«Estaba enamorado de Rusia porque estaba enamorado de Jesucristo». Monseñor PAOLO PEZZI, arzobispo de la Madre de Dios en Moscú, explica cómo la experiencia del padre Scalfi late hoy en el corazón de la nueva Rusia
Verano de 1960: Minsk, Smolensk, Moscú, Zagosk, Nóvgorod. Luego Leningrado, Kiev y Leópolis. Las dos Volkswagen en donde viajan el padre Romano Scalfi, otros dos sacerdotes y cuatro laicos cruzan los inmensos espacios de la Unión Soviética. Es el primer viaje tras el Telón de acero del fundador de Rusia Cristiana. El objetivo es entrar en contacto con los cristianos locales. El sacerdote vuelve a Rusia durante diez años hasta que, en 1970, un guardia fronterizo le pregunta: «Señor Scalfi, ¿no se ha cansado todavía usted de visitar la Unión Soviética?». «Para nada. Al contrario, cada vez me gusta más». «Bien, quiero que sepa que es la URSS la que se ha cansado de usted». Durante veinte años no pudo volver. Sin embargo Rusia sigue acordándose de este sacerdote. Y hoy su ímpetu de apertura y de encuentro sigue vivo también en el corazón de la nueva Rusia. Lo testimonia el padre Paolo Pezzi, arzobispo de la Madre de Dios en Moscú: «¿Su heredad? Es más que patente, la vemos todos los días».
¿En qué sentido?
Me refiero a la presencia del centro cultural de la Biblioteca del Espíritu en Moscú. Porque por un lado esta iniciativa fue largamente deseada, querida y promovida por el padre Scalfi. Por otro, porque el centro cultural encarna su deseo de que en Rusia hubiera un lugar en donde católicos y ortodoxos, cristianos y no, fieles y ateos, pudieran encontrarse, dialogar, debatir. En este sentido, el centro cultural es su heredad más hermosa, el don que nos ha dejado y que sigue dando frutos.
¿Por qué es tan importante?
Al margen del número de iniciativas, que son muchísimas, se trata de un verdadero punto de esperanza para muchas personas en Moscú. Muchos de los que frecuentan ese lugar reconocen que allí es posible un verdadero diálogo. Lo cual es todo menos algo obvio. Y, sobre todo, lo reconocen como un espacio de encuentro entre personas.
¿Cuál fue su relación con el padre Romano Scalfi?
Lo conocí indirectamente a comienzos de los ochenta, a través de su revista. Luego nos visitó en Roma, en el Seminario de la Fraternidad misionera de San Carlos Borromeo. Desde que llegué a Rusia escuché asiduamente hablar de él por parte de personas que entraron en relación con Rusia Cristiana durante décadas. Personas que habían estado en los gulags, habían sido detenidos o ingresados en hospitales psiquiátricos, y de los que, sin la obra del padre Scalfi, nadie hubiera sabido nada en Europa. Vino a Novosibirsk en 1996 junto a Julián Carrón para presentar la exposición “De la tierra a las gentes”, la muestra del Meeting de Rímini sobre la difusión del cristianismo en los primeros siglos. En esa ocasión se celebró también un encuentro en la universidad sobre “La pretensión cristiana, Cristo en los Evangelios y en la tradición rusa”. A los jóvenes y a los profesores les llamó la atención que el padre Romano no hablara tanto de su obra como de la pasión por anunciar a todos la belleza de Cristo.
Tejió también relaciones importantes con las Iglesias orientales.
Una vez asistí a un encuentro del padre Scalfi con el cardenal Ljubomyr Huzar, arzobispo mayor de los greco-católicos. Scalfi no tenía miedo de entrar en el crudo debate sobre la cuestión de los “uniatas”, el tema que más nos distancia de la Iglesia ortodoxa rusa. Con Huzar, Scalfi puso de relieve toda la positividad de la tradición greco-católica. Tenía la capacidad de devolver todas las cuestiones espinosas a lo esencial, al corazón del problema. Como cuando recordaba un episodio que le contó el mismo padre Aleksandr Men’. Un famoso disidente ruso fue a ver a un sacerdote ortodoxo que le dijo: «Lo que haces está muy bien, no lo discuto. Pero yo no tengo tiempo para hacer estas cosas. Todo mi tiempo lo consumo en anunciar a Cristo». Se entendía que Scalfi contaba este diálogo para poner de manifiesto el corazón de lo que siempre había deseado. Esto era lo que llamaba la atención: que en cualquier circunstancia sabía volver a la pasión por Cristo y por la unidad de los cristianos.
¿Su testamento es una declaración de amor a Rusia?
Refleja el amor de toda su vida. Amó siempre a Rusia, a pesar de todo. A pesar de que le hubieran denegado el permiso para visitarla, a pesar de que Rusia alentara una idea de sí misma que se oponía radicalmente a Cristo… la suya fue siempre una declaración de amor apasionada y que tenía en cuenta las circunstancias en ocasiones no siempre favorables, por decirlo suavemente. Rusia se hace querer mucho, pero él solía decir: «No es que Rusia haya sido o será como la quisiéramos nosotros. Es la que es. La amamos tal como es».
¿De qué se había enamorado en su amor por Rusia? Y eso ¿qué clase de amor le pide a quienes vienen después de él?
Su amor era por la liturgia, la literatura, la filosofía y también por las personas. Él veía en todo esto un reflejo de Jesucristo. Estaba enamorado de Rusia porque estaba enamorado de Jesucristo. Este mismo amor tenemos que pedir todos nosotros.
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