Dar de beber al sediento. Dar consejo al que lo necesita. Acoger a los peregrinos. Perdonar las ofensas… El Año Santo pone en el centro las obras de misericordia corporal y espiritual. El teólogo ANDREA GRILLO nos explica cómo se han ido configurando y qué significan
Andrea Grillo es profesor ordinario de Teología de los Sacramentos y Filosofía de la Religión en el Pontificio Ateneo San Anselmo de Roma. Enseña Liturgia en el Instituto de Liturgia Pastoral de la Abadía de Santa Justina en Padua, en el Instituto Agustiniano de Roma y en el Instituto Superior de Liturgia de París. Hablamos con él sobre el Jubileo de la Misericordia y, en especial, de las obras de misericordia que, según lo que ha escrito Francisco en la carta enviada a monseñor Rino Fisichella, se pueden vivir «en primera persona» para obtener la indulgencia jubilar.
Profesor, ¿cómo se han ido configurado las obras de misericordia?
Son el fruto de una larga historia, en la que las “praxis penitenciales” han sido la vía principal para responder a la gracia de Dios que perdona. Incluso antes de que existiera el confesionario, ¡había “obras de misericordia”! Más que obras, son maneras de obrar. Más que actos puntuales, son indicaciones autorizadas y eficaces de “otras prioridades” o, mejor dicho, de la “prioridad del otro”. Son formas de olvido de uno mismo.
¿En qué sentido son formas de olvido de uno mismo? ¿Qué significa?
Significa que la comunión, que es el don fundamental que Dios ofrece a los hombres, cobra vida en el momento en que cada individuo descubre en el otro el principio de la propia identidad. Dios y el prójimo son la “raíz del yo”. Para acceder a esta experiencia hay que vivir olvidados de uno mismo. Solo quien no permanece aferrado a sí mismo puede llegar a amar al prójimo como a sí mismo, y por tanto también a sí mismo.
Son siete obras de misericordia corporal y siete espirituales, ¿por qué?
La respuesta no puede ser unívoca. Como toda buena tradición, se trata de la enjundia sacada de varias aportaciones. Incluye una “sistematización ordenada”, que parte de los textos de la Escritura y luego añade, o matiza, según las diversas circunstancias históricas. La fuente de las obras de misericordia corporal es Mateo 25, pero sin ningún tipo de fundamentalismo. ¡La verdadera tradición nunca es fundamentalista!
Entre estas catorce obras, ¿algunas tienen un valor especial respecto a las demás? ¿Y por qué son precisamente estas y no otras?
No, no hay unas más importantes que otras. El primado es el don de sí que Dios hace al hombre. Por eso todas y cada una resplandecen como imágenes, signos, huellas de la inconmensurable gracia de Dios. El elenco no es taxativo sino ejemplificativo; no encierra la tradición detrás de unos barrotes, sino que abre las puertas de la Iglesia a una plaza en fiestas.
Pero a menudo se ve la praxis penitencial de la forma contraria: más que una fiesta, una mortificación, una ascesis difícil y complicada. Entonces, ¿en qué sentido practicar obras de misericordia equivale a abrirse a «una plaza en fiestas»?
La «fraternidad mística» –como la define Francisco en la Evangelii Gaudium– es la “forma primera” de la comunión eclesial. La fe nos lleva a vivir sin miedo las relaciones con los demás, el tiempo y el espacio de que disponemos; sobre todo sin miedo a la muerte, pero también sin miedo al otro que es diferente.
Entre las siete obras de misericordia espirituales, tal vez las más difíciles de comprender sean «dar consejo al que lo necesita» y «enseñar al que no sabe». ¿Qué significan exactamente?
Significan que ni en la duda ni en el conocimiento estamos solos. Desplazan la perspectiva desde el juicio sobre la incapacidad del individuo hacia la comunión de una relación que es un bien para todos. En el consejo y en la enseñanza, el que da es el primero en recibir. Esta inversión es muy importante.
Las obras de misericordia corporales nos piden actuar en favor de los pobres, de los que no tienen nada y de los que sufren, por ejemplo, los presos. ¿Se puede decir que sin estas obras corporales, las espirituales resultan incompletas?
Cierto. Así es. El principio de la encarnación nos conduce a lo espiritual por mediación del cuerpo, nos abre a las lógicas de lo invisible gracias a la fuerza y a la elocuencia de lo visible.
La indulgencia durante el Jubileo se obtiene confesándose, recibiendo la Eucaristía, rezando por las intenciones del Papa y haciendo un gesto de caridad y penitencia. ¿Por qué también mediante una obra de misericordia se puede obtener la indulgencia?
Hay que distinguir los “reglamentos eclesiales” del sentido teológico y espiritual de los actos. En realidad, la indulgencia es remisión de la pena temporal, es decir, mejor capacidad para responder al perdón ya recibido. Insistir demasiado en las “condiciones” de la indulgencia conlleva el riesgo de convertirla en un “mérito”, contradiciendo así su sentido. Además, una relectura profunda de la tradición jubilar sobre este punto favorecería notables progresos en el ámbito ecuménico.
Francisco ha querido este Jubileo extraordinario dedicado a la misericordia. Da la impresión de que quiere liberar a la Iglesia de oropeles y rigores propios del pasado. Y, al mismo tiempo, llevarla más cerca de la humanidad, sobre todo de la que se ha alejado de una práctica de fe. Sin embargo, ¿no cree que volver a proponer las obras de misericordia puede provocar el rechazo de los no creyentes?
Las obras de misericordia, y todo el ordenamiento tradicional del Jubileo, tienen una larga historia y también necesitan una relectura detallada, que ya comenzó con Pablo VI. Un tono excesivamente individual, casi privado, debe ceder paso a una lógica más bien comunitaria, serena, relacional. Abrir espacio a la misericordia, de por sí, significa promover al mismo tiempo una tradición eclesial más auténtica y una consideración más profunda de las dinámicas antropológicas actuales.
Una pregunta más general. ¿Cómo definiría el Pontificado de Francisco desde el punto de vista litúrgico?
Diría dos cosas. Ante todo, una bocanada de aire fresco y de sentido común respecto a rigideces de estilos y nostalgias de formas que la Iglesia no solo puede sino que debe superar. En segundo lugar, se ha pasado del primado de la “observancia” al primado del obrar con “tacto”. Esto hace del Vaticano II algo totalmente irreversible.
La imagen
LAS SIETE OBRAS EN UNA SOLA
Una lectura de la obra maestra de Caravaggio que representa las obras de misericordia corporal, y donde el bullir de la vida verdadera trastorna cualquier orden preestablecido. El artista, como es su estilo, acepta el desafío y nos descoloca
Giuseppe Frangi
Hay un cuadro que veremos mucho estos meses. Se admiten apuestas. Se trata de las Siete obras de misericordia, una obra maestra envolvente, donde cuerpos e historias se entrecruzan en un remolino sin orden jerárquico. Caravaggio lo pintó en 1606 para el Monte Pío de la Misericordia en Nápoles (donde aún se conserva), institución benéfica que nació para hacer frente al impresionante estallido de pobreza en la ciudad.
El bullicio de la vida verdadera trastorna cualquier orden formal preestablecido. Caravaggio acepta este desafío, como un director de cine que dejase ir libremente a sus actores por el set de rodaje. Las siete obras están en ese espacio repleto, incluida la de «dar sepultura a los muertos», con esa estupenda escena del funeral que asoma tras el rincón de la casa (del difunto solo se ven los pies).
En el cuadro hay también una escena chocante, que representa en un solo gesto dos obras de misericordia: «dar de comer al hambriento» y «visitar al preso». Se ve a una joven que, en pie, ofrece su seno a un hombre cuyo rostro sobresale entre los barrotes.
Es un reclamo a la historia, narrada por Valerio Máximo, de un tal Cimón que, condenado a morir de hambre en la cárcel, es salvado por su hija Pero que lo amamanta a escondidas (en el cuadro, Caravaggio la pinta con la mirada escrutando a su alrededor para comprobar que nadie la sorprenda, pues la misericordia también requiere audacia…).
El ángel. Las otras obras de Misericordia se concentran todas en el bloque de figuras situadas a la izquierda de la tela: la de «vestir al desnudo» y «visitar al enfermo» se representan en una única escena con una figura que, como san Martín, rasga su propio manto para cubrir al hombre desnudo que aparece en primer plano; el «dar de beber al sediento» lo representa un hombre que bebe de una quijada de asno, es Sansón, que en el desierto bebió el agua que el Señor hizo manar. «Alojar a los peregrinos» lo simboliza el hombre que indica una casa al peregrino con la concha.
Por último, Caravaggio no se atribuye la autoría, sino que se la confía a la Virgen y al Niño que, en la parte alta de la tela, asisten al espectáculo de la misericordia en acto. Un ángel maravilloso irrumpe de la oscuridad agitando sus brazos, haciendo ademán de transmitir las órdenes –o sugerencias– de María y su Hijo a los hombres que están abajo.
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