Desde los lugares más remotos, las crónicas de un hecho que sigue sucediendo. El encuentro con el cristianismo, en Corea como en Ucrania. Siguiendo el «soplo» de una historia concretísima
JAPÓN y COREA DEL SUR
La lava del volcán
En una sociedad que «apaga lo humano», la vida de los amigos de Tokio, Hiroshima y Seúl. Fieles a un corazón que no calla…
«Esta semilla minúscula del movimiento no deja de darme testimonio. Su fidelidad me conmueve hasta las lágrimas». Lo escribe Mauro Biondi recién llegado de Japón y Corea del Sur. Vive en Irlanda, pero es amigo de las comunidades orientales de CL desde hace muchos años, por un vínculo que nació a raíz de sus frecuentes viajes de trabajo. Hace unas semanas estuvo en Tokio, Hiroshima y Seúl para vivir con ellos la Jornada de apertura de curso.
En la comunidad de Hiroshima eran 18: el padre Arnaldo y el padre Alberto, misioneros italianos del PIME (Pontificio Instituto para las Misiones en el Extranjero, ndt.), y todos los demás japoneses de CL. La mayoría conoció el movimiento en la parroquia; alguno por otras vías, como Yoko, que se dedica a la música y conoció en la universidad a Sako, memor Domini y una de las primerísimas del movimiento en Japón. Un día de hace dos años, hablando con ella, Yoko se echó a llorar. «Ni siquiera estoy contenta cuando toco», le dijo. «¿Para qué toco? ¿Para qué vivo?». La respuesta de Sako fue invitarla a la Escuela de comunidad.
El grito del corazón lucha por salir incluso allí donde todo parece sellado y sofocado, en sociedades, como la japonesa, que «apagan lo humano», observa Mauro. «Son como jaulas de oro. La persona se encuentra insertada en un engranaje perfecto que planifica la vida entera, desde la escuela hasta la jubilación. Pero el corazón, en el fondo, es insobornable. Busca salida como la lava de un volcán». Vuelve a su cabeza lo que le pasó a un amigo de Tokio, una metrópoli con 30 millones de habitantes. Una noche en el metro, donde nadie se aparta de lo que marcan los relojes que regulan la llegada de los trenes, se da cuenta de que hay un hombre borracho. Es evidente cómo acabará: en la última parada los vigilantes lo echarán a la calle. En cambio, él decide llevarlo consigo y le acompaña. Al escucharlo, Mauro saltó: «¡Fue providencial para él!». «No. Ese hombre fue providencial para mí, porque me llevó hacia Dios», contestó su amigo.
«En un mundo tan competitivo como el asiático», continúa Mauro, «la Escuela de comunidad es una ayuda para no quedar atrapados en el automatismo, sofocados en el transcurrir de las circunstancias». En todas las ciudades han trabajado juntos el texto de la Jornada de apertura de curso. «Sobre todo, hemos comprobado que, en compañía de Cristo, es posible mirarlo todo a la cara». El miedo después de la muerte inesperada del responsable, la monotonía del trabajo, la incertidumbre total frente al futuro o la sensación de impotencia radical que te asalta estando con los sin techo en la caritativa.
El vacío y el bautismo. A Marco, italiano residente en Tokio que abrió su casa para celebrar la Jornada de apertura de curso, la lección de Julián Carrón le parece «escrita adrede para mí». Contó la novedad del traslado por trabajo a Japón, el volver a ponerlo todo en juego, abandonando los esquemas de una vida «hecha de buenos hábitos». Así ha crecido la unidad con Elena, su mujer, y ahora el deseo de que el fuego reavivado no se apague. Elena también compartió la pregunta que más le apremia. «Por la mañana me despierto y me persigno levemente, casi como una costumbre. Y empieza mi jornada». Todas las horas comprometidas, citas que cumplir, recoger a los niños del colegio y luego las tareas, la cena, y a la cama. «Llego a la noche y otro día se ha ido. Me pregunto cómo puede ser útil mi vida para construir el Reino de Dios». Mariko de Hiroshima expresa su dolor porque su marido no tiene fe. «Está buscando y a veces es como si llevara una carga en los hombros que no logra compartir conmigo. Verlo así me duele y no sé qué hacer para aliviar su corazón. Una amiga me propuso que rezáramos juntas un Ave María por él a diario…».
En la cultura japonesa mostrar así la propia vida delante de otros es algo que no se puede dar por descontado en absoluto. «Las relaciones son muy formales», cuenta Sako. «Otra característica es la timidez extrema, por lo que es muy raro que una persona hable de sí misma. Cuando Mauro o los amigos de Taiwán vienen a vernos, lo que yo encuentro con ellos es justamente la calidez de lo humano. Mauro nos ha ofrecido su amistad compartiendo su vida y hablándonos de sí mismo». El gran vacío que se vive en las relaciones lleva a mucha gente a acercarse a la Iglesia e incluso también a pedir el Bautismo, para pertenecer a una comunidad. «Pero la relación con la realidad es a partir de los sentimientos, por lo tanto muy voluble», continúa Sako, «y ante la primera dificultad se deja todo. Basta un litigio, si discutes con una amiga no la vuelves a ver. No hay otra salida, no existe el perdón. En la Escuela de comunidad nos ayudamos a aprender a perdonar, a juzgar a la luz de la fe. La amistad no es fruto de un esfuerzo, nace de la iniciativa de Dios y pedimos la disponibilidad para acoger al otro. Es posible no quedarse atascado en la dificultad que puede surgir, porque el Señor nos dona a las personas para nuestra santidad, por lo tanto para nuestra felicidad. En esto nos educa don Giussani».
A Mauro le impresiona cómo estos amigos tienen necesitad del carisma, cómo esperan todo el mes la conexión con la Escuela de comunidad en Milán. «El trabajo que hacen sobre el video es para mirar a la cara el punto de unidad con el origen del movimiento». La asamblea con Carrón es el miércoles por la noche; el jueves Marcia, una memor Domini nipona-brasileña, se toma el día libre para traducir la grabación; el viernes quedan para ver el video en italiano, Marcia lo va parando y hace una síntesis. Pero siguen los diálogos íntegros entre Carrón y los que intervienen, aunque para ellos resulten incomprensibles. «Es algo que todos estamos deseando», cuenta Sako, «para ver qué sucede allí. Siempre que veo a mis amigos tan atentos delante del video, en silencio, esperando entender luego la traducción, me viene a la mente lo que decía Giussani de los discípulos con Jesús: “Lo miraban hablar”».
En Corea del Sur, la semilla del movimiento llegó gracias a una familia italiana hace siete años. Hoy, Francesco Berardi y su mujer, Antonietta, viven en Malasia, pero la huella que dejaron en Seúl continúa en la amistad de la pequeña comunidad que el 19 de noviembre se reunió con Mauro para empezar juntos el curso. Es el único lugar del mundo donde el catolicismo ha florecido gracias a una evangelización realizada por los laicos, por gente común, de forma espontánea. Para este pequeño grupo de amigos tampoco hay ninguna estructura que les mantenga unidos, más que la fidelidad a la historia que les ha alcanzado, al soplo de una intuición.
Hoijin y el robo. Allí estaba María con su marido, que se convirtió hace dos años y en su Bautismo tomó el nombre de Peter; Kyoung Su que ahora se llama Alfred, y James con otras 12 personas, compartiendo su preocupación por las tensiones políticas y por Corea del Norte, la presión que sufren en el trabajo en un mundo donde la felicidad coincide con la riqueza, y toda su necesidad de tener un lugar donde plantear sus preguntas más verdaderas.
Aparte de ellos, Mauro conoció a Hoijin, de 23 años. Durante un periodo de estudio en Holanda, un día la robaron; se quedó tan abatida que entró en una iglesia, después de mucho tiempo sin hacerlo. Y allí conoció a los sacerdotes de CL. Ya nunca se separó de ellos. Ahora, de vuelta a Corea, quiere continuar la experiencia comenzada. «Hablamos con una familiaridad imposible de imaginar entre dos desconocidos», cuenta Mauro, que al volver de su viaje sabe que, más que llevarles algo a ellos, ha recibido un testimonio: «He visto que Dios les elige igual que eligió a Abrahán, para darse a conocer a otros. He visto el gran deseo que tienen de permanecer en la historia que han encontrado. Con el corazón esperando ya el próximo encuentro…».
AZERBAIYÁN
Lo esencial para vivir
La primera Jornada de apertura de curso en Bakú. Los pasos de una comunidad que nace (allí donde los católicos son setecientos entre 10 millones)
Estamos en la sala de la parroquia. La única en todo Azerbaiyán. «Aquí tenemos esta iglesia, dedicada a la Inmaculada Concepción, y la capilla que usaban antes de abrirla, en 2007. Fin». Nada más en un país de casi 10 millones de habitantes,
donde hay más o menos setecientos católicos, incluidos los que van y vienen del resto del mundo para trabajar en los yacimientos de gas y petróleo. Paolo Gullo, 34 años, es de estos. Vive en Bakú desde marzo de 2016. Cinco meses después se unieron a él su mujer, Marta, y sus tres hijos, Andrea, Anna y Sofía. Este año también se ha celebrado aquí, por primera vez, la Jornada de apertura de curso de CL. Nueve personas, atraídas por una amistad y por un boca a boca que derrocha vida.
«Mi primer viaje aquí fue en enero de hace dos años, poco antes de mudarme», cuenta Paolo. Quería ir a misa así que buscó en internet y encontró esta iglesia (la única) y al sacerdote, Vladimir Fetke, eslovaco, superior de los salesianos, en misión allí desde 2001, cuando dio comienzo la presencia católica. «Después del traslado, empecé a ir a la parroquia y nos hicimos amigos. Aparte de él, había algunas parejas: dos ucranianos, dos lituanos, otra familia joven formada por un azerí y una ucraniana… Se juntaban una vez al mes: un gesto de oración y una lectura juntos». Todo muy informal. «Pero esencial para vivir. Yo trabajo mucho, entre doce y catorce horas al día. Es fácil olvidarse, perderse, o tener la excusa para perderse. En cambio, cuanto mayor es la fatiga más hay que apegarse a lo que te mantiene realmente vivo».
Una visita imprevista. Un inicio. Al que se sumó otro, igualmente imprevisto, poco después, cuando llegó a Bakú Carlo, otro “ciellino” italiano. «Es increíble cómo el buen Dios nunca te deja solo», dice Paolo. «Yo no programé esta llegada, me vino dada. Y entonces me di cuenta de cómo el Señor me quiere». Así empezó la Escuela de comunidad en Azerbaiyán, que enseguida se amplió. Con Marta, que entretanto se había unido a su marido. Con Luca, que vive en Moscú y pasó allí un tiempo de trabajo aunque nunca llegó a encontrarse con ellos, «pero aun así nos pusimos en contacto y decidió sumarse vía Skype». Con Silvia, de Kazajistán, que llegó invitada por Luca. Todo eso mientras otros amigos kazajos acababan de llegar a Bakú para el acontecimiento más imprevisto de todos: la visita del Papa.
Francisco pasó aquí el 2 de octubre de 2016, una jornada extraña y bellísima. «Alguien puede pensar que el Papa pierde mucho tiempo: hacer tantos kilómetros de viaje para visitar una pequeña comunidad de 700 personas», dijo él mismo. «No es una comunidad uniforme, porque entre vosotros se habla azerí, italiano, inglés, español... Es una comunidad de periferia. Pero el Papa imita en esto al Espíritu Santo: también él ha bajado del cielo en una comunidad de periferia, cerrada en el Cenáculo…». Otro inicio. También para el minúsculo pueblo de CL.
Desde entonces, la Escuela de comunidad adquirió un ritmo distinto. «Me ayuda a tomar en serio lo que vivo», comenta Paolo, «a mirarlo todo como una oportunidad. Cuando las cosas se tuercen, me doy cuenta que necesito mirar lo positivo. Sería más fácil pasar de largo, o bien, si una cosa no funciona, la cortas. En cambio, ahora trato de entender su valor. A veces te dicen: tú tratas a la gente de otra manera, ¿por qué?». Le pasó con Namiq, el chófer. «Trabajaba muchísimo, pero nunca volvía a su casa, ni siquiera cuando podía hacerlo». Al darse cuenta, Paolo se dirigió a él como un amigo: «¿Por qué nunca estás con tu familia? Te necesitan…». Nació así una relación impensable. Como con Luca, un colega que ahora nunca se pierde una Escuela. «Pero es igual delante de tu hijo, que tiene seis años y es una pregunta continua, cada vez te pide más. O es un problema que gestionar o es uno que te reclama a algo más grande. Pero sin el trabajo que estamos haciendo no me daría cuenta, no percibiría que el origen de todo es la presencia de Cristo».
Mercadillo de invierno. Un origen que también reconoce el padre Vladimir, que entretanto se ha convertido en obispo. «Siempre nos llamó la atención por su apertura y su acogida», cuenta Marta. «Tenía un criterio muy claro: “Si lo que proponéis a otros os ayuda a crecer a vosotros, está bien y también sirve a la Iglesia de aquí”». De este modo nacieron los encuentros en la parroquia sobre la Amoris Laetitia, o la estrecha amistad con un grupo de madres. «Tenemos una relación más profunda que con las del colegio», dice Marta. «Buscamos lo mismo, estamos haciendo juntas un tramo del camino. Son los rostros más próximos que me recuerdan a Jesús». Como los de Augusto y su familia, que desembarcaron aquí desde Italia justo después del verano.
Así llegaron a la Jornada de apertura de curso. La primera en Azerbaiyán. «Propuse hacerla inmediatamente, pero no sabíamos quiénes acudirían», cuenta Paolo. «Así que decidimos usar el video». Después de una breve introducción suya y unos cantos juntos. Y antes de la misa parroquial, donde el sacerdote rezó ante la comunidad y les dio las gracias por celebrar un encuentro así. «Salieron temas de los que ya habíamos hablado en nuestras reuniones de las semanas previas en la parroquia», explica Marta. La salvación, que uno desea pero de la que es incapaz. El encuentro con Cristo, que da un vuelco a la vida. «Darse cuenta de la cercanía de Dios es una gracia», comenta Danelius, uno de los amigos lituanos. «Así es, podemos vivir la misma experiencia que Zaqueo, ahora», añade Paolo.
Ese ahora no es una forma de hablar. «Lo bello ha llegado rápidamente», apunta Marta. «El formalismo del que se hablaba allí, en el video, lo estábamos tocando con nuestras manos, pues nos habíamos descubierto muy fatigados por la organización, las preocupaciones, las “cosas que hacer”. Puedes proponer a otros un gesto significativo y, mientras, perder el origen, ahogándote en el intento de ser adecuado. Resumiendo, esas palabras nos corrigieron “en directo”. El primer efecto para mí ha sido volver a tomar conciencia de esto».
Aunque en el “mercadillo de invierno” del colegio, pocos días después, lo entendió mejor. Con un grupito de madres italianas, tenía que llevar algunos dulces para vender. Ella y Silvia, la mujer de Augusto, propusieron exponer un pequeño belén, pero las demás empezaron a vacilar. «No, aquí todos son musulmanes, puede ofenderles…». Lo discutieron «y me sirvió mucho lo que había oído en la Jornada de apertura de curso y leído en la conversación de Carrón con los responsables de España (publicada en Huellas, noviembre 2017): de dónde nace la cultura, qué significa dar un juicio no separado del contexto histórico. Puedes tener una idea buena y justa, pero si no te das cuenta de quién tienes alrededor, todavía no Le has conocido… Hace falta tiempo». Y dar pasos, uno detrás de otro.
Como el que se dio enseguida en Bakú, el retiro de Adviento. Paolo invitó al padre Pier Callegari, de Kazajistán. Monseñor Vladimir lanzó la invitación a todos. «Pero lo propusimos porque era bueno en primer lugar para nosotros», cuenta Paolo. «Que los amigos nos dijeran sí o no, que vinieran treinta o dos, era secundario». Al final fueron diez, «a pesar de una epidemia de amigdalitis». Otra jornada juntos para ayudarse a redescubrir el origen del cristianismo. Otro inicio. «Vivido con un paso distinto», apunta Marta. «Queríamos que fuera un gesto hermoso, cuidado, etcétera, pero sin perder de vista lo esencial». ¿Y qué es lo esencial? «El Señor que viene a visitarnos».
VIETNAM y TAILANDIA
La puerta está abierta
Un almuerzo en Ho Chi Minh y dos amigos que dan vueltas por el mundo desde hace 26 años… «Te olvidas de que ya eres amado»
«¡Qué mezquindad pensar que el valor de la vida es solo lo que la vida me puede dar!». Esta frase de la Jornada de apertura de curso es una sacudida. Quizás más aún cuando la vida tiene mucho para darte.
Vietnam es un país en desarrollo, una oportunidad continua. Giovanni Zangani tiene 35 años y desde hace cuatro vive y trabaja en Ho Chi Minh. A principios de noviembre se reunió con algunos amigos para empezar el curso. Stefano, Liz y Paolo, que viven como él en Vietnam; dos amigos de Tailandia y otros dos italianos. «Fue realmente un nuevo inicio para mí. Me di cuenta del riesgo que supone acallar las preguntas más profundas y dejar que el valor de la vida y de las relaciones se reduzca a lo que estas te pueden dar. Piensas “generosamente” en tu familia, en tus amigos más cercanos…». Pero el pensamiento fijo para un expatriado es “estoy aquí para hacer fortuna”. «Te olvidas de que ya eres amado», dice Giovanni. «Te olvidas de que eres amado independientemente del resultado de tus esfuerzos. El encuentro de aquel día y el deseo de Paolo e Iris de venir a vernos desde Tailandia me hizo caer en la cuenta de este Amor gratuito».
Paolo Tognini se dedica a la exploración petrolífera. Junto a su mujer, Iris, dan la vuelta al mundo desde hace 26 años. Inglaterra, Libia, Malasia, Indonesia, Vietnam y (desde hace tres años) Bangkok. Conocieron a Giovanni y Stefano cuando vivían en Ho Chi Minh, pero siguen acompañándose y buscándose «en la medida de lo posible, para poder sentir físicamente la compañía del movimiento».
Paolo recuerda sus primeros años en el extranjero, cuando él e Iris mantenían el vínculo con su grupo de Fraternidad en Italia, sin contar seriamente con la posibilidad de vivir una amistad análoga allí donde estaban. «Estábamos en apnea». Pero con el tiempo las cosas fueron cambiando. «Si algo hemos aprendido, además de no hacer planes estratégicos –dice riendo–, es vivir las relaciones que se nos presentan con sencillez. Y a mantener nuestras puertas abiertas». De hecho, nunca, ni siquiera en Libia, les ha faltado una amistad, rostros con los que hacer un camino y quedar para la Escuela de comunidad. «Siempre ha “llegado alguien” allí donde estábamos. Y no por mérito nuestro, sino porque lo necesitábamos».
La oración. Su trabajo consiste en buscar nuevos yacimientos. «La tentación de tener el control sobre la situación es muy fuerte, pero el resultado nunca se puede prever. Mucho menos en la relación con la gente que trabaja conmigo, en el esfuerzo para motivarles y no medirles en función de sus resultados». La utilidad de la vida consiste en depender de Dios. Para él fue esta la mayor provocación de la Jornada de apertura de curso. «Nos ha ayudado a fijarnos como punto de partida en la presencia de Jesús vivo. No en nuestro “hacer”. De ahí la importancia de rezar, de una continua actitud de oración en nuestras jornadas».
En las condiciones en que viven, como expatriados, hay todo lo necesario para vivir holgadamente. «Para dejar de buscar el “ciento por uno”», añade Paolo sin medias tintas. «Es muy fácil conformarse. Pero la realidad te reta siempre y, sobre todo, llega en tu vida la presencia de Cristo, a través de algunos amigos que te preguntan por el significado de lo que tienes y haces». Le debe mucho a esta vida a vueltas por el mundo, a pesar de la fatiga que supone, porque «antes o después te hartas de poner sellos en el pasaporte. Necesitas algo que te arranque de la rutina que corroe lo cotidiano, aunque cambies de lugar cada dos por tres».
Pero en el fondo, más fuerte que todas las consideraciones, hay un hecho: tenía 14 años cuando conoció Gioventù Studentesca, hoy tiene 58. Cuando lo piensa solo le nace agradecimiento. «Es evidente que Aquel que me atrajo al inicio todavía sigue aquí, conmigo».
VENEZUELA
Contra todo pronóstico
Una peregrinación todos juntos, después de dos años sin poder verse. «La necesidad de compartir la vida ha sido más fuerte que la crisis»
En Venezuela, el movimiento está presente en tres ciudades: Caracas, El Tocuyo (a seis horas de la capital) y Mérida (a doce). Estas comunidades solían juntarse al menos dos veces al año, antes de que el país se precipitara en la crisis. Desde 2015 dejaron de hacerlo. Los costes de transporte y alojamiento son inaccesibles y no hay seguridad. «Pero nuestra necesidad ha sido más fuerte que estas condiciones adversas». El padre Leonardo Marius, responsable de CL, explica por qué decidieron reunirse para la Jornada de apertura de curso, el pasado 4 y 5 de noviembre. Al cabo de dos años sin verse, se dieron cita 130 personas en Barquisimeto.
Viajaron el viernes, sacrificando el poco dinero que tenían y un día de trabajo, porque ponerse en carretera de noche es demasiado peligroso debido a los asaltos de bandas armadas. «Tampoco es seguro de día, sobre todo si llevas comida; te paran y te lo roban todo». Pero arriesgaron con tal de ir todos juntos hasta Divina Pastora, la Virgen más querida por el pueblo venezolano, para encomendarse, dar gracias y vivir dos días de convivencia, viendo el video de la Jornada de apertura de curso con Julián Carrón.
«Según pasaba el tiempo, crecía el deseo de encontrarnos», dice Ernesto, de Caracas. «Estamos redescubriendo el valor de los gestos del movimiento. No hay nada automático. La crisis nos ha obligado a tomar conciencia». De treinta millones de venezolanos, el 70% vive en la pobreza, la mayoría pasando hambre; la gente muere en casa pero también en los hospitales por falta de medicinas; la situación política permanece sorda a las movilizaciones populares de los últimos meses, con un millón de personas en la calle. «El sentimiento más extendido es de derrota», continúa el padre Leonardo, «de que todas las protestas y las luchas han sido una pérdida de tiempo». En medio de un clima tan duro, observa conmovido la esperanza de esta gente. A pesar del esfuerzo que hacen todos para salir adelante –desde las familias con hijos hasta los universitarios–, vence en ellos el deseo de que la crisis eduque sus corazones. «Estos días juntos hemos recordado que, ante la presencia de Cristo, podemos mostrar todas nuestras necesidades sin avergonzarnos. Nadie sería capaz de hacerlo, pero en la comunidad cristiana, en una “realidad viviente”, acontece un juicio nuevo sobre la vida que abre de par en par cualquier cerrazón». El domingo, después de celebrar juntos la misa, salieron camino de vuelta «llenos de gratitud».
¿Por qué tanto agradecimiento? De vuelta a su casa, en El Tocuyo, Nohemy cuenta: «“El Dios de la historia”, decía Carrón. En la situación que estamos viviendo, en medio de todo esto… doy gracias a este Dios porque me permite hacer un camino, al darme cuenta de cómo Cristo acontece en mi vida. A través de rostros concretos, una ayuda, un abrazo, una sonrisa, una palabra. Sé que no estoy sola porque Él se hace presente». La de El Tocuyo es tal vez la comunidad que está pasando las peores dificultades, una zona rural al norte, a los pies de los Andes. Pero hacen caritativa. Un domingo al mes preparan la comida para 1.300 personas más necesitadas que ellos. Cuando va a visitarles, el padre Leonardo se queda asombrado: «Su pobreza es libre, rebosan esperanza».
Estuvo con ellos también para la Apertura de curso, y cinco personas pidieron apuntarse a la Fraternidad. «Es un regalo de la Virgen. En esos adultos vi un deseo tan vivo de pertenecer a una historia concreta… Cristo lo es todo en sus vidas. Y precisamente porque lo es todo, ellos necesitan aún más un lugar. Me dijeron: “Gracias al carisma, Cristo tiene un significado existencial para nosotros”. En una realidad tan difícil, hombres y mujeres que, en vez de desesperarse o limitarse a sobrevivir, toman en serio su propia vida y la de los demás son una esperanza para el mundo entero».
UCRANIA
«Ira, ¿por qué sonríes?»
Un fin de semana en Járkov, después de un año muy especial. «No, al comienzo no fue así. Ahora es todavía más claro…»
En Ucrania, desde hace unos años, la Jornada de apertura de curso dura todo el fin de semana. Un centenar de personas, sobre todo ucranianos de distintos lugares del país, y también rusos e italianos (los bielorrusos celebraron su Jornada en Minsk), llegaron el 27 de octubre a Járkov en un encuentro que reunió a la autodenominada “Comunidad volante”, justamente porque supera las fronteras nacionales y la separación entre ortodoxos y católicos.
Llevan a sus espaldas un año particular. Ha habido cinco matrimonios en la pequeña comunidad, dos de ellos mixtos, ítalo-ucranianos. Es un paso de madurez importante y los desafíos de la vida adulta se hacen notar enseguida. Otra novedad ha sido la apertura de la casa femenina de los Memores Domini en Járkov, con la llegada de Elena, Simona y Magdalena. También se abrió hace unos meses la “Casa volante” de la ONG Emaús, que acoge a cuatro chicas que conocieron durante la caritativa en el orfanato local y que hoy, mayores de edad y con discapacidad, reciben acompañamiento y apoyo en su camino hacia una vida independiente (la única ayuda que les ofrecía el Estado después del orfanato era entrar en una residencia de ancianos). Ellas también estaban en la apertura de curso, las dos Lena, Ira y Tania.
La noche del viernes, introducción al título, “¡Al comienzo no fue así!”. Primero escucharon el Preludio n.15 de Chopin, “La gota”. Alexander Filonenko abrió la asamblea al día siguiente. «¿De qué modo responde Cristo a mi deseo? Porque no hay más “inicio”, más punto de partida, que mi necesidad de ser feliz». A lo que Franco Nembrini respondió: «Yo no tengo otro interés que buscar y seguir lugares donde el milagro del inicio pueda volver a suceder. Que exista un lugar donde pueda sentir como algo nuevo la relación con mi mujer después de 36 años de matrimonio, o la amistad con Mateo, que está conmigo desde la universidad… Que todo esto vuelva a ser nuevo es lo único que me interesa».
La gota de Lali. Ania se casó en junio con Misha. Ella es rusa, él bielorruso. Se han instalado en Kiev. Tomó la palabra en la asamblea y dijo: «Pensando qué es para mí el inicio, inmediatamente me venían a la mente estos meses: el matrimonio, una ciudad nueva, la búsqueda de empleo. Luego empecé a mirar más a fondo y encontré otra realidad: mi inicio es Cristo. Pero también me pregunto qué significa que Él está siempre conmigo. ¿Cómo veo que Él es real?». Para explicarlo contó que habían perdido un bebé en el tercer mes de embarazo. Lo supo estando en Rusia por los trámites que le permiten residir en Kiev. Misha estaba lejos. «Justo en esa circunstancia me sorprendió el abrazo de Jesús. Habría podido enterarme de la muerte de mi hijo sola, en cambio tenía cerca personas de la comunidad que eran signo claro de su amor y de su presencia».
Lali, de Járkov, volvió a la pieza de Chopin que habían escuchado la noche anterior. «Esa nota soy yo. Dios me ha creado como esa nota. Es muy difícil sentirla porque el ruido alrededor es muy fuerte. Cuando nos preguntamos si “al comienzo fue así”, yo respondo: no, al comienzo no. No estaba tan claro como ahora, porque la plenitud de mi vida se ha desvelado con el tiempo, profundizando precisamente en mi encuentro con don Giussani».
Ania es hija del padre Potapy, sacerdote ortodoxo amigo de la comunidad de Járkov. Contó que en los últimos meses su vida había estado marcada por un dolor insoportable. Un peso del que no conseguía liberarse. «No se lo confié ni a mis padres ni a mis amigos. Solo aquí, en la Escuela de comunidad, me he sentido libre para abrirme. Con vosotros me siento comprendida, y os doy las gracias por ello».
Román, en cambio, contó que había pasado un verano lleno de circunstancias preciosas pero con la intuición de que algo fallaba. «Estaba triste a pesar de que a mi alrededor todo era una fiesta. Me doy cuenta de que el punto de partida tiene que ver con mi necesidad, va ligado a una carencia. Pero me pregunto: si en el origen de todo está mi necesidad constitutiva, ¿por qué sufro?».
Durante la tarde, Filónenko y Nembrini retoman algunos pasajes de la lección de Carrón para responder y ampliar las cuestiones planteadas en la asamblea anterior.
Arrollada por la alegría. En los días siguientes, Ira, una de las chicas de la Casa volante, contó lo que habían significado esos días para ella. «Es como si alguien hubiera tomado en sus manos mi alma, que estaba completamente traspasada por alfileres, y me los hubiera ido quitando uno a uno, curando las heridas. Y luego me la ha devuelto. Necesito dejar que ahora todo se asiente porque es algo precioso, pero no es fácil. Ahora, cuando voy a la universidad llevo en mis ojos todos los encuentros, los abrazos, las sonrisas de esos días; son como la lente para mirar el texto que tengo que leer en clase. Cierta vez mi profesora me dijo: “Ira, ¿por qué sonríes? Tienes delante un texto tristísimo…”. Lo que hay ahora en mi alma es lo que mi vida buscaba desde siempre». Lena, que vive con ella, dice que Ira vuelve a casa «con una sonrisa en la cara que antes no tenía y todas las noches viene a mi habitación y a la de las demás y nos arrolla con su alegría».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón