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Huellas N.6, Junio 2018

RUTAS

Francesco Guccini. Lo que solo mis canciones saben

Massimo Bernardini

Una mañana en la Plaza de San Pedro, los versos del Martín Fierro, la amistad con el arzobispo de Bolonia... y el punto de enlace entre su arte y el mundo católico. El conocido cantautor, agnóstico, anárquico y «a-clerical», cuenta su encuentro con el papa Francisco

Puede ser». Con Francesco Guccini todo es una cuestión de posibilidades. Porque nunca deja de buscar. Porque sus canciones se han ganado un reconocimiento transversal. Hasta llegar a la última posibilidad, la que él llama con su robusto realismo «pista de despegue» («este año cumplo 78»). Una apertura ante lo imprevisto que, junto a la amistad con el cardenal de Bolonia y a la insistencia de su mujer, lo han llevado a la Plaza de San Pedro para conocer al papa Francisco. Otra cosa muy improbable, pero que ha sucedido. En su casa en el pueblo de Pavana, en los Apeninos entre Emilia Ro- magna y Toscana, me cuenta cómo fue. Pero antes, le pido que me confirme una cosa.
Francesco Guccini, ¿sigue siendo ese viejo anárquico que no aguanta ningún poder, que conocí hace treinta años?
Sí. Más o menos, sí.

¿Agnóstico como entonces?
Sí, obviamente, agnóstico, aguantando muy mal cualquier clase de poder.

¿Por qué, entonces, fue al encuentro con el Papa, el pasado 21 de abril, con ocasión de la peregrinación de la diócesis de Bolonia? Honestamente, cuando vi la foto, pensé: esto es algo realmente nuevo. Francesco Guccini saludando al Papa en San Pedro.
¿Crees que fui solo por iniciativa propia? Tú estás casado y sabes muy bien qué influencia tiene tu señora en la vida.

¿Estamos hablando de tu mujer, Raífaella, a la que has dedicado también Vorrei, aquella de la que has escrito: «Quisiera que el hoy permaneciese hoy sin mañana / o que el mañana pudiese tender al infinito / y lo quisiera / porque, cuando tú no estás, no existo / y me quedo solo con mis pensamientos...»?
De ella.

Recuerdo que, en 2014, cuando os hice saber que del verso «si tú no estás, yo no existo» («¿De quién podemos decir esto? ¿De quién lo podemos decir ahora?») Julián Carrón hizo el tema de la Jornada de Apertura de curso de CL, os quedasteis sorprendidos, casi apurados ante una lectura tan profunda.
Confirmo. Por ella, al final, dije que sí a ir a Roma al encuentro con Francisco. Pero, sinceramente, no me disgustaba este Papa. Más allá del hecho de que él es el Papa y yo no soy nadie... claro está.

No es del todo cierto, pero hagamos como que lo es.
No, no, es así. Me parecía una persona interesante para conocer. Un Papa argentino ya es algo curioso. Hasta hace unos años, quizás era impensable. Me gusta su sencillez y también su firmeza, su manera de ser que, en ciertos aspectos, es revolucionaria.

Me llama la atención la palabra "firmeza”. Normalmente, es algo que se le reprocha a un Papa, entendiendo que es demasiado duro, autoritario. ¿Por qué te gusta la firmeza de Francisco?
Pienso que ha habido obstáculos o se le han puesto trabas a su misión, a su plan, y él sigue adelante, esto es, con gran firmeza.

¿Pero en qué te parece que se mantiene firme? Porque hay muchos aspectos novedosos en su modo de hacer. Un laico como tú, por ejemplo, creo que puede ser sensible a la cercanía que tiene con el fundador de La Repubblica, Eugenio Scalfari, un no creyente. Es algo que ha escandalizado a algunos, pero que Francisco vive con una libertad que llama la atención.
Te pongo otro ejemplo. El otro día me llamó Carlo Petrini (fundador de Slow Food, ndr.). Está escribiendo un libro sobre el Papa, sin ser ciertamente religioso. Petrini viene del Partido Comunista. Pero está contento con este Papa porque dice que está haciendo cosas que él también quiere hacer con los campesinos, con la tierra. Hay una sintonía entre ellos. Por eso, decía, me hubiera gustado encontrarme con él. También quiero explicarte las razones que me frenaban a la hora de dar este paso. Hace años Jorge Luis Borges, que es uno de mis escritores preferidos, vino a Italia invitado por el editor Franco María Ricci. Le hospedó en su casa y hubo un encuentro al que también estaba invitado yo. En un primer momento me entusiasmé, pero luego pensé: ¿qué clase de encuentro puede ser? Habrá un montón de gente, me gustaría intercambiar con él unas palabras, confrontar ideas, pero es imposible, hay demasiada gente. Así que me eché atrás y no fui. Mira, nuestro encuentro con el Papa en Roma fue uno de los más fugaces del mundo. Lo entiendo, el pobre primero dio la vuelta a la plaza en el papamóvil, luego pasó andando a pie entre las vallas estrechando la mano a todos.

Quiero entender mejor tu decisión de encontrarte con Francisco y de renunciar a Borges.
En este caso pensé, ¿por qué no? Y no sabes qué le dije ahí en la plaza cuando llegó y el arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, me presentó diciendo: «Este artista escribió canciones fundamentales tanto para mi generación como para otras generaciones de italianos.». Yo en cambio le dije: «Aquí me pongo a cantar / al compás de la vihuela, / que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria, / como el ave solitaria / con el cantar se consuela», la primera estrofa del Martín Fierro, el poema nacional argentino de José Hernández, 1872.

¿Es lo primero que le dijiste al Papa?
Es lo único que le dije. No podía dejar de hablarle de la Argentina. Es italoargentino como Flaco.

Juan Flaco Bondini, tu guitarrista. Argentina la tienes a tu lado desde hace cuarenta años.
El Papa se quedó pasmado y me dijo: «¿Cómo conoce usted el Martín Fierro?». Porque creo que en Italia solo lo conocemos diez. Yo me lo leí prácticamente entero y me aprendí las primeras estrofas de memoria.

Son versos maravillosos que pueden valer para muchas de tus canciones.
También se pueden cantar como una milonga, una milonga campera. Hay otro inicio de una milonga argentina que amo, de un gran artista, Atahualpa Yupanqui. Coplas del payador perseguido, que dice: «Con permiso via a dentrar / aunque no soy convidao, / pero en mi pago, un asao / no es de naides y es de todos. / Yo via cantar a mi modo / después que haiga churras- quiao». Pertenece a los cantos de los payadores, los que improvisan versos.

Volvamos al Papa. También tu amistad con el arzobispo Zuppi habrá tenido su peso...
Es una amistad que nació en un tren camino de Auschwitz, donde nos invitó una amiga común. Se reveló como un profundo conocedor de mis canciones que, parece, cita también en sus homilías, cosa que ya me parece insólita.

Bolonia ha tenido otros arzobispos, algunos con "insólitas” predilecciones culturales. Pero no sé si sabían citar de memoria las canciones de Guccini...
Diría que ninguno (ríe). No sé si es cierto o si es una leyenda, pero parece que Zuppi en una carta a su predecesor, Caffarra, escribió refiriéndose a no sé qué: «é difficile spiegare, e difficile capire se non hai capito giá» (es difícil de explicar, es difícil de comprender, si es que ya no lo has comprendido, ndt.).

Una cita tomada al pie de la letra de Vedi cara, de 1970. Un fan tuyo de la primera hora, el arzobispo.
Sí, pero no me gustaría reducir nuestra relación a una cuestión de gratificación personal. El vínculo que me une a Zuppi es una estima recíproca. En aquel viaje a Auschwitz charlamos largo y tendido de la historia del siglo XX y de la Shoah con los estudiantes, descubriéndonos íntimamente concordes sin haberlo preparado para nada. Sin haber tenido el tiempo de conocernos. Nació una sintonía inmediata. Ambos atribuimos al hombre, a los hombres, la responsabilidad de aquella tragedia. En Auschwitz, además, me caí rompiéndome el hombro derecho. Fue Zuppi quien me levantó y me sostuvo mientras deambulábamos por el campo de exterminio. Yo, como te dije, soy agnóstico, me limito a observarle desde lejos en su actividad episcopal, leo en la prensa la información sobre sus miles de compromisos cotidianos y el modo en que lleva adelante sus batallas, las mismas que yo también defiendo: justicia social, ecua distribución de la riqueza, acogida de los emigrantes, dignidad en las cár¬celes. De vez en cuando nos encontramos, por motivos ligados a nuestro papel público o porque tenemos amigos comunes, y es siempre un placer para mí. El día de la peregrinación a Roma, le dije: «Matteo, vas de uniforme, elegantísimo». Se echó a reír: «Esta vez, me toca», porque normalmente viste muy sencillamente.

En fin, hay un movimiento amistoso que te llevó a esa plaza.
Él ya me había invitado cuando el Papa fue a Bolonia y esa vez le dije que no. Mi mujer, Raffaella, me insistía: «Si Matteo nos invita al encuentro con el Papa en Bolonia, ¿cómo le decimos que no?». Y yo: «Simplemente diciendo no». Cuando se presentó la ocasión de ir a Roma, Matteo volvió a invitarme. m’e tuche andér (en dialecto, metocó ir, ndt.).

Pero no te has arrepentido.
No, no me arrepiento.

En tu opinión, ¿qué encuentran los católicos en tus canciones? Te lo habrás preguntado al cabo de tantas décadas de atención, amistades, encuentros, fidelidad. Empezando por Radio Vaticana que en 1966 defendió de la censura tu canción Dio é morto, pasando por la entrañable amistad con Claudio Chieffo, con tantos jóvenes, con Julián Carrón, monseñor Zuppi y el Papa que te saluda. ¿Cuál es el punto de encuentro?
Quizás la búsqueda de un significado para nuestro vivir, que se expresa también en muchas de mis canciones. Además nunca he dicho que soy anticlerical, en todo caso a-clerical. ¡Es muy distinto! Yo no voy a misa, no frecuento la Iglesia católica y en la declaración de la renta destino mi aportación a la Iglesia valdense. Pero, en principio, no soy anticlerical. Sé que mi encuentro con el Papa ha suscitado cierto escándalo, muchos han puesto el grito en el cielo: «¡Guccini nos ha traicionado!».

¿Qué contestas?
No contesto. Porque la objeción es tan necia. Si supie¬ran que Gianni Alemanno -que no es de mi parroquia ni de la tuya- parece que ha tenido una velada en un local de Roma con mis canciones y que Meloni me invita a sus congresos, aunque reciba un cortés rechazo...

Quizás este reconocimiento transversal nazca precisamente de este no dejar de buscar tuyo.
¿De este seguir buscando? Puede ser.

Me gusta el pudor de ese «puede ser».
No sé, he tenido siempre una suerte de retraimiento a tratar estos temas. Hay un par de versos en Canzone delle situazioni differenti, no sé si los recuerdas: «Malinconie discrete che non sanno star secrete / le piccole modes¬te storie mié / che non si son mai messe addosso il nome di poesie / amiche mié di sempre, voi sapete!» (melancolías discretas que no saben ocultarse, mis pequeñas histo¬rias que nunca se han colgado el nombre de poesías, amigas mías desde siempre, ¡vosotras sabéis!, ndt.). En este «vosotras sabéis» se encierra algo del sentido de mis canciones.

En fin, las preguntas quedan abiertas.
Claro, ¿quién las resuelve? Ahora además. En junio cumplo 78 y me digo: ya no me queda mucho. ¿Me das otros 10? Si me das 12, como mucho llego a los 90, mientras que a los 20 tenía toda la vida por delante. Pienso a menudo: «Estoy en la pista de despegue». En el nuevo libro que estoy escribiendo, dedico un capítulo a recopilar la lista de mis muertos. Mi editor dice: es como si fuera tu Spoon River. Este primo mío, Alberto Prandi de Carpi, profesor y poeta, que murió repentinamente a los 72 años, ¿dónde está? ¿Quién sabe? Creo que todo acaba ahí, pero.

Bueno, pero no está dicho. Por lo menos, «puede ser» distinto.
Eso sí, puede ser.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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