Los Ejercicios de la Fraternidad en la isla. En una sociedad exhausta, se cruzan las vidas de Conrado, Oscar, Alejandro, Nora… La educación atea y la arrogancia del poder no han borrado la necesidad de sentido. Y en un encuentro acontece «lo más sencillo del mundo»: el abrazo
Matanzas, Cuba. Viernes 16 de mayo de 2014. Si la vida y el destino de los hombres se juegan en coordenadas de tiempo y espacio, hay lugares y fechas que adquieren un valor trascendente. Llegamos aquí aceptando una invitación sencilla: «Acompáñenme a Cuba». La certeza que se apoya en treinta años de camino en el movimiento y el presentimiento de estar ante un hecho histórico, pero ante todo nuestra necesidad siempre urgente, cotidiana, de volver a ver a Cristo actuando, nos trajeron hasta este sitio a mi esposa Claudia y a mí respondiendo al convite de Julián de la Morena. Son los primeros Ejercicios de la Fraternidad en esta isla del Caribe, gobernada desde la revolución del ‘59 por el castrismo, laboratorio de colectivismo comunista y cuna e inspiración de cientos de movimientos revolucionarios dispersos por el mundo.
El “período especial”. La vida no es sencilla en Cuba. Falta de todo, y lo que hay es muy caro, escapa a las posibilidades económicas de cualquier familia, especialmente de las que se procuran el sustento intentando hacer honestamente su trabajo. Los empleos están mal pagados, un profesional gana alrededor de treinta dólares al mes, y no alcanza. Desde el llamado “período especial”, a partir del cual como consecuencia de la caída del imperio soviético dejaron de llegar todo tipo de recursos a Cuba, suelen escasear por épocas los bienes más básicos. Cuenta Carlos, por ejemplo, que en los 90 durante meses tuvieron que bañarse sólo con agua, porque el jabón no se conseguía. El Estado sigue controlándolo todo, la iniciativa privada está limitada a los grandes grupos del sector turístico y a pequeños comercios cuentapropistas, erigidos en una seguridad jurídica siempre precaria por la que el Gobierno puede en cualquier momento –como ya ha ocurrido– revocar los permisos y cerrar los emprendimientos.
El monólogo del régimen. La mayor parte de la gente no accede a internet, porque la conexión es cara y mala, y además los sitios web internacionales están bloqueados, hay una férrea decisión política de aislar a la población en tiempos en que vivir en una isla ya no significa un obstáculo ni geográfico ni cultural.
«Vas bien, Fidel» reza el mural de la Plaza de la Revolución debajo de la imagen de Camilo Cienfuegos. La realidad lo desmiente. La cubana es –como tantas otras– una sociedad exhausta, carente de reales ideales comunes, que a esta altura descree de los eslóganes revolucionarios y del “relato” monologado del régimen. Acercándose a la ciudad, se divisa desde la ruta una enorme bahía que fue escenario de una cruenta lucha entre españoles e indígenas (de allí su nombre), el puerto y las construcciones bajas características de cualquier urbe del interior. Matanzas ésta ubicada a cien kilómetros de la capital, y en ella viven algo más de 150.000 habitantes. Entre las casas y edificios se distinguen por imponencia y belleza, de un lado la iglesia de San Pedro, y del otro la Catedral de San Carlos Borromeo, recientemente restaurada. Pero a mitad de la bahía, junto al puente que cruza uno de los tres ríos que surcan la ciudad, conocida como la “Atenas de Cuba” por su desarrollo cultural, hay una construcción que nos llama la atención. Parece un colegio católico, de los que no se ven en La Habana ni en otra parte de Cuba: un templo, un claustro, un jardín bien cuidado y una estatua del Sagrado Corazón que domina el espacio más allá del muro y la reja llegando hasta el mismo mar, cruzando la avenida costanera. Minutos después de nuestro descubrimiento nos enteraremos que se trata de la Parroquia La Milagrosa, el lugar que nos acogerá para los Ejercicios durante todo el fin de semana. Rostros y nombres nuevos se van haciendo lugar en nuestra memoria, a medida que intercambiamos los primeros saludos. Los matanceros van de aquí para allá cuidando cada detalle, ofreciendo su cálida acogida a los que van llegando desde la misma ciudad, desde La Habana, desde la más lejana Guantánamo, y a nosotros que lo hicimos desde la Argentina junto a Patricia. La invocación al Espíritu abre los Ejercicios y, luego de los cantos, Julián de la Morena comienza la introducción. En los días sucesivos, hará el mismo recorrido que Carrón, fijando la mirada en cada uno de los pocos más de veinte que lo seguimos con atención. La expresión de sus ojos, la pasión con la que busca la palabra exacta que consiga trasmitir con claridad el concepto que quiere comunicar, me hacen entrever que su pensamiento dominante no es “cuántos”, sino “quiénes”. Mientras tanto Carras, desde la última fila, toma notas como aconsejó a todos hacerlo al comienzo. Lo hace como si fuera la primera vez, como si no tuviera casi cuarenta años de movimiento y una vida entera dedicada a hacer crecer esta historia, recorriendo medio mundo. A la noche demostrará una vez más –como es su costumbre– que la vida, la fe y la amistad hay que celebrarlas, para ello no olvidó traer consigo el queso, el jamón serrano y el vino para la fiesta. Llega el momento de la asamblea, y se suceden los testimonios y las preguntas. Alejandro cuenta su historia de fe, comenzada al conocer una familia católica que lo impactó y que le hizo descubrir un modo de vida nueva, distante de su formación atea, y más tarde, el encuentro con Conrado, quien le habló de Giussani y de CL. «La mirada de Cristo nos llega a través de personas concretas» afirma, señalando además el valor de las circunstancias cotidianas aparentemente carentes de significado: fue una indeseable demora en el trabajo –que hubiera querido evitar, dice– la que le obligó a quedarse en el lugar un rato más y escuchar el diálogo entre el obispo y Conrado por el que luego se interesaría por el movimiento.
Los anárquicos. Relata los nervios y el stress previo a la llegada de Carras y de Julián, la preocupación por los preparativos. «Después –cuenta– todo resultó la cosa más sencilla del mundo: un abrazo. Es muy sencillo, se trata de obedecer a los ojos de cielo que me miran. Es la sencillez del abrazo cristiano». Conrado pone la primera pregunta: «¿Cómo hago para que mis alumnos de la universidad vean en mí la mirada de Cristo?». Carras le dice que «lo más difícil es tener una mirada llena de amor por el destino del otro; para ello y para que te sigan, no hay que tener una pretensión sobre ellos, sino una gratuidad», y relata la anécdota del encuentro de Giussani con sus amigos anarquistas españoles: no renunció a anunciarles a Cristo y a la Iglesia tras plantear el problema humano, aún a sabiendas de que ello podría significar quedarse solos. «Es una libertad que nos libera de los resultados y de inútiles preocupaciones», explica. Orlenis, Nora, Yudailer, Deyanira cuentan sus historias y experiencias. Algunas son realmente duras. Como contará a la noche Alejandro en su testimonio, muchas tienen como origen común la educación atea recibida bajo el comunismo y el aflorar de las exigencias profundas del corazón, nacidas de las circunstancias urgentes de la vida, a las que la ideología no logra responder. El poder puede en su arrogancia decretar la inexistencia de Dios, pero no puede extirpar de nosotros la pregunta por el sentido de la vida, nuestro deseo profundo de felicidad, de amor, de belleza, de libertad. «Yo buscaba una certeza –dice Alejandro–, especialmente ante las circunstancias adversas de la vida; cuando conocí a Giussani, entendí que la fe es razonable porque responde a las exigencias fundamentales del corazón. A mí me ha sorprendido no sólo la experiencia de una fe razonable, sino también la libertad y la alegría que vivo, que son los frutos de la fe». En la síntesis, Julián afirma con fuerza que «no hemos estado juntos para echar un poco de gasolina al auto y tirar un tiempo más, sino para que vuelva a acontecer entre nosotros la presencia de Cristo; la Iglesia renace cuando alguien se siente mirado por el Misterio enamorado del hombre. Sigamos juntos para no perder esta mirada del Misterio llena de amor por nosotros».
Marca registrada. El retiro termina, pero todos comentan su certeza de que se trata de un verdadero inicio, un punto de partida. Nos lo dice Jordania, sobreviviente de la pequeña comunidad del movimiento que tiempo atrás existía en La Habana; me lo escribe unos días después Manuel, un hombre con larga trayectoria en la Pastoral Social cubana quien luego de los Ejercicios comenzó a compartir la Escuela de comunidad en Matanzas y a zambullirse en los textos de don Giussani. Los abrazos que nos recibieron, ahora nos despiden. Son la marca registrada de una amistad como la nuestra. Lo que nos habríamos perdido si hubiéramos dicho que no. Alejandro tiene razón: es sencillísimo obedecer. Y no le debe ningún tributo ni derecho de autor a Paul Claudel por afirmarlo, porque ha hecho experiencia de ello, como también lo hicimos nosotros.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón