Congreso de la Compañía de las Obras. Milán, 26 de Enero de 1991
Me conmueve la invitación que se me ha hecho, porque me encuentro ante personas que responden a Dios con toda la energía de su humanidad, desde lo más hondo de su alma, donde las preocupaciones ocupan un lugar a veces dramático; siento cierto apuro porque estoy entre vosotros gratuitamente: no tengo obra alguna que me ocupe como vuestras obras os ocupan a vosotros. Pero hay algo que me une a vosotros, no sólo de una manera especial sino desde el origen mismo de vuestras acciones. Me gustaría recordaros el contenido de nuestra unidad, contenido sin el que sería vano cualquier movimiento, cualquier inquietud, cualquier creación: «en vano construye quien no construye con el Señor».
Me serviré de algunos pasajes del Deuteronomio que he leído durante esta semana en el breviario. En ellos Moisés incita a su pueblo a que sea consciente de la profunda predilección que el misterio del Ser, el misterio de Dios, ha tenido por ellos: la misma que ha tenido por nosotros llamándonos a la vida, dándonos una tarea y un destino, y sosteniéndonos con su presencia a lo largo del camino. Camino que coincide con el trabajo de todos los días.
Dice así Moisés al pueblo de Israel: «Observarás con presteza los mandamientos del Señor tu Dios, las instrucciones y leyes que te he dado. Harás lo que es bueno y justo a los ojos del Señor para que seas feliz y tomes en posesión la tierra fértil que el Señor prometió a tus padres» (Dt 6, 17-18). «El Señor nos mandó poner en práctica todas sus leyes, temiendo al Señor nuestro Dios, de manera que seamos siempre felices y tengamos larga vida» (Dt 6, 24). «Observa, pues, las leyes y mandatos que yo te recuerdo hoy para que seas feliz, tú y toda tu descendencia, y para que vivas muchos años» (Dt 4, 40).
VIBRACIÓN DE ALEGRIA
«Para que seas feliz»: este «evangelio» está en el corazón de la palabra que Dios ha dirigido al hombre. El corazón mismo de Dios será traspasado por esta palabra felicidad a fin de que tenga lugar. Y todo sucede para que esta palabra, que se ha hecho acontecimiento en el espacio y en el tiempo, se cumpla eternamente. El Señor, el misterio que hace todas las cosas, nos ha llamado para que seamos felices en nuestra vida y para que la felicidad permanezca, para que dure. Y la tarea que os pide que realicéis cada día, la obra para la que ha provocado vuestra acción, es también para que vuestra vida sea más feliz. Todo se os ha dado para esto. No me detengo ahora sobre los matices que están implicados en la palabra pronunciad. Quiero sencillamente recordar que el cansancio de vuestros cuerpos, la preocupación que vuelve a aparecer al levantarse cada mañana, no es para que vuestro ser se desanime, sino para vuestra alegría. Esta es la expresión con la que san Pablo recupera la palabra «felicidad» dicha a Moisés: «estad alegres, os lo repito, estad alegres». Os lo digo precisamente a vosotros porque sin la recuperación de esta perspectiva en el ánimo no se puede ni siquiera trabajar bien: sería injusto vivir. Es justo que una madre traiga a la vida a su hijo porque está destinado a la felicidad. Es justo que la mañana son saque del sueño, que se recorra un tramo del camino (puede ser incluso un tramo particularmente duro),pero todo es para nuestra felicidad. Y esta certeza tiene como reflejo en el tiempo la alegría de la que habla san Pablo. Por tanto, la primera cosa que os deseo es que la conciencia de la felicidad a la que estáis destinados en vuestro trabajo se refleje en una vibración de alegría. De modo que os sea permitido trabajar con gusto, es decir, trabajar bien, porque sin gusto no se trabaja bien.
LA IMITACIÓN DEL CREADOR
A Moisés nunca se le ocultó la condición necesa-ria para esta felicidad.
El Deuteronomio es un conjunto de leyes, una reevocación de mandatos.
Antes de detenerme en esta palabra («ley», «mandato») quizás sea bueno recordar cuál es el mandato o la ley original. La ley original por la que se nos ha dado la vida es que hemos de imitar al creador siendo nosotros creativos. La vida se nos da para una creatividad (y, desde luego, en una reunión de la Compañía de las Obras esta palabra tiene que ser determinante). El tiempo es el tejido sobre el que dibujar una creación.
Porque nosotros participamos en el misterio precisamente en cuanto misterio creador.
Las cosas nos salen al encuentro, una emoción empuja nuestro corazón, una idea fantástica aparece en nuestra mente, surge una voluntad de aferrar estas cosas, de situarlas dentro de un proyecto, de hacer de ellas materia de un semblante nuevo: y así resulta que cada uno se encuentra dentro de una historia de creatividad. La obra define la creatividad a la que el Señor os ha llamado a través de las circunstancias de la vida. Que la vida sea creativa es, por tanto, importante para que sea alegre y es necesario para que «adquiera mérito», «se haga merecedora de», es decir, haga suya, al final, la felicidad, que es la perspectiva, el destino para la que está hecha. Os deseo, pues, que este sentido de la creatividad, esta dedicación a la creatividad, haga denso vuestro tiempo, haga consistente el tejido de vuestra existencia.
LA LEY DE LA OBEDIENCIA
Pero existe una condición que nos conduce directamente al concepto de ley, de mandamiento del que habla Moisés. Para llevar a cabo una obra no basta el encuentro con personas y situaciones que provoquen en nosotros una conmoción, un movimiento, que hagan que la voluntad se ponga en acción, que provoquen nuestra fantasía, que con-viertan en acción nuestras energías.Es necesario que todo se desenvuelva prestando atención a relaciones que no definimos nosotros para nada, sino que, más bien y ante todo, tenemos que respetar. Para poder crear tenemos que respetar algo, tenemos que reconocer, abrazar y aceptar algo. De esta forma entra en nuestra mente y en nuestros brazos, y hasta el fondo de nuestro corazón, un factor que en un primer momento nos puede parecer enemigo: el cansancio («Con el sudor de tu frente»).
Existe una obediencia que debe gobernar desde dentro la iniciativa en la que te metes, el riesgo que asumes. Sobre todo, se trata de una obediencia a factores que no están a tu merced, sino que se te proponen y se te imponen: tienes que respetarlos. Y, en este sentido, el cansancio debe ser abrazado como parte de tu genialidad creativa, es decir, de tu amor y de tu gusto por la acción. Porque siempre se trasmite; se lleva amor a lo que se tiene entre manos, a la creación que se está desarrollando; pero sin cansancio no hay resistencia amorosa y, entonces, lo que hacemos se convierte en enemigo en nuestras manos.
Otra cosa que os deseo es que vuestro trabajo no tenga miedo al necesario cansancio, porque desde que Dios se ha hecho uno de nosotros para echarse sobre los hombros todas las condiciones de nuestro camino, el cansancio ha empezado a llevar un nombre que define plenamente porque es razonable: cruz.
Es necesario abrazar la cruz inherente a la perspectiva en la que arriesgamos nuestro ser, nuestra humanidad: abracémosla con disponibilidad y con generosidad de ánimo, es decir, con esperanza.
El deseo de que el cansancio no os bloquee, de que la cruz no os escandalice, es, pues, el deseo de que vuestra vida esté llena de esperanza. Y cuando digo vida estoy diciendo la hora que pasa, el momento embarazoso, la dificultad no prevista, las «cuentas que no cuadran». Si se tienen en cuenta todas las condiciones planteadas en los pasos que he ido señalando, junto a lo que añadiré dentro de un momento, ni siquiera la cruz más pesada eliminará de vuestra vida la flor de la alegría.
UN DESTINO DE UTILIDAD
La creatividad nos hace participar en el gesto con el que Dios se ha revelado originalmente creando de la nada todas las cosas y dando forma a todo, teniendo presente un destino que ha asumido en la historia un nombre: Cristo. La creatividad que proporciona alegría, que hace que la vida se llene de gusto, a pesar del cansancio y de la cruz, es una creatividad por obediencia, es decir, está en función de un proyecto mayor, del gran designio de Dios. La creatividad es para servir a este designio. Sin detenerme en todos los pasos intermedios, la creatividad a la que se nos llama es para ser útiles a los hombres que Dios ha querido que estén en el mundo y que viven nuestra misma época, para que la presencia misma de las cosas tenga mayor intensidad, es una creatividad que está en función de una organicidad que fascina: la realidad tal y como Dios la ha hecho. Por esto tenemos que obedecer. Nuestro trabajo es siempre una obediencia porque,
teniendo presente las circunstancias y las ocasiones, aceptando las condiciones, debe tender a se útil. Y la utilidad es que se dé la relación entre el momento que se atraviesa y el proyecto total del que forma parte ese momento. La utilidad del momento es la utilidad para el proyecto total. Moisés habló a un pueblo que Dios había escogido para un destino útil para el mundo.
LA GRATUIDAD
«No te elegí, no elegí a tu pueblo porque sea el pueblo más grande o el más poderoso; os he elegido porque os he amado». La gratuidad con la que Dios ha mirado la nada y ha hecho de ella mi «yo», ha hecho de ella mi nombre y apellido, la gratuidad con la que Dios te ha elegido y te ha colocado en una ocasión propicia para que tu fantasía se exprese, para que se exprese, para que se ex prese tu inteligencia, tu corazón y tus energías, esta gratuidad, esta gracia, por la cual somos y actuamos, debe invadir nuestra vida. Porque sin ella nada de lo que hemos dicho se mantiene: la creatividad se vuelve mentira, la alegría se vuelve superficialidad, fruto del olvido y la recriminación, el cansancio se hace insoportable, la obediencia se convierte en humillación y lo que tenemos entre manos deja de ser algo amado, deja de vibrar en cada uno de sus detalles y en sus nexos tal como debiera; se hace impreciso, no sirve como debiera servir y, aunque parezca una flor, después de algún tiempo se nos cae encima como si fuese una piedra. La gratuidad de Dios es lo que debemos imitar. Es ella la que nos hace levantarnos cada mañana y retomar con lucidez, con energía, con alegría o, más sencillamente, con buena voluntad, todo lo que estamos llamados a hacer durante el día. Realizamos lo que realizamos por gracia, del mismo modo que existimos por gracia. La gratuidad tiene una característica: no reconduce lo que hacemos exclusivamente a lo que materialmente tenemos que hacer.
La gratuidad es un excedente respecto a la simple correspondencia con las cosas que hay que hacer. Si uno dijese «debo hacer hasta aquí, he hecho hasta aquí, por lo tanto ya basta» (decir esto significa que ni siquiera se hace bien el «hasta aquí»: un impulso, si no excede los límites que se fija de antemano, no consigue siquiera alcanzar el límite, sino que se para antes de llegar a él), a su acción le faltaría algo: la gratuidad. ¿Dónde adquiere su consistencia esta gracia, esta gratuidad en la que la generosidad se hace amor?
El amor, lo sabemos bien, no tiene fronteras. Por tanto, en lo que hacemos debe estar contenido algo que no tiene los límites no las fronteras de lo que hacemos.
AMAR A CRISTO
Ya hemos dicho que lo que hacemos lo hacemos por una obra inmensamente mayor, en función de algo que nos supera por todas partes. Pero no es sólo esto. El aspecto gratuito de nuestro obrar, la gracia de nuestro dinamismo es precisamente un amor. Y el amor no es el apego admirado, sorprendido y entusiasta hacia el nexo que existe entre lo que hacemos y un proyecto más grande. El amor es amor a un tú. Se ama a una persona; es el amor a un Tú único y último del que viven y por el que se apasionan todos los hombres. El amor es amar a Dios, al Dios vivo, al Dios que se ha hecho hombre, que ha trabajado (también en el sentido de vuestras obras) con sus manos: Cristo. Es el amor a Cristo. Si hubiese aquí una persona que creyese, que no fuese cristiana, le diría a él también lo siguiente: ¡Ama a Cristo! Porque entonces tu trabajo, sea del tipo que sea, será verd.aderamente creativo, más alegre, más útil, más consciente en el sacrificio, más capaz de resistencia, de tenacidad, te hará un hombre de mejor ánimo y harás lo que de otra forma no sabrías hacer. Hemos participado en la gratuidad con la que Dios nos ha llamado por nuestro nombre, en la gratuidad suprema con la que Dios se ha hecho uno de nosotros, un compañero de nuestra vida.
¡Participamos en esta gratuidad del misterio del ser con la gratuidad con la que al levantarnos por la mañana miramos las cosas y, sumergiéndonos en el riesgo diario, amamos! Levantémonos cada mañana por amor: es decir, por amor a Cristo a través de todo lo que haremos en la jornada. Tú, oh Cristo, me harás capaz de abrir los brazos de tal forma que todos los hombres puedan entrar en mi abrazo. Instante tras instante te ofrezco mi trabajo del día, oh Cristo, por todo el mundo, como Tú has ofrecido tu vida por todo el mundo. Os deseo este amor para que seáis felices.
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