Se llama Zoe, tiene 22 años y quiere poder elegir por quién ser gobernada. Esta es la historia de una chica normal, cuyos padres estuvieron presentes en la plaza de Tienanmen, y que un día decidió (como muchos otros) desafiar al gobierno de Pekín, porque empezó a preguntarse cosas que nunca antes se había preguntado.
La llaman “la revolución de los paraguas”, pero la verdad es que la nuestra no es una revolución. A nosotros no nos interesa hacer caer al gobierno. Nosotros pedimos que nos den lo que nos prometieron: elecciones verdaderas». Se llama Zoe, tiene 22 años, está licenciada en Antropología por la Universidad de Melbourne y durante estos días participa en las manifestaciones en el centro de su ciudad, Hong Kong. Habla italiano porque pasó un año en Matera durante un programa de intercambio en su época de educación secundaria. Cuando el domingo 5 de octubre la policía intentó, por primera vez, evacuar las calles ocupadas por los estudiantes, estaba presente ella también. Por una parte hubo gases lacrimógenos, porras, aerosoles de gas pimienta, y por la otra, paraguas para protegerse. Toda protesta tiene necesidad de un símbolo, y en la de Hong Kong han sido los paraguas. «Sí, aunque en realidad no sirven para mucho…», ríe Zoe.
Acababa de llegar de Australia apenas un mes antes de que las calles de su ciudad fueran invadidas por el movimiento Occupy Central. Ella era una niña de cinco años cuando Hong Kong volvió a formar parte de China. Zoe es casi coetánea a la petición de elecciones por sufragio universal que Gran Bretaña hizo prometer a China en 1997, en el día de la restitución de su ex colonia. Tras años de debate, en julio llegó la propuesta de Pekín: el sufragio universal lo tendréis, pero podréis votar solo a los candidatos que nos parezcan bien a nosotros.
«Los estudiantes empezaron a hacer huelga. El día 1 de octubre, día de la fiesta nacional china, el movimiento Occupy Central decidió bloquear las calles», explica Zoe: «Todo fue muy pacífico. También yo fui a ocupar la calle y estaba cuando la policía intentó capturarnos». El centro de la ciudad se había transformado en un inmenso campamento. Ya en ese momento la protesta llevaba días produciéndose en diversos puntos de la ciudad. Entre los estudiantes estaba presente también el cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de la ciudad, que en aquel momento tenía ochenta y dos años. Durmió con los estudiantes, pero después de algunos días invitó a los chicos a volver a casa, temiendo que la violencia hacia ellos aumentara.
Cada persona, una historia. «La gente se queda en la plaza las veinticuatro horas del día y no es que tengan mucho que hacer. De este modo empiezan a hablar, a discutir. Nos ha pasado esto también a mis amigas y a mí: estábamos sentadas por el suelo y las personas llegaban y empezaban a hablar. Cada una contaba por qué estaba allí, su propia historia». Había quienes, teniendo cincuenta o sesenta años, hablaban de cuando dejaron China y contaban las diferencias con la vida bajo el régimen de Pekín. «Los relatos de los mayores son verdaderamente fascinantes. Es bonito poder hablar de igual a igual. Había incluso un “sin techo” que escuchaba y aplaudía. ¿Quién habría dicho que también a él le interesaba lo que se estaba diciendo?». Quien tiene más años, explica Zoe, está más preocupado. Conoce mejor lo que es el régimen comunista y teme que Pekín transforme Hong Kong en una ciudad china normal.
«Mis padres siguieron como periodistas las protestas de la plaza de Tienanmen, en 1989. Dicen que hoy en Hong Kong se respira la misma atmósfera que entonces. Gente que habla libremente en la plaza, otros que escriben poesías, otros que pintan, otros que cantan… Se comprende que están muy emocionados. Pero al mismo tiempo se acuerdan de cómo el gobierno reprimió aquella protesta. Recuerdan el precio pagado por quien pidió democracia a Pekín. Y están preocupados por la reacción que podría tener ahora».
En la calle se dan muchos encuentros. Como con aquella mujer que se puso a fotografiar a Zoe y a sus amigas. «Le preguntamos qué era lo que estaba haciendo, porque uno de los temas que debatíamos a menudo era el no dejarse fotografiar ni grabar durante las manifestaciones para no dar pruebas a la policía. Ella respondió que no nos estaba enfocando a nosotras, aunque era evidente que no era cierto. Al principio pensamos que se trataba de una confidente del régimen, también porque no hablaba bien el cantonés. Pero después discutimos con ella durante media hora sobre las razones que nos movían a manifestarnos». O incluso aquel hombre de mediana edad, también él presente en la manifestación, pero que decía que al principio no le importaba mucho el sufragio universal: «Llegó cuando la policía empezó a usar la fuerza. Dijo que los policías deben defender a los ciudadanos, no golpearles».
Zoe ya no vive en la calle, como hacen muchos de los manifestantes desde tres semanas atrás. Y dice que no sabe si es realmente justo bloquear zonas enteras de la ciudad. «Hay mucha gente que, incluso compartiendo nuestras peticiones, no está dispuesta a emplear el doble de tiempo para ir al trabajo porque las calles estén ocupadas. Cuanto más tiempo pasa, más se queja la gente». Las discusiones son infinitas. El movimiento no tiene líder y no tiene una línea unitaria. Muchos en Hong Kong piensan que sería necesario aceptar lo que ofrece Pekín, que al menos es algo. Otros dicen que Pekín no da una perspectiva para el futuro y no dice si, después de las elecciones de 2017, habrá posibilidad de obtener nuevos espacios de libertad. Lo cierto es que no se había visto nunca en Hong Kong una movilización tan grande. Y que a quien ha participado le resultará difícil olvidarla.
«No sé si obtendremos lo que pedimos. Pero mientras tanto en la ciudad la atmósfera ha cambiado», continua Zoe: «Y lo que habremos hecho será una memoria común. Hemos estado juntos, hemos discutido, nos hemos ayudado. Ha sido un modo no individualista de vivir juntos. Hoy tenemos incluso más confianza en nosotros mismos, también porque nos damos cuenta de que lo que hemos vivido nos ha cambiado».
Zoe cuenta que conoció durante las manifestaciones a una chica de su edad, estudiante en la universidad: «Pensaba que los estudiantes estaban todos a favor de la democracia en Hong Kong. Sin embargo, esta chica hablaba de las discusiones nacidas con sus compañeros y de cómo les ha tenido que convencer. “Si obtuviéramos elecciones verdaderas, ¿seríamos automáticamente un país democrático? ¿Tenemos realmente necesidad de la democracia? Si fuéramos un país democrático, ¿estaríamos todavía bajo el control de China?”. Todas estas preguntas llevan consigo más preguntas. Y son las mismas preguntas que yo también me hago. Cuando llegué de Australia pensaba que era natural amar la democracia y que todos desearan el sufragio universal. Pero no me había preguntado nunca realmente por qué tenemos necesidad de la democracia. Si no hubiera ido yo también a las manifestaciones, no me habría preguntado nunca sobre estas cosas».
¿Qué deseas realmente? Preguntas que vienen tras otras preguntas. De modo que termina yendo más allá de la política: «Me he dado cuenta de que las discusiones han generado otras preguntas que hacen referencia a la vida en general. Por ejemplo: ¿Qué es lo que deseas verdaderamente de la sociedad en la que vives? ¿Cómo te imaginas que tendría que ser? ¿Cómo querrías que fuera Hong Kong?».
Hong Kong. Nunca como después de estos días Zoe ha sentido Hong Kong como su ciudad: «He estado mucho en el extranjero, y éste ha sido el lugar donde volver a casa. Pero aquel domingo, después de los gases lacrimógenos, yo también lloraba. No lo hacía por los gases, sino por mi ciudad. No me había sucedido nunca».
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