César descubrió que era un pintor. Luca un barman. Otros que, labrando el campo, se serenaban. Otros que saben moldear la cerámica o tallar la madera... Todos han encontrado alguien que ha pensado en ellos.
Un día en la cooperativa El Nazareno, nacida en Carpí con el fin de acercar al mundo del trabajo a personas con discapacidad. Una comunidad sin barreras entre huéspedes y educadores. Donde pasan cosas «que nunca hubieras pensado que pudieran suceder»
Con veinte años, César ya pesaba 150 kilos. Todos le conocían en el pueblo porque se pasaba el día en la plaza, delante de la tienda de electrónica.
De vez en cuando, entraba para comprar cables y decodificadores. Y para entablar debates interminables con los dependientes. No quería resignarse a que la radio no pudiera transmitir imágenes como la tele. Era su idea fija. Luego, una noche, tiró por la ventana la televisión y los servicios sociales decidieron asignarlo a una comunidad. Lo acogió El Nazareno, en Carpi, provincia de Módena, que entonces, a finales de los ochenta, abría sus puertas con el fin de acercar al mundo del trabajo a personas con discapacidad. Allí César descubrió algo insospechado: sabía pintar. Sobre todo, rostros. Y ya no lo dejó. Hoy, con 52 años, Cesare Paltrinieri es un artista reconocido a nivel internacional. Sus retratos, después de haberse expuesto en varias salas italianas, han llegado hasta Londres, en el centralísimo Museo Everything en Oxford Street.
Mientras, también ha crecido El Nazareno. En 1998, se mudó a una nueva sede, la magnífica Villa Chierici, que había sido dejada en herencia a la diócesis de Carpi. Hoy la cooperativa se ocupa de más de 150 personas con discapacidad de diversos tipos, que trabajan en los talleres del centro: desde la carpintería a la orquesta, la moda o la hipoterapia. En el amplio jardín inglés que rodea la villa, se han construido también alojamientos para los huéspedes fijos, que ya no pueden vivir con sus familias. «A la hora de obrar, nunca partimos de un proyecto previo», explica el neuropsiquiatra Sergio Zini, presidente de la cooperativa. «Hemos procurado siempre atender a la realidad. La idea de las viviendas, por ejemplo, surgió por César. Cuando salía por la tarde de nuestras estructuras para volver a casa, se pateaba el pueblo llamando a los timbres y preguntando: “¿Está aquí el Nazareno por la noche?"». Un día le vimos en un mar de lágrimas subiendo al autobús que les lleva de vuelta a casa. «Nunca le habíamos visto llorar. “¿Qué te pasa?", le pregunté. Y él, mirándome a los ojos: “¿Me tomáis por tonto? Llevo diez años oyendo hablar de que esta es mi casa."», continúa Sergio. Hoy son diez las viviendas de la cooperativa, algunas en el centro de Carpi, todas gestionadas por educadores, en función de la autonomía de los huéspedes. Se trata de viviendas a todos los efectos: tienen estudiado un diseño de interiores, pero se respira el aire de quienes las habitan. Hay habitaciones repletas de comics, otras con equipamiento deportivo, cocinas con todo lo necesario para dedicarse al arte culinario y plantas exuberantes donde vive alguien que sabe cuidarlas. Luca, 31 años, vive en una de estas viviendas. Tuvo problemas de drogodependencias asociados a problemas psiquiátricos. Cuando llegó al Nazareno, no tenía ganas de hacer nada. «Me asignaron un trabajo de ensamblaje para una empresa externa, pero él no quería hacer “un trabajo de chinos"», cuenta Sergio. «Nos lo encontrábamos dormido en el suelo debajo de la escalera del taller. Así que, un día, colocamos allí un sillón. Y en ese sillón, lentamente, fue despertando. El hecho de que alguien pensara verdaderamente en él, marcó un cambio». Al poco tiempo, pidió trabajar en el Bistrot 53, un local en el interior del parque, abierto al público de mayo a septiembre. «Esto nos enseña que no podemos pensar que las cosas van a funcionar como resultado de un cambio que proyectamos nosotros mediante una suerte de “encarnizamiento educativo"», comenta Sergio. «El aspecto más importante del trabajo terapéutico, quizás el más duro, es saber esperar a que algo nazca dentro de las personas. Esta tensión por captar incluso el más leve movimiento de la libertad del otro es lo único que puede garantizar una verdadera ayuda».
También la idea de crear un equipo que labrara las seis hectáreas de terreno de propiedad de la villa, nació al comprobar que para algunos quedarse a trabajar encerrados en los talleres era problemático. «Muchos de ellos, desde que trabajan al aire libre, están mejor y toman menos medicación», cuentan Alejandro y Santiago, dos educadores apasionados por la botánica. Mirándoles con sus monos verdes, capacitados y discapacitados se distinguen poco. Todas las hortalizas se cultivan aquí con método biodinámico, sin el uso de ninguna sustancia química, respetando los ritmos de la naturaleza. «Esto tiene un impacto educativo», explican. «Aprendemos a tener paciencia, no podemos tener prisa en obtener una buena cosecha. Esta temporada no pudimos recoger judías verdes, porque hay una plaga que rompe todas las raíces. Pero es el modo en que la tierra se libera de la toxicidad debida a decenios de uso de fertilizantes duros». Se trata de una docilidad que conocen muy bien los que sufren. Saben que hace falta tiempo para que de algo malo pueda brotar algo bueno. El fruto de su trabajo tiene una finalidad muy práctica. Las hortalizas se envían a la cocina del bistró, se venden en el mercado los sábados o, los mismos chicos, las distribuyen entre las familias necesitadas del pueblo. En todos estos gestos, ellos buscan una satisfacción, que es sinónimo de normalidad, puesto que está en el fundamento sano de la relación con las cosas y las personas. Como cuenta Fernando, coordinador de los talleres que hoy se agrupan bajo el nombre y la marca de “Manolibera" (“Mano libre" que, en italiano, es también el nombre de un juego de niños, ndt.). «Aquí no venimos a hacer “manualidades". Todo tiene un objetivo preciso y contamos con un director artístico que cuida todas nuestras producciones. Desde las cerámicas y el mobiliario que vendemos en las tiendas de Carpi, Pavullo y Bolonia, a los espectáculos teatrales y musicales que montamos para el Festival internacional de las habilidades diferentes que organizamos desde 1999 durante todo el mes de mayo».
Además de darle una salida comercial, las actividades de la cooperativa procuran no interrumpir la dinámica de cualquier trabajo. «En nuestras tiendas están también los chicos. Para ellos es muy importante ver lo que compra un cliente, porque eligiendo un objeto implícitamente se afirma el valor de quien lo ha hecho». Lo mismo pasa con los doce artistas de El Nazareno que, al igual que César, han empezado a exponer sus obras en los circuitos de arte contemporáneo. Uno de ellos, Gianni Pirotta (1980), con síndrome Down y un lenguaje verbal limitadísimo. En 2010 fue seleccionado para exponer sus trabajos, hechos de grises y colores, en Múnich, en Baviera. «Le acompañé, junto con su familia», recuerda Sergio. «Allí me di cuenta que yo era el verdadero discapacitado porque no hablaba alemán». Gianluca, en cambio, aun sin hablar, se dio a conocer a todo el mundo, incluso consiguió que la televisión alemana le “entrevistara" y explicar que sus cuadros representan sus recuerdos y que para él son como amigos a los que quiere. «Al final, era yo quien le necesitaba; le mandaba a buscar a las personas que tenía que ver. Hizo de relaciones públicas de la cooperativa».
Aquí, a veces, el muro que separa a educadores y huéspedes se reduce a un velo. Son los momentos en que se reconocen como compañeros en un mismo camino. Hasta sucede que se descubren amigos con las mismas heridas y necesidades. «Logro ser verdadero con ellos, delante de sus sufrimientos, solo cuando me doy cuenta de que ellos me acogen a mí», confiesa Sergio. «Llevan encima todo lo que yo no querría tener y, sin embargo, son capaces de una creatividad y un afecto que me asombra. Esto me obliga a preguntarme qué es lo que realmente, más allá de todas las imágenes que tengo en la cabeza, me hace feliz en la vida». Sin esta experiencia de sentirse mutuamente acogidos, prevalecería el cansancio, sobre todo en algunos casos. «Con la consecuencia de levantar otra vez un muro entre ellos y nosotros. Lo cual, en el fondo, significa volver al antiguo manicomio».
Una separación que aquí no logra vencer incluso en los casos más graves. Como el de Laura que sufre esquizofrenia y vive en un mundo totalmente propio. A veces, está tan mal que no consigue tomar parte en ninguna actividad. Sus pequeños ojos llenos de angustia piden tan solo que alguien la tome de la mano. Cuando se encuentra mejor, trabaja en el taller de “piezas únicas" donde se realizan cruces de madera. Un día, mientras decora su cruz, escucha una conversación entre dos educadoras. «Sabes, llevo una temporada muy dura. Me siento muy frágil», confía Elena a su colega. Laura la interrumpe diciendo: «Pero Elena, con la fragilidad se te abren todas las puertas». Tienen intuiciones y sentimientos que el mundo “normal" necesita para caer en la cuenta de ese movimiento inextinguible que se da en cualquier persona. Y que es señal de una relación constitutiva. Y aprendes a conmoverte. Es lo que le pasa con frecuencia a Sergio y a sus colaboradores: «Esa repentina lucidez de Laura nos dejó a todos en silencio. Me pasa solo delante de cosas que nunca hubiera pensado que pudieran suceder».
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