Mil trescientos inscritos. Asambleas sin tema prefijado (la última, hace poco, con Julián Carrón), cursos, encuentros, visitas guiadas... Historia (contada por un protagonista) de un recorrido nacido hace tres años para ayudar a los que gestionan empresas sociales a ir a la raíz del propio trabajo, a partir de la experiencia
Ca’ Edimar es un oasis entre el asfalto y el cemento. La autopista a las espaldas, la tangencial a un lado, la cárcel Due Palazzi a trescientos metros, casas diseminadas por el campo. Hace diez años, en esta franja de la periferia de Padua, sólo había casas de campo abandonadas: en la actualidad estas granjas han sido reconstruidas con cuidado y otros edificios nuevos han surgido en torno a un patio. Allí late la vida de una “casa-familia” compuesta por dos núcleos en torno a los que giran un centro de acogida para menores en situación de riesgo, una escuela, un cobertizo con laboratorios, la “villa de los oficios”, en la que hay un taller de zapatería que destila olor a cola, y la “bodega musical”, con un estudio de grabación. Y los salones, las cocinas, la capilla, un vaivén continuo de gente contenta.
«Os recomiendo que sea una obra que la ciudad pueda ver», dijo don Giussani cuando estuvo en Padua. Hoy miras alrededor y ves el prado limpio, los baños sin una pintada en las paredes, el ímpetu de los chavales en los fogones, el cuidado con el que se recuperan las tejas y las vigas de los cobertizos, el orden de una gran estructura donde todo es bonito. Mario Dupuis, que comenzó Ca’ Edimar (una realidad que se ha ramificado por todo el Véneto abarcando también los sectores de la formación, de la orientación y de la ayuda al estudio) deja las cosas claras: «Aquí no había proyectos ni objetivos que alcanzar, nada. Hemos seguido una experiencia, las ocasiones que la realidad nos ponía delante. Un camino de conocimiento, no la aplicación de un comportamiento exacto. No queríamos ni siquiera hacer una obra de caridad, nos la hemos encontrado entre las manos».
Poner en el centro la experiencia. No es un método que haya que dar por descontado. Pero es el mismo método seguido en la Escuela para obras de caridad promovida por la Fundación para la subsidiariedad y por la Federación de empresas sociales de la CdO, de la que es responsable Dupuis desde 2005. Una escuela y, por tanto, un trabajo, un recorrido. «Es lo bonito de este reto: que nada está preconstituido porque, como decía don Giussani, actuar por puro amor es inimaginable como esquema a aplicar». La escuela está compuesta de cursos básicos, cursos especializados (por áreas de intervención y por nivel de los trabajadores) y visitas guiadas. Consta además de un ámbito en el que se entra en el detalle de los problemas específicos, y en el que aquel que lleva a cabo las obras es a la vez profesor y alumno.
La amplitud del deseo
Merece la pena seguir el recorrido de los últimos años. En 2005 el tema de la escuela fue: «La primera caridad es la educación». «Ese año abordamos un punto fundamental, que es fuente de ambigüedad», cuenta Dupuis, «es decir, que se hace la obra para responder a una necesidad. Con el tiempo hemos empezado a comprender que esta respuesta es la circunstancia a través de la cual puede que emerja otra cosa. No se hace la obra sólo para responder a una necesidad particular: a la larga no lo consigues, porque la verdadera necesidad es infinita, y no logras responder a ella. Es el drama de muchos que están cansados, desmotivados y agotados por la dureza de la realidad cotidiana». La vida está ya de por sí llena de problemas, ¿por qué ocuparse de los problemas de los demás?
Responde Dupuis: «A través de la necesidad de la persona que tengo delante, de un discapacitado, de un anciano sin hogar, de un chaval sin familia, me encuentro en realidad con una persona, con un “yo” que desea que alguien le despierte a la verdad de sí mismo. Yo mismo redescubro todo el alcance de mi deseo. Por eso la primera caridad entre nosotros es la educación. Hemos pasado de mirar la necesidad a mirar a la persona». Se explica de esta forma un fenómeno que no tiene igual: «A menudo se produce un elevado abandono de los trabajadores, gente estresada por la presión de las cosas, desilusionada ante la enormidad de las necesidades, o simplemente personas cuyas razones se han vuelto áridas después de años de trabajo. En cambio en muchas de nuestras obras no existe este deseo de huir. Quiere decir que no estamos determinados por la cantidad de cosas que hacemos. Ante una necesidad ilimitada, hace falta una caridad ilimitada. Hace falta Dios. Lo nuestro es sólo un intento irónico de imitarle».
En 2006 la escuela profundizaba en este paso: el título era «La necesidad, paso hacia el infinito». Un desarrollo del recorrido que había comenzado en los meses precedentes. «Hemos profundizado en el origen de las obras, en el hecho de que la obra es una empresa que vive de hechos concretos, de balances, de financiación, de gente que trabaja. Aquí hemos dado un paso más», explica Dupuis. «Hemos comprendido que no existe un punto de partida teórico y mientras los problemas van por otro lado. Esta es una posición ambigua. Es como si pensáramos que nuestras obras son preciosas y que, como tenemos las espaldas cubiertas por la organización, debemos hacerlas aunque no tengamos dinero. Mi intervención está marcada por aquello que puedo hacer: ayudo a los que puedo, lo demás lo ofrezco. Este límite no es asfixiante, sino el punto en el que comprendo a qué estoy llamado verdaderamente. De esta forma, el deseo de volver a los orígenes se ha convertido en el juicio sobre todos los aspectos particulares de la obra. No hay soluciones preconfeccionadas, todas las posibilidades están abiertas».
Un boom inesperado
La Escuela 2007, concluida el pasado febrero con la asamblea con Julián Carrón, marca una tercera etapa. «La caridad en la raíz de la necesidad del yo». Los inscritos en la formación básica han sido mil trescientos, un boom inesperado (los años anteriores oscilaban entre setecientos y ochocientos). Apunta Dupuis: «Las razones de este crecimiento son dos. La primera es que hemos inaugurado las conexiones por videoconferencia con una serie de ciudades del centro y del sur de Italia, lo que ha permitido la participación de muchos que no podían venir a Milán». En 2008 estarán conectadas también Perugia, Porto San Giorgio, Pescara, Nápoles, Bari, Brindisi, Foggia, Lecce, Taranto, Lamezia Terme, Palermo y Catania. «El otro motivo es que se han inscrito muchas personas que no trabajan en una obra, pero que hacen caritativa». Una cuestión interesante que ha servido para clarificar un tema de gran importancia: «Ha sido útil que haya venido toda esta gente, porque nos ha permitido precisar que la caritativa no es la asistencia que se presta a una obra. Por el contrario, el objetivo (al que Carrón nos empuja siempre con vigor) es educativo: aprender la gratuidad, ser educados para compartir, no sólo “ayudar a la obra”. Y el lugar donde llevar a cabo esta verificación es la Escuela de comunidad. Por eso hemos decidido que desde este año sólo podrán inscribirse en la Escuela de las obras las personas que trabajen en ellas, no quienes hacen la caritativa».
Recorridos y preguntas
En la Escuela de las obras de caridad confluye una riqueza de experiencias formidable. Están las familias de la Cometa de Como, una «ciudad en la ciudad» en la que abundan los chavales a los que alguien les ha dicho por primera vez: «tú vales». Están las Hermanas de la caridad de la Asunción de vía Martinengo, implicadas en el drama de las familias de un barrio de la periferia de Milán. Y las cooperativas sociales del grupo Pinocchio, que en la rica Franciacorta de Brescia se dedican a la reinserción de presos, toxicómanos, enfermos psíquicos y marginados. O la imponencia del Banco de Alimentos, y muchas experiencias más. Un espectáculo de personas en las que se ve que la caridad no es un pensamiento, una inspiración buena, un impulso generoso.
Cada realidad tiene su recorrido profesional y sus preguntas. ¿Por qué tantas obras terminan siendo sólo asistenciales? ¿Somos unos fracasados si no conseguimos liberar de su mal a la gente a la que asistimos? ¿Para qué sirve ayudar a uno que sabes que no se curará nunca? ¿Cuál es la relación con la política y las instituciones? Muchos interrogantes y muchas experiencias de las que aprender. Walter Sabattoli (Pinocchio) cuenta que el recorrido profesional significa muchas veces descubrir que ciertos males no pueden ser eliminados y que es necesario aprender a convivir con ellos.
Nada de recetas
Sor Gelsomina Angrisano testimonia que la experiencia de las familias en dificultad es la que modela la forma de la obra. Stefano Giorgi (In-presa) explica que una gran idea puede afirmarse incluso dentro de leyes estrictas. Marco Lucchini (Banco de Alimentos) cuenta que, aunque uno acepte las reglas de la política, puede a la vez moverse para cambiarlas, para que la política llegue a ser lo más subsidiaria posible.
Ningún experto que explique teorías, sino la reflexión sobre una experiencia. Un método que este año, en la Escuela que comenzará el próximo 17 de mayo (y que tendrá por título «La caridad siempre será necesaria»), es llevado a su consecuencia última: los encuentros formativos de base estarán todos centrados en obras sociales concretas. «No testimonios genéricos», puntualiza Dupuis, «sino la descripción de todo el recorrido de la obra, desde el origen al desarrollo, pasando por su disposición jurídica, por su presencia caritativa, cultural o política. Hemos pedido que expliciten sus dificultades, sus problemas, sus puntos fuertes y débiles. Porque queremos partir del límite, de la pregunta inquieta que llevamos dentro de nosotros. Aquí no se dan instrucciones de uso».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón