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Huellas N.9, Octubre 2018

PRIMER PLANO

La generación de un "yo" nuevo

Apuntes de una conversación de Julián Carrón con un grupo de estudiantes durante el Equipe del CLU, los universitarios de CL, sobre el tema «Por estos hechos sabrás que yo soy el Señor» (Corvara, 30 de agosto de 2018)

Julián Carrón. «Por estos hechos sabrás que yo soy el Señor» (cf. Ex 10,2). Este era el título de las vacaciones. Pero, como ya hemos dicho, la condición para sorprender los hechos por los que podemos saber que Él es el Señor es un afecto, en el sentido al que se refiere don Giussani cuando cuenta de aquel joven que, caminando por el sendero que sube hacia el monte Pana desde un pueblo de Val Gardena, miraba continuamente hacia el suelo y recogía una piedra aquí, una piedra allá. Después de algún tiempo Giussani comprendió: se trataba de fósiles. Aquel hombre era un científico que estaba buscando fósiles, y por eso era capaz de descubrirlos. Él no se inventaba los fósiles, los fósiles estaban. Y don Giussani, que no tenía esa tensión, ese interés, ese tipo de curiosidad, aunque había recorrido el sendero muchas veces, nunca había sido capaz de verlos. Solo un afecto hacia una verdad de la realidad hace aguda nuestra mirada sobre las cosas. Pues bien, con vistas a este momento, habíamos propuesto algunas preguntas como orden del día: en lo que hemos vivido este verano (las vacaciones, los gestos, el Meeting de Rímini, la peregrinación a Roma para ver al Papa, el tiempo libre), ¿han sucedido hechos que hayan generado en nosotros un asombro, implicando la totalidad de nuestro yo, empujándonos a reconocer a Cristo, a pronunciar su nombre? ¿Cuándo nos hemos sorprendido reconociéndole? ¿Hay algo que se haya revelado capaz de regenerar nuestra vida?

Matteo. Después de todo lo que ha sucedido este verano puedo decir una cosa con más certeza: seguir lo que el movimiento me propone es conveniente para mi vida porque, como decías ahora, la regenera. Intento explicar cómo, contando lo que me ha sucedido al participar en dos gestos. En las vacaciones de la comunidad algunas personas propusieron hacer una audición de Rachmaninov. Fue una hora de música preciosa en la que se me quedó impresa una cosa: el rostro de su música era fruto de la pertenencia a la historia del pueblo ruso, hasta el punto de que cuando emigró a Estados Unidos dejó prácticamente de componer. Este punto me impresionó profundamente. Enseguida pensé: y yo, ¿tengo un «pueblo ruso»? ¿Qué es lo que me da consistencia? La respuesta fue sencilla: «mi pueblo ruso» es la Iglesia que me alcanza a través de esta compañía. ¿Quién sería yo si me quitasen este vínculo? «Quién soy yo» pasa ahora por esta pertenencia. He experimentado un vértigo, como si dijera: toda mi vida está suspendida de este encuentro . No lo digo como si dependiese de un hecho asociativo, de una organización por muy bonita que sea, en la que uno tiene sus amigos y por eso está un poco menos vacío que los demás. No, me he dado cuenta de que perteneciendo a esta historia pertenezco a Cristo, es decir, a esa presencia que sigo encontrando en la unidad de aquellos que creen en Él: en concreto, yo soy de CL, pero, más en el fondo, soy Suyo. He comprendido mejor esto en Roma, al participar en la vigilia propuesta por el Papa. El modo en que se desarrollaba el gesto podía resultar más cercano a una sensibilidad o a otra, pero cuando el Papa nos pidió estar en silencio se produjo la misma extraña unidad que habíamos visto en las vacaciones, y me volví a sorprender. Mientras miraba a aquellos miles de jóvenes a mi alrededor pensaba: «Todos ellos han sido alcanzados por lo mismo que me ha alcanzado a mí», y añadía: «Tú, Señor, eres mucho más que lo que yo pienso de ti, que el esquema en el que te meto, que las formas y los gestos que de verdad me corresponden, eres mucho más». En ese momento me sentí unido a todos ellos, no por una afinidad de pensamiento o de lenguaje, sino por este punto en común: Cristo presente. Lo que me ha regenerado ha sido reconocerle a Él, descubrir que toda mi vida está suspendida de su presencia: Dios me ha alcanzado a través de un signo humano, pero es Él quien me ha alcanzado. Y este es un pequeño signo de lo que he dicho: he empezado a estar bien en todas partes, con cualquier persona, pero no en un sentido banal. Los días posteriores me daba cuenta de que para estar en paz no era indispensable un cierto ambiente o ciertos rostros; empezaba cada día deseando que todo fuese instrumento de este vínculo, de la relación con Cristo. El mes de agosto ha sido precioso. La alternativa era sencilla: cuando trataba de dejar a un lado esta relación, salía a la luz el miedo, la incertidumbre, sobre todo con respecto al futuro; cuando entraba en las circunstancias buscándole a Él, descubría que la amistad con Él era de por sí capaz de llenar la vida

Carrón. ¿Cuál es la diferencia entre «pertenencia», tal como tú la estás describiendo, y «asociación»? Muchas veces podemos limitarnos a vivir nuestra amistad como asociación. ¿Qué es lo que ha crecido en ti? De hecho, solo cuando vivimos una sobreabundancia, somos capaces de darnos cuenta de que falta algo. ¿Cuál es la diferencia que tú percibes en tu vida entre pertenencia y asociación? ¿En qué signo se manifiesta?

Matteo. El signo es lo que sucedió después, cuando estaba en casa con mis padres y mis hermanas. Y me he dado cuenta de la diferencia por el hecho de que la pertenencia me genera.

Carrón. La pertenencia de la que estamos hablando genera un sujeto nuevo. Participar en una asociación no es capaz de hacerlo.

Matteo. La consecuencia es que todo empieza a hablar.

Carrón. Que la realidad empiece a hablar quiere decir que la pertenencia a Cristo nos devuelve la vida, las relaciones, nos devuelve todo multiplicado infinitamente, «cien veces más». La pertenencia al movimiento no hace que surjan las montañas, no hace que surjan las relaciones, pero me hace darme cuenta de las montañas y de las relaciones de un modo distinto: todo estaba ahí antes, pero no me hablaba, como los fósiles de don Giussani. Solo cuando uno pertenece a Aquel que le hace, cuando Su presencia entra en su vida, se da cuenta hasta el fondo de la realidad: lo que sucede empieza a convertirse en algo tan significativo que es como si fuese otra vida, una vida «más vida». Desde dentro de esta experiencia uno se ve inclinado a decir: «Entonces yo no pertenezco a CL como se pertenece a una asociación; al pertenecer a CL, pertenezco a Aquel que regenera mi vida de este modo, soy Suyo». Esto es precioso, porque se trata de un descubrimiento que empezáis a hacer desde las entrañas de lo que vivís. Yo habría podido darte una lección estupenda para explicarte que eres Suyo, pero no habría servido para hacerte llegar a donde estás ahora, a un descubrimiento que has hecho tú. Lo que me asombra es que, siguiendo lo que el movimiento te propone, ves cómo surge de las entrañas de lo que has vivido, como descubrimiento tuyo, eso de lo que hablamos. Es la generación de un yo nuevo. La participación en una «asociación» no es capaz de producir en el sujeto una novedad que se refleje en cualquier situación de la vida. Muchos van a la montaña, y gozan de ella, pero cuando vuelven a la rutina cotidiana, a la familia o a las relaciones, están siempre soñando con volver a la montaña, porque en ellos no ha cambiado nada. En cambio, esta es la experiencia de la que hablamos: al pertenecer a un lugar histórico, concreto, se nos devuelve toda la vida con una potencia que nos sorprende sobre todo a nosotros mismos.

Chiara. Cuento tres hechos en orden cronológico. El primero tiene que ver con la preparación de las vacaciones. Trabajando junto a los demás, me he visto diciendo: «Deseo que las vacaciones y todo lo que hagamos sea instrumento para que nuestra mirada se eduque en no quedarnos tanto en nuestra bien conocida miseria cuanto en lo que Él hace para conquistarme, como un enamorado con su amada». Cuento el hecho en el que he visto dibujarse este deseo que me ha plasmado poco a poco. Había sido un día difícil, no había conseguido prepararme para una cena que íbamos a tener con vistas a un gesto de las vacaciones (la presentación de un libro), y por eso me sentí un poco vacía. Escribí a una amiga, a la que había pedido que se hiciera cargo del gesto, y le dije que no iría a la cena porque no estaba preparada. «Vale», me respondió, añadiendo: «Gracias por lo que me has pedido que haga, porque es justamente lo que necesito ahora». Su respuesta me hirió: me miré y me di cuenta de que en ese momento yo no tenía su posición, pero la deseaba. Le contesté enseguida: «Voy». En ese momento no decidí por la medida que continuamente me aplico, sino que venció el deseo de belleza, de querer estar con ella. Me di cuenta de que seguir este incansable deseo de belleza, de relación, es el modo con el que puedo dejarme encontrar por Él, y quiero seguir haciéndolo. En el segundo hecho que cuento he visto suceder para mí aquello de lo que se hablaba antes, es decir, que yo aquí soy generada, aprendo a dar crédito a mi corazón. Estaba en las vacaciones de la comunidad. Durante una asamblea, una de las cosas que surgía era la diferencia entre vivir siguiendo el corazón o bien arrastrados por las emociones. Aquí me sucedió algo interesante. Un día hicimos una marcha. Me pasé toda la mañana tratando de asombrarme, pero nada era capaz de atraerme de verdad. Llegó el momento de la comida, que era la ocasión que tenía para poder conocer a los de primero, pero no tenía nada que decir, me sentía árida. Sin embargo, en la estela de lo que había surgido en la asamblea, me dije: es el único momento en el que puedo verles, me lanzo. Entonces fui y me presenté: «Estoy aquí para aprender de vosotros esa frescura que yo no tengo». Fue un momento estupendo, regenerador. Esa circunstancia me permitió dar un paso: mi «sí» ya no está ligado a los momentos en los que estoy llena, entusiasmada. Cristo, a través de muchas provocaciones, es capaz de hacer que nazca la plenitud incluso de mi aridez, si yo las sigo. Esa frase, que muchas veces me molesta, «no esperéis un milagro, sino un camino», se está convirtiendo en lo más bonito que he recibido, porque me empuja a estar abierta a Su compañía en cada instante, no solo cuando estoy bien. Todo esto ha tenido sus frutos incluso en casa, no porque yo sea capaz de mantener este nivel, sino porque me doy cuenta mejor de cuándo Él me elige. Esto se refleja en un último hecho sencillo. Estaba volviendo de las montañas con mi hermano (habíamos estado en las vacaciones de nuestras respectivas comunidades), estaba cansada, iba conduciendo, y pensaba: «Ahora por fin puedo desconectar». Mientras me estaba imaginando ya este reposo «reducido», él, sin saberlo, me dijo: «Chiara, ayudémonos estos días a no perder el tiempo, levantémonos a una hora decente, quizá podemos rezar laudes juntos». Le dije enseguida: «¡Sí, gracias!». Para mí esto no ha sido algo banal. Es como si me hubiese encontrado frente al científico de los fósiles. En lugar de decir: «Vaya, por qué no me habré dado cuenta yo de los fósiles», dije: «Qué bien que él me haya ayudado a verlos».

Carrón. Debemos custodiar lo que se le da a cada uno que interviene. No es algo que haya que dar por descontado. Como decía Chiara, muchas veces nos quedamos en nuestra miseria o en nuestra medida. ¿Quién no? ¡Que levante la mano! Todos lo hacemos. Darse cuenta de que, en lugar de quedarnos en nuestra miseria, en lo que no funciona, en lo que no conseguimos hacer y nos deprime, es más inteligente empezar a mirar «lo que Él hace para conquistarme», quiere decir descubrir otro método. Con frecuencia pensamos que mejoramos porque analizamos nuestra miseria y tratamos de superarla, tratamos de cambiar. En cambio, ella ha descubierto que le conviene dejarse conquistar por la iniciativa de una Presencia, aunque inicialmente, como le pasó con respecto a la cena, no le salga inmediatamente ir allí. Gracias a la conversación con su amiga, dice: «Voy». ¿Qué le hace cambiar? Como ha dicho, «ha vencido» la modalidad con la que Cristo la llamaba a través de esa circunstancia. Nosotros no somos capaces de alcanzar la plenitud, el cambio que deseamos. Todos los intentos que hacemos están destinados al fracaso, solo contribuyen a deprimirnos. Pero empezamos a ver que existe otro modo, el de Jesús: «Ven conmigo»; «Al que me siga le daré el ciento por uno». ¿Cómo seguirle? Se trata únicamente de seguir la modalidad con la que nos llama. Las cosas que están surgiendo, que pueden parecer banales, son un descubrimiento de otro mundo, contradicen la actitud con la que habitualmente vivimos o producen en ella un giro de 180°, y cambian nuestra vida. Por ejemplo, decía ella, uno escucha la palabra «asombro» y enseguida la traduce de forma moralista: «Trataba de asombrarme, de producir yo el asombro». ¿Resultado? Nada. Y entonces se mide: «No he sido capaz de asombrarme». ¡Pero no somos nosotros los que conseguimos generar el asombro! Entonces va a comer con los alumnos de primero, aunque no tuviera ganas, porque estaba árida, y se asombra de lo que le cuentan. Uno solo renace siguiendo la modalidad con la que Cristo le llama. Como le ha llamado a ella esa mañana, así me llama a mí a ir a visitar a una comunidad o a estar con vosotros en este momento. Podemos estar en mejor o peor forma, no tenemos que preocuparnos por esto, ni podemos generar por nosotros mismos un cierto impulso; pero aquí, en la Escuela de comunidad o en cualquier otro sitio, incluso bajo cero, puedo siempre ir como un mendigo, con ese afecto del que hablaba don Giussani, para ver cómo Cristo me sorprende, me llama, con qué instrumento y modalidad me regenera. Cuánto tiempo perdemos quejándonos de la aridez, cuando en cambio la cuestión es que Otro entra en nuestra vida de una forma impensable. Nosotros queremos controlarlo todo: decimos «Cristo», pero en el fondo reducimos a Cristo, reducimos lo que ha venido a traernos a una serie de cosas que hemos de alcanzar. Y si confundimos el cristianismo con algo que simplemente sube el listón de la ética, esto pondrá todavía más de manifiesto que no estamos a la altura. Y al final terminaremos por irnos. Diremos: «El cristianismo es estupendo, pero yo no soy capaz de vivirlo, mi incapacidad es demasiado profunda». Pero es justamente Cristo quien nos ha dicho: «Sin mí no podéis hacer nada». Escuchar esta frase es una liberación. Es lo contrario de lo que dicen todos: «Puedes conseguirlo, con tus fuerzas serás capaz de darte todo lo que buscas». Pero, ¿quién puede pensar esto de verdad? Esto no quiere decir que la plenitud de la vida sea imposible. Existe otra posibilidad que está al alcance de todos: una presencia que sale a nuestro encuentro, un acontecimiento que entra en la vida y la cambia. Por eso cuando la descubrís, empezáis a gozar de la vida. El problema es que reducimos el cristianismo. En lugar de ser un acontecimiento que, como contaba Chiara, puede suceder a través de su hermano, a través de los alumnos de primero, en una cena a la que estaba invitada y a la que no tenía ganas de ir, se convierte en un conjunto de reglas. Nosotros echamos a Cristo de la realidad. Es como si dijéramos: «Se ha ido, está en el cielo, después de la ascensión se ha ido y ahora tenemos que actuar nosotros», que es lo que piensa la mayoría de los cristianos: «Cristo se ha ido, nos ha dejado unas reglas que seguir, tenemos que apañárnoslas». No, no se ha marchado, está presente a través de la realidad humana de la que ha decidido servirse; y en lugar de cambiar nuestra cabeza con la teología, hace suceder ante nosotros hechos a través de los cuales podemos reconocer Su presencia y empezar una familiaridad con Él. Es un problema de afecto, de pobreza de espíritu, de apertura del corazón, necesaria para seguir la modalidad imprevista con la que Él sucede en nuestra vida, aunque nos hallemos en la más profunda aridez. ¿Qué le importa a Él? «Daos cuenta de que, en el desierto de vuestra aridez, yo puedo empezar a crear un camino nuevo, ¿no lo veis?». Los profetas representaron la aridez con la imagen del desierto: «Sí, en el desierto en el que te hallas -dice Dios-, yo puedo hacer brotar algo nuevo. ¿No lo ves?». Es un desafío a la razón, a la mirada, a la atención, al afecto, a todo. He subrayado estas cosas porque se trata de descubrimientos enormes, y sería una lástima que no cayésemos en la cuenta de ellos: incluso una sola de estas cosas puede cambiar la vida más que mil pensamientos que se nos ocurran. Cristo no se ha marchado de la historia ni nos ha dejado solos como perros, sino que nos sorprende continuamente en la realidad, en las situaciones más diversas, no solo cuando estamos juntos, sino en todas partes, aunque no tengamos a nuestro lado los rostros habituales, y por todas partes se convierte en ocasión de un bien.

Massimiliano. En el colegio mayor en el que vivo he conocido este año a un chico que estudia conmigo en la Universidad Católica. Nos hemos hecho amigos y he querido invitarle a las vacaciones de la comunidad. Él ha aceptado: «Voy para observar el movimiento y para conocer mejor quién eres tú». Una respuesta que me ha llenado de asombro: nos conocemos desde hace un año, cenamos juntos casi todas las semanas, y sin embargo, necesita «observar el movimiento» para conocerme. Para mí era la quinta vez que iba a las vacaciones, sabía ya lo que haríamos, pero su presencia ha hecho que todo se volviera nuevo: he tratado de compartir con él toda la semana de vacaciones, incluso algunas dificultades que manifestaba. El último día intervino en la asamblea y dijo: «Después de haber conocido a Max tenía mucha curiosidad por venir a Cervinia para ver cómo era vuestro movimiento y para entender mejor su voluntad de conocerme, su curiosidad. Aquí he encontrado esa misma curiosidad en muchos otros. Me he preguntado: ¿de dónde brota esta curiosidad que tenéis por conocer al otro? Veo a muchas personas que, al adherirse al movimiento, se han acercado a la Iglesia y se han vinculado a una institución. ¿En qué medida se puede cultivar la relación con Dios sin intervención de la Iglesia?». Me ha impresionado el recorrido que ha hecho y que reflejan sus palabras: he conocido a personas que tienen curiosidad por mí; todas estas personas pertenecen al movimiento; ¿qué origen tiene esta curiosidad? Finalmente, ¿es realmente necesaria la Iglesia? Pienso en Lo que nos decías ayer por la noche: «¿Por qué buscaban a Jesús los habitantes de Palestina? ¿Para añadir un peso más?». No, le buscaban por lo mismo que le ha sucedido a mi amigo: un encuentro con unos rostros concretos, pertenecientes a un lugar preciso, por los que se ha sentido mirado con una curiosidad fuerte, hasta el punto de preguntar: ¿de dónde surge esto? En mi vida he podido ver que solo Cristo despierta esta pregunta, solo Él despierta de forma tan potente el yo. La respuesta a la pregunta sobre la Iglesia yo la identifico también en el mismo hecho. Después de las vacaciones vino a verme. Se preguntaba por qué pertenecer a la Iglesia, pero en los hechos ya se sorprendía dentro. «¿Cómo podremos permanecer en la Iglesia de Dios?», decías ayer. Y respondías: lo que nos permitirá permanecer en la Iglesia de Dios es exactamente el mismo fenómeno que nos ha atraído hacia ella al principio.

Carrón. Es precioso este ejemplo: es el encuentro con una humanidad curiosa, que se implica con el otro hasta el punto de querer conocerle, lo que provoca el asombro, porque lo que debería ser normal (que uno se interese verdaderamente por el otro) no lo es. Esta curiosidad, este interés por el otro, ha llenado de asombro a este joven amigo hasta el punto de que no ha podido dejar de preguntarse: ¿de dónde surge? Aquí vemos nuevamente en acto lo que se decía antes: nuestra pertenencia no es simplemente la pertenencia a un club, a una asociación, porque genera un yo que, cuando entra en relación con el otro, despierta una pregunta. Será luego él quien, viviendo, siguiendo lo que ha encontrado, tenga que reconocer la respuesta.

Bernardo. Cuento tres hechos que este verano han atraído mi atención. El primero se produjo en las vacaciones de la comunidad. Una chica que estudia filosofía invitó a su novio a que viniera los dos primeros días de las vacaciones. Él no va a la universidad, sino que trabaja, y no pertenece al movimiento. Era la primera vez que venía a unas vacaciones como estas. En los dos días en los que estuvo con nosotros participó en todos los gestos y luego tuvo que volver a Milán. Solo pudo quedarse dos días. Nada más volver, en un mensaje a su novia, escribía: «Creo que en estos dos días nuestra relación ha cambiado». Luego añadía, con una sencillez desarmante: «¿Acaso tú sabes por qué?». Una pregunta sincera y leal, que viene a decir: «Después de estos dos días, la relación entre tú y yo es distinta. ¿Cómo es posible? ¿Qué es lo que ha pasado, que ha hecho que nosotros, que estamos juntos desde hace tanto tiempo, hayamos empezado a tratarnos de forma distinta?». La pregunta era la consecuencia de un asombro real, era expresión del punto al que había sido conducida su razón, comprometida afectivamente con lo que tenía delante. La verdad de nuestra experiencia no está en nuestra cabeza, sino que descansa en algo que sucede y suscita un interrogante real, en primer lugar para nosotros, y por eso sigue atrayéndonos. Otro hecho significativo se produjo en Calabria, en donde pasé una semana con algunos amigos de mi facultad después de las vacaciones de la comunidad. Además de nosotros vino también un chico de segundo, nacido en una familia del movimiento, que durante el bachillerato se había distanciado. En estos dos años de universidad se ha ido vinculando poco a poco a algunos de nosotros, hasta tomar la decisión de venir a las vacaciones. Intervino en la asamblea y contó cómo le había transformado esta amistad. En efecto, tenía una cara distinta, estaba contento. En Calabria, durante las comidas y las cenas se planteaban discusiones sobre temas candentes, y él, que era el último que había llegado, tenía la posición que me resultaba más correspondiente. ¿Entusiasmo del inicio? ¿Euforia de un convertido? No creo. En mi opinión, él juzgaba con un acontecimiento en los ojos. Una posición distinta de las otras solo surge con relación a algo que uno está viviendo. El tercer hecho fue la jornada del 11 de agosto en Roma, cuando estuvimos con el Papa. El primer dato es el contento con el que volví a casa. ¿Qué me sucedió en aquellas veinticuatro horas? Seguramente las palabras del Papa fueron muy valiosas, pero lo que me marcó incluso antes tiene que ver con nuestro mismo ir a Roma para escuchar al Papa: levantarme a las cinco, viajar el fin de semana con más tráfico del verano, la vuelta a casa por la noche. En aquella jornada se ponía de manifiesto la verdad de nuestra compañía: estamos juntos para seguir algo distinto de nosotros. Esta sustancia de nuestra amistad se expresaba a través de lo que estaba sucediendo: las personas más distintas -por facultad, costumbres, amistades- juntas de viaje únicamente para escuchar a una persona. Hice un descubrimiento de método: mi plenitud pasa por el sí a una Persona que me dirige una invitación, y para seguir esa invitación es suficiente con implicarse en una compañía que te acepta tal como eres y que no estaría junta si no fuese por la finalidad que nos une. El método es ese «ir a pescar con Jesús» del que nos hablabas y que me parece tan decisivo. ¿Cómo he podido verificar la validez de este método para mí? Por la correspondencia con mi corazón, por la plenitud con la que volví a casa. «Ir a pescar con Él» es lo que más me ayuda a vivir hoy, y esta posición se está introduciendo en mi lucha de todos los días. Los días están marcados con frecuencia por la dificultad; de hecho, ciertas cuestiones con el tiempo se ha vuelto más apremiantes y me obligan a tomar posición. Y, sin embargo, he de reconocer que justamente estos momentos de dificultad, en los que me doy cuenta de que no tengo todo bajo control, me permiten preguntarme con más radicalidad qué es lo que necesito para vivir. De hecho, estos momentos de dificultad me hacen darme cuenta de que con mucha frecuencia yo creo que me lo sé todo: el acontecimiento es conocido, analizado y meditado de palabra. Solo hay un problema: con todas estas cosas que sé, lo más que consigo hacer es posponer la plenitud poniéndole condiciones: «Si sucediese que... entonces sí», para volver a posponerla cada vez más allá. Pero de este modo sigue escapándoseme el presente. Es en los momentos más duros donde me doy cuenta de que mis análisis no son suficiente: puedo pasarme días enteros prescribiéndome lo que habría que hacer para no ahogarme, pero esto no me libera. Me doy cuenta de que lo que más necesito empieza justo cuando terminan mis análisis y sucede algo fuera de mí. Por ello, estoy agradecido de que siempre haya alguien que me vuelva a invitar a «pescar».

Carrón. Es impresionante que una fórmula tan sencilla pueda ser tan determinante, porque -como veis- la alternativa es muy clara: o Jesús o los fariseos. Si en lugar de ir a pescar con Él los discípulos hubiesen ido con los fariseos, ¿qué habrían recibido de ellos? ¡Reglas! Caemos en esto en cuanto nos separamos de «ir a pescar con Él». Es la lucha entre dos planteamientos: o el cristianismo es algo que construyo yo, con mis análisis y mis esfuerzos, o bien es una realidad con la que me topo. La fórmula «ir a pescar con Él» propone la alternativa radical a cualquier intento de producir el cristianismo con nuestra coherencia o nuestros esfuerzos. Es un drama, un desafío que nos afecta, aunque todos sepamos que el cristianismo es un acontecimiento y lo repitamos una y otra vez. Él dice:«Ya“me lo sé" todo». Es verdad. Si os hiciese un examen, estoy convencido de que la mayoría diría que el cristianismo es un «acontecimiento». Lo sabemos. Y sin embargo, él dice: «Pero después pospondría siempre la plenitud: “Si sucediese esto", “si sucediese esta otra cosa", y por tanto se me escaparía el presente». Jesús nos ofrece un método distinto y mucho más sencillo, un método que, sin embargo, solo reconocen los sencillos, como ese amigo que se ha vuelto a acercar al movimiento después de años, o ese novio al que le han bastado dos días para experimentar un cambio en la relación con su novia y preguntarse el porqué. ¡Es impresionante! Si alguien crease una institución para enseñar cómo puede llegar a ser realmente plena una relación afectiva entre un chico y una chica («cien veces más»), habría cola. ¿Quién no desea esta plenitud? Pero ninguna institución en el mundo puede generarla. Entonces, aquí se están diciendo cosas de otro mundo: ¡que uno que no participa en la vida del movimiento, que va por casualidad a las vacaciones de una comunidad porque su novia le invita, en dos días no puede evitar reconocer que la relación ha cambiado! Este es el verdadero desafío al nihilismo. Se abre la lucha, una lucha entre nuestro esfuerzo, nuestro deseo de abandonar, nuestra fragilidad, nuestro ceder al nihilismo («No es posible»), y toparse con hechos que desafían todo esto. Después de haber escuchado estas cosas, cada uno debe decidir, se ve obligado a decidir -no decidir es ya una decisión-. Ese chico fue allí por casualidad, pero después se topó con una novedad que no había pensado, se topó con una realidad humana que le hizo plantearse una pregunta. Daos cuenta de que se ha topado con vosotros, que a menudo hacéis concursos para ver quién tiene más límites, para subrayar toda la miseria que sois: él os hace daros cuenta de qué es lo que portáis (de qué es lo que portamos). ¡A lo mejor se nos está escapando algo! Como podéis ver, no es que esa realidad humana que se llama Iglesia tenga que estar hecha de gente que no tiene límites para resultar interesante: todos tenemos límites, pero esta no es la cuestión, porque las cosas que ha descrito ese chico le han sucedido con nosotros. Aquí se ve de forma clara que no podemos reducir el testimonio de Cristo que llevamos únicamente a nuestra coherencia ética o a nuestro buen ejemplo; dicho testimonio pasa a través de todos nuestros límites: algo nuevo ha entrado en nuestra vida. Todos seguimos viviendo en la carne, es decir, nos equivocamos como antes, pero ya no podemos quitarnos de encima esa novedad que ha entrado en las fibras de nuestro ser. Nos equivocamos como antes, pero hay algo distinto que, al entrar en nuestra vida, ha generado en ella una novedad inconfundible. El signo, como ha dicho Bernardo con respecto al otro amigo, es que uno lo mira todo «con un acontecimiento en los ojos», o vuelve a casa, como ha contado de sí mismo, contento de haber ido a Roma al encuentro con el Papa el fin de semana con más tráfico del año. Y nos ha ofrecido el porqué. ¿Por qué es válido el método que Jesús nos ofrece? Por la correspondencia con el corazón. Jesús no apela inicialmente al hecho de que es Dios, sino únicamente a la experiencia del ciento por uno, es decir, a la experiencia de la correspondencia. «Seguidme, porque si me seguís, podréis experimentar cien veces más la vida», como les sucedió a estos novios. Jesús no nos chantajea de ningún modo. Nos ofrece la razón: el ciento por uno. De hecho, cuando sucede el ciento por uno, uno se pregunta el porqué, como se ha dicho. No debemos alejarnos por el hecho de que la Iglesia tenga límites: nosotros la seguimos porque en ella sucede algo que es más que los límites que todos tenemos.

Paolo. Me interesa contar dos hechos de los que he salido nuevo, gracias a los cuales se me ha hecho evidente que el método de «ir a pescar con el Señor» es el único que puede cambiarme de verdad. El primero se remonta al final de junio. Con algunos amigos fui a Chieti para participar en un encuentro de la comunidad de allí. Enseguida sucedió un imprevisto: vinieron a la Escuela de comunidad cinco personas que no eran de CL. Pero, ¿cómo habían terminado allí? Hay un hecho previo. De esos cinco, cuatro eran estudiantes que habían seguido un curso con un profesor del movimiento. Al final del curso había nacido entre ellos el deseo de profundizar junto al profesor las cosas que allí habían salido. Y de allí surgió una propuesta: una convivencia de estudio de algunos días. Participaron en ella dos tercios de los estudiantes, nueve en total (se trata de números pequeños). Cuatro de ellos se presentaron en la Escuela de comunidad. Empezó el encuentro: oración, cantos, orden del día. Los recién llegados se miraron con una mirada interrogativa. La persona que guiaba la Escuela de comunidad se dio cuenta y se dirigió a ellos enseguida: «¿Puedo haceros una pregunta? ¿Por qué estáis aquí?». De allí surgió un diálogo apasionante, con preguntas y respuestas que se sucedían sin tregua: «Enseña de una forma distinta»; «tiene una forma distinta de relacionarse con nosotros»; «al conocerle a él nos hemos sorprendido más unidos entre nosotros». Con esos cuatro estudiantes había también otro chico, novio de una de ellas. También él quería responder, aunque, al no ir a la universidad porque ya trabaja, no había estado en la convivencia de estudio. Estaba en la Escuela de comunidad únicamente porque estaba su novia: «Estoy aquí porque he visto el efecto que ha tenido en mi novia conocer a ese profesor y participar en la convivencia de estudio: no es simplemente que haya vuelto distinta o cambiada, sino que ha vuelto nueva». La conversación se eleva. «¿De dónde viene esa modalidad distinta de vivir que ha provocado este atractivo?». «En mi opinión, en la base hay una elección de vida». «Sí», observa otra, «pero aunque detrás hubiera una elección de vida, se mantiene la pregunta: ¿de dónde viene esta elección de vida y, sobre todo, ¿qué la alimenta cada día? Porque no basta una moral kantiana para motivar esa elección ni para sostenerla cada día». Replica un tercero: «En realidad yo todavía no lo he entendido, quiero entenderlo, estoy aquí para eso». Pues bien, este es el hecho. Y estaba allí mirando este hecho que sucedía y las preguntas surgían en mí de forma natural: pero ¿qué les está sucediendo a estos chicos? ¿Acaso no es lo que me sucedió también a mí? ¿Acaso no es esto el cristianismo? ¡Personas atraídas por alguien, por una presencia! ¿Y acaso no deseo yo también, ahora, entender quién hace todo esto, exactamente como trataba de comprenderlo al principio? En un momento dado me volví a preguntar, frente a lo que veía: «Pero, ¿quién eres tú?». Este hecho ha barrido lo que ya creía que sabía, es decir, cómo me aferra Cristo. Allí cedí simplemente, seguí Su iniciativa, lo que estaba sucediendo, y me vi diciendo: «Eres tú, Señor». Mientras volvíamos a Milán en el coche, seguía teniendo esos hechos en los ojos, y entre nosotros no había nada que añadir, volvimos en un silencio pleno. Me fui a dormir «deseando despertarme», como dice la canción. Al día siguiente tendría que haber estado muerto de cansancio, incapaz de estudiar por la paliza del día anterior. En cambio, esa mañana todo partió de este acontecimiento que había sucedido, y afronté la vida de forma distinta, no porque hubiesen cambiado las circunstancias, sino porque también yo era nuevo: había sido generado. El segundo hecho sucedió en las vacaciones de la comunidad. Me junté con algunos alumnos de primero para retomar el texto de la Escuela de comunidad, y una chica hizo una intervención muy sencilla, hablando de esos primeros días que habíamos pasado juntos: «Estoy feliz, me siento querida y me doy cuenta de que no estoy haciendo ningún esfuerzo, de que solo estoy siguiendo lo que se me propone, lo que hay». Al escucharla habría podido decir: «Esta historia ya la he escuchado». En cambio, me sobresalté, la envidié, porque también yo deseo esa sencillez de corazón, esa pobreza de espíritu, ese mismo afecto, y empecé a pedirlo, a mendigarlo. Y me pregunté: «Pero, ¿me creo de verdad que en mi vida es Uno el que me cambia, que es Uno el que me hace feliz, y no lo que yo pienso, alguna impresión mía, o algún suceso particular?». He descubierto que es Él, el Señor, quien, al suceder, me convence de que es «todo en todo» (cf. Ef 1,23): no soy yo el que tengo que convencerme de que es así. Por menos de esto no soy capaz de vivir. Su presencia se vuelve cada vez más familiar en mi vida, no porque la conozca cada vez más, sino porque Él me aferra cada vez más con su iniciativa y me convence cada vez más de que Él es el Señor, de que es todo, de que solo Él puede darme la plenitud, el ciento por uno ahora.

Carrón. Secundar la iniciativa de otro hace que se vuelva nueva la novia. Esto asombra tanto al novio que la sigue hasta la Escuela de comunidad. Es como si volviesen a suceder los primeros encuentros del Evangelio: Jesús se encuentra a Juan y Andrés y a partir de allí comienza todo, los encuentros se suceden uno tras otro: Pedro, Felipe, Natanael... No es algo del pasado, es el mismo fenómeno que sucede ahora. Por eso a la mañana siguiente Paolo «era nuevo», «partía del acontecimiento». ¡Cuántas cosas vivimos que no dejan huella en nosotros! En cambio, ¿qué tipo de cambio habrá visto el novio en su novia para decir: «Era nueva»? Él no había participado en nada, pero había visto el efecto de aquellos días en ella: la habían generado. Había sido como concebida de nuevo, plasmada, era una criatura nueva gracias a un encuentro, a participar en una convivencia de estudio. O nosotros borramos estas cosas, o nos vemos desafiados a ir al origen. «Pero, ¿qué os ha atraído de esa persona que os ha invitado?». No solo «una elección de vida». En caso de que así fuese, «¿qué alimenta esa elección de vida que ninguna moral kantiana puede generar?». «Estoy aquí para comprender». Como decía el monje medieval: «Nos ha sucedido algo tan grande que pasaremos toda la vida para comprender lo que nos ha sucedido». Es lo mismo, tal cual. Por ello, nos hallamos ante la misma alternativa: o el esfuerzo o el seguimiento; o la presunción o la pobreza de espíritu de la que hablaba Paolo. Y se preguntaba después: «Pero, ¿me creo que es Uno el que me cambia?». Este es el desafío de la fe. «Cuando Cristo vuelva, ¿encontrará fe en la tierra?» (cf. Lc 18,8). No gente que hable de Cristo, del cristianismo, de los efectos que el cristianismo ha producido, de las obras de arte de las que está llena nuestra cultura. No, la pregunta que se hace Paolo es la misma que hacía Jesús: «Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará todavía alguien que tenga fe, que reconozca que en la historia hay Uno que le cambia?». No pregunta si encontrará a alguien que sea capaz, porque somos todos unos pobrecillos, sino alguien que crea todavía, que reconozca Su presencia. ¿Qué contribución nos ha ofrecido Paolo? Ha dicho: lo que demuestra que Él es «todo en todo» es que Cristo vuelve a suceder, por eso «Su presencia me aferra cada vez más». Es la única posibilidad que tenemos de permanecer en la Iglesia de Dios. No estamos aquí por casualidad. Si lo que se ha descrito no nos sucediese a cada uno de nosotros, no se mantendría en el tiempo. Entonces, antes de mirar todos los defectos que tenemos, todas las estupideces que hacemos, preguntémonos: «Pero, ¿qué me ha sucedido para que yo esté aquí?». Darte cuenta de lo que te ha sucedido empezaría a generar un afecto por ti mismo, una mirada llena de ternura hacia ti mismo por ti. Todos los errores que cometemos no impiden que estemos aquí. ¿Quién se ha levantado esta mañana saltando de contento por esto? ¿Y quién, en cambio, se ha levantado quejándose de lo que le falta, de todo lo que todavía no funciona? Paolo se levantó la mañana siguiente determinado por el acontecimiento que le había sucedido. ¿Cómo se levantarían Juan y Andrés el día después de haber conocido a Jesús? ¿Cómo os levantáis el día después de haber encontrado novio o novia? Sois igual de pobrecillos que antes, pero lo que prevalece es su presencia. El Misterio, para que apartemos la mirada de nuestra miseria, de nuestros errores, de nuestro kantismo, vuelve a suceder en nuestra vida. Como al principio, con Juan y Andrés. En aquel tiempo todos estaban determinados por la mentalidad farisea, pero Jesús no se quedó en esto, no se quejó de la maldad de los tiempos, como dice Péguy, sino que zanjó la cuestión haciendo el cristianismo (cf. C. Péguy, Verónica. Diálogo de la historia y el alma carnal, Granada, Nuevo Inicio 2009, p. 171): salió al encuentro de aquellos dos, al igual que sale a nuestro encuentro en este tiempo tan complejo.

Samuele. Leyendo este verano los Ejercicios, me he preguntado muchas veces en qué posición estaba yo en esta alternativa entre ideología y acontecimiento. Me miraba y decía: estoy bastante sereno, he descubierto muchas cosas, tengo algunos problemas, tengo heridas, pero considerándolo todo junto, estoy bien, no tengo ningún drama que me quite el sueño por las noches. Además el verano no ha sido como otros años, no ha sido el momento de la duda en el que, al estar más solo, me dedicaba a pensar y me metía en un bucle. Este año me he dado cuenta con asombro de que poco a poco los pensamientos ya no prevalecen sobre la experiencia.

Carrón. «Los pensamientos ya no prevalecen sobre la experiencia». La realidad es más grande que la idea, dice el Papa. La experiencia es más potente que los pensamientos. Lo único que nos libera de nuestros pensamientos es un acontecimiento, algo más real que nuestros pensamientos.

Samuele. Esto ha sucedido gracias a varios hechos en este año, pero sobre todo gracias a la responsabilidad, no tanto como un quehacer, cuanto como posibilidad de estar en contacto con un nivel de vida, un uso de la razón, una inteligencia de la realidad que veo explotar en mí, pero también en muchos chicos.

Carrón. Espero que la responsabilidad sea esto para todos aquellos a los que se les pide: no añadir otro peso, sino la oportunidad de ver lo que Cristo realiza. Vamos a visitar a los amigos de otras comunidades, vamos a la Escuela de comunidad, participamos en un gesto, únicamente para verle a Él en acción. ¿Por qué merece la pena venir aquí? ¿En qué lugar del mundo está sucediendo algo como lo que estamos escuchando esta mañana? ¿En dónde? ¡Si encontráis otro sitio más interesante marchaos! Y luego me contáis.

Samuele. Poco a poco, casi por ósmosis, por usar un término conocido, todo esto se está volviendo mío día a día, a través de batallas y conversaciones cotidianas, año tras año, no sin dificultades y caídas, porque es demasiado atractivo, y al mismo tiempo me cambia, casi sin mí, casi sin que me dé cuenta, pero en realidad conmigo, a través de mi libertad, elevando el listón de mi deseo y de mi mirada sobre las cosas cotidianas. He comprendido que solo necesito una cosa para vivir: Su presencia real, Cristo, que sucede en el presente a través de hechos tangibles. Cristo que sucede restituye lo que uno mismo no es capaz de darse, la plenitud y al mismo tiempo la necesidad de Él, esa herida sin la cual nada habla, todo calla. Vivir con Su presencia dentro, en la carne, es verdaderamente otra vida.

Carrón. Terminamos aquí. Pero os lanzo una pregunta: ¿qué habéis percibido de nuevo esta mañana? Porque aquí no solo se han contado hechos. Os dejo con esta pregunta, y esperaré el momento oportuno para ver si hemos estado atentos para captar lo que el Misterio nos ha dado a través de las personas que han intervenido.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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