Intelectual no alineada, mira con preocupación la evolución de la sociedad rusa. Le hemos pedido que lea, desde Moscú, la reflexión de Julián Carrón sobre Europa contenida en el “Página Uno” del número de mayo. He aquí sus respuestas
¿Qué aspecto tiene la crisis vista desde Moscú? Con los ojos de Putin, y de la mayoría de los rusos, parece una crisis de fin de imperio: corrupción de las costumbres y de los valores. Frente a la gran movilización en favor de los “nuevos derechos”, el gobierno de Moscú se presenta ante sus propios ciudadanos como el baluarte de la tradición de la Rusia cristiana. Olga Sedakova, nacida en Moscú en 1949, una de las voces más intensas de la poesía rusa contemporánea, no está de acuerdo con la versión oficial. Para ella no es una novedad, ya que publicó su primer libro en el samizdat en 1978.
Ha leído la presentación que hizo Julián Carrón del documento de CL con motivo de las elecciones europeas. Mira a Rusia y mira a Europa. Dos realidades muy distintas. Y sin embargo, la lectura que hace el sacerdote español de los desafíos contemporáneos parece decir algo importante también a alguien que, siendo ruso y ortodoxo, trata de no rendirse a la visión que domina su sociedad.
La situación de Rusia, ¿es más grave que la de Europa?
Es distinta. También me preocupa la situación europea, pero la nuestra es terrible. Cuando los ucranianos dicen que quieren los valores europeos, piensan en los que cita Carrón: persona, trabajo, progreso y libertad. Los desean porque no los tienen, y esperan que Europa no los haya perdido del todo. Si Europa los perdiese completamente sería una verdadera tragedia. Nuestra esperanza está conectada con el futuro de Europa, pero hoy está claro que este nexo ya no resulta obvio.
¿Es una utopía lo que desean los ucranianos?
No, desean para ellos los valores europeos tradicionales y los aman más quizá de lo que los ama Europa.
La Rusia oficial se presenta ante el mundo en abierta polémica con la deriva cultural europea. ¿Qué está sucediendo?
Putin dice ser el defensor de los valores tradicionales. Es algo bastante cómico, porque entre nosotros los valores tradicionales fueron destruidos hace ya mucho. Me pregunto cómo se puede conservar lo que ya se ha destruido.
¿Qué nombre tienen estos valores tradicionales rusos?
Hoy se piensa solo en el valor de la familia. Se trata, en realidad, de una polémica en relación con la petición en Occidente de leyes para el matrimonio entre homosexuales. Pero nunca se habla de trabajo, de persona o de libertad. Lo único que se sitúa junto a la familia es el patriotismo: cada persona debe estar dispuesta a dar la vida por la patria. El valor último no es la persona, sino la patria. Y no me parece que sea una posición muy cristiana.
Carrón sostiene que el camino para volver a reconquistar los fundamentos de la sociedad cristiana no es volver a un Estado confesional. ¿Qué opina usted?
Me gusta mucho la observación de que el problema no es la afirmación de los valores en cuanto tales, sino el testimonio y el mensaje cristiano. Aquí en Rusia se sigue hablando de valores… Pero nadie dice, por ejemplo, que no es lícito robar. ¿Es acaso “No robar” un valor de la tradición? Es uno de los Diez Mandamientos. ¡Pero aquí todos roban! ¿Cómo podemos ser un baluarte de los valores cristianos?
La Duma ha votado una ley para limitar la difusión del aborto.
Sí, también este es uno de los puntos en los que se insiste: familia, gays, aborto. Pero no creo que sea este el sentido del mensaje cristiano. En los tiempos de Stalin el aborto estaba prohibido, y las mujeres morían porque abortaban clandestinamente sin médicos. Existía la prohibición, no la razón por la que era errado abortar. Así no se hacían problema en abortar clandestinamente. Me parece curioso que Stalin se haya convertido en el nuevo modelo de moralidad. La sociedad tardo-estalinista era, podríamos decir, victoriana. El divorcio, por ejemplo, era muy difícil de obtener, en algunos casos incluso estaba prohibido. Pero más que una defensa de la familia, era una forma de limitar la libertad.
En el debate sobre los “nuevos derechos” se contraponen fascinación y aversión. ¿Por qué?
A mí me da miedo esta dirección. Se habla de algo que hasta hace poco tiempo era impensable. Carrón explica bien de dónde nacen estas peticiones y dice que quien pide estos derechos concibe la libertad como absoluta. Se pide el derecho incluso de elegir el propio sexo. Pero no me parece que esto tenga que ver con la tradición. Nadie nos ha preguntado antes de nacer si queríamos ser hombre o mujer. Es algo que tiene que ver sobre todo con la naturaleza.
Don Giussani decía que, ante los problemas de la sociedad, es necesario profundizar en la naturaleza del sujeto. ¿Qué significa para usted?
Antes de tomar decisiones concretas, el hombre debe conocerse a sí mismo, debe conocer su propia vocación de hombre. ¿Cómo se hace esto? No lo sé, tal vez se necesite una nueva pedagogía… El hombre debe saber quién es él y qué es el hombre en general.
¿Cómo lo descubre usted?
Desde mi infancia me he sentido muy atraída por el mundo interior, espiritual. Siempre lo he encontrado muy atractivo. Hablaba conmigo misma y oía dentro de mí voces distintas de las que escuchaba a mí alrededor, en la familia o en la escuela. Es la intuición, que existe también en el contexto de una cultura materialista como la del régimen comunista. Tal vez deba enseñarse a los niños a estar atentos. Hoy en día todo contribuye a la distracción, pero en la distracción uno no puede encontrarse a sí mismo.
¿Por qué no podemos conformarnos con que la ley defienda lo que nos importa a los cristianos?
Hacer o dejar de hacer algo solo porque nos lo impone la ley no comporta el uso del corazón y de la razón. No existe convicción. El día en que desaparezca la prohibición legislativa, nada impedirá que nos comportemos como si la prohibición no hubiera existido nunca.
¿Cómo podemos ayudarnos y ayudar a los demás a desarrollar este nivel de libertad que está antes que las leyes?
De nuevo: la atención. Es una oración del alma, una oración espontánea. Esta atención es lo que falta en el hombre moderno. Se pueden incluso pronunciar las palabras de una oración sin que exista este sentido de alerta.
«Lo que un hombre busca en los placeres es un infinito, y nadie renunciaría nunca a la esperanza de conseguir esta infinitud». ¿Qué despierta en usted el deseo de este infinito del que habla Pavese?
Para mí se trata de algo natural, no puedo decir por qué ni cómo. Sin este deseo de infinito no querría vivir. Sería aburrido. Vivir por menos de esto sería como para morir, no resultaría interesante.
¿Hay alguien al que sienta cercano en esta dimensión?
Me siento bastante sola, pero no soy la única. Hay personas, amigas mías, pero son pocas. Me gusta mucho, por ejemplo, el movimiento de nuestra Iglesia que se llama de los kocetkovtsy, fundado por el sacerdote ortodoxo Gregory Kocetkov. Es una realidad bastante parecida a Comunión y Liberación. Soy amiga suya y he visitado estas comunidades en distintas ciudades rusas. Son grupos de fraternidad. Me gusta mucho porque se trata de gente viva.
¿En qué sentido?
Son felices, se quieren entre ellos, saben qué hacer juntos. Solo aman las cosas buenas, leen buenos libros. Es una realidad nueva para nuestra Iglesia, en donde nunca han existido movimientos de laicos. El padre Gregory empezó junto a cinco personas y ahora son varios millares. Pero la Iglesia oficial no está preparada, tiene muchas dudas. Sobre todo porque ellos han traducido la liturgia del eslavo eclesiástico al ruso moderno. No es que esté prohibido, pero nadie lo había hecho hasta ahora.
¿Por qué siente cercanas a estas personas con relación a la dimensión del deseo infinito?
Veo a personas que están despiertas. La gente común, habitualmente, está como adormecida con respecto a la vida. Ellos, en cambio, son conscientes de que su vida está ligada a la dimensión del misterio infinito.
¿Qué es lo que más le ha impresionado en el texto de Carrón?
La insistencia en el testimonio de Cristo, por encima de los valores cristianos. La alegría que nace del encuentro con Cristo, que se da antes que todo lo demás. Me gusta la idea de que Cristo mismo es el centro de la vida. Este es el cristianismo auténtico, y esto es lo que puede tocar el corazón del hombre. Las normas ya no son capaces de hacerlo. Podemos obedecer las leyes, pero ellas no nos hacen felices. Es verdad que si violamos las normas somos infelices. Pero respetar todas las reglas, por muy justas que sean, no es suficiente para hacernos felices.
¿Es por ello que ni siquiera las “leyes cristianas” bastan para hacer cristiana a la sociedad?
Sí, es cierto. La cuestión es que existan testimonios a los que mirar. Personas que lleven en sí esta santidad, esta alegría, esta paz. En esto consiste la influencia del cristianismo. Mi padre espiritual, por ejemplo, podía tal vez no decirme nada: me bastaba con mirarle, con mirar su rostro, sus movimientos. Juan Pablo II era también así. Era suficiente con mirarle para comprender que era un santo. Lo mismo sucedía con el metropolita Antony Blum, al que conocí personalmente.
Si tuviese que describir esta diferencia que percibía, ¿qué diría?
El metropolita Antony decía: solo en los ojos de la persona humana podemos ver el Reino de los cielos. No es un pensamiento: se debe ver que la persona tiene en sí misma algo de este Reino. Los demás no tienen esta luz. Esta es la diferencia.
Usted habla de personas excepcionales. ¿Es posible ver esto en personas comunes?
Desde luego. Pero a esta gente no le interesa parecer así. Están concentrados en otra cosa. Y esto es lo que les hace interesantes. Cada persona es creada por Dios y por ello tiene algo de esta luz, pero vivir o no vivir de esta luz depende de nuestra voluntad libre.
OLGA SEDAKOVA, 65 años, moscovita, poetisa, sale a escena en 1978 con una obra publicada en el samizdat.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón