Algunos pasajes de las intervenciones de Francisco durante la visita pastoral a Milán, 25 de marzo de 2017
EL SALUDO EN EL BARRIO DE LAS “CASAS BLANCAS”
Os doy las gracias por vuestra acogida tan calurosa. (…) Y por los dos regalos que me habéis hecho. El primero es esta estola, un signo típico sacerdotal, que me toca de modo especial porque me recuerda que vengo aquí entre vosotros como sacerdote. Esta estola no la habéis comprado ya hecha, sino que la habéis creado aquí, ha sido tejida por algunos de vosotros de manera artesanal. Eso la hace mucho más preciosa y recuerda que el sacerdote cristiano es elegido por el pueblo y al servicio del pueblo; mi sacerdocio, como el de vuestro párroco o el de los demás sacerdotes que trabajan aquí, es un don de Dios.
Luego me habéis regalado el icono de la Madonnina, que ha sido restaurado recientemente. (…) Esto me recuerda la premura de María en encontrar a su prima Isabel. Es la premura, el cuidado de la Iglesia, que no permanece en el centro esperando, sino que va al encuentro de todos, a la periferia, también va al encuentro de los no cristianos, también de los no creyentes y lleva a todos a Jesús. (…) Es significativo el que haya sido restaurada: esta Virgen ha sido restaurada, como la Iglesia tiene siempre necesidad de ser “restaurada”, porque está hecha de nosotros, que somos pecadores. Dejémonos restaurar por Dios, por su misericordia. Dejémonos limpiar el corazón, especialmente en este tiempo de Cuaresma.
ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES Y CONSAGRADOS (DUOMO)
P. Gabriele Gioia, presbítero. Ante los desafíos de la secularización y la pérdida de relevancia de la fe en el marco de la evolución de la sociedad milanesa, cada vez más plural, multirreligiosa y multiétnica, a veces nos sentimos como Pedro y los apóstoles cuando, después de haberse fatigado toda la noche, no han pescado ni un pez. ¿Cómo no perder la alegría de evangelizar?
Tú sabes que la evangelización no siempre es sinónimo de “pescar peces”. Es salir al encuentro, dar testimonio… pero luego es el Señor el que pesca, dónde, cómo, cuándo, no lo sabemos. Y esto es muy importante. También partir de eso: que nosotros somos instrumentos, instrumentos inútiles. La cuestión que has planteado es cómo no perder la alegría de evangelizar. Porque evangelizar es una alegría. El gran Pablo VI en la Evangeli nuntiandi –el mayor documento pastoral postconciliar que todavía hoy tiene actualidad– decía que la alegría de la Iglesia es este evangelizar y nosotros tenemos que pedir la gracia de no perderla. (…)
Lo primero que me viene a la cabeza es la palabra desafío. Cada época histórica, desde el comienzo del cristianismo, ha tenido que afrontar múltiples desafíos. (…) No debemos temer los desafíos y es bueno que existan. Son signo de una fe viva, de una comunidad que busca al Señor y tiene los ojos y el corazón abiertos. Más bien temamos una fe sin desafíos, que se considera completa como si todo hubiera sido realizado. Porque los desafíos nos ayudan a hacer que nuestra fe no se vuelva ideológica. Los desafíos nos salvan de un pensamiento cerrado y definitivo, y nos abren a una comprensión más profunda. (…)
Has hablado también de una sociedad actual “multiforme” –multirreligiosa, multiétnica…–. Creo que la Iglesia a lo largo de su historia tiene mucho que enseñarnos y ayudarnos para una cultura de la diversidad.
Tenemos que aprender. El Espíritu Santo es el Maestro de la diversidad. Miremos cuántos carismas distintos ha suscitado en la historia, cuántos modos de realizar la experiencia creyente. La Iglesia es Una en una experiencia multiforme. (…) La uniformidad y el pluralismo no vienen del Espíritu Santo. La pluralidad y la unidad, en cambio, vienen del Espíritu Santo. Tratar de eliminar uno de estos dos polos en tensión sería eliminar el modo en que Dios ha querido manifestarse en la humanidad de su Hijo. Todo lo que no asume el drama humano puede ser una teoría muy clara incluso, pero no coherente con la Revelación y por tanto, en última instancia, ideológica. (…)
Tercero. Como pastores no podemos prescindir de formar en el discernimiento. (…) Nuestros jóvenes están expuestos a un zapping continuo. Pueden navegar en dos o tres pantallas abiertas a la vez, pueden interactuar al mismo tiempo en varios escenarios virtuales. Nos guste o no, su mundo es este y es nuestro deber como pastores enseñarles a discernir, porque tenemos los instrumentos y los elementos que les pueden ayudar a recorrer el camino de la vida sin que se extinga el Espíritu Santo que está en ellos.
Roberto Crespi, diácono permanente. Como diáconos permanentes, ¿cómo podemos ayudar a delinear ese rostro de la Iglesia que es humilde, desinteresada y dichosa?
El diaconado es una vocación específica, una vocación familiar que reclama el servicio como uno de los dones característicos del pueblo de Dios. (…) En definitiva, es el custodio del servicio en la Iglesia, el servicio en la Palabra, el servicio en el Altar, el servicio a los Pobres. No sois medio sacerdotes ni medio laicos –esto sería “funcionalizar” el diaconado–, sino que sois sacramento del servicio a Dios y a los hermanos.
Madre María Paola Paganoni, osc. ¿Cómo ser hoy, como usted dice, “custodios del asombro”?
Me gusta la palabra “menores”. Es cierto que se refiere al carisma franciscano, pero todos debemos ser “hermanos menores”: indica una actitud espiritual que es como el sello del cristiano. (…)
Cada vez que pensamos o constatamos que somos pocos, y en muchos casos ancianos, que experimentamos el peso, la fragilidad más que el esplendor, nuestro espíritu comienza a verse corroído por la resignación. (…) Entonces nos hace bien a todos nosotros revisitar los orígenes, una memoria que nos salva de cualquier imaginación gloriosa pero irreal del pasado. (…) Nuestros padres fundadores no pensaron nunca en ser una multitud o una gran mayoría. Movidos por el Espíritu Santo en un momento concreto de la historia quisieron ser una presencia gozosa del Evangelio para los hermanos: edificaron la Iglesia como levadura en la masa, sal y luz del mundo. (…)
Paso a una última consideración. Durante muchos años hemos creído, y hemos crecido, con la idea de que las familias religiosas deben ocupar espacios más que iniciar procesos. No osaría deciros a cuáles periferias existenciales debe dirigirse la misión, porque normalmente el Espíritu ha inspirado los carismas para las periferias, para ir a los lugares donde suelen estar los abandonados. (…) Lo que el Papa puede deciros es esto: si sois pocas, salid a las periferias para encontraros con el Señor, renovad la misión de los orígenes, volved a la Galilea del primer encuentro. (…) La lógica de Dios no se entiende. Solo se obedece. Y este es el camino que tenéis que tomar: elegid las periferias, despertad procesos, avivad la esperanza apagada de una sociedad que se ha vuelto insensible al dolor de los demás.
LA HOMILÍA EN LA SANTA MISA (PARQUE DE MONZA)
Acabamos de escuchar el anuncio más importante de nuestra historia: la anunciación a María (Cfr. Lc 1,26-38). Un pasaje denso, lleno de vida, y que me gusta leer a la luz de otro anuncio: el del nacimiento de Juan Bautista (Cfr. Lc 1,5-20). (…) El nuevo Templo de Dios, el nuevo encuentro de Dios con su pueblo, tendrá lugar en un sitio que normalmente no nos esperamos, en los márgenes, en las periferias. Ahí se darán cita, ahí se encontrarán; ahí Dios se hará carne para caminar junto a nosotros desde el seno de su Madre. Ya no habrá un lugar reservado a unos pocos mientras la mayoría permanece afuera, en espera. Nada ni nadie será indiferente, ninguna situación será privada de su presencia: la alegría de la salvación tiene inicio en la vida cotidiana de la casa de una joven de Nazaret.
Dios mismo es quien toma la iniciativa y escoge quedarse, como hizo con María, en nuestras casas, en nuestras luchas cotidianas, llenas de ansias y anhelos. Y es justamente dentro de nuestras ciudades, de nuestras escuelas y universidades, de las plazas y de los hospitales donde se cumple el anuncio más bello que podemos escuchar: «Alégrate, el Señor está contigo». (…)
Al igual que María, también nosotros podemos vernos invadidos por el desconcierto. ¿«Cómo sucederá esto» en tiempos llenos de especulación? (…) Nos hará bien preguntarnos: ¿Cómo es posible vivir la alegría del Evangelio hoy dentro de nuestras ciudades? ¿Es posible la esperanza cristiana en esta situación, aquí y ahora?
Estas dos preguntas tocan nuestra identidad, la vida de nuestras familias, de nuestros países y de nuestras ciudades. Tocan la vida de nuestros hijos, de nuestros jóvenes, y exigen de nuestra parte un nuevo modo de situarnos en la historia. Si sigue siendo posible la alegría y la esperanza cristiana, no podemos ni queremos permanecer delante de tantas situaciones dolorosas como meros espectadores que miran al cielo esperando que “deje de llover”. Todo lo que sucede exige de nosotros que miremos al presente con audacia (…).
Ante el desconcierto de María, ante nuestros desconciertos, son tres las claves que el Ángel nos ofrece para ayudarnos a aceptar la misión que nos es confiada.
1. Evocar la Memoria. La primera cosa que hace el Ángel es evocar la memoria, abriendo así el presente de María a toda la historia de la salvación. Evoca la promesa hecha a David como fruto de la alianza con Jacob. María es la hija de la Alianza. También nosotros somos invitados a hacer memoria, a mirar nuestro pasado para no olvidar de dónde venimos. (…) La memoria nos ayuda a no permanecer prisioneros de discursos que siembran fracturas y divisiones como único modo de resolver los conflictos. Evocar la memoria es el mejor antídoto a nuestra disposición ante soluciones mágicas de división y extrañeza.
2. La pertenencia al Pueblo de Dios. La memoria permite que María asimile su pertenencia al Pueblo de Dios. ¡Nos hará bien recordar que somos miembros del Pueblo de Dios! (…) Un pueblo formado por mil rostros, historias y procedencias, un pueblo multicultural y multiétnico. Esta es una de nuestras riquezas. Es un pueblo llamado a hospedar las diferencias, a integrarlas con respeto y creatividad, y a celebrar la novedad que proviene de los demás; es un pueblo que no tiene miedo de abrazar los confines, las fronteras; es un pueblo que no tiene miedo de acoger a quien se encuentra en la necesidad porque sabe que ahí está presente su Señor.
3. La posibilidad de lo imposible. «Nada hay imposible para Dios» (Lc 1,37): así termina la respuesta del Ángel a María. Cuando creemos que todo depende exclusivamente de nosotros, permanecemos prisioneros de nuestras capacidades, de nuestras fuerzas, de nuestros miopes horizontes. Cuando, en cambio, nos disponemos a dejarnos ayudar, a dejarnos aconsejar, cuando nos abrimos a la gracia, parece que lo imposible comienza a hacerse realidad. Bien lo saben estas tierras que, en el curso de su historia, han generado muchos carismas, muchos misioneros, mucha riqueza para la vida de la Iglesia. (…) Igual que ayer, Dios continúa buscando aliados, continúa buscando hombres y mujeres capaces de creer, capaces de hacer memoria, de sentirse parte de su pueblo para cooperar con la creatividad del Espíritu. Dios continúa recorriendo nuestros barrios y nuestras calles, se lanza por todas partes en busca de corazones capaces de escuchar su invitación y de hacerlo carne aquí y ahora. Parafraseando a San Ambrosio en su comentario a este pasaje podemos decir: Dios continúa buscando corazones como el de María, dispuestos a creer a pesar de unas condiciones totalmente extraordinarias (Cfr. Exp. del Evan. seg. Lucas II, 17: PL 15, 1559).
EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES CONFIRMANDOS (ESTADIO DE SAN SIRO)
Me llamo David y vengo de Cornaredo. Quisiera hacerte una pregunta: ¿cuando tenías nuestra edad, qué te ayudó a crecer en la amistad con Jesús?
David ha hecho una pregunta muy sencilla, a la que me resulta fácil responder, porque solo tengo que hacer un poco de memoria de los tiempos en que yo tenía vuestra edad. Su pregunta es: “Cuando tenías nuestra edad, ¿qué te ayudaba para crecer en tu amistad con Jesús?”. Son tres cosas, pero con un hilo que une a las tres. (…) Estas tres cosas harán –de verdad, y es un consejo que os doy– que crezca vuestra amistad con Jesús: hablar con los abuelos, jugar con los amigos e ir a la parroquia. Porque, con estas tres cosas, rezarás más). Y la oración es ese hilo que une las tres cosas.
Somos Mónica y Alberto. ¿Cómo transmitir a nuestros hijos la belleza de la fe? A veces nos parece muy complicado poder hablar de estas cosas sin parecer aburridos, banales o, peor aún, autoritarios. ¿Qué palabras debemos usar?
Me gustaría haceros esta pregunta a vosotros. Y os invito a recordar quiénes han sido las personas que han dejado una impronta en vuestra fe y qué es lo que más se os ha quedado grabado de ellos. Lo que me han preguntado los niños a mí, os lo pregunto yo a vosotros. Cuáles son las personas, las situaciones, las cosas que os han ayudado a crecer en la fe, esa es la transmisión de la fe. Os invito, padres, a convertiros, con la imaginación, por unos minutos, nuevamente en hijos y a recordar a las personas que os han ayudado a creer. “¿Quién me ha ayudado a creer?”. El padre, la madre, los abuelos, una catequista, una tía, el párroco, un vecino, quién sabe…
(…) Nuestros hijos nos miran continuamente; aunque no nos demos cuenta, ellos nos observan todo el tiempo e intentan aprender. Los niños nos miran: es el título de una película de Vittorio de Sica del ’43. Buscadla. (…) Los niños conocen nuestras alegrías, nuestras tristezas y preocupaciones. (…) Se dan cuenta de todo y, puesto que son muy, pero muy intuitivos obtienen sus conclusiones y enseñanzas. Saben cuándo les hacemos trampas y cuándo no. Lo saben. Son listísimos. Por eso, una de las primeras cosas que os quiero decir es: cuidadles, cuidad su corazón, su alegría, su esperanza.
Los “ojillos” de vuestros hijos poco a poco van memorizando y leyendo con el corazón de qué modo la fe es una de las mejores herencias que habéis recibido de vuestros padres y de vuestros antepasados. Se dan cuenta. Si vosotros les dais la fe y la vivís bien, se transmite. Mostradles cómo os ayuda la fe a seguir adelante, a afrontar los muchos dramas que vivimos, no con una actitud pesimista sino confiada, ese es el mejor testimonio que podemos darles. Es otra manera de decir: “Las palabras se las lleva el viento”, pero lo que se siembra en la memoria, en el corazón, permanece para siempre.
Otra cosa. En varios lugares, muchas familias tienen una tradición muy hermosa y es ir juntos a Misa y después ir al parque, llevan a sus hijos a jugar juntos. (…) En mi tierra esto se llama dominguear, “pasar el domingo juntos”. Pero nuestro tiempo es un poco complicado para hacer esto, porque muchos padres, para poder dar de comer a su familia, tienen que trabajar incluso los días festivos. Y eso es complicado. Yo siempre les pregunto a los padres, cuando me dicen que pierden la paciencia con los hijos, lo primero que les pregunto es: “¿Pero cuántos son?”. “Tres, cuatro”, me dicen. Entonces les hago una segunda pregunta: “¿Tú juegas con tus hijos?”. (…) Tened esto en mente: jugar con los hijos, “perder el tiempo” con los hijos también es transmitir la fe. Es la gratuidad, la gratuidad de Dios.
Una última cosa. (…) Transmitid la fe educando en la solidaridad, en las obras de misericordia. Las obras de misericordia hacen crecer la fe en el corazón. Esto es muy importante. Me gusta poner el acento en la fiesta, en la gratuidad, en buscar a otras familias y vivir la fe como un espacio de disfrute familiar. (…) No hay fiesta sin solidaridad. Igual que no hay solidaridad sin fiesta, porque cuando uno es solidario, está contento y transmite su alegría.
Soy Valeria, madre y catequista. Usted nos ha enseñado que para educar a un joven hace falta una aldea educativa. Nuestro arzobispo también ha abogado por la colaboración entre los educadores. Queríamos pedirle un consejo para poder abrirnos a un diálogo y a una confrontación con todos los educadores que tienen relación con nuestros jóvenes…
Yo recomendaría una educación basada en pensar-sentir-hacer, es decir, una educación con el intelecto, con el corazón y con las manos, los tres lenguajes. Educar en la armonía de los tres lenguajes, hasta el punto de que los jóvenes, los chavales, puedan pensar en lo que sienten y hacen, sentir lo que piensan y hacen, y hacer lo que piensan y sienten. No separar las tres cosas, sino las tres juntas. No educar solo el intelecto: eso es dar nociones intelectuales, que son importantes, pero sin corazón ni manos no vale, no vale. La educación debe ser armónica. (…) Nunca educar solo, por ejemplo, con las nociones, con las ideas. No. El corazón también debe crecer en la educación; y también el “hacer”, la actitud, la manera de comportarse en la vida.
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