los católicos en Japón son menos del uno por ciento. Y tienen ante sí el desafío de una sociedad que quiere organizar la vida en todos sus aspectos. El peligro del sincretismo religioso. El valor de los movimientos.
Entrevista con Monseñor JOSEPH ATSUMI MISUE.
En España se habla de Japón sólo en términos de país lejano y desconocido, profundamente diferente del nuestro en cuanto a usos y costumbres. Frecuentemente se olvida que en ese país también existe una sólida presencia de católicos.
Monseñor Misue, ¿qué diría si tuviese que hacer una «presentación» de la Iglesia japonesa a un occidental?
Me parece indispensable recordar el origen histórico de nuestra Iglesia. San Francisco Javier nombrado Legado pontificio por Pablo III empezó, en 1541, su viaje hacia las Indias; conoció durante el viaje a tres japoneses a los que él mismo instruyó en la fe crisiana y bautizó; quedó muy impresionado por lo que ellos le contaron, por lo que decidió llevar el mensaje de Cristo al todavía desconocido pueblo japonés. En Agosto de 1549 llegó, por fin, a Japón entrando por el puerto de Kagoshima; de aquí fue a Hirado, Yamaguchi y Oita. Cuando partió, dos años después, había fundado numerosas comunidades de cristianos con un total de casi mil bautizados.
En 1582 la primera delegación de jóvenes cnstianos japoneses pudo visitar, en Roma, la Santa Sede. En aquella época el número de cristianos en Japón había llegado casi a 150.000.
Con la posterior llegada de millones de distintas congregaciones (jesuitas, franciscanos, agustinos, dominicos) se asiste a un ferviente desarrollo misionero. Al mismo tiempo, sin embargo, la difusión del cristianismo suscitó inquietud entre los príncipes no cristianos por lo que se pasó, primero a decretos contra la religión cristiana ( 1587), para llegar a la represión abierta y la persecución cruel. Se presentaron desde entonces condiciones durísimas para los fieles y misioneros, llegando incluso hasta el martirio, como en el caso de los 26 mártires de Nagasaki. Fueron numerosos los testigos de Cristo, siendo probablemente el número total de mártires de varios miles.
La situación de censura del cristianismo se prolongó durante 300 años en los cuales los fieles japoneses supervivientes, privados de pastores e iglesias, continuaron transmitiendo su fe en secreto a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Esta es la milagrosa historia sufrida gloriosamente.
Y en el Japón moderno, ¿cuál es la posición de la Iglesia católica? ¿Con qué rostro se presenta ante el sincretismo y pluralismo religioso que caracteriza al país?
Sólo con mirar los datos estadísticos se observa que la Iglesia no es numéricamente incidente: sobre una población total de 120 millones de japoneses los católicos apenas llegan a 420.000, con los 780.000 protestantes la presencia cristiana nacional apenas supera el millón, es decir, ¡el 1 % de la población! El país se divide en dieciséis diócesis. Mi diócesis, Hiroshima, comprende 5 prefecturas o provincias para un total de 22.000 católicos.
Los Obispos japoneses, conscientes de la necesidad de una progresiva educación de los bautizados, con el fin de sostenerlos y guiarlos en el camino de la fe y, al mismo tiempo, con el deseo de que el anuncio cristiano llegase al mayor número posible de hombres, anunciaron en 1988 la formación de una comisión especial de trabajo precisamente para ayudar a la Iglesia a recuperar su corazón misionero original, liberándose, incluso internamente, de lo innecesario, que termina por hacerla pesada en la conversión y en el lanzamiento misionero.
Este movimiento es conocído como NICE 1 (National Incentive Convention for Evangelitation). En 1993, continuarán los trabajos en Nagasaki con el NICE 2, centrado de manera particular en el tema de la «Familia cristiana». Los sacerdotes que desarrollan su ministerio en Japón son casi 2.000 (800 japoneses y 1.200 procedentes del exterior). En mi diócesis hay 88 sacerdotes (21 diocesanos, 54 de la Compañía de Jesús y 13 de otras órdenes).
Un gran problema para todos nosotros es el fenómeno evidente del alejamiento de muchos jóvenes de la Iglesia. No se trata de una elección totalmente suya de irse a otra parte, sino que más bien es consecuencia del adaptarse a la participación en los compromisos que la sociedad japonesa construye para ellos; a parte del horario escolar normal tienen, actividades escolares dominicales, clubs, encuentros padres-profesores los domingos, actividades extraescolares hasta la noche ... Los chicos se sienten obligados a ir por lo que la posibilidad de organizar su propio tiempo libre, según opciones libres, se hace cada vez más difícil. Por otro lado, en el mundo de los adultos, son las empresas las que normalmente organizan el tiempo libre de sus empleados, es evidente que en estas condiciones encontrarse con los compañeros de fe se ve extremadamente obstaculizado.
Lo que he descrito es un modo de vivir que bien pronto conduce a la pobreza de espíritu. Constituye también el motivo por el que tantas sectas religiosas nuevas encuentran terreno fértil, permitiendo a los adeptos una especie de fuga de la realidad opresora. En ellas es donde muchos jóvenes, forjándose ilusiones, buscan la novedad que pueda llenar el vacío del corazón. Esto me hace pensar que los jóvenes sienten, de manera particular, el estremecimiento del sentido religioso. Y es por esta consideración por la que podemos no desesperar sino que, con la mirada puesta en Cristo, pedimos humilde y continuamente que nos dé, a nosotros católicos, la respuesta a la pregunta que los jóvenes plantean.
¿Cuál es la posición de la Iglesia sobre la «información» imperial?
Desde el punto de vista cultural, la coronación del emperador no comporta objeciones, en tanto en cuanto permanezca como acto interno a la corte imperial. Pero cuando pretende asumir las dimensiones y el significado de ceremonia religiosa a nivel nacional, es absolutamente inaceptable para nosotros cristianos. La misma Constitución japonesa no prevé esta ceremonia como religiosa que pueda implicar a la Nación entera, sino sólo como ceremonia de corte. Sin embargo, de hecho asistimos a un fenómeno bastante común que es que los más ancianos, incluso los católicos, tienen al emperador como símbolo del Japón, demasiado importante como para no valorarlo según la tradición. Es verdad, si el emperador es símbolo de una cultura, de una costumbre no hay problema, pero de esto a ejercer el poder hay sólo un paso y entonces ¡el problema sí que existe!.Sin embargo debo añadir, para que pueda entenderse mejor la mentalidad japonesa, que cuando se dice que el emperador es hijo de Dios ( =Tennoh), se dice según el sentido que los japoneses dan al término «Dios» y que difiere mucho del sentido que nosotros cristianos le damos. Los japoneses en general piensan por tradición que «Dios»
(=Kami) hay muchos y, perdonadme la expresión aparentemente poco respetuosa, que ¡uno más o menos no es problema y mucho menos escándalo!
El Santo Padre, durante una visita ad limina al episcopado japonés, preguntó maravillado ¡cómo era posible que en un país con tan pocos católicos como Japón, pudiera haber tantos jóvenes que pidieran ser recibidos en audiencia pontificia! La respuesta quizás esté, en parte, en esta aceptación y tolerancia de un pluralismo religioso que llega a sincretismo y que caracteriza a la sociedad japonesa. A parte, naturalmente, del gran respeto y conmovedor amor que los japoneses tienen por Juan Pablo II que se ha convertido, en todo el país, en auténtico «Peregrino de la Paz» tras su visita, hace diez años, a los lugares golpeados por la bomba atómica; en Hiroshima y Nagasaki.
¿Cómo va el diálogo interreligioso y cuáles son los riesgos?
Para nosotros, católicos japoneses, el diálogo con las religiones es normal, digamos que forma parte de la vida cotidiana. El sincero deseo de diálogo fraterno con las grandes religiones, que está en el corazón mismo de la Iglesia, ha llevado a organizar encuentros, mesas redondas, etc... para una mayor comprensión en el plano cultural, social y religioso.
Allí donde existe un conocimiento recíproco, estima y respeto por las respectivas posiciones, nace la colaboración para solucionar los problemas sociales y económicos que afligen a la humanidad. La historia más reciente de Japón, con el recuerdo aún vivo de Hiroshima y Nagasaki, explica perfectamente las iniciativas que unen a miembros de diferentes religiones en oración por la paz. El encuentro del monte Hiei, siguiendo el modelo de Asís, es un claro ejemplo.
Naturalmente, cada vez que se trabaja en común, es necesario no entrar en discusiones doctrinales a menos que haya una petición previa. Los riesgos no los veo porque sabemos perfectamente que teniendo a Cristo tenemos todo y no necesitamos otra cosa. Hay que decir que sobre este tema no hay que tener miedo.
Cómo juzga la presencia de CL en su diócesis?
Mi corazón está lleno de alegría por la presencia de varios movimientos y comunidades en mi diócesis que contribuyen a hacer y mantener viva la Iglesia. Entre ellos están las Comunidades de Vida Cristiana, los neocatecumenales, los carismáticos y Comunión y Liberación.
¿Qué decir de los ciellini?Sí, colaboran con la diócesis porque con ellos y entre ellos la vida florece y crece del modo más connatural al hombre y a su destino. Digo sinceramente que tengo mucha confianza en el movimiento de Comunión y Liberación y pongo muchas esperanzas en los jóvenes ciellini japoneses para mi diócesis. Como ya expliqué al Catholic Shimbun en una entrevista a mi regreso del Meeting'90, la vista de tantos jóvenes católicos presentes en Rímini me ha impresionado profundamente y deseo que toda la Iglesia arda con el mismo fuego.
Recordar Hiroshima
Por Angela Uchida
25 DE FEBRERO DE 1981: Juan Pablo II lanza en Hiroshima una dolorosa llamada para la paz mundial. La apasionada voz del Pontífice todavía resuena en el corazón de los japoneses, son palabras que amonestan severamente: «recordar el pasado y trabajar por el futuro. Recordar Hiroshima y aborrecer la guerra nuclear. Recordar Hiroshima y comprometerse con la paz». Hiroshima, testigo de graves hechos, vive para hacer memoria con el fin de que la humanidad no se traicione más a sí misma. «La humanidad no está destinada a la autodestrucción», continúa la voz del Papa cada vez más severa y con más autoridad, con un frío casi polar, bajo los copos de nieve cada vez más densos de aquel 25 de Febrero de hace 10 años.
Comunión y Liberación de Hiroshima ha celebrado el décimo aniversario del acontecimiento poniéndose, ante todo, a disposición del Obispo de la ciudad para que el mensaje de paz de Juan Pablo II resuene vigorosamente una vez más en todos los corazones y renueve en ellos la petición y el compromiso y para que en nosotros católicos, cuando trabajemos por la paz y pidamos por ella, se haga siempre más consciente la comunión con la cabeza visible de la Iglesia y se renueve, en los católicos de Hiroshima unidos al Obispo, el compromiso de fidelidad y obediencia con aquel que, por voluntad divina, se sienta en el trono de Pedro y es garantía de una paz mucho mayor de la que nosotros podamos pedir.
Se han organizado en Marzo distintas actividades en la diócesis para recordar el acontecimiento: mesas redondas, conferencias, etc. El momento central ha sido la concelebración presidida por el Pronuncio Apostólico de Tokio, el 24 de Febrero en la Catedral.
Nosotros ciellini sacamos un gran manifiesto y diferentes publicaciones divulgativas; además, en colaboración con la comisión Pax et Justitia, volvimos a leer el mensaje completo del Papa, seguido de un concierto de música sacra a cargo de los músicos de Comunión y Liberación de Hiroshima.
Nosotros que estamos diariamente con los supervivientes de la bomba atómica y conocemos las consecuentes enfermedades físicas, las cicatrices obscenas, los testimonios e incluso el valor y esperanza, nos unimos al Santo Padre pidiendo con Él: «Oh Dios, escucha mi voz y concede al mundo Tu paz para siempre».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón