A cargo de M. Vitali, A. Stoppa, L. Fiore
El gendarme francés que da su vida por una desconocida. La madre de un niño asesinado que descoloca a toda España. Y una profesora de Kazajistán que tiene una forma distinta de trabajar, tanto que su jefe musulmán... Tres experiencias de una humanidad que cambia la sociedad
FRANCIA. A quién pertenece la vida de Beltrame
Héroe nacional y mártir de la fe. Arnaud Beltrame es el teniente coronel de la gendarmería francesa que sacrificó su vida para salvar a una mujer, rehén de un terrorista yihadista en un supermercado de Trébe, cerca de Carcassonne, el pasado 23 de marzo. Un hombre al que todo el pueblo francés rindió homenaje mientras su féretro cubierto con la tricolor recorría las calles de la capital, desde el Panteón hasta el patio de honor de Les Invalides. Un gesto con el que toda Francia ha tenido que medirse, en un debate sobre de qué ideal o sentimiento puede surgir algo así.
El terrorista, el joven franco-marroquí de 26 años Redouane Lakdim, ya había matado a dos personas y estaba atrincherado en la sala que guardaba la caja fuerte con una rehén -una cajera de cuarenta años, Julie, madre de una niña de dos- cuando, a las 11.28h, Beltrame logró sustituir a la rehén para intentar negociar con el terrorista, que finalmente acabó atacándole con tres disparos de pistola en el cuerpo y una cuchillada en el cuello. Arnaud Beltrame murió a las 21h en el hospital de Carcassonne, sin llegar a recuperar el conocimiento. A su lado, su compañera, Marielle Vanderburden, con la que llevaba dos años casado por lo civil y con quien tenía previsto casarse por la iglesia el 9 de junio; y su amigo sacerdote, Jean-Baptiste Golfier, canónigo en la abadía de Santa María en Lagrasse, que en vez del matrimonio solo pudo administrarle la unción de enfermos.
Héroe nacional, sí. El currículum de este teniente coronel habla de un brillante militar de carrera que amaba su patria y del que sus superiores valoraban su valentía; y sus subalternos, su generosidad. Nacido en Étampe, 60 kilómetros al suroeste de París, el 18 de abril de 1973, en una familia laica, pronto maduró su vocación por la carrera militar. Con un físico de atleta y una inteligencia brillante, promocionó al ritmo de curso por año y solía ser el primero de la clase. Oficial de artillería a los 26 años, luego paracaidista, hasta que optó por la gendarmería, el cuerpo dedicado a la seguridad de los ciudadanos y de las autoridades del Estado. En 2004, a los 30 años, dirigió en Iraq un comando especial de paracaidistas y consiguió la liberación y repatriación de un compatriota secuestrado. Entró en la Guardia Republicana y se encargó de la seguridad en el Elíseo durante la época Sarkozy. Se inscribió en la Gran Logia de Francia, de rito escocés: para hacer carrera según las malas lenguas (ya había adquirido una gran carrera y solo por méritos propios); para tener un ámbito, según lenguas más leales, donde compartir su fortísima tensión ideal, su pasión por los valores republicanos y humanistas.
Mártir de la fe. Ni el patriotismo ni la filantropía bastan para explicarlo todo. «El sacrificio de Arnaud es el gesto de un gendarme y de un cristiano. Para él las dos cosas van unidas, no se puede separar una de otra». Son palabras de su mujer, Marielle. Arnaud se convirtió hace más de diez años al cristianismo. El rastro de su encuentro con la fe no se halla en su currículum sino en los testimonios vivos de su mujer, del canónigo Jean-Baptiste y de muchos otros. Porque Arnaud «no podía esconder la alegría que Dios le había concedido. Hablaba con todos, dialogaba, mostraba sed de conocimiento y diligencia». Después de dos años de catequesis, recibió la primera Comunión y la Confirmación. Deseaba ser general, sí. Pero confió a la Virgen, durante una peregrinación en 2015, su mayor deseo: encontrar a la mujer de su vida. La encuentra, se enamora y comienza su noviazgo -al año siguiente, en una abadía, el día de Pascua- con Marielle, médico veterinario y mujer de fe, ligada a la Comunidad del Emmanuel, movimiento eclesial carismático. Hace unos años fue voluntaria con los hermanos franciscanos del Bronx. Arnaud y Marielle conocieron al padre Jean-Baptiste durante una visita a la antigua abadía de Lagrasse. Enseguida se hicieron amigos y, junto a él y un grupo de parejas, comenzaron un camino serio de preparación al matrimonio cristiano. Según el padre Jean-Baptiste, «Arnaud sabía que si su vida empezaba a pertenecer a Marielle, también pertenecería a Dios, a Francia y a sus hermanos en peligro de muerte». Cuatro días antes de ser asesinado, Arnaud escribió su “declaración de intenciones" para su boda, donde -afirma el padre Jean-Baptiste- testimonia «adherirse de manera incondicional y ferviente a la fe católica y a su tradición, orar con gratitud sobre todo a la Virgen María, pedir ayuda a san Miguel y tomar como modelo a san José».
El coronel Beltrame, sigue contando su amigo canónigo, «estaba convencido de que no se puede luchar contra una ideología solo con armas y ordenadores, sino con convicciones espirituales. Su fe católica, las maravillas cristianas de la historia de Francia que le apasionaban son su mejor escudo contra la locura homicida. Solo la fe animada por la caridad podía pedirle este sacrificio sobrehumano: entregar su vida por una persona desconocida».
ESPAÑA. La bondad en medio de la furia
Patricia Ramírez es una apasionada del running, diplomada en Educación Física. Desde que ella y su marido Ángel se separaron, vivía sola con su hijo de ocho años, Gabriel, en Almería, donde trabaja para la Diputación y como speaker en competiciones deportivas. No se sabe mucho más de ella, porque no es famosa, porque tenía una vida normalísima. Pero en el momento de mayor prueba, su actitud no tuvo nada de normal y atrajo la atención de todos.
La opinión pública se conmovió, quedando en silencio o incrédula, y se dejó interrogar por esta madre cuyo hijo desapareció una tarde de febrero. Toda España estuvo pendiente durante doce días de la intensa búsqueda, hasta que Gabriel fue hallado muerto en el coche de la pareja de su padre.
La tragedia hizo estallar un ritual colectivo de palabras fuertes y feroces circulando por las redes o a gritos en las calles, justo cuando en el Parlamento se debatía sobre la prisión permanente revisable. Pero en estos tiempos cuando todos gritan por todo, los modos y las pocas declaraciones públicas de Patricia adquirieron una fuerza distinta. Ella, de la que todos esperaban odio, cada vez que tomaba la palabra lo hacía para dar las gracias: por la vida de su “pescaíto”, su niño enamorado del mar, y por toda la cercanía que había experimentado. «No tengo palabras para daros las gracias», repetía a las fuerzas de seguridad, a los muchos voluntarios que buscaron a Gabriel, a todas las personas que le expresaron su afecto. Y luego pidió, como el que pide una caridad, que «no se extienda la rabia, que nadie retuitee palabras de odio. Lo que debe inundar España son los mensajes de ternura, la fe y las buenas acciones. Me gustaría que todo quedara en este movimiento de bien que ha salido». Todos empezaron a intentar poner nombre a lo que estaban viendo, observándola durante el funeral, escuchándola en radio y televisión, mirando la ternura que había entre ella y su exmarido. «Una mujer que parece hecha de otra pasta» (Lucía Méndez, El Mundo). Unos lo llaman «integridad», otros «presencia de ánimo», «elegancia moral», «mente afectiva bien formada». Hay quien busca explicación en la opinión de los psicólogos por la «inmensa dignidad, el equilibrio emotivo y la paz interior» de una mujer que «salió a escena con la nobleza y la compostura de una heroína griega». La psicóloga Patricia Díaz Seoane afirma que la suya es una «actitud idónea», porque «se centra en lo importante, en quién era Gabriel. Esto le permite trascender, por eso pide que lo sucedido sirva para algo».
José María Carrascal escribe en ABC que «en vez de unirse al furor, lo que pide es olvidar todos los impulsos negativos, los peores instintos, incluso los más normales. Cuesta aceptarlo, cuesta incluso creerlo. ¿Es esto la santidad?». Le hace pensar en Jesús, que «puso la otra mejilla, creando con ello una de las formas superiores de la cultura: el espíritu de sacrificio. Lo único positivo de esta experiencia colectiva es haber visto que existe la bondad en medio de la furia. Que podemos tenerla al lado sin darnos cuenta». Muchos tienen la impresión de haber tocado «algo divino». No es una cuestión de emociones sino el efecto que causa ver a una persona entera. Esteban Ordóñez profundiza en Público-. «La madre, la verdadera víctima, llama a la razón». Su actitud «sitúa a toda la sociedad ante un estándar moral de gran altura». Afrontar el dolor más íntimo asume «una gran significación política y social», publica El País. Porque pide un cambio a todos. Incluso ante los cálculos partidistas sobre la reforma del código penal. Los políticos deben «recordar de ahora en adelante las palabras de Patricia Ramírez: “Que pague lo que tenga que pagar, pero que lo que quede de este caso sean las buenas acciones que han salido de todos lados"».
Patricia pide con compostura que nadie hable en su nombre, no quiere rencor ni intrusión. Lo que quiera comunicar «lo digo yo», como hace en una larga carta a su hijo. «Hay una parte de mí que se siente más madre tuya que nunca, que está empapada de ti a todas horas. Pero hay una parte de mí que espera volver a verte, escucharte... más allá, en un milagro. ¡Dios! Cómo me gustaría creer en los milagros».
KAZAJISTÁN. «Eres así por ser católica»
«Lucia, tú eres una de nosotros». Este es el mejor piropo que Ermek Chukubaev podía decir a un no kazajo. La premisa habitual es: los occidentales rara vez dejan de ser forasteros. Él es decano en la Facultad de Relaciones Internacionales y Economía Mundial de la Universidad Al-Farabi en Almaty. Ella, Lucia Beltrami, es memor Domini y lleva 17 años en Kazajistán. Se conocieron en 2013 porque la Facultad necesitaba un profesor de italiano.
Tras el rostro de rasgos típicamente centroasiáticos de Chukubaev se esconde un alma extrovertida, culta, amante de la ópera lírica y de la cultura italiana. Como la mayoría de sus compatriotas, es de familia musulmana, pero en el despacho tiene una foto del Papa. Con los años, entre Ermek y Lucia se ha creado una armonía extraña entre dos profesores de un ateneo en estas latitudes.
Sobre todo cuando uno es jefe de la otra. «Pero cuando entro en su despacho», cuenta Lucia, «puedo hablar libremente».
Como cuando Lucia tuvo que luchar con la burocracia por un permiso de residencia que tardaba en llegar. Se sentó delante de Chukubaev y en voz alta se le escapó un «¿pero vale la pena?». A lo que el profesor contestó: «Si vuestros apóstoles se hubieran hecho esa misma pregunta con ese tono tuyo, nunca habrían salido de Palestina...». O cuando, en otra circunstancia de pesadas complicaciones burocráticas, Lucia se quejaba diciendo: «Qué cansancio, te arrancan la piel a tiras...». Y de nuevo el profesor: «¿No sois vosotros los que decís que la tierra florece cuando la riega la sangre de los mártires?». A Lucia le dio la risa. «¿Mártir yo? ¡En todos estos años no he convertido absolutamente a nadie!». Chukubaev: «Convertir, convertir... Pero nuestra vida ha cambiado estando contigo. Mira a Tolik, ¿alguna vez habrías pensado que llegaría a escribir su tesis en italiano? Si tú no hubieras venido, eso no habría pasado nunca». Una presencia sencilla pero capaz de cambiar a otros. A veces, más de lo que nos damos cuenta. «Yo no me había dado cuenta».
El último episodio sucedió el pasado mes de marzo, en vísperas del encuentro de Julián Carrón con los responsables de CL en los países ex- soviéticos en Vilna, Lituania. Lucia también estaba invitada y ya había comprado sus billetes de avión cuando surgió un problema: para poder participar tenía que perder los dos días de clase previos al examen. Lucia entró en el despacho de su jefe para explicarle este inconveniente y la solución que había tomado: no ir a Vilna. Y Chukubaev la volvió a sorprender: «Lucia, tu presencia en la Facultad es importante por cómo enseñas y por cómo estás con los alumnos, con los compañeros y con el personal. Aquí estás, delante de mí, comunicándome seriamente que has decidido no ir a ese encuentro en Vilna que entiendo que es decisivo para ti. No vas porque quieres hacer bien tu trabajo En esta universidad, no sé quién haría lo mismo. Creo que tú eres así por ser católica, así que, si te ayuda, debes ir a Lituania». Hizo una pausa y añadió: «Prepara el material para las clases. Yo te sustituyo». Las protestas de Lucia fueron inútiles. «Basta, ve. Y cuando vuelvas cuéntame lo que has oído».
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