«Tenía una conciencia viva de las cuestiones que nos plantea la historia». Esto fue lo que hizo grande al fundador de la agencia Magnum. Cuando se cumplen los diez años de la muerte, FRANK HORVAT recuerda a su maestro. Que sentía el deber de ir por todo el mundo, que miraba las fotos boca abajo y hacía algunas fotos «milagrosas», llenas de nexos. Así le enseñó que crear es una necesidad vital. Y nos ayuda a vivir en el mundo en que habitamos
«Para mí Henri Cartier-Bresson es como el Papa, aunque yo siempre he sido un hereje de su religión, y él lo sabía». El hombre que salta por encima del charco, el viejo Matisse entre las palomas, el domingo a orillas del Marne: son imágenes en blanco y negro que marcan nuestro imaginario. Y la idea que tenemos de la fotografía. Frank Horvat contempla su larga carrera y, para explicarse a sí mismo, no puede sino medirse con aquel que considera el más grande de todos. Murió el 3 de agosto de hace diez años, pero Cartier-Bresson, el gran fotógrafo francés fundador de la mítica agencia Magnum, sigue más presente que nunca en sus pensamientos: «Cuando intento compararme con él me siento muy pequeño, pero hay algunas instantáneas en las que he logrado el mismo tipo de fotos que hacía él. Y de eso estoy muy orgulloso». Hoy Horvat tiene 86 años y sigue teniendo muchas ganas de fotografiar. En el bolsillo lleva siempre una cámara digital de uso común, igual a la de cualquiera. Ha trabajado para Life, Elle, Glamour, Vogue, Harper’s Bazaar y fue miembro de la agencia Magnum entre 1958 y 1961. Fue un pionero del digital, en 1998 creó su web personal y en 2010 la aplicación para iPad que contiene toda su obra. Conoció a Cartier-Bresson cuando tenía 21 años, después de estudiar en la Academia de Brera y de sus primeras colaboraciones con algunas revistas italianas. Compraba Life todas las semanas y los fotógrafos de Magnum eran para él los dioses del Olimpo. No le faltaba ambición. «Pensaba: bastará con que vean mis fotos y me contratarán. Pedí una cita con Cartier-Bresson. Pero no pasó lo que yo tenía en mente...».
¿Qué pasó?
Tomó mis fotos y les dio la vuelta para mirarlas boca abajo. No quería “distraerse” en el sujeto, le interesaba solo la composición. Me mostró todos los errores y dijo: «Vete al Louvre y procura aprender de Poussin». Luego me aconsejó que dejara la Rollei y me comprara una Leica: «No tienes los ojos a la altura de la barriga».
¿Qué es lo que hacía de él un gran fotógrafo?
Tenía una conciencia viva de los problemas del mundo, de las cuestiones que nos plantea la historia. Reflexionó y escribió. Tenía sus ideas y manías, pero no solo viajó por todo el mundo, sino que sintió el deber de ir por todo el mundo.
¿Aprendió su lección?
Tardé unos cuarenta años en hacerlo, probablemente. Durante toda mi vida he sido un outsider, jugando a dos bandas: el reportaje y las fotos de moda. Él me consideró siempre un hereje, pero un hereje con el que tuvo, creo, una cierta amistad.
¿Por qué un hereje?
En un momento dado empecé a hacer fotografías de moda ambientándolas por la calle, en ciertos locales. Él me decía: «C’est un pastiche». Para él, o se hacía un reportaje o se fotografiaba a las modelos en el estudio. No se podían mezclar los géneros. Luego, se enfadó cuando empecé a fotografiar en color, decía: «Si quiero fotografiar en color, quiero mi paleta de colores, no la que Kodak me obliga a usar». Hasta aquí me lo perdonó todo. Pero cuando empecé a utilizar el Photoshop y a hacer fotomontajes se enfadó de veras.
¿Qué decía?
Decía que eso no era fotografía. Y tenía absolutamente razón. Pero yo le contestaba: «¡Déjame probar!». Hice cosas muy distintas, pero he sido el primero en volver a su manera de hacer y a sentirme orgulloso, cuando lo consigo, de ponerlo en práctica.
¿Cuál era su manera de hacer?
Guardar unas ideas en la cabeza y tenerlas “disponibles” para utilizarlas en el momento justo. Por ejemplo: yo le veo a usted sentado en esa posición y me acuerdo de El pensador de Rodin. Es un arquetipo, una imagen universal. Nosotros tenemos en la cabeza todo un arsenal de referencias que podemos utilizar y combinar en el momento en que tiramos una foto. Que esto suceda en una situación imprevista, en una fracción de segundo, lo encuentro algo extraordinario.
Hay quien le reprocha que se mantuviera distante, irónico, que buscara la imagen bella dentro de contextos dramáticos...
¡Pero esa es su grandeza! Lo que es extraordinario en una foto de Cartier-Bresson es que no solo compone bien con triángulos, círculos, rectángulos que respetan la proporción áurea, sino que al mismo tiempo cuenta realmente una historia, un pedazo de humanidad. No tiene solo la forma y no tiene solo la historia. Incluye muchas asociaciones: cuantos más nexos existen, más milagrosa es la imagen. A veces me descubro pensando en esto por la noche y digo: «No hay nadie más grande que él».
¿Por qué le importaba tanto la proporción áurea?
Es un motivo universal, eso es, un arquetipo. Es como el buen Dios, si queremos creer en él. Una religión en el sentido etimológico del término: algo que nos une a todos. Si uno trata de plasmarla en fotografía o en pintura es para que la obra pueda guardar relación con el universo, con el mundo mental, consciente o inconsciente de nuestros semejantes.
Se dice a menudo que fue el fotógrafo del “momento decisivo”. ¿Qué significado tenía para él esta expresión?
Él mismo lo dijo de manera perfecta: saber poner el ojo, el corazón y la mente en la misma línea de tiro. Es lo que intentaba explicar antes cuando decía que en sus fotografías conviven varios planos distintos.
Es difícil criticar a Cartier-Bresson, pero muchos lo hacen con sus epígonos.
Tienen razones para hacerlo.
¿Por qué?
Porque no son verdaderos epígonos. Él mismo, cuando daba clase, no explicaba la alineación del ojo, de la mente y del corazón. Pero es que lo que hacía mientras fotografiaba no lo enseñaba, no podía enseñarlo.
¿No era un buen maestro?
A juzgar por la calidad de sus discípulos se podría decir que sí... La técnica se puede aprender fácilmente, pero cómo utilizar el corazón no. Es un poco como el Zen: se aprende a golpes de bastón en la cabeza. Y los golpes yo los recibí de él. Por lo tanto para mí fue un óptimo maestro.
¿Cuándo lo vio por última vez?
Una de las últimas veces fue a finales de los noventa, estaba con nosotros Ferdinando Scianna. Quedamos en un café subterráneo a charlar. En un momento dado le pregunté: ¿Te entran ganas de hacer una foto en un lugar así, con esta luz fluorescente, con estos muebles feos y estos colores? Me contestó: jamais, jamás. Le dije que a mí tampoco, sin embargo este mundo existe, y es el mundo en el que vivimos. Deberíamos tratar de interpretarlo con la fotografía. Scianna dijo: «Quizás este mundo se ha vuelto demasiado complejo para la fotografía».
¿Es un reto que vale la pena asumir?
No es que valga la pena: crear es vital. En este mundo debemos habitar, debemos interpretarlo. No es un juego. La única razón del arte es ayudar, y ayudarnos, a vivir en el mundo en que habitamos. Es la función fisiológica del arte.
¿Siente más suyas las imágenes que le granjearon el éxito hace cuarenta años o las que hace hoy?
Si no sintiera más mías las que realizo ahora, no podría seguir viviendo. Estoy obligado a sentirlas más mías, no puedo dar una respuesta objetiva. Lo que puedo decir es que me siento más pionero ahora que cuando trabajaba para la agencia Magnum. Entonces lo que hacía, el estilo que utilizaba, se insertaba en una escuela, no era el mío. Hoy solo soy yo y mi pequeña cámara digital. Hago lo que todos pueden hacer. ¿Qué diferencia hay entre mis fotos y las de una persona cualquiera? Nada, aparte del hecho de que soy yo quien las hace.
¿La fotografía es una necesidad vital?
Crear es una necesidad vital.
¿En qué sentido?
Comprender y hacer comprender es vital. Existimos solo por esto. Una jornada sin haber creado sería una jornada perdida.
¿Existimos para crear?
Estamos hechos para relacionar las cosas, para incrementar la información que existe en el mundo. Usted es ciertamente religioso, de lo contrario no escribiría en su revista. En cambio yo no soy para nada religioso, pero está claro que lo que hago es un sustituto de la religión.
Usted nació en una familia hebrea, ¿se preguntó alguna vez por qué un porcentaje tan alto de los grandes maestros de la fotografía es de origen hebreo?
En el Alto Medievo, en tiempos de Carlomagno, los cristianos eran casi todos analfabetos, excepto los monjes. En cambio, todos los hebreos, incluso las mujeres, sabían leer y escribir. Es una vieja historia. En el fondo también la fotografía es una forma de escritura. Para mí es una herencia a nivel de educación cultural, incluso cuando jamás asistí a una función religiosa en la sinagoga ni me interesa hacerlo en el futuro. Eso no significa que no pueda haber unos goim que sean grandísimos fotógrafos. Incluso más grandes que lo grandes fotógrafos de matriz hebrea, porque tienen algo que a estos les falta.
¿El qué?
Los hebreos tienen una inclinación hacia la abstracción y pierden en concreción, lo cual es muy importante para un artista. Estoy generalizando, porque en cada caso puede darse lo contrario. Pero, de vez en cuando, me pregunto por qué no existe un Shakespeare hebreo, ni un Rembrandt hebreo, ni un Bach hebreo. ¿Por qué?
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