Lo que cambia la vida es un hecho que acontece: un encuentro.
Madurar significa mantener la mirada sobre la gracia que éste ha traído hasta hacer a Cristo familiar
TODO, PARA CADA UNO DE NOSOTROS, ha comenzado con un encuentro. Nosotros existimos por la fuerza del encuentro que hemos tenido. Desde aquel momento el Misterio del que nacen todas las cosas ha comenzado a hacerse contenido de la experiencia de todos los días. Quienquiera que seamos, sea cual sea nuestro grado de inteligencia, nuestra formación cultural, nuestra capacidad moral, aquel encuentro es (incluso si lo olvidamos) el acontecimiento decisivo de toda nuestra vida. Si uno es fiel, el paso de los años no hace sino aproximar el corazón a aquel momento inicial. En efecto, todo lo que viene después del encuentro no es sino su renovación: la vida se convierte en descubrimiento maravilloso de lo que estaba presente en aquel día, en aquella hora.
Así, esta pobre vida nuestra -siempre tan igual, siempre la misma historia hecha con las mismas miserias- ha empezado a tener un sentido. Y este sentido es para el mundo entero, y lo es con tanta evidencia que llega a traspasar incluso la muerte.
Presentamos dos historias. No nos interesa la personalidad de los protagonistas, su «valentía», su excepcionalidad. Lo que nos interesa es que en su historia está la verdad de nuestra historia. El encuentro con Cristo es uno, nuestra historia es una. Toda la historia del movimiento está en mi encuentro personal con Cristo.
NICO: LA PALABRA HECHA CARNE
LA PRIMERA HISTORIA es la de Doménico, Nico. Vive en Milán, en la zona de Niguarda. El 12 de Enero de este año recibió el Bautismo y la Primera Comunión. No era católico, en efecto. Su padre es sacerdote y fundador, en Milán, de la Iglesia Neoapostólica, que hoy cuenta con ciento cincuenta adeptos: una Iglesia fundada en el conocimiento y en el seguimiento riguroso de la Escritura, algo muy serio. Sólo ahora Doménico se da cuenta de la importancia que ha tenido la profunda religiosidad de su padre en la preparación de su encuentro con el movimiento. Primero fue su novia, Antonella, una chica de G.S., quien se lo hizo observar: si nosotros diéramos testimonio de Cristo con la misma fuerza que tu padre... Pero él seguía la religiosidad de su padre sólo por miedo.
Con esta chica Nico buscó desde el principio establecer una especie de diálogo interconfesional sobre la doctrina. Le hacía muchas preguntas sobre éste y aquel tema, y ella tomaba nota diligentemente de las preguntas y se las dirigía a un sacerdote. Pero las respuestas no eran sobre la doctrina. Ni Antonella ni el cura se planteaban todos aquellos interrogantes; el acento de su vida religiosa se dirigía hacia otra cosa: hacia una compañía viva, que cambia la vida aquí y ahora. El no entiende, se queda un poco en suspenso, medio enfadado, medio fascinado.
Le invitan a una excursión en Parma. Decididamente encuentra difícil su lenguaje, pero le choca el modo en que se tratan entre ellos. «Ellos» son los que llenan el chiringuito al final de la vía Padova; son los más «toscos» de todos los «toscos» de CL. Adiós discusiones sobre la doctrina.
Poco tiempo después se organizó una excursión a París. Llegaron hacia las siete y media y dos horas más tarde estaban ya en Misa. Eh no, dice Nico: eso si que no. A París he venido para divertirme, como mucho para visitar unos cuantos monumentos, pero la Misa no me la trago. Fue a decírselo al sacerdote, el mismo que no quería responder a sus preguntas, y el cura le dijo que hiciera lo que creyera mejor. Jamás nadie había respetado de ese modo su libertad. Pero, al principio, este respeto molesta un poco, porque impide descargar sobre los demás la culpa del propio malestar.
Le invitan incluso a los ejercicios de Pascua de Juventud Estudiantil. Nico trabaja, no es un estudiante. Pero se inscribe y, después de algún titubeo, va. Ha comprendido que estos de CL quieren quitarle la chica y está celoso. En los ejercicios se queda desconcertado, y se encuentra ante una decisión radical ya que los de CL hablan de una experiencia, sus palabras serán comprensibles sólo compartiendo aquella experiencia. Es como el huevo de Colón, pero, no se sabe por qué, en nuestra sociedad nadie cree ya que el contenido de las palabras sea la experiencia. La cuestión está clara: o te haces de CL, y entonces debes enfrentarte a tu padre, o renuncias a enfrentarte a tu padre, pero renuncias también a Antonella.
Nico no se siente capaz de enfrentarse a su padre y deja a su novia. Pasa tres meses solo. Va a la Iglesia a rezar, pero la oración no da fruto, continua pensando en Antonella, en la excursión a París, en los ejercicios. Entonces comprende: el encuentro ya ha acontecido, la vida no puede ir a menos. Vuelve con su novia, le pide perdón y el cura le dice: sigue a los Jóvenes Trabajadores, haz la escuela de Comunidad con ellos. El sigue y se da cuenta de que la vida cambia. Desde entonces, sin que nadie se lo haya sugerido, nace en él el deseo de compartir hasta el fondo la vida de sus amigos: ellos comen ese trozo de pan que es Cristo presente ahora, ¿por qué me tendría que estar prohibido a mí? Así decide recibir al Santísimo y hacer la Primera Comunión.
¿Y el coraje de decírselo a su padre?
Su gran amigo Claudio Bottini, que es también su padrino de Bautismo, le da un consejo: dile a tu padre lo que vives, y que eres feliz por lo que has encontrado; verás cómo el miedo pasará solo. Así es. Su padre ha jurado morir antes que llevar a un hijo ante un altar de la Iglesia Católica. La discusión es se puede imaginar bien «un tanto» animada. Su padre continúa diciendo: la Biblia, la Biblia... Nico estalla: ¿quién me garantiza que lo que está escrito en la Biblia es verdad? la han escrito hace 2000 años, yo no existía, podría haber debajo una cuestión de dinero, sin embargo, lo que vivo es verdad ahora; y es lo que vivo ahora lo que me garantiza aquello que aconteció hace 2000 años.
«Lo que vivo ahora» está hecho de tantas cosas, que merecería un artículo aparte. Está, por ejemplo, la historia de la caritativa en Lomellina, en Ferrera (la idea nació durante la última campaña electoral), donde un vicario a punto de jubilarse, don Pietro, abre su parroquia a los jóvenes trabajadores de CL y comienza a compartir su experiencia.
Se da el hecho de que algunos jóvenes del pueblo, viendo a Nico y a los amigos, comienzan a seguirles. Se da el hecho de que el padre de Nico, que nos parece un gran hombre, desea ahora encontrarse con don Pietro para charlar con él.
BEPPE: LA FUERZA DE UNA COMPAÑIA
El encuentro es un milagro, es más, es el milagro más grande. «Ahora visítanos en la fe, para darnos la vida de Dios», dice un himno de Adviento. Es la vida de Dios la que se comunica. No se puede entender si no se hace experiencia de ello, ¿qué vieron los pastores en aquel Niño? Es como preguntarse: ¿cómo puede estar uno tan seguro de que en aquellos amigos está Cristo? ¿Qué tienen de especial? La respuesta es siempre la misma: de especial, nada; sin embargo, como decía Doménico, «en ellos está todo lo necesario para comprender por qué estás en el mundo».
Este cambio abarca todo, ni siquiera conseguimos hacernos una idea de su grandeza. El hoy es una promesa, un día que se acaba deja entrever otro nuevo que se abrirá. El sentido de este paso está presente en la otra historia que narramos, la de Beppe, el ex-terrorista y presidiario.
En el encuentro vibra una espera. Existe un «antes» que, o bien resplandece de modo evidente como en la historia de Nico (la historia de su padre), o bien de forma oscura. El «antes» de Beppe no parece nada. Así se presenta en una carta: «Estoy en mi trigésimo año de vida, y durante mi existencia he cometido innumerables, gravísimos, reiterados errores haciendo de la vida una aventura inenarrable, increíble, como para hacer empalidecer a Forsyth, Ludlum y Le Carré (escritores del género de espionaje y «negro», ndr); y en consecuencia, ya que milagrosamente no he pasado a mejor vida, me encuentro en una estructura acorde a tales premisas: la cárcel».
«Desde hace algún tiempo» -continúa la carta- «después de muchas desgracias, he recordado mi formación católica, y he intentado, incluso con desesperación, acercarme a la religión, a la fe».
Relee el Evangelio, después algún libro al azar, entre ellos «Hipótesis sobre Jesús» de Messori. Conoce al padre Adolfo Bachelet, con quien establece una buena relación, pero la cosa no dura: a distancia no se construye nada.
En este momento, en Marzo del 89, es cuando Beppe conoce a dos jóvenes del movimiento que habían empezado a hacer la caritativa en la Casa Circondariale donde se encuentra él. Uno se llama Luciano, el otro Beppe, como él. En seguida salta la chispa del entendimiento hasta el punto de que en los días de permiso es él el que va a buscarles. «Con su ayuda escribe estoy intentando resolver gran parte de mis problemas».
En Octubre Luciano lleva a Beppe una copia de El sentido religioso. Empieza la lectura rápido, con un interés creciente, que pronto se transforma, son palabras de Beppe, en verdadero y auténtico frenesí. En la primera ocasión habla de ello con Luciano, que tiene una idea: las cosas que me has dicho debes escribírselas a Don Giussani personalmente. Beppe se retrae, pero Luciano llega a ameazarle: o le escribes o puedes decir adiós al segundo volumen, «Los orígenes de la pretensión cristiana». Complacido, Beppe cede a la violencia. He aquí un extracto de aquella carta:
«...He debido constatar que se puede ser comprensible incluso tratando argumentos extremadamente complejos; que no es necesario recurrir a obscuras interpretaciones de textos y documentos; que tenéis motivaciones racionales, inmediatas, irrefutables para sostener la adhesión a la fe para quién busca una respuesta decisiva a los interrogantes que cualquiera debe haberse planteado; aunque hubiese alguien que no lo hubiera hecho, me gustaría saber cómo podría evitar hacerlo después de leer El sentido religioso.(...)
«Una noche, mientras estaba en un pueblecito en la montaña, al pie de los Dolomitas, me desgarraba en el intento de dar una respuesta a estos interrogantes; con la complicidad de la luna me pareció divisar una presencia allá arriba, entre las cimas majestuosas» y concluye más tarde por escrito la descripción de ese momento: Pero ¿quién soy, que quiero, que hago? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? A Ti, Viejo de la montaña amada, mi súplica por un porqué.
«Desde entonces han transcurrido muchos años y puedo decir que he bebido de todas las fuentes, que me he bañado en las aguas de todos los mares; por primera vez he intuido haber empezado a comprender algo en el mismo momento de haber terminado la lectura de El sentido religioso»
Quiero hacer notar que Luciano le llevó el libro a Beppe ei 28 de Octubre, y que esta carta a Don Giussani está fechada el 4 de Noviembre, pero la historia de Beppe no termina aquí, con este texto. Beppe es uno que ha hecho de todo en la vida, pero no ha perdido el sentido de la racionalidad. Se da cuenta de que El sentido religioso es un libro a menudo arduo. Así como no se puede disfrutar la Divina Comedia sin haber estudiado antes el texto afrontando todas las dificultades, de igual forma se debe hacer con este libro.
Entonces, durante el mes de Agosto imaginamos qué mes tan terrible para quien está en la cárcel, ¿qué hace? Afronta, una por una, las casi cien preguntas de la Escuela de comunidad sobre El sentido religioso, y las responde por escrito. El resultado: cincuenta y cuatro folios.
Pero el trabajo no está terminado: «Es indispensable profundizar, meditar», y después añade: «vivir una experiencia nueva».
Leyendo el libro Beppe tiene incluso la impresión de que alguien le habla directa¬mente a su corazón. Ahora se halla en una disyuntiva. Luciano le decía que su actitud era la de la «negación práctica» de las preguntas. ¿Es por culpa del final de las ideologías en las que Beppe había confiado? Ahora es distinto, Beppe sabe dónde arriesgar. Pero arriesgar por Dios asume para él incluso un significado concreto: arriesgar por la propia posición ante la ley y los ex-compañeros. Lo escribía en una poesía: «A la caída del castillo infernal/ he renegado de lo que yo mismo había construido,/ he condenado a quienes me habían seguido,/ he edulcorado la traición llamándome arrepentido/ (...) y me dispongo a traicionar nuevamente...»
«Me falta la fuerza escribe Beppe a Luciano para afrontar este riesgo, y tendría necesidad del método comunitario que he empezado a descubrir y a apreciar más que el aire que respiro...».
La intuición que Beppe ha recibido encontrando a dos jóvenes de CL y leyendo El sentido religioso reclama convertirse en experiencia dentro de la comunidad, si no el peso de la vida te aplasta inexorablemente. Beppe lo ha comprendido con la misma violencia que la cárcel en la que se halla, pero también nosotros, ¿a quién tenemos que dar las gracias si la mentalidad burguesa no nos ha destruido aún? A la comunidad.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón