«SOIS ESPECIALES EN UN MUNDO NORMAL»
Quería contar un hecho que me pasó hace unos días en mi clínica. Soy veterinario y curo animales. Dios ha querido que me ocupe sobre todo de perros y gatos y, junto a mi mujer, también ella veterinaria, abrimos una clínica veterinaria. En torno al mes de mayo de 2015, vino a la consulta una pareja homosexual con una perrita que acababan de adoptar. Estaban visiblemente avergonzados pues ni siquiera sabían cómo tomarla en brazos, cómo ponerle la correa, cómo darle de comer… Incluso un día me preguntaron si se podía hablar con los perros, porque ambos lo hacían. Por protocolo, a los cachorros se les ponen tres vacunas separadas por plazos de veintiún días, por lo que en ese periodo nos vimos varias veces y nos conocimos. Uno de ellos estaba más unido a Amy, la perrita. Era el más joven de la pareja, un chico muy divertido y jovial. Cuando entraba en la clínica casi se notaba una alegría, una ironía, daba gusto hablar con él. La visita de Amy duraba cinco minutos, el resto de la hora hablábamos de todo. Durante la última visita antes del verano, alrededor de julio, me dijo que se dedicaba a la moda en Roma, que tenía un buen trabajo y un compañero, pero que no era feliz. Decía: «Es como si me faltase algo, es como viviera defendiéndome, a partir de una reacción de defensa, y eso no me hace feliz. Es más, me inquieta. Sería hermoso vivir el trabajo y las relaciones como las vivís vosotros dos, tenéis una alegría distinta, que yo no tengo, sois especiales en un mundo normal. Si yo hubiera matado a alguien hace una hora, vosotros no me habríais rechazado por eso, habríais seguido mirándome por el deseo de felicidad que tengo. Me encanta hablar con vosotros, no me juzgáis por las decisiones que he tomado, sino por lo que he buscado y busco». Luego contó que el domingo su madre había invitado a comer por sorpresa al párroco, que le echó un sermón (igual que en la película Un sacco bello de Carlo Verdone), hablándole «como si primero tuviera que limpiar algo sucio que tengo». Eso no le ayudaba. Luego me preguntó: «¿Pero de dónde viene todo esto? ¿Cómo hacéis para vivir así?». Respondí que había encontrado un grupo de amigos que me habían mostrado esa nueva y hermosa forma de vivir, que todo nacía del carisma de un hombre que ha hablado y sigue hablando a mi corazón, que es don Giussani. Inmediatamente me preguntó: «¿Nada que ver con el cura de la comida del domingo, no?». ¡Qué extraño! Hasta hace unos meses, antes de participar en los Ejercicios de la Fraternidad, yo le habría hablado exactamente igual que ese padre Alfio, el cura de Verdone. Como empezaba el mes de agosto e íbamos a dejar de vernos un tiempo, le regalé la revista Huellas y le invité a la Escuela de comunidad que retomaríamos en septiembre. Así pasó el verano, no le volví a ver ni tuve noticias suyas hasta hace unos días, cuando vino a la clínica la madre de este chico, a la que había conocido antes del verano. Entró con Amy en brazos y me dijo llorando que su hijo había muerto, que aquello tan feo que tenía no era una bronquitis sino un tumor que le hizo sufrir mucho y que le había arrancado rápidamente de su lado y de la vida. Después añadió: «Tendréis que ayudarme a cuidar de Amy. Para mi hijo era muy importante. Y también tendréis que darme esa revista que le disteis la última vez que vino a la clínica, porque los últimos días de su vida no hacía más que leerla, incluso se la quiso llevar a la tumba. Quiero entender a qué se estaba aferrando mi hijo para llevar ese sufrimiento. No pude decíroslo cuando pasó, pero ahora, puesto que hablaba de vosotros como personas especiales, me gustaría que vinierais a despedirle en la misa por él, al mes de su muerte». Le respondí que allí estaría y que había sido una madre afortunada por tener un hijo así.
Carta firmada
Te invito a Cenar
NAVIDAD EN MADRID
Las iniciativas sociales Banco de Solidaridad, Cesal, CEPI-Cesal, Bocatas, Casa de San Antonio, Fundación Acogida, Construyendo Puentes, Asociación Alto Tajo, agrupadas en la Compañía de las Obras (CdO), impulsaron la tercera edición de Te invito a Cenar. Una cena de Navidad pensada para personas sin hogar, familias en situación de pobreza, inmigrantes sin trabajo, para los más desfavorecidos que este año tuvo lugar en el Palacio Municipal de Congresos, cedido por el Ayuntamiento de Madrid. Una treintena de maestros de alta cocina prepararon, de manera altruista, una cena de lujo para más de 800 comensales servidos por más de 500 voluntarios que forman parte de las asociaciones, sus amigos, compañeros de trabajo, empresas patrocinadoras...
Una de las personas que participó en la cena, escribió este mensaje a quien le había invitado: «Estoy encantada de que me hayáis invitado a la cena. Me sentí como en una película y vi una gran colaboración humana para hacer sentir la alegría a la gente. Los camareros preocupados porque todo estuviera en su sitio y ¡hasta disculpándose por una sopa que se acabó! Estoy muy feliz. Muy agradecida por ofrecerme ayuda». Otra mujer que vino con sus tres hijos le decía a la voluntaria que le lleva mensualmente la caja de alimentos del Banco de solidaridad: «Buenas tardes Sra. María, quería darles las gracias de nuevo por lo de ayer y por todo el cariño incondicional que nos dieron. Muchas, muchas gracias. Mis niños se lo pasaron súper bien, Javier no deja de hablar de ello… la sonrisa de mis niños es lo que me tiene en pie… A veces no sé cómo expresar lo que siento y decirles de corazón que se lo agradezco. Gracias por hacernos sentir como si fuéramos de los suyos».
EXPOSICIÓN “VIDA DE DON GIUSSANI”. VIERNES DE ENCUENTROS
El viernes 20 de noviembre comencé mi día preparada para el encuentro planificado con los amigos de Humocaro Alto, para guiar la muestra sobre la vida de Don Giussani. Para mi sorpresa, el día no aconteció como lo había planificado. Debió ocurrir así para que estuviera más pleno, porque Él nos coloca circunstancias en nuestro camino para vivirlas y aprender de ellas, comenzando porque no había transporte a Humocaro. El transporte que llegó, se llenó y no pudimos irnos, luego llegó un autobús e igualmente se llenó; me tocó ir parada y algunas amigas sentadas en la “cachamera”. La vía estaba cerrada por una protesta de los habitantes del sector, por falta de gas y nos tocó bajarnos y caminar en subida y con mucho sol, sin embargo, había una brisa fría. Caminamos y como primer encuentro del día nos topamos con una conocida que ya llevaba una hora esperando que llegara el transporte; cuando por fin llegó, nos cedió su turno para que nosotras lográramos llegar a Humocaro, ¡quien sino Él nos coloca personas así en nuestro camino! Estábamos 4 personas en un asiento para 2 en la maletera de una “rancherita”, viendo la carretera por atrás; nos reímos de nosotras, nos tomamos fotos, nos mareamos y continuamos. En otro momento yo hubiese estado muy, muy, enojada pero no me sentí así. Ese transporte no nos llevó al sitio que debía sino que nos dejó mucho antes, cobrando el pasaje completo, pero así lo permitió Dios, porque debíamos tener otro encuentro: en el sitio de llegada, estábamos junto a otras personas esperando otro transporte que nos subiera a Humocaro Alto. Nadie estaba enojado por la circunstancias; comentamos de la tranca, de política, ninguno tenía una actitud de molestia. Nuestra amiga Jenny le pidió al conductor de una camioneta que nos llevara a nuestra meta y este señor se mostró generoso y nos embarcamos en la camioneta. Antes de arrancar, el señor nos dice: «Son muchos, bájense, solo las señoras que van al asilo». Este fue otro encuentro que me sorprendió, porque al final si nos llevó a todos. ¡Al fin llegamos, después de un camino largo pero genial! Allí nos esperaban dos jóvenes del CLU, amigos de El Tocuyo que habían venido antes para disponer el lugar, y los amigos de Humocaro junto a otras personas invitadas que nos recibieron con mucho cariño. Guiar la muestra era un gesto que ya había hecho antes, pero con las circunstancias que me tocaron vivir ese día, sentí mucha más conmoción en hacerla. Todo fue bien, pero hay algo que no puedo dejar de contar: mientras estábamos en esa aventura, otros amigos nos ayudaban desde casa, Glenda cuidaba de mi niña y hacía todo el recorrido de la escuela de música hacia la casa para el almuerzo, para que yo pudiera ir a guiar la muestra. Al final del día y teniendo presente la enseñanza que Dios tenía preparada para mí, la hermana Rafaela comparte el mensaje de una amiga de Humocaro donde le agradecía la visita que la animó a retomar la Escuela de comunidad y reconociendo que eso era obra de Dios. Le pido a Dios que me permita vivir intensamente esta realidad de esta misma forma, acompañada de amigos y con Él en el centro para guiarnos y mantenernos unidos.
María, El Tocuyo (Venezuela)
«YO NO TENGO NADA DE QUE QUEJARME»
Asunción pasa un momento crítico a causa de las intensas lluvias de la región, calles y barrios enteros bajo agua son la noticia del momento. En estos días los desagües se someten a mantenimiento para que el agua escurra lo mejor posible. Por eso, Margarita, la secretaria de CL, me convocó para realizar los trabajos pertinentes en el salón de la sede. Para realizar la tarea, llevé a Ramón, uno de mis trabajadores de obra. Íbamos hablando en el coche, y me contó que era uno de los afectados por las inundaciones. Le pregunté por su situación. Me contó que ahora vive en la plaza Mburicao con sus cinco hijos y su señora. Frente a esto, solté un: «¡Dios mío, Ramón!». Pero el me interrumpió: «Yo, arquitecta, no tengo nada de que quejarme. Tengo a mi familia y a mis hijos sanos, tengo mi trabajo. La única diferencia es que antes vivía cerca del Mbiguá y ahora vivo en la plaza Mburicao». Me sorprendió sobremanera su entereza y serenidad: «Yo tengo trabajo», me repetía. Era un damnificado que me estaba dando una gran lección de vida. «Creo que la gente que se queja es la que no quiere trabajar. Vale, perdiste tu casa, pero ¿y tu trabajo qué?», añadió. Le pregunté si en estos días había recibido alguna ayuda de parte de las autoridades (según íbamos hablando, me veía observándole e intentando buscar una solución). Me contestó que, aparte de puntales de madera y algunas planchas de madera terciada, no había habido más. E insistía: «Tengo suerte, yo trabajo y estamos todos bien». En un momento dado, ya saqué mi faceta de técnico y le propuse: «Ya que eres albañil, ¿por qué no edificas un palafito en tu terreno?». Sonriendo, me contestó: «Arquitecta, el agua viene con fuerza, la corriente se lo lleva todo…». Una vez más realidad versus teoría (me reía en silencio porque siempre en los congresos e investigaciones se habla del palafito como la gran solución). En un último intento de dar respuesta a su problema, le dije: «Ramón, eres un hombre razonable, ¿por qué no te mudas a un lugar que no se inunde?». «Arquitecta, yo nací aquí, mi padre también y mi abuelo era también del lugar. Yo no me quiero mudar, me gustaría seguir viviendo donde nací». «¿Pero entonces qué haces cuando baja el agua?». «Vuelvo a empezar». La letra de la canción Soy de la Chacarita me vino a la cabeza al instante. Ramón sacó cinco bolsas de basura repletas de hojas, bajándolas del techo de la sede. Una víctima de la inundación cuidó que no nos inundáramos a las puertas de nuestro lanzamiento de las vacaciones. Por eso, aprovechamos una noche, llena de alegría y belleza, para recaudar donaciones para los damnificados por las inundaciones. Y comprendí que lo que siempre lo que cuenta, incluso más de la ayuda material, es la persona.
Yona, Asunción (Paraguay)
Navidad en Uruguay
MÁS LIBRES QUE NUNCA
El año pasado pasé las fiestas de Navidad en Italia. A todos les contaba mi encuentro con el movimiento y tenía mil cosas que me esperaban: una nueva experiencia en la escuela, el trabajo seguro de mi esposo, una posible adopción. «Al final, después tanto sufrimiento y dificultades, aquel Padre que me ama me estaba dando lo que yo tanto deseaba», pensaba yo. Ahora, al cabo de un año, mi marido lleva 4 meses sin trabajo, estamos lejos de nuestra familia de Italia, la adopción resulta casi imposible, en febrero ya no tendremos casa ni coche… ¿Entonces qué? No solo no tengo lo que esperaba, sino que tengo todavía menos. Con todas estas preocupaciones e incertidumbres, en la Escuela de comunidad leo la pregunta final de los Ejercicios de la Fraternidad: «¿Qué quiere decir que Cristo es nuestro ideal?». ¡Linda pregunta! ¿Qué puedo decir? Para mí, esto significa que todo lo que estamos viviendo –no saber dónde estaremos después de febrero, cuándo podremos tener una familia más grande, etc.– no me da miedo. Pienso que, si mi padre me amaba muchisimo y hubiera hecho cualquier cosa por mi felicidad –¡y tan solo era un hombre!–, qué no hará ese Padre que está en el cielo y que se hizo carne por nosotros! ¿No puede ser que no quiera lo mejor para sus hijos! Puede que no sea como queremos nosotros, pero tango la certeza de que nos tiene preparado algo mucho mejor. Hemos vivido el Adviento poniéndonos en sus manos totalmente, como un niño que no tiene miedo porque sabe que sus padres lo protegen. Todo es un don y muchas veces tenemos que pasar por momentos de pruebas para darnos cuenta. A veces, Michele y yo nos miramos y no podemos creer lo que nos está pasando, pero estamos libres porque seguros de que lo que sucederá será lo que Dios quiere para nosotros. Tenemos la suerte de esperar que Él nos manifieste su amor. Pedir con las manos abiertas su amor, esperarle, es lo más lindo que nos podía pasar estas Navidades. Todo esto, nos hace libres, más libres que nunca.
Emanuela y Michele
Venezuela. Retiro de Adviento
7 HORAS DE VIAJE DE IDA Y 7 DE VUELTA
Cuando Javier me comunicó que el retiro de Adviento no se realizaría en Mérida, me dio mucha tristeza, porque en estos días de espera a la Navidad y entre tantas circunstancias que se presentan, sobre todo en relación a la crisis moral y económica que estamos viviendo en el país, para mí el retiro es una manera de centrarnos en la presencia del Señor. Paralelamente había surgido la idea de que los merideños fuéramos al Tocuyo, esa provocación me llenó de felicidad. Mi deseo fue tal que me movió con todo gusto a ocuparme de la logística y a motivar a nuestro grupo de la Escuela de comunidad a participar en esa locura. En un primer momento se nos presentaron dificultades que pudieron hacernos cambiar de opinión, pero el deseo del encuentro, que nos manifestaron nuestros amigos del Tocuyo en cada comunicación con la hermana Rafaela y Jenny, así como el apoyo incondicional del Padre Leonardo, nos animaron y ayudaron a sortear los obstáculos para finalmente salir el sábado 12 de diciembre a las cuatro de la mañana nueve personas rumbo al Tocuyo. Un gesto que nos conmovió mucho fue que al llegar a la población del Tocuyo estaba esperándonos el niño Luis Fernando, hijo de Jenny, en un punto determinado y desde allí guio al transporte donde viajábamos, montado en su bicicleta hasta llegar al Colegio La Concordia, lugar donde se realizó el retiro. Al llegar el encuentro fue muy cálido, nos recibía con los brazos abiertos una comunidad de hermanos dispuestos a compartir y convivir en una misma mesa y un mismo techo, al punto de alojarnos en sus hogares como una sola familia, estos es un encuentro con rostros concretos. La belleza que percibimos en el testimonio de los amigos del Tocuyo encendió en nosotros una chispa, el deseo de vivir nuestra fe con la misma intensidad con que ellos la viven. Como dice don Giussani: «Nuestra conciencia original no se activa más que cuando es provocada, interpelada». En los testimonios compartidos en la asamblea pudimos comprender, una vez más, cómo El Señor obra grandemente en nuestras vidas, independientemente de nuestra debilidad. Al final sentimos que las siete horas de ida y las siete horas de regreso fueron nada en comparación con lo que recibimos, con la oportunidad de participar en esa historia. Somos unos locos a quienes la fe nos mueve al encuentro con el otro.
Lila y Javier, Mérida
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