Agustín, Tocqueville, Planck, Pasolini, Pontiggia. Una breve antología de autores y de pasajes distintos aunados por ser ejemplos de cómo la fe y la dinámica del testigo ayudan a entrar en la realidad. Una contribución al trabajo de la Escuela de comunidad sobre le libro de don Giussani ¿Se puede vivir así?
Se llama fe, conocimiento por fe, al reconocimiento de la realidad a través del testimonio que da una persona, llamada por eso justamente testigo. (...) Es un conocimiento de la realidad que se produce a través de la mediación de una persona fiable, en la que puedo confiar de manera adecuada. (...) La fe, en primer lugar, no es sólo aplicable a temas religiosos, sino que es una forma natural de conocimiento. Una forma natural de conocimiento indirecto, ¡pero conocimiento!
(Luigi Giussani, ¿Se puede vivir así?)
Max Planck
Una intuición sobre el mundo no es nunca demostrable científicamente; pero resiste inquebrantablemente a todas las tempestades con tal de que se mantenga coherente consigo misma y con los datos de la experiencia. Que nadie venga a decir que, ni siquiera en la más exacta de las ciencias, se puede trabajar sin una intuición del mundo, es decir, sin hipótesis indemostrables. Tampoco en física se puede ser bueno sin la fe, al menos sin fe en una realidad exterior a nosotros. Es esta fe firme la que marca el camino al impulso creador que nos mueve, la que ofrece los pretextos necesarios a la fantasía que va palpando el terreno, la única que puede reconocer un espíritu cansado por los fracasos y animarlo a dar nuevos saltos adelante. Un científico que en su trabajo no se deje guiar por una hipótesis, todo lo prudente y provisional que se quiera, renuncia a priori a la íntima comprensión de los resultados qué él mismo obtenga. Quien rechace la fe en la existencia real de los átomos y de los electrones, o en la naturaleza electromagnética de la luz, o en la equivalencia entre el calor de los cuerpos y el movimiento, conseguirá sin duda no ser sorprendido nunca en una contradicción lógica o empírica. Pero habrá que ver cómo se las arregla, partiendo de su propio punto de vista, para hacer progresar el conocimiento científico. De acuerdo; la fe, por sí misma, no basta y, como nos enseña la historia de la ciencia, puede también inducir a error y degenerar en estrechez de mente y en fanatismo. Para que la fe sea una guía fiable es necesario someterla a las leyes del razonamiento y a la experiencia, y por ese motivo nada vale tanto como el trabajo concienzudo, fatigoso y cargado de abnegación del investigador. Hasta un rey de la ciencia, si se presenta el caso, debe ser capaz de convertirse en un ratón de biblioteca, o de laboratorio, en el campo o detrás de una mesa. Precisamente es en esas duras luchas como su intuición del mundo madura y se afina. Sólo el que haya experimentado en primera persona lo que es esto, puede apreciar plenamente su significado. La fe es la fuerza que hace eficaz el material científico reunido, pero todavía se puede dar un paso más, y afirmar que también al reunir el material científico la previsora y clarividente fe en nexos más profundos puede prestar valiosos servicios. Porque marca el camino y agudiza los sentidos.
(citado en: Marco Bersanelli, Sólo el asombro conoce, Encuentro 2007, pp. 211–212; texto original en: Das Weltbild der neuen Physik / El conocimiento del mundo de la nueva física, Vortrag 18. Februar 1929, Physikalisches Institut der Universität Leiden)
El viaje de Pasolini a San Alberto de Butrio
Testimonio de Angela Volpini
Para visitar a Fray Ave María había que dejar el coche a varios kilómetros y adentrarse pacientemente por los montes del Oltrepó en la región de Pavía. Era la única manera de llegar a la ermita de San Alberto de Butrio, donde vivía este religioso con fama de santidad, al siglo, Cesare Pisano, para la Iglesia, Fray Ave María, ermitaño de la Divina Providencia, la familia religiosa que fundara don Luigi Orione. En la primavera de 1963, también Pier Paolo Pasolini tomó el largo camino hacia la ermita. Estaba trabajando en El Evangelio según San Mateo, y no era la primera vez que buscaba inspiración entrevistándose con hombres de fe o visitando lugares de oración.
Durante aquella visita, Pasolini interrumpía de vez en cuando el curso de su pensamiento con exclamaciones como: «¡Qué sitio! ¡Qué hombre! ¡Qué conversación tan extraordinaria!». Sólo pocos días después, se explicó con más detalle: «Fray Ave María me dedicaba toda su atención. Hablaba con tal propiedad, dentro de su lenguaje religioso, que resultaba no solo digno de respeto, sino fascinante. No le sorprendió mi escepticismo y me dijo que su Jesús ama más a los alejados que a los cercanos, que no se escandaliza de nada y que Él es el único que conoce verdaderamente el corazón humano. Ante él, yo como artista, no me sentí, como me suele suceder en los sitios serios e importantes, como fuera de contexto... También el hermano es alguien original, creativo, como yo, alguien que ha inventado su vida, ajena a lo que podríamos llamar el sentido común, pero verdadera y fascinante. También en sus venas corre sangre de artista, consigue transformar en hermosa y extraordinaria una vida que, si se analiza racionalmente, parece la muerte civil y la locura».
Pasolini se encaminó después hacia el bosque que se extiende delante de la abadía, en soledad, y quizá tomó notas de aquel encuentro. Quizá el contenido de esas notas está en estos versos: «Y esta fue la vía por la que / de ser un hombre sin humanidad, / un inconsciente alienado o un espía, / o un turbio cazador de benevolencia, / tuve tentaciones de santidad. Fue la poesía».
(30 Días, n. 2, 2002)
Alexis de Tocqueville
Si el hombre se viese forzado a demostrarse a sí mismo todas las verdades de las que hace uso cada día, no dejaría nunca de hacerlo; se agotaría en demostraciones preliminares sin avanzar nada; como no dispone de tiempo, dada la corta duración de la vida, ni de facultades, dada la limitación de su inteligencia, para realizar tal tarea, está obligado a tener por ciertos un gran número de hechos y opiniones que no ha tenido ni el tiempo ni la posibilidad de examinar y de verificar personalmente, y que otros más hábiles han hallado o que la gente hace suyas. Sobre esta primera base construye él mismo el edificio de sus propios pensamientos. No es su voluntad la que le conduce a actuar de esta manera, sino que la inflexible ley de su condición es la que le impele a ello.
No hay en el mundo filósofo tan grande que no crea un millón de cosas por fe en otro y que no presuponga muchas más verdades de las que es capaz de demostrar.
Y ello no sólo es necesario, sino también deseable. Un hombre que se decidiese a examinar todo por sí mismo no podría apenas dedicarse y prestar atención a cada cosa; esta tarea tendría ocupado su espíritu en una agitación perpetua que le impediría penetrar profundamente en cualquier verdad y adquirir sólidas certezas. Su inteligencia sería independiente y frágil a la vez. Debe, pues, elegir entre los diversos objetos de las opiniones humanas, y tener por ciertas muchas creencias sin ponerlas en tela de juicio, a fin de poder profundizar en unas pocas de entre ellas, cuyo examen se ha reservado.
Cierto es que todo hombre que recibe una opinión fiado en la palabra de otro esclaviza su espíritu; pero se trata de una servidumbre saludable que permite un uso adecuado de la libertad.
Es pues menester, sean cuales fueren las circunstancias, que exista un espacio para la autoridad en el mundo intelectual y moral. Su lugar es variable, pero es necesario que lo tenga. La independencia puede ser mayor o menor, pero sin límites no sería posible. Así pues, no se trata de saber si existe una autoridad intelectual en los siglos democráticos, sino dónde se halla ubicada y cuál es su medida.
(La Democracia en América II, Alianza, Tomo I, capítulo 2)
Guillermo de Auxerre
Cuanto más cree uno más rápida y claramente entiende las razones, pues la fe ilumina la mente.
(Summa Aurea, I, Prólogo)
San Agustín
Pero dices que, si crees al amigo, aunque no puedes ver su corazón, es porque lo probaste en tu desgracia y conociste su fidelidad cuando no te abandonó en los momentos de peligro. ¿Te imaginas, por ventura, que hemos de anhelar nuestra desgracia para probar el amor de los amigos? Ninguno podría gustar la dulzura de la amistad si no gustara antes la amargura de la adversidad; ni gozaría el placer del verdadero amor quien no sufriera el tormento de la angustia y del dolor. La felicidad de tener buenos amigos, ¿por qué no ha de ser más bien temida que deseada, si no se puede conseguir sin la propia desgracia? Y, sin embargo, es muy cierto que también en la prosperidad se puede tener un buen amigo, aunque su amor se prueba más fácilmente en la adversidad.
(La fe en lo que no vemos, 1.3.)
Giuseppe Pontiggia
Recuerdo al profesor que, tres meses después del parto, sentado el otro lado de la mesa de su despacho, nos dijo la verdad, o al menos lo que él pensaba. Había reflexionado profundamente antes de responder, en medio de aquella penumbra cargada de angustia. No había recurrido a la bola de cristal. Más experto en medicina y en el hombre que muchos de sus colegas, nos dijo, con voz serena y firme, mirándonos a los ojos: «no puedo predecir qué será de vuestro hijo. Pero puedo avanzar algunas hipótesis razonables. En el mejor de los casos, el sufrimiento cerebral, causado por el forceps y la falta de oxígeno en el momento del nacimiento, podría desaparecer sin dejar huellas de consideración sino simplemente algún trastorno menor; pero no es la hipótesis más probable. Si planteamos una hipótesis intermedia: que las lesiones cerebrales, sin llegar a ser profundas, hayan afectado a los centros motores y del lenguaje; el niño tardaría en empezar a hablar, si a los tres años un niño de su edad usa mil palabras, él diría sólo cien; caminaría de manera irregular, y su habilidad manual sería defectuosa. Pero sería un niño inteligente, con rasgos de inmadurez producidos también por su falta de experiencia. Si nos ponemos en el peor de los casos: que el electroencefalograma fuera demasiado precoz para ser fiable y no hubiera puesto de manifiesto la gravedad de las lesiones, las alteraciones de la movilidad y de la inteligencia serían peores de lo que esperábamos. En mi opinión no es la hipótesis más probable, pero podría equivocarme. Debéis vivir día a día, no tenéis que pensar obsesivamente en el futuro. Será una experiencia durísima, pero no hay que despreciarla. Saldréis de ella siendo mejores. Estos niños nacen dos veces. Deben aprender a moverse en un mundo que el primer nacimiento ha hecho más difícil. El segundo, depende de vosotros, de lo que sepáis darle. Nacen dos veces y el recorrido será más tortuoso. Pero al final supondrá para vosotros un nuevo nacimiento. Al menos esta es mi experiencia, no puedo deciros nada más». Treinta años más tarde, gracias.
(Nacidos dos veces, Salamandra, Barcelona 2002)
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