PUERTO ESCONDIDO
Y Aldo se hizo pescador de hombres
Cn algunas ocasiones el sol de una postal que llega desde el mar ilumina hasta el invierno más frío. Como nos ha pasado a nosotros en via Boccea, en Roma. Un rayo de sol mexicano que calienta aunque nos llegue a través de una postal. Quien escribe es Rubén, un seminarista de tercer año que está actualmente en México viviendo una experiencia misionera y de formación. Además del sol y la arena de Puerto Escondido nos envía la historia de Aldo, un amigo suyo que conoció hace algunos meses. «En apenas diez días Paolo y yo hemos hecho el coast to coast para estar con algunos amigos que acabamos de conocer en las vacaciones de universitarios hace un par de meses. El Océano pacífico nos recibió con sol y con un invierno de 35 grados. Hemos podido estar con Aldo (el chico que íbamos a ver) y sus amigos, pescando y pasando por las ascuas lo que nos ofrecía el anzuelo. Caminan descalzos y tienen el mar en el alma. Para ellos es normal tirarse al agua y sumergirse varios metros para desenganchar las redes que se quedan en el fondo. El Señor empezó con pescadores como ellos, que no tenían nada, ni siquiera zapatillas. Nada, excepto el corazón que todos tenemos y que puede reconocer y seguir lo que desea cuando lo ve pasar. Aldo había quedado sorprendido por lo que había visto en las vacaciones de noviembre (vino sin conocer nada del movimiento y poco de la Iglesia), tanto, que, al volver a Puerto Escondido, se lo contó a todos sus amigos. Nos dijo: “Quiero decírselo a todo el mundo, porque sé que es lo que mis amigos están buscando. Me encantaría que vinieran también ellos a las próximas vacaciones”. Al entrar en la tienda que está enfrente de la de Aldo, la dependienta nos reconoció: “Vosotros sois los chicos que Aldo conoció en el retiro”. Parece que el Señor sigue teniendo predilección por los pescadores».
Además de la sencillez de corazón de Aldo, en su carta Rubén nos habla de sus nuevos encuentros (éstos en la costa del Pacífico), todos conmovedores, que muestran la gracia de un verdadero inicio. Una velada de cantos con Olivero, que desde hace años sigue a los chicos de GS, un desayuno juntos a la mañana siguiente o el testimonio de Rubén que, con la ayuda del “pastor errante” de Leopardi, cuenta cómo conoció el movimiento. La última noche se reunen para cenar en casa de Olivero y vuelven a cantar Cambiar al hombre y Lasciati fare, «que describen con gran belleza y profundidad el encuentro con Cristo que hemos vivido y que deseamos también para ellos». Con el canto, los testimonios y la forma de estar juntos va creciendo el afecto de los chicos hacia quienes les hablan.
Rubén termina diciendo: «Esta siembra tan imprevista es un don que el Señor me está concediendo para que aprenda a buscarle, conocerle y amarle en las relaciones que vivo ahora. Estoy empezando a buscar a Cristo en el rostro de las personas que tengo delante aquí, en México. Esto no elimina el dolor, es más, lo anticipa y, quizás, lo alarga porque desde el primer momento reconozco que la relación que está naciendo no es mía, sino que me es dada para que afirme a Otro». El sacrificio de estar lejos de ciertos amigos se puede vivir sólo porque uno participa del mismo anhelo de Cristo: que todos sean alcanzados por el abrazo tierno y misericordioso del Padre. Esta es la vida entendida como misión. Con Cristo tenemos la certeza de que la persona que encontramos, aunque sea una sola vez, se nos da para siempre. Con Él nada se pierde.
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