Va al contenido

Huellas N.02, Abril 1991

CULTURA

Conocer a Newman

Onorato Grassi/Carmenchu Rubio

Se acaba de clausurar el centenario de su muerte. Su proceso de beatificación está en curso. Se vuelven a publicar sus obras.
El cardenal inglés es cada vez más actual.


En octubre de 1845 ocurrieron dos hechos que, sin tener entre ellos ninguna relación causal, hoy asumen a nuestros ojos un significado más que simbólico: el día 6, Renan deja el Seminario de Saint Sulpice para entrar en la Universidad, abandonando así la fe para dedicarse a la ciencia; tres días más tarde, en Littlemore, en Inglaterra, John Henry Newman, hasta enton­ces anglicano, solicita y con­sigue ser acogido en el seno de la Iglesia católica. Con Renan la inteligencia católica francesa se subleva encarnizadamente contra el cristianismo; gracias a Newman el mundo intelectual se vio sacudido y provo­cado y el catolicismo recibió uno de los más altos ejemplos de genialidad humana y reli­giosa. Un mismo camino recorrido por dos grandes fi­guras en sentido opuesto, como apuntaba en el Osserva­tore Romano del 1 de Febrero de 1948 Don Giuseppe De Luca, uno de los más apasio­nados estudiosos italianos del gran converso inglés.
Newman se adhirió al catolicismo después de muchos años nació en Londres en 1801 intensamente dedicados al es­tudio y a la actividad pastoral y educativa. Se ordenó sacer­dote en 1823 en Oxford y posteriormente fue vicario en algunas parroquias, tutor en el Oriel College y «predicador destacado», en los años 1831-32, en la Universidad (sus quince University Sermons son uno de los más claros ejemplos de arte retórica, de actitud educativa y de capacidad de argumentación. Fue, junto a John Keble, Hurrel Froude, William Palmer y otros, inspi­rador del Movimiento de Oxford que surgió «para oponerse al peligro específico que amenazaba en aquel momento a la religión de la nación y a su Iglesia» (Apología II); inició la publicación de Tracts for the Time (Tratados para nuestro Tiempo), un instrumento polé­mico para defender y difundir las ideas del «movimiento».

Estudiar y escribir
Sin embargo, por su carác­ter y costumbres, no era exce­sivamente amante de la activi­dad pública y, por norma, prefería permanecer en sus habitaciones «estudiando y es­cribiendo».
Muchas obras, como por ejemplo el ensayo sobre los Arrianos del siglo IV o la carta sobre la Justificación, corres­ponden al período anglicano. Fue precisamente por un estu­dio sobre la doctrina cristiana, emprendido para defender la autenticidad de la iglesia de Inglaterra contra las mentiras de la de Roma, cómo Newman maduró la decisión de «convertirse» al catolicismo. En efecto, a medida que avan­zaba en su estudio, se hacía más evidente a sus ojos que la Iglesia de Roma era la verda­dera depositaria y continuadora de la Iglesia primitiva y que ninguno de sus rasgos o pre­tensiones podía ser un obstácu­lo para la verdadera fe cristia­na. Newman admitió así que «profundizar en el estudio de la historia lleva a no ser yarotestante» (Introducción a El desarrollo del dogma) y que sólo la Iglesia católica podía responder adecuadamente a la aspiración original del hombre.
Convertido al catolicismo, pronto abandonó Oxford para trasladarse primero a Oscott y más tarde a Roma, donde fue ordenado sacerdote en 1847. De vuelta en Inglaterra fundó en los alrededores de Birmin­gham el Oratorio, al que per­manecería ligado afectivamente durante toda la vida.
Fue Rector de la Universidad católica de Dublín y en 1879 fue nombrado cardenal por el papa León XIII que había deseado personalmente esta nominación para expresar la nota característica de su pontificado.

Profeta de nuestra epoca
Newman fue profeta de nuestra época: supo recoger los orígenes de un mundo futu­ro que otros no vieron o no quisieron ver. Pablo VI declaró con agudeza en 1975 que «es precisamente el mo­mento actual el que sugiere, de manera apremiante y persuasi­va, el estudio y la difusión del pensamiento de Newman».
Como buen inglés, más atento a los datos de la expe­riencia que a las grandes cons­trucciones intelectuales, New­man, ateniéndose a la naturale­za real del espíritu humano y a los «principios que nos guían en la vida», supo aportar valiosísimas contribuciones en el campo de la teología, de la filosofía y de la educación, a pesar de que siempre rechazara considerarse un «experto» en estas materias. Como es cono­cido, a él se debe la teoría del desarrollo doctrinal en el ámbito teológico; esta teoría, ex­puesta en el amplio ensayo antes citado, se basa en el he­cho de que las verdades reve­ladas «han necesitado tiempo y una meditación más profunda para descubrir toda su lumi­nosidad». Este desarrollo, que es eminentemente «histórico» y «se hace posible en medio y por medio de grupos humanos y sus jefes», está determinado por la relación recíproca que hay entre una idea y la situación en la que se desarro­lla, y se basa en la influencia que aquella tiene sobre las cir­cunstancias históricas y en la que éstas tienen sobre aquella. En este sentido, para Newman, el crecimiento de la doctrina no constituye su degeneración, sino que, salvando la fidelidad al dato original, es su autenti­ficación, es decir, la expresión de forma y enunciados cada vez más adecuados al conteni­do que se pretendía comunicar. Es bien conocido el debate que se desarrolló en torno a este planteamiento; así mismo, es indudable que en estos últimos años, la teoría newmaniana del desarrollo se ha revalidado y apreciado en todo su alcance.

Educador
En el campo educativo, Newman se movió sobre la base de una concepción clara de la persona y de una necesi­dad intuida de superar todas las formas de reduccionismo y de fragmentación del saber. Opositor incansable del secta­rismo «nadie se deja engañar con tanta facilidad por los demás como aquel que sólo ve sus propias ideas» (Univ. Serm. XIV, 44) supo indicar a los jóvenes el camino para salir del excepticismo «diez mil dificultades no hacen una sola duda» (Apologia V) y amar la verdad, proponiendo la for­mación integral del hombre «el peligro de una instrucción re­finada y elegante es que separa el sentir del actuar; se enseña a pensar, a hablar y a estar bien inspirado, sin tener que practi­car aquello que está bien» (Parochial and Plain Sermons II, 30).

Filósofo
Finalmente, en el ámbito filosófico, el pensamiento de Newman se presenta extrema­damente rico y articulado; si bien carece del orden de un sistema, que él consideraba como la causa más fácil del dogmatismo, de la pseudofilo­sofía y del sectarismo, se sostiene con frecuencia por análisis del tipo fenomenológi­co. En abierta polémica con las «sociedades culturales» del liberalismo y en fuerte contras­te con las corrientes racionalis­tas, Newman durante toda su vida intentó dar razón de aquel acto, estrechamente conectado con la persona y con su exis­tencia, que es el asentimiento. En clave decididamente moder­na, Newman desarrolló sus reflexiones sobre la racionali­dad en referencia estrecha al tema de la probabilidad y en el ambito de la argumentación práctica, en la que la conciencia y la lógica de la demostración presentan rasgos algo diversos de los que se dan en la esfera de las verdades abstractas. El trabajo de muchos años confluye en su obra filosófica más importante, que él revisó y reescribió varias veces, la Gramática del Asentimiento (1870), cuyo valor merece ser descubierto y plenamente comprendido, so­bre todo si nos referimos a la problemática reciente relativa al «razonamiento práctico» y a las diferentes lógicas de la con­ciencia «moral», que lstra or­ganiza en Milán a finales de Febrero, se desarrollará una profundización de estos temas.
Cien años después de su muerte, el 11 de Agosto de 1890 en el oratorio de Edgbason, la figura y la obra de Newman mantienen toda su actualidad y se presentan como una gran ocasión para reflejar y comprender las tendencias y problemáticas de nuestra épo­ca.

La lucha por la verdad
Para el que descubra o re­tome al gran pensador inglés se plantea una última cuestión: Newman tenía una concepción extremadamente «competitiva» de la verdad, así como del cristianismo. Para él la verdad está en lucha continua para afirmarse, porque nada, excep­to ella misma, le permite mani­festarse. Lo mismo sucede con la fe, ya que «el cristianismo penetró en el mundo más como una idea que como una insti­tución, y con sus propias fuerzas tuvo que forjarse unas vestiduras y una armadura adecuadas a la creación de los instrumentos y métodos nece­sarios para su prosperidad y para las eventuales batallas» (El desarrollo II). En cada cir­cunstancia humana Newman descubre una elección que hay que hacer, una parte de la que hay que estar, un «partido» que hay que tomar, «y para un hombre no es indiferente tomar arte por uno u otro» (Parochial and Plain Sermons III, 30). El lector se encontrará inevitablemente con esta pro­vocación y quizá el abandono de la indiferencia sea uno de los efectos y signos más evidentes de la influencia que el cardenal John Henry New­man ejerce todavía hoy, sobre él.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página