Entrevista a Daniel Burman, joven director judío, premio “Robert Bresson” en 2008 «por indagar la condición humana». La observación como trabajo y una corriente de simpatía hacia los personajes que aparecen en tus obras porque «sin piedad hacia el otro no lo podemos comprender verdaderamente»
Daniel Burman es un artista cinematográfico perteneciente a la última generación de directores argentinos. Es joven y vital: con tan solo 36 años tiene en su haber una decena de películas. Esperando al Mesías, una de sus primeras obras, sondea la difícil vida de un joven hebreo. Porque Daniel Burman es judío, un director judío sobre el cual el Vaticano posó su mirada hace ya tiempo. Hasta que en septiembre de 2008 le otorgó el premio “Robert Bresson”, un reconocimiento que ostenta ilustres antecesores como el portugués Manoel De Oliveira, el italiano Giuseppe Tornatore, el alemán Wim Wenders, el griego Anghelopulos, el polaco Zanussi… entre otros. La motivación, además, es del tipo de las que generan compromiso: «por indagar la condición humana y por testimoniar en sus trabajos cinematográficos la búsqueda del significado de la vida».
¿Cuál es, para Burman, esta condición humana?
La respuesta la encontré en un relato del Talmud, uno de los libros más importantes del pueblo judío. En un punto hay una gran discusión entre Rabinos respecto a un pasaje del “Bereshit” (???????????) que significa «en el principio». Después del lío que se armó con la manzana, Dios por primera vez habla al hombre (hasta ese momento no lo había hecho) y lo primero que hace no es retarlo; le dice aieca (???????), que significa “¿dónde estás?” (Gen 3, 9). En ese momento Adán, desnudo, estaba escondido detrás de un arbusto. Es curioso porque nosotros pensamos que para Dios, que todo lo ha hecho y todo lo ve, no debía ser un secreto la ubicación de Adán. Y entonces, por qué pregunta: “¿dónde estás?”. Durante muchos años los comentaristas se volvieron locos para entender y explicar la causa de la primera frase de Dios hacia el hombre que fue “¿dónde estas?”, y no “¿qué hiciste?”. Después de un rato Adán, el hombre, salió de detrás del arbusto y se excusó de lo que había hecho diciendo que todo fue por culpa de la mujer que Dios le había dado y la mujer culpó a la serpiente y la serpiente al huevo. La conclusión a la que se llegó después de estudiar mucho el texto, es que Dios le preguntaba a Adán y le sigue preguntando al hombre: ¿dónde estás parado? Es como si después de cada acto de tu vida –más allá de lo que hagas– tuvieras que responder a la pregunta “¿dónde te has parado?”. Todos los días, independientemente de sus creencias, uno debería responder a esta pregunta. Lo que escribo y lo que hago con mis películas, de alguna manera, es decir “dónde estoy”. Le cuento a Dios y al hombre –que es su reflejo– dónde me he parado.
¿De dónde te viene esta manera de enfocar la vida?
Lo que más me marcó en la vida es la observación. Observar al otro, reconocerme en él y reconocerlo, ver cuán parecidos somos por más que parezcamos tan diferentes. Reflejarse en el otro a pesar de ser muy diferente provoca una sensación de paz y de compañía. Alivia la soledad esencial que traemos cuando nacemos. La observación es también mi trabajo, me permite construir un personaje; todo lo que hacen mis personajes lo puede hacer alguien o lo hizo ya alguien. Si uno me dijera: vamos a ver una película turca de un pintor que vive en una isla solo y pinta con las uñas de un ganso, yo diría: «Uff… ¡qué aburrido! ¡No! Cuéntame la vida de un tipo que trabaja en el Banco Ciudad hace 10 años y que hace siempre el mismo trabajo y trata de mantener viva a su familia y renovar el afecto con su mujer, construir su paternidad, criar a sus hijos…». En lo cotidiano se esconde el verdadero heroísmo; no hay nada más fácil que ir a salvar las ballenas a Australia. Es mucho más fácil educar a un pingüino que educar a un hijo, es mucho más difícil responder a una pregunta de nuestros padres, de nuestros hijos que responder a la pregunta de un periodista. En lo cotidiano, en lo cercano, en lo minimal, en lo diario, están los grandes misterios y las grandes soluciones. Yo desconfío mucho del heroísmo hacia “los lejanos”. En El abrazo partido hay una frase que me gusta mucho; no es mía –es de Marcelo Birmajer, el coguionista– por eso la cito sin pudor. Para el que no ha visto la película, trata de un padre que en la guerra de los 6 días se va a Israel a luchar por un ideal; pero luego, cuando llega allí, conoce a otra mujer y forma otra familia. Cuando el padre vuelve, después de muchos años, el hijo le dice: «Vos te fuiste a salvar a todos los judíos del mundo y no pudiste salvar a uno solo». Esos dilemas morales son muy complejos; la tentación de salvar al mundo a veces –a veces– puede enmascarar un deseo de huída…
Esta «pregunta eterna y permanente» como la llamaste en una ocasión, se puede traducir en otra: ¿quién sos?, ¿a quién pertenecés? Es la cuestión de la identidad, muy importante en tu producción. De ahí viene toda la importancia que vos le das al tema del vínculo, de la relación fuerte, constitutiva, por ejemplo, la que se da entre padre e hijo, que profundizás en El abrazo partido y en Derecho de familia. El judaísmo respondería: pertenezco a un pueblo, que Dios ha elegido, pertenezco a la tradición de este pueblo. ¿Te satisface esta respuesta?
No, no me alcanza. Ojalá me alcanzara, sería mucho más fácil. Creo que el concepto de “pueblo elegido” si no se entiende como una metáfora, si se entiende como un pueblo elegido en función de otros que no son elegidos, abre paso a un gran error. El hecho de tener una misión no implica que otros no la tengan. La del “pueblo elegido” es una cuestión mucho más compleja que la literalidad que a veces surge de esa expresión y que puede tener consecuencias negativas. Yo creo que es importante convencerse de la falacia del libre albedrío. Lo que hacemos es un camino que quizás no llegue a ninguna parte, a ningún lugar. En ese sentido el destino es el camino, pero el recorrido lo hacemos nosotros; a veces vivimos con la tentación de elegir entre esas dos posturas cuando, en la realidad, conviven bastante armónicamente.
Toda tu producción está atravesada por una corriente de simpatía hacia los personajes que aparecen en tus obras. «Para mí, el humor en un relato es como la ventilación de un edificio... El oxígeno para poder atravesar la historia y llegar al final». Me parece que este humor, así como lo definiste, es algo más que una ironía. Vos, en una entrevista anterior, usaste una palabra diferente, extraña en la boca de un director de cine: piedad. Es un humor que lleva adentro una piedad hacia los personajes, hacia los hombres; un humor piadoso.
No sabía que lo había dicho…
… pero lo dijiste. Exactamente fueran estas tus palabras: «Sin piedad hacia el otro no lo podemos comprender verdaderamente. Creo que la piedad es un instrumento de análisis necesario incluso antes que una actitud religiosa».
No creía haberlo dicho tan bien pero estoy muy de acuerdo. La piedad es una manera de acercarse al otro, sin duda; la piedad permite comprender al otro y, además, cuando uno es piadoso con el otro también es piadoso con uno. El límite entre la ironía y el cinismo es inmanejable, el cinismo es algo que trato de alejar de mis películas y el humor que yo veo es el humor de la vida cotidiana. Nos levantamos y todo el día hay expectativas de pérdida, perder nuestros afectos, perder nuestros trabajos, perder el tiempo… la única manera de revertirlo es con humor, pero con humor en el sentido de ver el otro costado de este humor, de verle el reverso y ver la ganancia que significa estar vivo cada día y ver los pequeños detalles, los pequeños movimientos vitales que hacemos para sobrellevar ese miedo básico existencial que es el miedo a la vida. Me refiero a las pequeñas cosas que hacemos para acercarnos a los otros, para que el otro nos quiera, para que nos amen. Lo que busco cuando hago una película es que una persona que entre a verla salga apenitas un poquito mejor que como entró; si eso sucedió fue un hecho positivo en la vida de esa persona. Con lo cual soy bastante cuidadoso en la elección de las imágenes y de las palabras porque para sufrimiento y para pérdida ya está la vida que es gratis y no hay que pagar entrada.
Cuando nos encontramos te pregunté cuáles eran los directores que más admirabas. Para mi sorpresa, citaste repentinamente solamente dos: Pier Paolo Pasolini y Federico Fellini…
…y Truffaut…
…Sí, François Truffaut, francés.
Cuando te mencionaba a Fellini, y sobre todo a Pasolini, pensaba en cómo este segundo observaba la dinámica profunda del poder y en cómo se ejerce, en cómo influye sobre la vida cotidiana en un tiempo determinado. Esta dinámica no es transparente, es más, diría que se oculta detrás de conflictos que no son los principales. Se hace transparente cuando salen a la luz dilemas morales esenciales, existenciales. Y así, después, ciertas respuestas se masifican y ya no son un dilema, porque son de tantos que ya no son de nadie. Posarse sobre esos pequeños dilemas morales –que a la vez son esenciales en la vida cotidiana– es lo que marca una diferencia. Cuando construyo un héroe siempre me pregunto en qué momento de la vida está, en qué “transición” está; me interesan mucho las transiciones de la vida, que son los puntos, los momentos donde esos dilemas morales toman tensión.
Cuándo hablás de dilemas morales, ¿en qué pensás?
Los dilemas morales tienen que ver con elecciones de la vida cotidiana que son tremendamente transparentes. Lo decía antes: cuando un hombre elige un ideal de máxima –el padre que va a la guerra para salvar a los judíos– y pierde la relación con su hijo, el amor y la pasión, es un dilema moral. Es una cuestión que tiene una profundidad tremenda. La mayoría de las veces las personas no deciden qué parte del dilema van a elegir; son elegidas por la corriente, por la naturaleza de un tiempo. Por ejemplo qué valoro más, si mi trabajo o el tiempo con mi familia… hay una multiplicidad de dilemas morales que no son los dilemas morales de los titulares de los diarios, que no se juegan en una decisión entre el bien y el mal en su más extrema expresión, lo cual sería muy fácil de dirimir. Yo hablo de los dilemas morales de la cotidianeidad, aquellos en los que se posaban Pasolini y Truffaut expresándose con mucha sencillez pero a la vez con mucha profundidad.
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