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Huellas N.4, Abril 2017

BREVES

La Historia

Una canción para el Papa

Sentado en un rincón de la biblioteca, Asif no quiere hablar con los otros presos. La cabeza gacha y la mirada fija en las palmas de sus manos. Solo espera el ruido de las llaves que abren las rejas de la sección donde se encuentra recluido. En un momento llegan los voluntarios, como cada sábado por la tarde, para dar la catequesis. Es la tercera vez que participa, aunque él es musulmán. En el fondo le gusta. Ven películas, leen pasajes del Papa y no le supone ningún problema. Es un hombre culto: en Túnez, su país natal, estudió toda la carrera de piano. Llegó a la cárcel de San Vittore hace unos meses para cumplir su segunda condena. De sus 50 años de vida ha pasado diez en las cárceles italianas.
Son las dos y unos minutos, cuando el guardia hace pasar a los cuatro voluntarios. Asif se levanta y se acerca a Ricardo. Se saludan con una sonrisa y un apretón de manos. No sabe por qué, pero siente una simpatía especial por él. Quizás porque Ricardo también toca el piano. Aprovecha ese instante cara a cara para preguntarle a quemarropa: «¿Oye, cómo se hace para hacer las paces con Dios?».

Ricardo no se lo esperaba. Los presos suelen preguntan otras cosas. Le mira y le dice: «Nuestros pecados son pequeños ante la infinita Misericordia de Dios. Lo que Él más desea es perdonarnos». Asif lo mira fijamente e insiste: «Vale, pero yo además he matado».
Ricardo lleva en sus manos la fotocopia de la carta de Julián Carrón al Corriere della Sera en vísperas de la visita del Papa Francisco a Milán. «Asif, eres un hombre afortunado. Precisamente hoy vamos a leer algo que habla de un hombre que hizo fechorías durante toda su vida. ¿Has oído hablar del Innombrable de la novela Los novios de Manzoni?».

Tardan cinco minutos en leer el pasaje. Luego otros cinco de profundo silencio. Asif recorre con la memoria toda su vida: a los 12 años vio cómo mataban a su madre y a su padre, luego un séquito de violencia, sufrida e infligida, la llegada a Italia, el homicidio, la droga. Tampoco sus manos son dignas de ser tocadas. Pero entiende cómo debió sentirse el Innombrable ante los brazos abiertos del cardenal Federico Borromeo, hasta el punto de exclamar: «¡Oh Dios verdaderamente grande! ¡Dios verdaderamente bueno! Ahora me reconozco, ahora comprendo quién soy… Delante de mí estoy viendo todas mis iniquidades; siento asco de mí mismo… Y sin embargo, Dios mío, siento un alivio, un gozo… sí, un gozo como jamás he sentido en todo el discurso de mi horrible vida». Asif rompe el silencio: «Yo también me doy asco a mí mismo. Hasta hace poco, eso era todo. No sé por qué, pero al igual que ese hombre ahora siento también un “alivio”. Y cuanto más hiere lo uno, más hiere lo otro. Comprendo que algo me está pasando. No veo la hora de que el Papa llegue aquí, venga a mí».
Después de él, otros presos. Luego, todos en pie rezan un avemaría. Asif, antes de regresar a su celda, se sienta al piano en una esquina de la sala. Empieza a tocar una danza beduina. Ricardo se sienta a su lado y le sigue, tocando a cuatro manos. De repente Asif se para y pregunta: «¿Conoces la canción Bella ciao? (una canción de los partisanos rojos en la Resistencia italiana, ndt.) Podríamos usar la melodía para escribir una canción para el Papa. Escucha: “Papa Francisco, amigo mío…”».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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