Cinco años después, los arqueólogos GIORGIO Y MARILYN BUCCELLATI vuelven al país en guerra. Y narran el valiente trabajo de sus colegas, que arriesgan (y a veces dan) su vida para salvar la cultura. ¿Por qué está en el pasado la respuesta a la violencia de hoy?
Hace un mes estuvimos en Damasco, por primera vez después de cinco años de ausencia. Una ausencia impuesta por las circunstancias de la guerra, una guerra que por desgracia continúa. Pero incluso en este periodo tan trágico, nuestros colegas arqueólogos en Siria han permanecido muy activos, y el encuentro con ellos nos ha permitido actualizarnos con el enorme y valiente trabajo que han hecho y siguen haciendo. Ha prevalecido en ellos el tono de un desafío sereno en respuesta a otro desafío enloquecido, con una voluntad de salvaguardar los valores precisamente en el momento en que son negados en nombre de otros pseudo-valores. Ha sido un reclamo continuo a la necesidad de hacer frente con coraje y determinación a la violencia, apoyándose en esa fuerza interior que nace de la fe en los valores auténticos. En nuestro caso, los valores de la cultura del pasado tal como la conocemos por los monumentos en los que hemos estado excavando.
Nos venía a la mente el lema propuesto para el próximo Meeting de Rímini: “Lo que heredaste de tus padres vuelve a ganártelo para que sea tuyo”. Los sirios se están ganando su futuro. Y nuestros colegas arqueólogos lo hacen defendiendo y valorando el pasado, que en Siria, como en Europa, habla con una elocuencia impresionante. Son colegas de lo que nosotros llamamos la Superintendencia, es decir, la Dirección general de Antigüedades y Museos de Siria. En Siria viven y mueren, literalmente. A Khaled As’ad le conocen todos, es el director de Antigüedades de Palmira, un amigo muy querido que fue brutalmente asesinado precisamente por ser funcionario de este Departamento. Hasta otros quince funcionarios han muerto haciendo su trabajo. Pero son muchos los que siguen trabajando por toda Siria, a pesar de todo. También hemos constatado de primera mano lo profundo que es el vínculo que les une al director general, Maamoun Abdulkarim, una figura tan carismática en su patria como en el extranjero. Muchos son jóvenes y hablan con un entusiasmo profundamente conmovedor de su compromiso para quedarse, en la Siria de hoy y en la de mañana. Para ganarse su futuro.
Un punto firme. Lo hacen con una extrema profesionalidad, que siempre ha distinguido a este Departamento pero que ha emergido aún con más fuerza debido a la crisis. Que nosotros estuviéramos presentes en Damasco, con palabras vivas que podíamos intercambiar personalmente, y no solo con bonitas palabras enviadas desde lejos, ha servido a un objetivo muy válido. Junto a una quincena de colegas llegados desde toda Europa y Estados Unidos, hemos intercambiado informaciones técnicas y consideraciones metodológicas, con la profesionalidad propia de cualquier otro coloquio científico. Allí estaban presentes los arqueólogos y también algunos estudiantes jóvenes. Pero en ese contexto la profesionalidad asumía un tono que no hemos conocido en ningún otro encuentro de este tipo. Era el fruto de compartir el sentido de que la arqueología tiene un profundo valor humano. Había diferencias de opinión, había amargura, pero predominaba ante todo un sentido de que el pasado, salvado para el futuro, trasciende el saber como fin en sí mismo y ofrece un punto firme donde anclarse en caso de naufragio. Nuestros colegas sirios nos ofrecieron en Damasco el privilegio de hacernos sentir que formamos parte de esta tarea suya. Nos abrazaron con ese inimitable abrazo sirio que expresa el deseo de querer llevarte consigo dándose al mismo tiempo a sí mismos.
Nos encontramos también con los jóvenes arqueólogos de “nuestra” región y hablamos largo y tendido de ese lugar tan nuestro, que nos fue imposible visitar. Desde el principio de nuestro trabajo en Urkesh nos habíamos propuesto, ¡sin saberlo!, el lema del Meeting de este año: ¡ganarse el pasado! Porque sabíamos que el futuro nos esperaba, aunque nunca habríamos podido prever este trágico momento actual. Y de esa experiencia hablamos en Damasco. Hablamos de nuestra voluntad de implicar a la comunidad local, empezando por nuestros trabajadores, sensibilizándoles sobre su historia local y sobre el valor de la arquitectura y de los objetos que había donde estábamos excavando. Queríamos contribuir con estas comunidades locales de la manera más tangible.
Modelo. Cuando empezó nuestro proyecto, la escuela era una habitación con poca luz y un techo con goteras. Construimos una escuela nueva. No era un palacio, pero tenía dos salas con un techo nuevo y grandes ventanas que dejaban pasar la luz. Afortunadamente, pocos años después el Gobierno construyó escuelas todavía mejores tanto allí como en otros pueblos de la zona.
Otro ejemplo: contratamos a personas con discapacidad y hablamos con ellos y con sus familiares y amigos sobre qué tipo de trabajo podían realizar de una manera segura. Incentivamos el trabajo artesanal de las mujeres pensando en un posible parque eco-arqueológico. Etcétera. De todo esto hablamos en Damasco, presentándolo como un posible modelo de esa nueva vida a la que la arqueología puede contribuir. Un modelo que nuestros colegas mostraron desde otros muchos puntos de vista.
Queremos detenernos en dos intervenciones en concreto, que nos parecieron especialmente interesantes.
La primera es la de nuestro colega en la Universidad de Varsovia, Bartosz Markowski. Su presentación se centró en la gran tradición del pueblo polaco en Palmira. Durante las excavaciones del lejano año de 1977, la misión polaca encontró la gigantesca estatua de un león, símbolo de una divinidad pre-islámica llamada Alat, equiparable a Atenea. La estatua estaba hecha pedazos y fue restaurada en dos etapas sucesivas, siempre por el equipo polaco. La pusieron en un lugar destacado a la entrada del museo y así fue como se convirtió en un objetivo fácil para la destructora violencia del llamado estado islámico, que la dejó reducida a pedazos aún más pequeños que en la antigüedad. Cuando Palmira fue recuperada, el Departamento actuó para que Markowski pudiera volver cuanto antes al lugar para recuperar todos los fragmentos de la estatua y de otras que también habían sido destruidas en el mismo museo, llevándolas a Damasco para una restauración posterior. La intervención de Markowski durante nuestro coloquio presentaba un relato detallado de los aspectos técnicos de toda la historia, con una rica documentación, de la que podemos citar aquí algunos ejemplos por gentileza del propio Markowski. Pero justo cuando iba a comenzar su intervención llegó la noticia de que Palmira había vuelto a caer. Es fácil imaginar el estado de ánimo que aquello suscitó en todos los presentes…
Una segunda intervención que nos conmovió profundamente fue la de Ma’lula. Se trata de un pequeño centro no muy lejos de Damasco, de hecho entra en la jurisdicción del distrito departamental que se ocupa de todo el territorio circundante. La población es cristiana y habla un dialecto arameo muy cercano a la lengua habitual en Palestina en los tiempos de Jesús, también porque hay un gran número de iglesias, entre ellas un monasterio dedicado a santa Tecla (a la que, entre otros, estaba dedicada la iglesia sobre la que se levantó el Duomo de Milán). Cayó en manos de los opositores al Gobierno en diciembre de 2013 y fue reconquistada por las tropas gubernamentales en abril de 2014. La intervención de nuestro colega Mahmoud Hamoud, director del distrito departamental correspondiente al territorio de Damasco, ilustró con gran elocuencia la terrible destrucción de casas e iglesias durante aquellos cuatro meses, y el trabajo de restauración que empezó después. Las imágenes, que debemos a su generosidad, ilustran algunos momentos de esta historia tan reciente. Hablan por sí solas. Pero debemos destacar sobre todo dos. La primera muestra la ciudad como era antes de la destrucción: con las cruces iluminadas a la hora del ocaso, proclama una fuerte presencia cristiana, capaz de expresarse con toda libertad y visibilidad. La segunda es de 2015: arriba, a la derecha, una gran estatua de la “Señora de la Paz”, como dice la inscripción en árabe a sus pies; y debajo, en la roca, una cruz con una inscripción en árabe que dice “luz del mundo”.
“Artecidio”. En ellas podemos leer un símbolo de lo que decíamos al principio. Una estatua precedente había sido destruida en 2013. La nueva no es solo un volver a ganarse el pasado. Es una fortísima afirmación de que este pasado, ganado de nuevo, es el futuro. Hay, tanto en la historia de Ma’lula como en el modo en que fue documentada en Damasco, un modelo sobre cómo hacer frente a esa ideología de la violencia que vemos tan tristemente aplicada contra las casas e iglesias de Ma’lula. Dentro de una dimensión tan sistémica, esta violencia trata de convertir a Siria en una Auschwitz de la cultura, un “artecidio” que pretende acabar con los fundamentos mismos de la gran cultura siria. No es la violencia de la pasión descontrolada. Es la violencia de una idea que rechaza fríamente la posibilidad de que pueda existir otra idea distinta. No basta con matar al hombre, hay que matar el artefacto. Así se le quita al grupo social las coordenadas de base sobre las cuales poder construir su identidad. En este sentido, el ataque a Siria supone una nueva y horrible tragedia.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón