Para el presidente de EEUU es la capital de Israel. Pero así en la “ciudad de Dios” (y de la paz) se corre el riesgo de que vuelva a estallar la guerra. Veamos por qué
«Es una situación difícil, nos duele mucho sobre todo porque estamos en la época navideña. Por eso queremos rezar con todos, y con más fuerza». El padre Johnny Abu Khalil es párroco de Taybeh, y desde el único pueblo enteramente cristiano de Cisjordania hace oír su voz sobre la reciente crisis política que afecta a Tierra Santa. La decisión de Donald Trump de proclamar Jerusalén como capital de Israel ha sacudido a los cristianos árabes palestinos, y la preocupación del sacerdote latino adopta a veces un tono dramático. «Si esta crisis política no encuentra una solución a corto plazo, ya no tendremos la posibilidad de ir a rezar a los lugares santos». ¿Dejará entonces de ser la casa de oración de todos los pueblos? El padre Khalil no se conforma. «Nosotros repetimos continuamente lo que siempre ha dicho la Iglesia: dos capitales para dos Estados, y la ciudad vieja de Jerusalén con un estatus internacional que permita entrar a todos».
El sacerdote del Patriarcado ya ha vivido en su propia piel ciertos signos que documentan la gravedad de la situación. «Ahora, cuando tengo que ir a la ciudad vieja de Jerusalén con la cruz al cuello, puede pasar que me encuentre con judíos que me insultan y me escupen. ¿Este es el mensaje que una ciudad sagrada como esta quiere dar al mundo?».
Del mismo parecer, pero con un tono distinto, es el Patriarcado Latino de Jerusalén, que expresaba en una nota emitida hace unos días la opinión de que «ninguna solución unilateral puede considerarse una solución. De hecho, Jerusalén es un tesoro de la humanidad entera. Cualquier reivindicación exclusiva –ya sea política o religiosa– es contraria a la lógica propia de la ciudad».
Quien, en cambio, intenta considerar la crisis como una ocasión política es Amira Hass, editorialista de Haaretz (diario israelí cercano a la oposición). «La esperanza pasa por que esta decisión pueda utilizarse para un cambio. Lo que me preocupa es que eso no suceda». Lúcida, con la mirada realista de quien, viviendo en Ramala desde hace años, ha visto muchas cosas, dibuja la situación con un realismo casi cínico: «El llamamiento de Fatah, el partido de Abbas, a los tres días de rabia sobre la cuestión de Jerusalén sin aportar modificaciones a su propia estructura interna es una apuesta arriesgada. Invocar a la Intifada es peligroso, y una revolución palestina podría empeorar aún más las cosas». Para esta periodista israelí, la única esperanza es que la Autoridad Palestina, haga lo que haga, vuelva a pedir «la implicación activa de amplios sectores de su población, cosa que los líderes de Fatah olvidaron hace mucho tiempo. Y en una segunda fase, buscar una reconciliación nacional».
Esta podría ser la única oportunidad «para salvar Jerusalén», como dijo el ministro Hamdallah. Si por un lado la Ciudad Santa sigue siendo años después el centro de un conflicto donde los israelíes no ganan pero los palestinos siguen perdiendo, llegar hoy a un acuerdo político parece realmente imposible.
«Jerusalén es la ciudad de Dios», dice lacónico monseñor Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado Latino. «Es la ciudad de la paz, para nosotros y para el mundo. Sin embargo, hoy es tierra de conflictos. Aquellos que aman Jerusalén deben trabajar por hacer de esta tierra un lugar de paz, vida y dignidad para sus habitantes». Para el padre Johnny, sacerdote árabe y párroco de unos pocos miles de almas, esta esperanza conlleva también una tarea concreta que anida –hoy– entre las palabras que casi susurra antes de despedirse: «Todos los días rezamos por esto en la parroquia, y rezamos también por Trump».
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