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Huellas N.02, Abril 1991

ACTUALIDAD

Queremos ser levadura

los católicos en Japón son menos del uno por ciento. Y tienen ante sí el desafío de una sociedad que quiere organizar la vida en todos sus aspectos. El peligro del sincretismo religioso. El valor de los movimientos.
Entrevista con Monseñor JOSEPH ATSUMI MISUE.


En España se habla de Japón sólo en términos de país lejano y desconocido, profun­damente diferente del nuestro en cuanto a usos y costumbres. Frecuentemente se olvida que en ese país también existe una sólida presencia de católicos.

Monseñor Misue, ¿qué diría si tuviese que hacer una «presentación» de la Iglesia japonesa a un occi­dental?
Me parece indispensable recor­dar el origen histórico de nuestra Iglesia. San Francisco Javier nombrado Legado pon­tificio por Pablo III empezó, en 1541, su viaje hacia las In­dias; conoció durante el viaje a tres japoneses a los que él mismo instruyó en la fe crisiana y bautizó; quedó muy impresionado por lo que ellos le contaron, por lo que decidió llevar el mensaje de Cristo al todavía desconocido pueblo japonés. En Agosto de 1549 llegó, por fin, a Japón entran­do por el puerto de Kagoshi­ma; de aquí fue a Hirado, Yamaguchi y Oita. Cuando partió, dos años después, había fundado numerosas comunida­des de cristianos con un total de casi mil bautizados.
En 1582 la primera delega­ción de jóvenes cnstianos japoneses pudo visitar, en Roma, la Santa Sede. En aquella época el número de cristianos en Japón había lle­gado casi a 150.000.
Con la posterior llegada de millones de distintas congre­gaciones (jesuitas, franciscanos, agustinos, dominicos) se asiste a un ferviente desarrollo misionero. Al mismo tiempo, sin embargo, la difusión del cristianismo suscitó inquietud entre los príncipes no cristia­nos por lo que se pasó, primero a decretos contra la religión cristiana ( 1587), para llegar a la represión abierta y la persecución cruel. Se presentaron desde entonces condi­ciones durísimas para los fieles y misioneros, llegando incluso hasta el martirio, como en el caso de los 26 mártires de Nagasaki. Fueron numerosos los testigos de Cristo, siendo probablemente el número total de mártires de varios miles.
La situación de censura del cristianismo se prolongó du­rante 300 años en los cuales los fieles japoneses supervivientes, privados de pastores e iglesias, continuaron transmi­tiendo su fe en secreto a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Esta es la milagrosa historia sufrida gloriosamente.

Y en el Japón moderno, ¿cuál es la posición de la Iglesia católica? ¿Con qué rostro se presenta ante el sincretismo y pluralismo religioso que caracteriza al país?
Sólo con mirar los datos esta­dísticos se observa que la Iglesia no es numéricamente incidente: sobre una población total de 120 millones de japoneses los católicos apenas llegan a 420.000, con los 780.000 protestantes la pre­sencia cristiana nacional ape­nas supera el millón, es decir, ¡el 1 % de la población! El país se divide en dieciséis diócesis. Mi diócesis, Hiroshima, com­prende 5 prefecturas o provin­cias para un total de 22.000 católicos.
Los Obispos japoneses, conscientes de la necesidad de una progresiva educación de los bautizados, con el fin de sostenerlos y guiarlos en el camino de la fe y, al mismo tiempo, con el deseo de que el anuncio cristiano llegase al mayor número posible de hombres, anunciaron en 1988 la formación de una comisión especial de trabajo precisamen­te para ayudar a la Iglesia a re­cuperar su corazón misionero original, liberándose, incluso internamente, de lo innecesa­rio, que termina por hacerla pesada en la conversión y en el lanzamiento misionero.
Este movimiento es conocído como NICE 1 (National In­centive Convention for Evan­gelitation). En 1993, continua­rán los trabajos en Nagasaki con el NICE 2, centrado de manera particular en el tema de la «Familia cristiana». Los sacerdotes que desarrollan su ministerio en Japón son casi 2.000 (800 japoneses y 1.200 procedentes del exterior). En mi diócesis hay 88 sacerdotes (21 diocesanos, 54 de la Com­pañía de Jesús y 13 de otras órdenes).
Un gran problema para to­dos nosotros es el fenómeno evidente del alejamiento de muchos jóvenes de la Iglesia. No se trata de una elección totalmente suya de irse a otra parte, sino que más bien es consecuencia del adaptarse a la participación en los compromi­sos que la sociedad japonesa construye para ellos; a parte del horario escolar normal tienen, actividades escolares dominicales, clubs, encuentros padres-profesores los domin­gos, actividades extraescolares hasta la noche ... Los chicos se sienten obligados a ir por lo que la posibilidad de organizar su propio tiempo libre, según opciones libres, se hace cada vez más difícil. Por otro lado, en el mundo de los adultos, son las empresas las que nor­malmente organizan el tiempo libre de sus empleados, es evi­dente que en estas condiciones encontrarse con los compañe­ros de fe se ve extremadamente obstaculizado.
Lo que he descrito es un modo de vivir que bien pronto conduce a la pobreza de espíri­tu. Constituye también el mo­tivo por el que tantas sectas religiosas nuevas encuentran terreno fértil, permitiendo a los adeptos una especie de fuga de la realidad opresora. En ellas es donde muchos jóvenes, forjándose ilusiones, buscan la novedad que pueda llenar el vacío del corazón. Esto me hace pensar que los jóvenes sienten, de manera particular, el estremecimiento del sentido religioso. Y es por esta consi­deración por la que podemos no desesperar sino que, con la mirada puesta en Cristo, pedi­mos humilde y continuamente que nos dé, a nosotros católi­cos, la respuesta a la pregunta que los jóvenes plantean.

¿Cuál es la posición de la Iglesia sobre la «informa­ción» imperial?
Desde el punto de vista cultu­ral, la coronación del empera­dor no comporta objeciones, en tanto en cuanto permanezca como acto interno a la corte imperial. Pero cuando pretende asumir las dimensiones y el significado de ceremonia religiosa a nivel nacional, es absolutamente inaceptable para nosotros cristianos. La misma Constitución japonesa no prevé esta ceremonia como religiosa que pueda implicar a la Nación entera, sino sólo como ceremonia de corte. Sin em­bargo, de hecho asistimos a un fenómeno bastante común que es que los más ancianos, inclu­so los católicos, tienen al em­perador como símbolo del Japón, demasiado importante como para no valorarlo según la tradición. Es verdad, si el emperador es símbolo de una cultura, de una costumbre no hay problema, pero de esto a ejercer el poder hay sólo un paso y entonces ¡el problema sí que existe!.Sin embargo debo añadir, para que pueda entenderse mejor la mentalidad japonesa, que cuando se dice que el em­perador es hijo de Dios ( =Tennoh), se dice según el sentido que los japoneses dan al término «Dios» y que difiere mucho del sentido que noso­tros cristianos le damos. Los japoneses en general piensan por tradición que «Dios»
(=Kami) hay muchos y, per­donadme la expresión aparen­temente poco respetuosa, que ¡uno más o menos no es problema y mucho menos escándalo!
El Santo Padre, durante una visita ad limina al episcopado japonés, preguntó maravillado ¡cómo era posible que en un país con tan pocos católicos como Japón, pudiera haber tantos jóvenes que pidieran ser recibidos en audiencia pontifi­cia! La respuesta quizás esté, en parte, en esta aceptación y tolerancia de un pluralismo religioso que llega a sincretismo y que caracteriza a la sociedad japonesa. A parte, naturalmen­te, del gran respeto y conmo­vedor amor que los japoneses tienen por Juan Pablo II que se ha convertido, en todo el país, en auténtico «Peregrino de la Paz» tras su visita, hace diez años, a los lugares golpeados por la bomba atómica; en Hi­roshima y Nagasaki.

¿Cómo va el diálogo inter­religioso y cuáles son los riesgos?
Para nosotros, católicos japo­neses, el diálogo con las religiones es normal, digamos que forma parte de la vida co­tidiana. El sincero deseo de diálogo fraterno con las grandes religiones, que está en el corazón mismo de la Iglesia, ha llevado a organizar encuen­tros, mesas redondas, etc... para una mayor comprensión en el plano cultural, social y religioso.
Allí donde existe un conoci­miento recíproco, estima y respeto por las respectivas posiciones, nace la colabora­ción para solucionar los problemas sociales y económicos que afligen a la humanidad. La historia más reciente de Japón, con el recuerdo aún vivo de Hiroshima y Nagasaki, explica perfectamente las iniciativas que unen a miembros de dife­rentes religiones en oración por la paz. El encuentro del monte Hiei, siguiendo el modelo de Asís, es un claro ejemplo.
Naturalmente, cada vez que se trabaja en común, es nece­sario no entrar en discusiones doctrinales a menos que haya una petición previa. Los riesgos no los veo porque sabemos perfectamente que teniendo a Cristo tenemos todo y no necesitamos otra cosa. Hay que decir que sobre este tema no hay que tener miedo.

Cómo juzga la presencia de CL en su diócesis?
Mi corazón está lleno de ale­gría por la presencia de varios movimientos y comunidades en mi diócesis que contribuyen a hacer y mantener viva la Igle­sia. Entre ellos están las Co­munidades de Vida Cristiana, los neocatecumenales, los ca­rismáticos y Comunión y Liberación.
¿Qué decir de los ciellini?Sí, colaboran con la diócesis porque con ellos y entre ellos la vida florece y crece del modo más connatural al hom­bre y a su destino. Digo since­ramente que tengo mucha confianza en el movimiento de Comunión y Liberación y pongo muchas esperanzas en los jóvenes ciellini japoneses para mi diócesis. Como ya expliqué al Catholic Shimbun en una entrevista a mi regreso del Meeting'90, la vista de tantos jóvenes católicos pre­sentes en Rímini me ha im­presionado profundamente y deseo que toda la Iglesia arda con el mismo fuego.


Recordar Hiroshima
Por Angela Uchida

25 DE FEBRERO DE 1981: Juan Pablo II lanza en Hiro­shima una dolorosa llamada para la paz mundial. La apa­sionada voz del Pontífice toda­vía resuena en el corazón de los japoneses, son palabras que amonestan severamente: «re­cordar el pasado y trabajar por el futuro. Recordar Hiroshima y aborrecer la guerra nuclear. Recordar Hiroshima y compro­meterse con la paz». Hiroshi­ma, testigo de graves hechos, vive para hacer memoria con el fin de que la humanidad no se traicione más a sí misma. «La humanidad no está destinada a la autodestruc­ción», continúa la voz del Papa cada vez más severa y con más autoridad, con un frío casi polar, bajo los copos de nieve cada vez más densos de aquel 25 de Febrero de hace 10 años.
Comunión y Liberación de Hiroshima ha celebrado el décimo aniversario del acon­tecimiento poniéndose, ante todo, a disposición del Obispo de la ciudad para que el mensaje de paz de Juan Pablo II resuene vigorosamente una vez más en todos los corazones y renueve en ellos la petición y el compromiso y para que en nosotros católicos, cuando tra­bajemos por la paz y pidamos por ella, se haga siempre más consciente la comunión con la cabeza visible de la Iglesia y se renueve, en los católicos de Hiroshima unidos al Obispo, el compromiso de fidelidad y obediencia con aquel que, por voluntad divina, se sienta en el trono de Pedro y es garantía de una paz mucho mayor de la que nosotros podamos pedir.
Se han organizado en Marzo distintas actividades en la diócesis para recordar el acontecimiento: mesas redondas, conferencias, etc. El mo­mento central ha sido la conce­lebración presidida por el Pro­nuncio Apostólico de Tokio, el 24 de Febrero en la Catedral.
Nosotros ciellini sacamos un gran manifiesto y diferentes publicaciones divulgativas; además, en colaboración con la comisión Pax et Justitia, volvimos a leer el mensaje completo del Papa, seguido de un concierto de música sacra a cargo de los músicos de Co­munión y Liberación de Hiro­shima.
Nosotros que estamos dia­riamente con los supervivientes de la bomba atómica y cono­cemos las consecuentes enfer­medades físicas, las cicatrices obscenas, los testimonios e incluso el valor y esperanza, nos unimos al Santo Padre pi­diendo con Él: «Oh Dios, es­cucha mi voz y concede al mundo Tu paz para siempre».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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