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Huellas N.02, Abril 1991

CULTURA

Laicos sin importancia

DARIO BAUDINI/MARIA PUY ALONSO

Egipto, siglo tercero. Surgen los primeros »cenobios», lugares de vida en común para personas que deciden dedicar su vida completamente a Cristo. Sin aceptar cargas de ningún tipo. Basta con las promesas del Bautismo.

Parece que entro los primeros monjes cristianos, a caballo entre el siglo IV y V, existía cierta resistencia a or­denarse sacerdotes, un sacro temor hacia el clericato. Inten­temos comprender esta actitud que nada tiene de herético, ni es una forma primitiva de an­ticlericalismo ante litteram.
En una página de Les vies captes de saint Pachome et des premiers successeurs se narra que tras la muerte del abad Petronio, se nombró superior único de los cenobitas egipcios a Horsiesi. El obispo de Ale­jandría, Teófilo, fue a verle para felicitarle y ordenarle sa­cerdote. El ya anciano monje le acoge con palabras que de­jan ver una profunda fe en la jerarquía establecida por Cristo: «¿No eres tú el rey de la tierra? ¿No eres tú nuestro pastor? ¿No eres tú el lugarte­niente de Dios ... No eres tú el que habla por nosotros a Jesu­cristo que te escucha?». Pero cuando el obispo intenta orde­narle, Horsiesi responde con un neto rechazo y explica esta actitud retomando las enseñan­zas de San Pacomio, fundador del primer monasterio cenobita egipcio y muy probablemente del monacato.
Él a menudo ponía en guardia a los monjes ante el deseo de ordenarse sacerdotes y él mismo había rechazado el ministerio ya que lo considera­ba fuente de vanagloria y en­vidia en el interior del monas­terio y podía distraer de la pureza del amor a Cristo. Horsiesi rebate ante la insis­tencia de Teófilo, que está convencido de la utilidad de que la máxima autoridad de un número tan grande de consa­grados a Dios sea un sacerdo­te, que los monjes cenobitas son «laicos sin importancia», por tanto sus necesidades son las de todo cristiano, es decir, la celebración de los sacramen­tos. Por eso son más que sufi­cientes los que siendo ya cléri­gos han entrado en el monas­terio.

Las enseñanzas de Pacomio
Este episodio de la vida de S. Horsiesi justifica parcial­mente la resistencia de la que hablábamos al principio porque no satisface a quien, como nosotros, está convencido de que el temor a una tentación nunca puede ser el motivo adecuado de una acción. Según las palabras de Horsiesi, Pacomio es el que establece esta regla para sus monjes; intentaremos encontrar en sus enseñanzas la razón de esta convicción.
Pacomio es un soldado del ejército romano. Impactado por la caridad con la que algu­nos cristianos se dedican al consuelo mutuo y de los demás, toma la decisión de hacerse cristiano si consigue dejar algún día la vida militar. Inexplicablemente pocos meses después le licencian; busca a los cristianos y tras un breve período de catecumenado recibe el Bautismo. Es muy joven y queda fascinado por las figuras de los anacoretas por lo que decide retirarse, también él, al desierto para seguir e imitar a Cristo. Cuanto más pasa el tiempo más se da cuenta de que ese no es su camino. Queda desconsola­do y pide a Dios que le revele su voluntad. Tiene una visión en la que un Angel le habla: «La voluntad de Dios es que te pongas al servicio de los hom­bres para reconciliarlos con El».

Un intento malogrado
Enseguida pone manos a la obra: reúne a su alrededor dis­tintas personas y empieza a practicar una vida en común cuya única regla es que cada uno sea autosuficiente y dé una contribución a la vida comuni­taria. Pacomio, por su parte, toma al pie de la letra las pala­bras de la revelación y sirve a sus compañeros en todo y para todo: prepara la comida y la lleva donde los otros están tra­bajando, limpia la casa, prepara la ropa. Pasados algu­nos años se hace evidente que el experimento ha fracasado.
Los compañeros de Paco­mio viéndole tan servicial un poco por ignorancia, un poco por falta de fe, se mofan de él, de modo que el santo, con gran dolor, se ve obligado a echarles a todos y a volver a empezar desde el principio.
Después de esta experien­cia, Pacomio pide a quien de­see seguirlo dejar todos los bienes y ponerlos a disposición de la comunidad, estar dispuesto a servir a los demás y a obedecer incluso en las cosas más banales; a cada uno se le confía un trabajo cuyo fruto deberá servir para el sustento de todos. Así nace la «koinonia» o compañía de monjes que viven juntos en el mismo lugar (cenobio, es de­cir, vida en común). Pacomio es el primero en servir a los demás y en no retroceder in­cluso ante los trabajos más humildes.

Una casa de misericordia
Lo que impresiona de los cenobios es la sorprendente organización; todo, cada ac­ción y comportamiento, se fija con precisión; al mismo tiempo resulta evidente que cada regla e indicación es to­talmente razonable. Por ejem­plo, en lo referente a la oración, se establecen las horas de oración común y las indivi­duales al igual que las palabras que ,deben usarse, tomadas de modo riguroso del Antiguo y Nuevo Testamento. Con este fin, ya que muchos hombres que desean entrar en el monasterio son analfabetos, hay monjes que imparten clases de lectura y en cada monasterio existe una bibliote­ca común con todos los textos de las Sagradas Escrituras. A pesar de que aprueban e in­centivan prácticas ascéticas como el ayuno, nunca deben prolongarse hasta provocar la enfermedad; los enfermos tienen incluso redactada una dieta que les autoriza a comer carne hasta dos veces al día.
El criterio del servicio mu­tuo queda exaltado en las atenciones hacia quienes están fuera del monasterio; existen lugares especiales donde acoger a los huéspedes y se dirige una especial atención a las mujeres que eran tratadas «con más diligencia y decoro, con temor de Dios». El ceno­bio es por lo tanto, sobre todo, un lugar de misericordia donde «encuentran la salvación asesi­nos, adúlteras, magos de todo tipo ... », en el que se intenta «corregir al que yerra antes que aplastarle». Pacomio reza incesantemen­te para que crezca en él y en sus monjes el deseo de amar y ensimismarse con Cristo; reza sobre todo «por las vírgenes y por los monjes, para que el Señor les conceda el cumplimiento de la promesa que han hecho con la elección de su corazón».

Las promesas bautismales
En este punto surge espon­táneamente una pregunta: ¿qué tipo de voto hacían los futuros monjes para ser admitidos en el cenobio? Ninguno salvo la renuncia a los propios bienes y el deseo sincero de abrazar la vida en común por amor a Cristo. Existe también un compromiso en la castidad pero no se trata de un voto expresado explícitamente sino una elección dictada por la decisión de vivir totalmente la vida ante la presencia de Cristo.
No es una posición tibia o ambigua como se podría pen­sar; de hecho Pacomio está se­guro de que «la vida del monje se funda exclusivamente en poner en práctica en su totali­dad la promesa del Bautismo». Esta es la extraordinaria novedad y grandeza de la en­señanza de Pacomio. El reco­noce en el Bautismo el comienzo de una naturaleza nueva, el comienzo del cumplimiento, el anticipo del Paraíso, acaecido totalmente por iniciativa de Otro y que Otro, de manera inevitable, llevará a término.
Por eso ninguna circuns­tancia, incluso la más doloro­sa, le parece inútil; y utiliza todo para reafirmar, con cons­tancia inaudita, la unicidad de Cristo como respuesta al deseo de felicidad del hombre. Este es el verdadero motivo para la resistencia hacia el ministerio sacerdotal. Al rechazar cualquier carga el monje da testimonio de que ser de Cristo, así, como un laico sin importancia, es suficiente para el cumplimiento de la humani­dad.
No penséis que esto es forzar la interpretación; de he­cho el primero en comprender­lo fue un contemporáneo de Pacomio y no uno cualquiera sino S. Atanasia, el gran de­fensor de la ortodoxia contra Arrio. Cuando, siendo obispo de Alejandría, va a Tebaida para visitar el monasterio de Pacomio, intenta ordenarlo sacerdote pero éste se esconde entre la multitud que había acudido a saludar al arzobispo.
Entonces Atanasia, después de haber reflexionado se diri­gió así a los monjes: «Saludad vuestro padre y decidle: te has escondido a nuestros ojos huyendo de una ocasión que genera celos, discordia y en­vidia y has elegido para ti lo que es y siempre será superior, en nombre de Cristo. Nuestro Señor satisfará tu deseo. Por eso, si has huido de la gloria vana y temporal, no sólo te de­seo que lo consigas sino que además alzaré las manos al Altísimo para que esto nunca pueda alcanzarte y para que nunca tengas que revestirte con ninguna carga».
Hay muchos hechos, inclu­so milagros, en la vida de Pa­comio, pero creemos que esta esencialidad y profundidad de expresión del amor a Cristo es la característica más conmove­dora y cercana a nosotros. Y con este «nosotros» queremos indicar algo más que el conjun­to de hombres de finales del siglo XX.

(Han colaborado Laura Bellet, Elena Ferrari, Caterina Poliz­zi).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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