¿Qué pinta Franco Nembrini, profesor enamorado de Dante, tomando té con el compositor contemporáneo más famoso del mundo? Crónica de un encuentro conmovedor «entre hermanos», contada por un testigo directo que, de alguna manera, lo ha propiciado
Conocí a Irina hace dos años. Es una profesora de Tallin, Letonia. Había leído la traducción al ruso de El arte de educar, de padres a hijos, el libro de Franco Nembrini que recorre los pasos de Educar es un riesgo, de Giussani, en su larga experiencia concreta de enseñanza. Irina se sintió muy provocada y buscó la forma de contactar con el autor para que fuera a dar una conferencia en su ciudad. Franco no podía y fui yo en su lugar. Así empezó una amistad sorprendente que me llevó, entre otras cosas, a conocer a uno de los gigantes de la cultura contemporánea: Arvo Pärt, el compositor contemporáneo más famoso del mundo. Pero vayamos por orden.
El segundo encuentro con Irina fue el pasado mes de abril en Vilnius, donde la habíamos invitado a asistir a una conferencia pública de Julián Carrón en la universidad de Vilnius. En esa ocasión conoció en persona a Nembrini. Finalmente, en noviembre, Franco y yo fuimos a verla a Tallin, donde Irina había organizado una serie de encuentros con “su gente”, sus amigos.
Hace unos años, con un grupo de profesores y padres, había participado en la fundación de una escuela de ideario religioso en uno de los países “más ateos” de Europa. «Queríamos educar a nuestros hijos según las enseñanzas de la fe ortodoxa», cuenta Irina. Así nació la escuela primaria San Juan Bautista. Irina nos presentó a sus colegas de trabajo, con los que ha nacido un diálogo intenso y una inesperada familiaridad.
También nos llevó a conocer a sus «amigos católicos»: un grupo de profesores que gestiona una escuela estatal. Con ellos descubrimos que desde hace unos años en Letonia los cristianos de las distintas confesiones se reúnen para ayudarse a hacer frente a la emergencia educativa. Se está convirtiendo en una costumbre empezar el curso escolar con una peregrinación a la que acuden protestantes, ortodoxos y católicos. Este año participó también el obispo católico Philippe Jourdan.
Luego, el imprevisto. Irina organiza, en pleno centro de Tallin, un encuentro público sobre Dante a cargo de Franco Nembrini. En una sala de estilo medieval, a medio camino entre un pub y una biblioteca, nos vemos rodeados de estudiantes, profesores y amigos de Irina. Está Ylar Ploom, que se está ocupando de la traducción de la Divina Comedia a la lengua estonia (en los años de la Unión Soviética se había publicado solo el Infierno). También está el joven obispo Philippe, muy cordial. Y luego está Arvo Pärt, el suegro de Irina.
Comentábamos antes que Pärt es una personalidad conocida en el mundo entero. Es el compositor de música contemporánea más interpretado en el mundo. Exponente de vanguardia del minimalismo y de la técnica experimental del collage. Desde su conversión a la ortodoxia en 1972 es el inventor genial de un nuevo lenguaje musical: el Tintinnabuli. Un método de composición que se reduce a poquísimos elementos, con una o dos voces. Un estilo a medio camino entre la monodia y la polifonía, sin ser ni la una ni la otra.
Las frases pintadas sobre un cartón. El compositor, que ha superado ya los ochenta, está allí en el auditorio, escucha con atención y asiente con la cabeza. Nembrini relata su encuentro con Dante, su diálogo con un hombre que habla con el deseo del corazón. Al final del acto, Arvo Pärt se levanta y va hacia él, lo abraza llorando y le dice: «You are my brother». Franco se queda sin palabras. Luego por sorpresa el maestro nos invita a ambos a su casa.
Al día siguiente Irina nos acompaña a casa de su suegro. El traslado da pie a nuevas preguntas sobre nuestra experiencia educativa como profesores. Pero no solo: acabamos hablando de la vocación, de los Memores Domini. Se la ve muy impactada, quiere saber más.
Al llegar, nos encontramos con una casita de madera en medio de un bosque a las afueras de Tallin. Nos reciben Arvo Pärt y su mujer, Nora. Nos enseñan su hogar: la casa es pequeña, hay varios iconos colgados en las paredes. En este lugar estos esposos viven como monjes, respetando momentos de silencio y oración.
Entramos en la pequeña habitación en donde el maestro compone. Tres metros por dos, un piano y unos iconos. Un gran cartón con frases en ruso y estonio, escritas a mano con un rotulador. Le pregunto qué significan esas frases y el maestro nos mira con sus ojos de niño grande: «Estas son las palabras que me han salvado la vida. Las frases que me devuelven el deseo de vivir cuando lo pierdo. Son las frases de los salmos, de los santos y los padres de la Iglesia». Pärt compone delante de esos iconos, delante de esas frases. Una de ellas recita: «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito».
Pasamos juntos dos horas maravillosas. Franco le pregunta qué le había pasado el día anterior, por qué se había echado a llorar. El maestro le pide a Nora que responda, se lo pide a ella que no estaba en el encuentro. Nora sonríe: «Cuando volvió a casa Arvo estaba radiante. Tan conmovido como no lo veía hace años. Nos convertimos los dos hace cuarenta años leyendo a los Padres de la Iglesia. Ayer Arvo, escuchando esas palabras, experimentó la misma conmoción. Seguía repitiendo: “El Paraíso se ha vuelto a abrir ante mí”». Pärt añade: «Lo que ayer escuché sobre Dante es música: me reconocí totalmente reflejado en lo que estaba escuchando».
Uno más uno, tres. Volvemos a hablar de la Divina Comedia y el maestro recuerda que de joven solo había leído el Infierno: «Me dijeron que era la parte más importante… Y quizás en aquel momento era la que más podía comprender, porque durante cincuenta años tuve experiencia de lo que es el infierno…». Y Nembrini añade: «Si se conoce el Paraíso se entiende mejor lo que se ha leído antes…». Y sigue: «El Infierno es un lugar lleno de ruido, de gritos horribles. El Purgatorio es el lugar de la palabra. Y en el Paraíso solo se oye música. Es un diálogo continuo entre voces y coros que se entrelazan. A menudo hay dos coros que se alternan». El maestro escucha, su mujer Nora observa: «Para Arvo el número 2 es fundamental. Escribió que el número mínimo de la existencia es el 2: para él 1+1=1». La matemática salta por los aires y Nembrini disfruta como un enano: «Para Dante el Paraíso es luz, música y movimiento. Explica de esta manera la Trinidad: para él 1+1=3. Porque el amor genera siempre, no es estéril».
Luego empiezan a preguntar por nosotros y por nuestra experiencia. Le cuento cómo el camino de la fe es un gran recurso para mis clases como profesor. Por ejemplo en esa ocasión cuando me llevan a un alumno que le había dado un puñetazo a un compañero. Le pregunté: «¿Has solucionado así los problemas que tenías?». «No profesor, me siento como un perro». En ese momento entendí que había un resquicio por donde entrar en relación con ese chico. Veo que Pärt se conmueve otra vez: «Estas cosas me hacen temblar…».
Para despedirnos el maestro se levanta, nos abraza a cada uno y nos bendice: «Somos hermanos». Repite: «¡Hermanos!». Miro a Irina que observa en silencio y pienso: «Cristo está dando testimonio de sí en cada uno de los que estamos aquí».
De camino hacia Tallin, ella vuelve a plantearme sus preguntas. «¿Cada cuánto veis a Carrón?». «¿Qué es la Escuela de comunidad?». En el aeropuerto nos despide emocionada: «Han sido días decisivos para mí. Tengo que retomar mi vida entera, hay muchas cosas que tengo que volver a considerar, quiero volver a empezar». Yo puedo decir lo mismo.
QUIÉN ES
Arvo Pärt nació en Paide, en 1935. Tras unas experiencias de vanguardia, se dedicó sobre todo a la música sacra. Aliinale (1976), luego Tabula rasa y Fratres (1977), junto con otras composiciones, han sellado su reconocimiento internacional. El Estado de Letonia le ha dedicado un centro de estudios para albergar su obra completa.
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