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Huellas N.02, Abril 1991

MOVIMIENTO

La felicidad y las obras

Giancarlo Cesana/Eduardo R. Pons

Se me ha encomendado la tarea de cerrar este encuentro (Asamblea Nacional de la Compañía de las Obras), y no pretendo que mi intervención sea una síntesis, sino una insistencia, una reacción personal a lo que he escuchado.
Don Giussani ha empezado diciendo que todo está para nuestra felicidad, todo está para que seamos felices.
Esto se corresponde con nuestra experiencia, porque todo lo que hacemos lo hacemos buscando nuestra realización.
En un libro que nosotros usamos como catequesis sistemática, Don Giussani, parafraseando una frase del evangelio, dice: ¿De qué sirve el mundo entero si yo no soy feliz? La frase del evangelio es ésta: «¿De qué sirve ganar el mundo si pierdes el alma?». El alma es la felicidad. ¿De qué sirve si pierdes el sentido de todo lo que hay? Esto es una breve premisa para preguntarnos: ¿Para qué sirve la Compañía de las Obras? Preguntémonos cómo pensamos alcanzar nuestra felicidad. Yo, mientras hablaba Don Giussani me decía: ¿cómo hago para alcanzar mi felicidad, mi plena realización?
Porque todo se nos da para esto. Hay una mentira sutil, porque la mentira más sutil y más eficaz es aquella que más se acerca a la verdad; si en la Biblia la verdad es 7, la mentira es 6,9 período.
Como sentimos que la felicidad está unida a la realización de nuestros deseos, ponemos la felicidad en una exaltación hipertrófica de nuestra libertad, entendida como independencia absoluta, como posibilidad de afirmación total de nosotros mismos, sin vínculos ni condicionamientos. Esta es la cultura en la que estamos inmersos, y esto es todo lo que nos rodea continuamente, tanto es así que, contrariamente a lo que decía Don Giussani, para nosotros es imposible pensar en la palabra felicidad unida a la palabra sacrificio, mortificación. El decía: Abrazar la cruz para la felicidad. ¿Cómo se hace esto?
Y nosotros pensamos: no se puede.
Pero la libertad, la independencia, el existir sin vínculos se define con otra palabra: soledad. Corremos el riesgo de ser convertidos en hombres solitarios, porque no tener vínculos significa estar solos, ya sea con 2 o 3 amigos, que son simplemente el reflejo de nuestras simpatías, es una soledad de 2 o 3, de 4 o 5. Y de hecho el drama del mundo moderno, del mundo en el que vivimos, por razones que expondré más tarde, es esta soledad, este estar solo; porque el impacto del que manda, es decir del poder, es potentísimo sobre el hombre que está solo. Ante todo en términos ideológicos. Lo vemos ahora con el tema de la guerra. Tenemos 5 canales de televisión que nos hablan de la necesidad de la guerra. Y to¬dos los principales periódicos nacionales.
Si preguntáis a la gente el porqué de la guerra, todos os dan la respuesta de la televisión, porque el hombre que está solo piensa aquello que le hacen pensar. El hombre que tiene como única referencia este dato.
Pero hay un modo más sutil que condiciona al hombre, y es una especie de alteración del deseo.
Vivimos en una sociedad donde nos acostumbran a pensar que la felicidad se compra; que la felicidad no es una cosa dada, como decía Don Giussani, no es una gracia que ha acontecido en tu vida, sino que la felicidad se compra.
El amor se reduce a sexo porque el sexo se compra y así se resuelve el drama del amor. Cuando decimos que vivimos en una sociedad de consumo, estamos diciendo simplemente que la felicidad es algo que se puede comprar, y de hecho todo el deseo se dirige a objetos parciales, y el hombre así está cada vez más sometido. Esta es la forma de opresión que vivimos hoy. Esta es una posibilidad. Sin embargo hay una alternativa, de la que precisamente nace la cuestión de la Compañía de las Obras.
La Compañía de las Obras nace como exigencia de lo opuesto a esta condición, es decir nace de la afirmación de que la felicidad es un hecho, es algo que se nos ha dado, algo que ha acontecido en la vida. Es, como decía Don Giussani, «si es un hecho es alguien que me ha amado».
Y si es alguien que me ha amado, es un TU de una persona, no es una abstracción, no es una teoría, es una presencia en la vida, por eso todo debe convivir, todo tiene que estar ligado a la compañía con esta persona, con esta presencia en la vida.
Es decir, la posibilidad de felicidad no está en la independencia, sino en el vínculo, está en una pertenencia, en el estar ligados a quien tiene la posibilidad de dar la felicidad. No solo como persona, sino también como posibilidad de trabajo, también como juicio sobre el propio trabajo.
¿Cuál es el fin del trabajo? Es la felicidad, entonces unámonos a quien la da.
La Compañía de las Obras quiere ser sencillamente una ocasión para esto, para cualquiera. Porque de todas formas el trabajo tiene que ver con las personas y con lo que las personas hacen, porque el trabajo es la modalidad a través de la cual el hombre da espacio a aquello que le ha sido dado. El trabajo es el desarrollo de aquello que se te ha dado. Tenemos un Amo terrible, que cosecha donde no ha sembrado.
Se te ha dado un talento, debes conseguir 10. Y el trabajo es precisamente para la realización de uno mismo. Pero la realización de uno mismo parte de un origen, es decir, de algo que se te ha dado; y que no es abstracto, no es un discurso, sino que está dentro de una compañía, dentro de una amistad.
Por eso hemos hecho la Compañía de las Obras. Antes decía que vivimos en una sociedad en la que se tiene una idea, de que la misma sociedad se puede comprar, por lo que el fin de todo, y sobre todo el fin del trabajo, del esfuerzo humano es el dinero. Todas las encíclicas papales (Pío XI decía que todo el mundo está sujeto al imperialismo internacional del dinero) condenan como una alteración de la acción humana el economicismo.
No es que nosotros no queramos el dinero, no somos «pauperistas», pero el dinero es un instrumento, no es el objetivo. El objetivo es el bien del hombre, pero para mantener vivo el objetivo hay que estar ligados al lugar donde este objetivo de alguna manera se encuentra, es decir, donde este bien se ve.
Y nuestro trabajo es para desarrollar esto. Quiero hacer una última anotación, ya que estamos en tiempo de guerra.
La guerra es destrucción, lo contrario de la destrucción es el trabajo, es decir, la construcción.
Por eso la paz no consiste en ser débiles ante la realidad, una huida, sino es precisamente una construcción, es decir, la paz es la dimensión de quien trabaja, de quien combate para cambiar.
Y en nuestras posiciones aunque recientes lo que queremos subrayar es esto: Ay de quien prefiere destruir antes que construir, porque de cualquier modo siempre hay que intentar construir.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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