La amistad nacida a raíz de la exposición sobre las nuevas generaciones de italianos sigue contagiando a muchos.
Con una fuerza capaz de cambiar impresiones y pensamientos. Luna, Marouen, Giorgio, Tawfiky los demás cuentan qué sucede cuando te encuentras con otros partiendo de la experiencia más que de las explicaciones
«La pregunta que me planteo ahora? No me pregunto solo qué ha pasado, sino ¿por qué pasa todo esto?». Luna tiene 22 años y estudia Derecho en la Universidad Bicocca de Milán. Durante una semana ha hablado de sí, de sus orígenes marroquíes y de su vida en Italia, en Fornovo, provincia de Parma. Luego de un encuentro. O mejor, de muchos encuentros que «me han cambiado la vida». Delante de una pizza, una noche de octubre, se hace balance y se intercambian los relatos de los días pasados en el Palacio de Justicia de Milán, a dos pasos del Duomo, para explicar la muestra "Nuevas generaciones, los rostros de los jóvenes de la Italia multiétnica".
Una historia que tomó forma por primera vez en el Meeting de Rímini de 2017, volviéndose punto de encuentro y amistad con muchísimos jóvenes. «El año anterior llevamos a Rímini otro trabajo sobre migrantes», explica Giorgio Paolucci, periodista y uno de los comisarios de la exposición. El tema de la llegada de los inmigrantes a nuestras costas estaba muy caliente y el viaje de Francisco a Lampedusa, recién elegido Papa, con su invitación a encontrarse con esas personas y mirarlas a los ojos, había sido una auténtica provocación. Del tema de la acogida al de la integración, el paso fue inmediato. Además, los atentados en Francia, Bélgica e Inglaterra abrieron una pregunta acuciante sobre "las segundas generaciones", los jóvenes nacidos en Occidente de padres extranjeros. «Hubiéramos podido poner en orden datos y análisis y decir que no había solo problemas, tratando de explicar que no se puede meter todo en el mismo saco. Pero nosotros, yo y quien había preparado conmigo la muestra, seguíamos conociendo historias de chicos que decían mucho más. Tenían vidas que contar, experiencias positivas que se podían mostrar a todos». Jóvenes que se han integrado en la sociedad occidental, aun manteniendo sus tradiciones culturales y religiosas, y que empezaban a llamar a Italia "mi casa". Así que esos mismos chicos, que ahora se suceden en los vídeos testimonio que se proyectan en distintas salas, se convirtieron en "exposición". Desde Agie, una joven china que ha abierto en Milán un taller de pasta fresca, a Bryan, ecuatoriano que vive en Italia desde que tenía diez años y que hoy trabaja de pizzero, e Imane, marroquí que estudia en el Liceo Científico de Términi Imerese. Otros han venido personalmente a contar su historia durante un encuentro público. Abdulaje, musulmán: «Mi padre vino a Italia desde Senegal en 1988, vendía mecheros a dos pasos de aquí. Ahora, yo soy abogado "ambrosiano exótico" en el Tribunal de Milán», cuenta con cierto acento bergamasco. George, 24 años, lleva siete en el Bel Paese. Llegó de Egipto y en el Centro de acogida decidió apuntarse al grupo de los Scouts: «Era un sueño que tenía de pequeño. Aquí encontré una familia. Me puse en el sendero recto y ellos me ayudaron a estudiar y luego a encontrar trabajo». Solo por citar algunos. Algunos de ellos se han implicado hasta el punto de llevar la exposición por toda la península, en una gira por escuelas, centros culturales, ayuntamientos... Chicos que habían hecho de guía en el Meeting o protagonistas de las historias relatadas.
«Demasiado buenismo, la realidad es otra...», el comentario de un señor frente a Omenea, italiana nacida de padres egipcios hace veinte años, que explica los paneles. Lo cuenta ella misma por la noche, en la pizzería. Una mesa larga y, teóricamente, muy improbable. Están Paolucci y otros comisarios de la expo, Gianni Mereghetti, Alessandra Convertini, Verónica Guidotti, Agnese Nanni, Giovanni Lucertini y Miriam Busignani. Luego, Luna, Maroun, italo tunecino, estudiante de Filosofía en la Universidad Estatal, Tawfik, de origen egipcio... Hay que estar con ellos para comprender qué ha pasado en decenas y decenas de aulas en 25 institutos de Milán y con cientos de visitantes durante la semana. Y también quien se ha implicado en la organización del evento, como muchos amigos de la Acción Católica, del ACLI (acrónimo de la Associazione Cattolica Lavoratori Italiani), de la ong AVSI, de San Egidio y otras asociaciones.
«Todos se quedan impactados, incluso los que se acercan con un prejuicio», explica Luna. «El señor del que hablaba Omenea había seguido toda la explicación de la muestra en silencio. Al final, cuando hablamos de la ciudadanía, empezó a expresar sus críticas, del tipo "volved a vuestro país"». Omenea y ella no se rinden, se ponen a contar sus vidas. La belleza de su cultura y de sus orígenes, pero también las dificultades y los límites del mundo musulmán. «Él nos escuchaba, su cara poco a poco cambiaba. Al final, nos dio un abrazo...».
Porque en el fondo basta con que «alguien delante de ti te abra una perspectiva distinta, haga surgir en ti preguntas que antes no tenías». Preguntas que Luna se ha planteado desde niña: «Mis padres me enseñaron a estar frente a la realidad con los ojos bien abiertos, poniéndome siempre en juego. De lo contrario, no estaría aquí ahora». Su vida ha cambiado a partir de una red de amistad que se fraguó en verano de 2017, cuando ella y Marouen fueron invitados por el Meeting de Rímini para un encuentro vinculado a su vídeo testimonio para la exposición. También Marouen, compañero de instituto de Luna, es musulmán. Nació en Verona de madre italiana, pero creció con sus abuelos paternos en Túnez, hasta que el padre se lo trajo a Italia. «Teníamos que quedarnos en Rímini unas horas, tener el encuentro y volver a Parma. En cambio, nos quedamos toda la semana». Luna añade: «Y la cosa sigue, en una profundización continua del encuentro que hemos tenido y de las preguntas que nacen de ahí». Preguntas a 360º desde la relación con su tradición hasta la decisión de ir a estudiar a Milán. «Con todas las dificultades que conlleva, incluida la de encontrar casa, porque te consideran extranjera aunque seas ciudadana italiana». Pero es verdad que cuando alguien te mira, de alguna manera te conoce. «Recuerdo a una señora que, al final del encuentro del Meeting, negaba con la cabeza: "Sí, habláis bien, pero yo tengo miedo a salir de casa". Empezamos a dialogar con ella, contándole de nosotros, del islam, de nuestra vida. "¿Pero usted tiene miedo de nosotros?". "No, de vosotros no". "Es porque nos ha conocido"».
«A mí también me pasó el otro día con un profesor que acompañaba a su clase», dice Maru. «Empezamos a hablar, le conté de mí, de mi historia, del encuentro con tantos amigos cristianos o no. De nuestra amistad. Al final, me invitó a ir a hablar a su instituto». «Es la dinámica del encuentro», comenta Paolucci. «Es muy distinto encontrarse con la experiencia en lugar de escuchar explicaciones. Algunos se quedan tan tocados que empiezan a implicarse personalmente». Así se da un verdadero conocimiento. Como ha pasado con un estudiante de instituto que tenía su turno de mañana para guiar la exposición y que se quedó hasta el cierre por la noche. O con una chica peruana que, después de ver la exposición, quedó con Luna y Omenea para preguntarles sobre la universidad.
«En una asamblea en mi instituto, fueron a hablar algunos de estos chicos», cuenta Mereghetti. «Al final, delante de doscientos estudiantes, se levantó una colega mía, profesora de Sociología: "Lo que hemos escuchado hoy vale por mis tres años de curso"». Y al finalizar la asamblea, una chica albanesa empezó a hablar de su historia por primera vez a sus compañeros: «De allí no surgió una discusión sino un trabajo. Los chavales han reproducido en pequeño la exposición sobre las "Nuevas generaciones", incluyendo el vídeo testimonio de su compañera de clase y otras entrevistas grabadas en el instituto entre coetáneos de origen extranjero y profesores de su lengua materna».
«Todos se dan cuenta de que somos como ellos, tenemos las mismas preguntas. Todos buscamos la felicidad», alega Tawfik en la cena, detrás de sus gafas de intelectual. Tiene veintinueve años y estudia Economía en la Universidad católica, a la vez que trabaja en un hotel. Llegó a Italia solo, con 16 años. «Mi padre quería que me convirtiera en imán y me mandaba estudiar el Corán. Tenía en clase a un compañero negro y el imán le trataba fatal, decía que era distinto de nosotros. En el Corán no se dice eso. Para mí la diversidad es un don, el otro es un "bien". Aquí me han acogido así. Y ahora yo quiero hacer lo mismo».
«La muestra podría acabar mañana, pero estas relaciones no se acabarán», glosa Paolucci. «Miro la cara de estos chicos y me doy cuenta de que necesito su amistad, y ver lo que les está sucediendo. Es un descubrimiento continuo. Están llenos de preguntas y van descubriendo cosas. Ves que es así porque luego se lo cuentan a los que van conociendo. Y yo también lo aprendo, lo que "ya sé" se abre a lo nuevo». Pone el ejemplo de los cromos: «Soy mucho mayor que ellos y podría decir: "Este lo tengo, este otro también." ante lo que veo suceder. En cambio, mirándoles a ellos vuelvo a aprender lo que ya sé de forma totalmente nueva». Musulmanes, mucho más jóvenes que él....
«No reniegan de su tradición, pero te dicen que esta amistad les ayuda a vivir y a ir al fondo de su tradición». Y lo hacen adhiriéndose a propuestas concretas como participar en la peregrinación nocturna de Macerata a Loreto, o ir a estar un rato con los sin techo en la estación Garibaldi de Milán, a los Ejercicios de los universitarios de CL, a la Escuela de comunidad. «Me sirve a mí también, a todos los que vivimos esta amistad a raíz de la exposición. Luna nos invitó a Marruecos para visitar los lugares que marcan su historia. Es una ocasión para conocer aún más. ¿Podíamos decirle que no?».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón