro. Entonces creía en lo que había aprendido sobre Dios, pero no le bastaba. Necesitaba respuestas y un respiro más amplio. Se apunta a un curso de Teología de base: «Yo era la más joven. Me apunté para entender mejor quién era Dios y para poder ser yo misma». Buscaba una respuesta para aquella pregunta.
Al final del curso, su iglesia le resulta aún más lejana, las reglas inconsistentes. Con 18 años abandona todo que se refiere a la religión y a los compañeros de fe: «Dios podía albergarse en mi corazón», aunque no tuviera que ver con la vida diaria. Muerto (en parte) un dios, aparece otro. Ser libre se convierte para Raquel en hacer todo lo que quiere: «Los fines de semana de un local a otro, bebía y fumaba mucho». Pero su “felicidad" dura el momento de una noche. Tras el café por la mañana, vuelve la insatisfacción. Algo no le cuadra. Mejor volver a rezar alguna oración, por si acaso. Pero nada. «Persistía una sensación de vacío que no lograba llenar». En 20x5, por trabajo, conoce a Carol. Es una persona solar, viva. Así como muchas personas que Carol le presenta. Son de CL. Raquel siente curiosidad por ellas, aunque por carácter es distinta, más dura, radical. También su jefa en la oficina es de CL, de los que llaman Memores Domini. «La “italiana recia", así la llamaba yo. Esa mujer me sorprendía mucho. No pegaba con aquellas personas solares». Raquel le tiene mucha estima porque la ve como una persona decidida, seria, con una humanidad profunda. Desayunando juntas, hablan de la vida, de Cristo. Raquel es un torrente en crecida, confiesa tener ese vacío, plantea mil preguntas. Sobre todo, le pregunta a su jefa: «¿Eres libre? ¿Eres feliz?». «Sí, soy libre porque esta es mi vocación. Y soy feliz porque quiero estar ahí». ¿Cómo se puede vivir en una casa con muchas otras personas, siguiendo una regla común, y sentirse plenamente libre? «Yo también quería esa misma libertad».
Benedicto XVI dijo una vez que el cristianismo no crece por proselitismo, sino por atracción, así que para ser misioneros basta realmente poco, por ejemplo, contestar a una pregunta que te hacen. Basta el Bautismo, nos dice Francisco en el mensaje de este “octubre misionero". «Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre misión, todo bautizado y bautizada es una misión». Desde aquel día, para Raquel la “italiana recia" empieza a tener un nombre, Paola. Y el cuaderno de los Ejercicios espirituales de CL, “¿Hay algo qué resista el embate del tiempo?", no le deja tregua. «No entendía mucho de ese texto, pero tenía que ver conmigo. Todo para mí tenía fecha de caducidad, como dice el cantante brasileño Renato Russo: “Lo que es para siempre, se acaba siempre”. Le escribí a Paola: “¿Qué es lo que dura? No quiero leer más los Ejercicios, demasiados filosóficos para mí"». La respuesta, otra vez, la provoca: «No puedo darte una explicación teórica, debes descubrirlo por ti misma, percatarte en tu experiencia de qué es lo que quieres que dure para siempre».
Y Raquel se pone en marcha. Acude a los encuentros de CL en Río, se va de vacaciones con ellos a las playas de Angra dos Reis, y aquí ante un mar maravilloso apaga el móvil, nada de fotos. «Quería custodiar en la memoria lo que veo y lo que vivo. En una de las veladas, organizaron un TalentShow. Estaba en el lugar donde quería estar, haciendo lo que deseaba desde hace tiempo: tocar la batería. En esas vacaciones, de un modo sutil, experimenté la libertad y la felicidad que tanto había deseado. Quería que no se acabara nunca».
A la vuelta, Raquel retoma los Ejercicios y las palabras empiezan a manifestar su significado. En sus ojos, los rostros de la vacación, y en el trabajo un pensamiento fijo: volver a verles y a saborear esa sensación sutil de libertad.
Basilea. «¿Qué están buscando?»
Hablar de “misión" en el corazón de Basilea, entre laboratorios y aulas universitarias, lejos de los barrios pobres africanos o de las florestas tropicales. ¿Demasiado? Ilaria Zardo, originaria de Roma, es profesora de Física en la ciudad suiza. Llegó allí en 2015, junto con su marido Leo y sus dos hijos. Leo y ella se conocieron en Mónaco, cuando ella se mudó a Alemania para un doctorado en 2007. Él es protestante, ella católica. Hacia el final del liceo, había conocido al padre Sergio, que daba clase de religión, y lo había seguido. «Había fallecido una compañera de clase. Fue un golpe para todos. Pasábamos mucho tiempo juntos, pero sin tocar ese tema». En cambio, el padre Sergio había hablado de “ser humanos de verdad", de no escapar. Ilaria empezó a alargar su camino de regreso a casa con tal de cruzarse con ese sacerdote en el Metro. «Después de la boda, Leo me siguió a Holanda, en 20x2, luego aquí en Basilea». Una vida entre trabajo, clases y laboratorios. «¿Puedo hablar de misión? Para el Papa es una misión la vida de cada cristiano. Cuando me fijo en lo que sucede, también en momentos difíciles u oscuros de la vida, me doy cuenta que tienen que ver con mi reconocimiento de Cristo en el día a día, en los encuentros y en la realidad tal como se da». No se trata de convencer a nadie, sobre todo aquí, en un lugar donde hablar de Jesús es un poco como hablar de marcianos. «Sin embargo, Él mismo se comunica a otros... También a través de mí». El año pasado un estudiante holandés fue a verla: «Tenía a su padre enfermo, en fase terminal. Traté como pude de facilitar su regreso a casa para estar con su padre, incluso le sustituí en algunos turnos en el laboratorio. Le llamaba por teléfono para saber de él y de su padre. Nunca lo hice por simple cortesía. Seguía pensando en ese. “Mujer, ¡no llores!" de Jesús ante la viuda de Naín. Hubiera querido escribir a ese estudiante. Seguramente no es cristiano. Aunque no vea conveniente hablarle de esperanza y de Jesús, yo puedo mirarle como le mira Él». A la vuelta de Holanda, ese chaval la deja sin habla: su padre quería darle las gracias por el tiempo que le ha permitido estar con él. Entonces Ilaria escribe a ese hombre: «Yo estoy agradecida por el don que es para mí su hijo, y rezo por él, para que nada se pierda». A través del chaval le hizo saber que moría sereno, porque estaba seguro de que su hijo tenía alguien que le quería de verdad. «Al poco tiempo, entró en coma y murió».
La misión no es una cuestión de capacidad o de buenas intenciones, sino de darse cuenta «de lo que sucede, de lo que Dios hace en nuestra vida. Siendo fieles a esta historia uno se convierte en misionero». En una reunión para decidir la asignación de fondos para la investigación: «Fueron 48 horas codo con codo con algunos colegas que son toda una eminencia en el campo científico, al final, me levanto y abrazo a uno de ellos. Él se pone rígido. Pero otra compañera se me acerca y me dice: “No cambies nunca". Si soy leal con la vida que he encontrado, puedo estar disponible en la relación con mis colegas, o aprenderme los nombres de todos mis alumnos, cosa que nadie hace. Ellos luego me buscan. ¿Por qué? ¿Qué es lo que ven en mí? ¿Qué buscan en realidad?». Ilaria sabe que su relación con Cristo se juega allí, en la relación con los chavales, en el diálogo entre la realidad concreta y su corazón.
Cualquier momento puede ser la ocasión de un encuentro. En una conferencia, Ilaria conoce a Ricardo, un colega de Barcelona. Entre una charla y otra, él saca el tema de la crisis de los cuarenta. «Percibí en sus palabras toda la insatisfacción que emerge delante de las cosas, incluso cuando uno tiene éxito. Entonces le entregué el cuaderno de los Ejercicios». Al comprobar que en ellos se cita repetidamente el libro de don Giussani El sentido religioso, Ricardo fue a comprarlo y se lo leyó de cabo a rabo. «En una ocasión, ante ciertas cosas que me cuestan, fue él quien me reclamó. “Con todo lo que te ha pasado, ¿te pierdes en estas pequeñeces?". El encuentro con el otro te devuelve a la verdad de lo que vives. Lo que será de él está en manos de Dios».
Tilburg. Fuera de la burbuja
La llaman “Expat bubble”, la burbuja de los expatriados. Esa por la que quien llega a Holanda por trabajo se instala en el país sin conocer la lengua local. ¿En el supermercado? ¿En el gimnasio? ¿En el ambulatorio? Basta con saber inglés. Para entablar un diálogo más allá de cuestiones prácticas, hace falta conocer el holandés. Sin embargo quien aterriza aquí muchas veces no tiene ni tiempo ni energías para aprender la lengua local.
Tampoco la mayoría de italianos de CL, que constituyen casi el 80% de nuestra comunidad holandesa, se libra de esta circunstancia. Hasta la apertura de curso de este año los momentos comunes se hacían en inglés con traducción al holandés. Cuenta el padre Michiel Peeters, misionero de la Fraternidad San Carlos, desde hace unos años responsable del movimiento en Holanda: «Me di cuenta de que hablar en inglés dificultaba el encuentro con los holandeses que invitábamos por primera vez a algunos de nuestros encuentros. La lengua se estaba convirtiendo en un obstáculo para conocer a personas nuevas». Había que dar un cambio: holandés como primera lengua, inglés como segunda. Algunos no entendieron inmediatamente la decisión.
Lo comentaron juntos. Paolo le dice al padre Michiel: «Si nos lo pides como un paso de apertura misionera, necesitamos instrumentos para llevarlo a cabo». El sacerdote, que es holandés, se queda boquiabierto: «¿Es cierto lo que oigo? ¿De verdad queréis aprender mi idioma?».
El giro crucial se produce al final de los Ejercicios de la Fraternidad, al escuchar los avisos: «Don Giussani ha definido la pasión misionera como “el síntoma de la verdad de la Fraternidad"». Y luego: «Os invitamos a mirar con esta perspectiva eventuales viajes, estancias en el extranjero, propuestas de trabajo en otros países». Además «es muy importante favorecer el estudio de los idiomas». Resulta claro que no se trata de una simple cuestión organizativa o de identidad nacional. Es algo más lo que está en juego. La propuesta lanzada tiene un nombre que no deja margen a la interpretación: Duch4Mission, un curso gratuito de holandés para italianos que quieren vivir hasta el fondo, también su fe, en la tierra donde habitan. Las clases son cada semana, los martes por la noche, por videoconferencia. En pocas semanas son muchos los que se apuntan. No solo desde Holanda, sino también desde Flandes. A comienzos de septiembre empiezan dos cursos: uno básico de gramática y otro intermedio de conversación. El padre Michiel dicta el primero, al que se apuntan treinta personas. El segundo cuenta con siete inscritos. Números importantes para la pequeña comunidad holandesa. Y todo para responder a una renovada llamada a la misión. Cuenta Magdalena, que se ocupa de la organización de los cursos: «Cuando llegué decidí quedarme con el inglés y no aprender holandés. Hoy no lo haría. No solo porque es un bien para la vida de la comunidad aquí, sino porque si vives en un país que no es el tuyo tienes que implicarte plenamente con la vida de la gente donde estás. Hasta ahora la barrera lingüística me ha impedido conocer de verdad a las personas del lugar». Silvia dice que se dio cuenta de que estaba en la Expat bubble cuando su hijo empezó a ir a la guardería: «Allí las maestras no tienen por qué saber inglés. Además está claro que es muy distinto saludar a las demás mamás con un “Hallo, hoe gaat het?". Están más dispuestas a entablar conversación. Y solo así puede darse una relación, una amistad». Por eso también los misioneros ad gentes empiezan por ahí, por la lengua.
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