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Huellas N.6, Junio 2018

RUTAS

Tilburg. Hospital de campus

Luca Fiore

Michiel Peeters es misionero holandés en Holanda. En el país de vanguardia de la secularización, plantea a universitarios de toda procedencia la pregunta que le cambió la vida: «¿Cristo responde de verdad a lo que necesita tu corazón?»

La misión no es construir grandes cosas. Es vivir tu relación con Cristo junto a las personas que te son dadas, aunque sean pocas. Yo lo aprendí viviendo al lado de Francesco Bertolina, misionero en Siberia». La erre germánica hace vibrar el perfecto italiano de Michiel Peeters, 41 años, sacerdote de la Fraternidad San Carlos, holandés de Bolduque, en Brabante Septentrional. «Pensándolo bien, eso es lo que me permitió conocer CL cuando estudiaba en Leiden en 1997», continúa el sacerdote. «Allí conocí a Damiano, un italiano de Erasmus. Estaba conmigo, con nosotros, sencillamente siendo él mismo».
No hay tráfico en el autopista que llega de Eindhoven, donde nació la Philips, a Tilburg, ciudad de 200.000 habitantes donde, desde 2012, Peeters es capellán de la universidad. Un misionero holandés en Holanda, el país de vanguardia de la secularización en Europa. En esta zona del país, hace sesenta años, las iglesias estaban llenas. Hoy tienen que cerrar diócesis porque ya no hay sacerdotes ni fieles. «Hubo un momento en que, en valores absolutos, Holanda daba más misioneros que Italia», explica Michiel. «La crisis, en los años de la contestación, llegó de repente. Todo se derrumbó en poco tiempo». Sobre la pared de ladrillos que da a una avenida arbolada, cuelgan dos carteles. En el primero está impresa la Vocación de san Mateo de Caravaggio; en el otro, sobre el aparcamiento de bicicletas, puede leerse: «Are you happy?» (¿Eres feliz?, ndt). La puerta que conduce a la capilla, más abajo del nivel de la acera, tiene colgado un aviso en letras rojas: «The church is open» (La iglesia está abierta, ndt). Es la bienvenida que da el Centro Maranatha, así se llama la capellanía del padre Michiel. Aquí hay que ser lo más explícitos posible, aun a riesgo de parecer provocadores. El hecho de señalar que la iglesia está abierta, entre otras cosas, sirve para anunciar su existencia, dada la discreción arquitectónica (eufemismo) del edificio igualmente valioso. El uso del inglés tiene una explicación sencilla: de los 13.000 estudiantes del campus, muchos son extranjeros.
Quien pidió la presencia de un misionero de la Fraternidad San Carlos fue el entonces obispo de Bolduque, monseñor Antoon Hurkmans. Él fue quien indicó la capellanía de Tilburg como lugar de destino. «No tenía ni idea de cómo conducir una capellanía y, bien mirado, nadie lo sabe», explica el padre Michiel. «Así que empecé por lo que me ayudaba a mí. Volví a introducir la misa dominical, que celebro en inglés por la tarde. Y al terminar invito a los dos gestos que propongo durante la semana: la Escuela de comunidad y las veladas culturales, que llamamos Maranatha evenings». Antes de su llegada, la capellanía era guiada y frecuentada por unas decenas de antiguos alumnos de Teología que ya pasan de los sesenta. Hoy la pequeña iglesia se llena los domingos por la tarde con unos cincuenta jóvenes y adultos procedentes del mundo entero. Durante la misa, siempre está presente un segundo sacerdote que, en un rincón, escucha las confesiones tras una reja de madera. «En Holanda, el sacramento de la Confesión prácticamente se abandonó en los años sesenta. Yo no invito a hacerlo, me limito a poner un sacerdote a disposición. Y todas las semanas lo aprovechan una decena de personas. Veo que es algo que hace mucho bien a los jóvenes». Al término de la celebración, en los locales de Maranatha, iluminados por una gran pared de cristal, se ofrece un té con dulces. Allí se conoce a los recién llegados, se comenta cómo va la vida. Hay quien acude solo para leer, en un rincón, el último número del semanario católico local. Entre los estudiantes y los antiguos alumnos que han empezado a ir por la capellanía están, por ejemplo, Ari y Cindy, una pareja indonesia. Se acercaron porque estaban buscando una misa dominical en una lengua comprensible. «Mi vida era una lista interminable de cosas que hacer, pero me parecía vacía», cuenta Ari. «Empecé a participar en los gestos del movimiento, donde conocí gente que, a pesar de tener los mismos problemas que yo, era feliz». Ahora es responsable de la pequeña Escuela de comunidad de jóvenes trabajadores y confiesa que «es increíble: mi mujer y yo hemos tenido que acabar en Holanda para descubrir el valor de nuestra fe».

Berta, mexicana, que trabaja en la universidad, hace cinco años no era practicante. Alguien la invitó a la misa del padre Michiel. «Con el tiempo me di cuenta de que esta amistad estaba reabriendo toda mi humanidad». Ella también ha participado en los Ejercicios espirituales de CL. «Vivo sumergida entre quehaceres: el trabajo, los hijos, mi compañero. Pero en medio de la tempestad de la vida existe un lugar donde puedo encontrar el silencio que hace falta para sentir la necesidad de mi corazón».

Renier, holandés, estudiante de Filosofía e hijo de un pastor calvinista, llegó a la capellanía cuando ya había dejado de ser creyente. Le empujó hasta allí la curiosidad por el enfoque de la fe de Michiel, que daba razones de cada una de las palabras y gestos cristianos. Ahora Renier, sin que nadie se lo haya pedido, se ha convertido al catolicismo y participa en la vida del movimiento.
Rémon también es de familia protestante. Desde hace meses vive con Peeters en los locales de la capellanía. A cambio, le ayuda en las cuestiones prácticas del centro. «Llegué aquí en un momento en que estaba un poco bloqueado con la tesis. Tenía la impresión de que se debía a una falta de libertad que no solo tenía que ver con el estudio. Con Michiel podía hablar de esto. La amistad con él y con sus amigos me ayuda ahora a custodiar mis preguntas sobre la vida». Dice que no tiene intención de convertirse al catolicismo, pero asiste a los encuentros de la Escuela de comunidad, los Maranatha evenings y hasta a los Ejercicios espirituales de CL. El año pasado estuvo en el Meeting de Rímini como voluntario y este año ha vuelto al Rhein Meeting de Colonia.
Maddalena llegó a Tilburg siguiendo los estudios de Carlo, su novio entonces, hoy su marido. Nació en Vittorio Veneto y había oído hablar de CL – mal– en su parroquia. Conoció Maranatha porque Carlo buscaba una misa católica. Ella se había alejado un poco de la Iglesia. «Empecé a venir a las veladas culturales porque eran en inglés. Películas, obras de arte, audiciones musicales. El padre Michiel siempre daba pistas interesantes. Además es capaz de involucrarte, me he visto en medio de varias iniciativas sin saber muy bien cómo. Pero siempre salía feliz». Y añade: «La relación con él y la cercanía de los amigos de CL vencieron mi miedo a casarnos por la iglesia. Mirando a estas familias amigas, empezamos a pensar que ya no se trataba de un punto de llegada, sino de un nuevo inicio».

Xüe, en cambio, es una estudiante de Pekín que ayuda a Michiel en la pequeña librería instalada en Maranatha. Hay libros de don Giussani, Péguy,Claudel, Milosz, Eliot. «Llegué aquí en un momento en que me sentía un poco perdida y Michiel me propuso participar en la Escuela de comunidad». A la pregunta de si es católica, Xüe responde: «No, yo soy china…». Velyana es ortodoxa y viene de Bulgaria, Anna de la República Checa. Cristina es eslovaca y católica. Heba es ortodoxa siro-malankara y viene de Kerala, India. United Colors of Tilburg.

¿Qué es lo que abre brecha en estos jóvenes? ¿Qué les atrae? ¿Por qué se quedan? «Dios se abre camino en ellos incluso antes de que lleguen aquí», explica Peeters. «Si cruzan la puerta de la capellanía, significa que ya ha sucedido algo. Lo que yo hago es hacerme ver por ahí, para que la gente sepa que existe un cura que está disponible. Pero al inicio, en todos, hay una herida. Maranatha es un hospital de campaña». En la universidad de Tilburg, un tercio de los alumnos tiene algún problema específico, explica el misionero. «Uno es disléxico, otro está deprimido, otro tiene problemas de aprendizaje… Se busca remedio haciendo de cada uno un caso psicológico particular. Para eso existe el Student Advisory Office, un servicio de asistencia, también psicológica, que tiene una lista de espera muy larga. Tampoco es raro que los propios asistentes lleguen a quemarse, pues ¿de dónde sacan la energía para sostener siempre a los chavales más frágiles? Lo sé porque los conozco y porque me he ganado la confianza de algunos. A veces son ellos que me mandan estudiantes». Resumiendo, aquí todos llegan con un problema concreto. Una enfermedad, una decepción, una dificultad en el estudio. «Escucho a todos, pero normalmente respondo: “Mira, te entiendo, lo que dices es importante, pero por mi experiencia sé que tu problema es mayor de lo que me cuentas, porque tiene que ver con la vida entera. Te propongo un camino para llegar a entender si la vida vale la pena o no”». Algunos no vuelven a aparecer. Otros se quedan y empiezan a seguir lo que se les propone. «Nadie pone objeciones a la hipótesis que les ofrezco, es decir, que el problema real es mayor que el contingente. Lo interesante es si Cristo responde de verdad a la gran pregunta de la vida. Y ese ha sido mi gran descubrimiento, ¡sí, responde! En el camino que lleva a descubrirlo he visto florecer a personas nuevas, entre las que también me incluyo».

El padre Michiel no lo esconde. Él también ha tenido que hacer su camino, y nada le evitaba el ser ya sacerdote. «Hubo un momento en que estaba enfadado con la vida. De estos años de misión, lo que más me llama la atención es cómo he crecido yo», cuenta. «La queja no dependía de las circunstancias, sino de mi debilidad. Uno se enfada porque vive un vacío».
Le pasó durante los años que vivió en Rusia. Había muchas cosas que no parecían ir bien. «Escribí a un amigo la lista de todos mis problemas. Él no me respondió “te equivocas” ni “no estás mirando bien”. Me recordó la frase de santo Tomás: “La vida del hombre consiste en el afecto que principalmente lo sostiene y en el que encuentra su mayor satisfacción”». Ahí empezó un camino, dice, que le llevó a volver a descubrir el movimiento por lo que es, «un camino que te permite vivir exactamente la situación en que te encuentras. Aunque estés solo. Todo vuelve a empezar siempre partiendo del primer amor». Padre Michiel, ¿por qué pidió que le enviaran de misión a Holanda? «Cuando caí en la cuenta de cuántas circunstancias improbables ha puesto Dios en fila para salirme al encuentro aquí, donde nací, dándome a conocer a CL, empecé a pensar que eso significaba algo...». Cuenta que, al conocer el movimiento, vio cuánto le había faltado, durante los años de instituto y de universidad, un lugar donde fuera posible estar con toda su humanidad y no por lo que supiera hacer. «Holanda es uno de los países más a-cristianos del mundo. Ser misionero aquí fue un pensamiento que expresé a mis superiores casi justo después de entrar en el seminario». Le respondieron: «No dejes de desearlo». Y así fue. Hasta que las circunstancias le llevaron a Tilburg. «Ahora veo cuánto necesitaba un lugar como Holanda para despertarme. Es un lugar difícil, pero Dios lo usa para vencer mi pereza…».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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